LA CESTERÍA > Cestería y conceptualización
Se ha dicho ya que es necesario mirar los canastos dentro de un contexto y no como objetos aislados, significativos por sí mismos; ellos son instrumentos de trabajo dentro de distintos procesos de producción, especialmente el cultivo del maíz y la pesca, según el tipo de recipiente. Y estos alimentos son fundamentales en la vida embera, junto con el plátano.
Y en ese contexto aparece en forma nítida una relación entre canastos y cántaros de barro. Los inpurr se utilizan para llevar la semilla del maíz que va a regarse en el monte o en el rastrojo. Cuando se va a recoger la cosecha, grandes e son el vehículo para transportarla hasta la casa y, a veces, para guardarla mientras se desgrana. En el proceso de desgranado, e, echaké, jabara, canasticas reciben el grano en su interior.
Más tarde, en la transformación de las diferentes clases de maíz en alimentos, sea en mazamorra, chicha o harina, intervienen ampliamente jabara de todos los tamaños y características. Y de ellos pasa el maíz a los grandes cántaros de barro u, en los cuales va a ser tostado y convertido en crispeta. Molido en harina, esta se almacena en jabara.
O bien pasa de los jabarae a las piedras que van a quebrarlo con miras a su transformación en mazamorra o en colada de maíz (chicha). La primera hervida en los kuru, la segunda fuertiada en los chokó.
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No es raro encontrar los u guardados en un rincón y con uno o dos jabara colocados encima (foto No. 43). Tampoco lo es que el iuru para hacer los cántaros se guarde dentro de jabara (foto No. 162: Jabara blanco con dibujo de waripitu, lleno de iuru. La tierrita es del depósito del Hormiguero, en el Chamí, muestra No. 7), o se traiga de la “mina” y se guarde en echaké (foto No. 163: Echakés con iuru obtenido de un depósito del río Ankima, Chamí, que corresponde a la muestra No. 8, Vereda Josefina).
Todas estas asociaciones entre ambos productos, encontradas a cada paso en la vida diaria, son corroboradas también por el mito, como sucede con el citado de Betata, en el cual canastos y cántaros aparecen con un origen común, enseñada su fabricación por ese personaje femenino, y ligados claramente con la producción y transformación del maíz.
De la misma manera hay semejanzas formales entre los cántaros y los inpurr e inpurrú, pues todos ellos están marcados por la presencia de una “barriguita”. Y se diferencian entre masculinos, los más rectos, y femeninos, los más barrigones.
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Todo lo anterior haría esperar una importancia de la cestería similar o al menos cercana a la que los cántaros, sobre todo los chokó, tienen en las concepciones de los embera. Pero no es así.
Ninguna de las extensas indagaciones que se realizaron en esta dirección produjo resultado alguno. Ni las preguntas directas ni las conversaciones y discusiones, como tampoco las comparaciones con la cerámica, obtuvieron respuestas positivas.
Las ricas marcas de los jabara pintados hizo pensar que las representaciones de animales y otros temas míticos darían una clave que permitiera entroncarlos con las creencias embera. No fue así. En forma unánime, fabricantes y usuarios coincidieron en que los dibujos, si bien son una herencia de los antiguos y están estereotipados, razón por la cual no surgen diseños nuevos, tienen una función meramente estética, “para que se vean bonitos”. Y su ejecución es completamente mecánica, pues ya se sabe cómo hay que trabar las tiras para que den uno u otro motivo.
De paso, es bueno observar que varias de las “marcas de jabara”, como las llama la gente, son las mismas que aparecen en los collares (okama) y en las coronas tejidas con chaquira.
La atribución de caracteres masculino y femenino a los inpurr e inpurrú respectivamente, así como la consideración de un jabara y un inpurr asargados como “una pareja”, si bien muy sugerentes, no permitieron, tampoco, avanzar más allá de tales afirmaciones.
Ninguna significación adicional se atribuyó por los indígenas al nombre dado a las borosuka, mojarra copetona, una variedad de pescado que, por cierto, no se encuentra en ninguna de las dos zonas que se estudiaron. Ni a la denominación de los inpurr, término que designa a la barriga o estómago o a la boca del estómago, según Pinto (1974: 269). Sin embargo, en este último caso, es posible pensar que los granos de maíz que van a sembrarse y el pescado que se acaba de sacar y se lleva a la vivienda y que son las dos clases de alimentos que se guardan en estos canastos, pasan por el estómago de cestería (inpurr) para ser previamente transformados (¿digeridos?) antes de su uso. Pero esta interpretación no fue confirmada por los indígenas.
Lo más probable, en conclusión, es que la significación profunda de la cestería en el pensamiento embera se haya perdido en los procesos de despersonalización. O bien que se conserve sólo en la mente de algunas pocas personas ancianas que la ocultan celosamente.
Esto contrasta con lo que ocurre con la cestería de los grupos indígenas del Vaupés, analizada por Reichel-Dolmatoff, muy semejante a la de los embera en sus formas pero, sobre todo, en sus técnicas y diseños (Reichel-Dolmatoff: 1985).
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