Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
SEMEJANTES A LOS DIOSES. CERÁMICA Y CESTERÍA EMBERA-CHAMÍ
 

LA ALFARERÍA > Lenguaje e indianidad

En el Chamí se presenta un hecho que no tiene ocurrencia en el Garrapatas: en los sitios periféricos de esta zona, sitios de contacto estrecho con los blancos y en donde los indios constituyen pequeños núcleos encerrados por las haciendas, como en Mistrató, San Antonio del Chamí, Villa Claret y Pueblo Rico, aquellos afirman con seguridad no saber el catío ni, por supuesto, los correspondientes nombres de las cosas. Nunca hablaron en su idioma en nuestra presencia y siempre dijeron no conocer, al menos al comienzo de la relación, las palabras catías con las cuales se designaba todo lo relativo a cántaros, canastos, bejucos etc.
En San Antonio, sin embargo, hay una situación atemperada al respecto. También niegan conocer los nombres de las cosas en catío, pero si se emplean las palabras correspondientes, enseguida aceptan saberlas y se admiran de que se las conozca: “usté conoce”, “de verdad sabe”, son sus exclamaciones.
En estas condiciones, las dificultades para confrontar la información de estos lugares con la de los demás, aquellos en que los indígenas son mayoría y hablan su lengua no solo entre ellos sino también frente a los blancos, son grandes. Pero no es esto lo que importa, sino analizar las causas del fenómeno y lo que ellas pueden decir del proceso de despersonalización cultural de los embera-chamí y de la manera como poco a poco van perdiendo aspectos como la alfarería y la cestería. Y, principalmente, del papel que los cambios en el uso del catío cumplen desde el punto de vista de los indios.
En otra parte (Vasco, 1985: 146) se ha hablado del poder creador que los embera atribuyen a la palabra, considerando que es ella la que da su verdadera realidad a las cosas y no la existencia de las mismas. Es como si las cosas que no se nombran no existieran.
Un indígena, hablando de los problemas ocurridos en la región cercana a Purembará, abrumadoramente indígena y en donde se ha organizado un Cabildo, asegura que tales problemas y la agresividad contra los blancos se deben a que “allá no comprenden palabra de racional” y “la palabra de castellano no ha entrado en su cabeza”, mientras que aquí, en San Antonio del Chamí, los indios comprenden bien el castellano y se les ha abierto, por ello, la cabeza, por eso “entienden todo, son civilizados y saben tratar al blanco, no les da miedo”.
Agrega que a sus hijos él no les va a dejar aprender el catío hasta que cumplan 11 años. “Que crezcan con castellano no más, así van a comprender a los racionales, no van a ser brutos”.
Esta visión es clave. No importa tanto cómo se vive sino cómo se habla. Esto último es la base del cambio. Fue lo que empíricamente comprendieron los misioneros cuando prohibieron a los niños indígenas hablar en catío.
Un colono que ha estado en contacto con ambos tipos de indios, “teorizó” así la diferencia entre ellos: “los memes son ya muy civilizados; en cambio, con los indios no se puede tratar, ellos no le entienden a uno”.
Por eso, aquel indígena de San Antonio dice que a él mismo le da miedo bajar a Purembará y que algún día le van a prohibir que baje “por vivir con los racionales”. “Es que esa gente de abajo son cerrados”. Y, para él, el castellano es la llave para abrir esa “cerradez”. Es lo que hace la diferencia entre el indio y el civilizado.
En este contexto hay que entender la actitud de los indígenas de la periferia frente a la utilización del catío. La comunidad está dividida entre los indios “civilizados” que saben vivir con los blancos, recibirlos, marcados por hablar castellano, y los otros indios, los de Resguardo, los que no saben nada de eso ni hablar castellano.
Así, se pueden fabricar y usar canastos y hasta cántaros de barro, pero no se puede hablar de ellos en catío; es lo segundo y no lo primero lo que hace, según ellos mismos, que la gente sea o no india.
Por supuesto, es algo que se da en la relación, frente a los blancos, pues entre ellos mismos continúan hablando en su idioma. Así fue en otro tiempo en el Resguardo, cuando la prohibición de los misioneros, pero ahora las cosas han cambiado. Como dice la esposa de un terrateniente: “los indios de ahora ya no son los de antes”. Y es cierto; cuando un indio habla en catío frente a los “racionales”, pregonando así otra racionalidad, es un indio peligroso. Y es lo que aquellos minoritarios, cercados por los blancos, no quieren ser. Por eso, el ocultamiento de su idioma, la negación del vocabulario indígena, marca una ruptura con su indianidad, es el inicio del camino de perderla, indica una etapa ya muy avanzada en el proceso de despersonalización cultural, a pesar que las costumbres se mantengan todavía. Si no emplean el catío para referirse a ellas, les están negando su existencia.


 
 
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