Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
SEMEJANTES A LOS DIOSES. CERÁMICA Y CESTERÍA EMBERA-CHAMÍ
 

LA ALFARERÍA > Propiedad

En principio, el cántaro es propiedad de quien lo ha fabricado y lo mismo ocurre con el ingreso que se obtiene a cambio, cuando de venderlo se trata. Pero fue posible observar varios casos en los que la venta o el trueque redundaron en beneficio del esposo de la dueña, no sin que esta dejara de manifestar su inconformidad por tal hecho, lo que podría indicar que no es algo normal ni aceptado. Fue muy notorio en una mujer del Chamí, cuyo esposo le ordenó quemar un cántaro muy tarde, después de un día de duro trabajo, para recibir a cambio del mismo una camisa de hombre.
En el caso de la compra de un u, de un kuru, de un chokó o de cualquiera otra vasija ligada a la preparación de los alimentos, puede ocurrir que quien paga su precio, en dinero o no, o que quien lo encarga sea el hombre o la mujer, pero siempre se habla de la mujer como propietaria de la vasija, cosa que contrasta con lo que ocurre con la mayoría de los canastos, considerados como “de la casa” sin importar la forma de su obtención.
Aquí es importante tener en cuenta que la noción de propiedad está indisolublemente ligada con el uso; decir que la mujer es la propietaria significa que es ella quien usa la vasija. Esto se presenta explícitamente por los indígenas cuando responden al por qué de la propiedad de la mujer sobre los utensilios de iuru: “porque es ella quien los utiliza”.
También los hombres tienen esto claro. Cuando uno de ellos es el encargado de solicitar la fabricación de un cántaro, está siempre consciente de que lo encarga “para” la mujer y que ella tendrá libre derecho a disponer de él: prestarlo, regalarlo o venderlo.
No se encontró ningún caso en el que un hombre fuera considerado o se considerase a sí mismo como el dueño de un cántaro en uso; incluso en los casos en los que el hombre es el fabricante, su mujer aparece como la dueña.
Únicamente en un caso parece darse una excepción a esta regla de la propiedad femenina sobre los ceramios. Una ceramista de La Capilla, zona del Garrapatas, explicó que los chokó de dos bocas, denominados por ella “ancarrazas”, son propiedad de la pareja que los encarga. Una de las bocas es masculina, tiene carita de hombre y por ella se sirve la chicha a la mujer; la otra boca es femenina, tiene carita de mujer y por ella se sirve la chicha al hombre. Generalmente es la pareja misma quien hace el encargo.
Esta ceramista se refiere a la alfarería como “un trabajo de las mujeres para las mujeres” porque ellas son las encargadas de todo lo que tiene que ver con la preparación del maíz, a la cual están ligados u, kuru y chokó.
En las casas grandes, colectivas, en donde vive una familia extensa, es muy frecuente que haya un cierto grado de comunitariedad en la preparación de los alimentos, pero esto es muy restringido en cuanto a la harina de maíz se refiere. La costumbre vigente es que cada mujer elabora la de su grupo familiar restringido: esposo e hijos; incluso, que cada una de ellas posea su propio u. Así, en cada vivienda, la tendencia en cuanto al número de u es la de que haya tantos como grupos familiares restringidos la habiten.
No es así con los kuru y los chokó, los cuales tienen un carácter más colectivo, ya que en ellos se prepara la mazamorra o la chicha para toda la unidad doméstica. Suele darse, entonces, que sólo exista un kuru o un chokó en una vivienda, pero siempre habrá una mujer que figura como su propietaria frente a las demás mujeres.
Se considera que una muchacha, al casarse, debe llevar necesariamente su propio chokó, regalo entregado por su madre para la ceremonia de la iniciación femenina o jemenede.


Cuando a la niña de 11 o 12 años le sale el botoncito derecho, le va a venir la primera menstruación. La mamá le advierte y le dice que tiene que avisar. La mamá busca una señora que sepa hacer chokó y le encarga uno para la niña: lo entregan ya curado.
En algún lugar de la casa se hace como un cuarto chiquitico y allí se la encierra durante 15 días tan pronto empieza la primera manchita.
Se le da todo nuevo: vestido, cinta para el pelo, cobija y se le prohíbe hablar con la gente, incluso con los niños de la casa.
Solo la mamá puede ir donde ella está encerrada a llevarle la comida, buena comida con carne de gallina; se la tiene que servir y entregar con las dos manos; ella la tiene que recibir también con las dos manos.
Estando allí, la mamá le entrega el chokó que mandó a hacer para ella, unos adornos para que haga un altarcito para el cántaro, y el maíz, el agua y el dulce para que haga su chicha, masticándola.
Al cántaro le ponen collar y una corona de flores para que su espíritu se alegre y la chicha quede buena.
A los 15 días, se invitan 6 muchachos jóvenes de 16 a 18 años y que sean fuertes y trabajadores. Y a un mayor, bueno, trabajador y que respete a las mujeres. Y a 2 muchachas.
Todos tienen que venir trayendo ramas de simbiri, de hoja bien rojita, y esperan que salga la muchacha bailando y gritando, con las ramas en la mano y moviéndolas todo el tiempo.
En el salón se ha puesto una olla con sancocho bien caliente, con mucho cerdo, gallina, yuca, plátano, mafafa y otras cositas. La muchacha sale de su encierro y revuelve el sancocho con un palo largo en forma de mano y hecho con madera de macana. Revuelve hasta que le sale sudor en la frente y en las mejillas.
Entonces, la mamá grita: ¡al baño!, ¡al baño!, y la muchacha sale corriendo a la quebrada. Los muchachos, muchachas y el mayor salen corriendo detrás, todos tapados con paruma.
Cuando se han bañado todos, regresan a la casa y los mayores sacan el chokó de la pieza del encierro, lo traen en un armazón de madera hecha con unas varitas y muy adornada con flores. Y bailan y cantan con él.
El cántaro se adorna como una primera princesa, queda como un hada. En la fiesta, la niña también se adorna y se arregla, pero como una segunda princesa, porque la primera es el cántaro.
Ella sirve la chicha de su chokó y, cuando se acaba, lo guarda entre sus cosas sin dejarlo ver. Y cuando se casa, se lo lleva para su tambo. Ese es su propio chokó.

En este relato, la propiedad femenina sobre los chokó aparece nítida e importante. Sobre la importancia del cántaro en la ceremonia se volverá más adelante.
Llegar a ser propietaria de un cántaro implica, en ocasiones, notables esfuerzos para la fabricante o para la compradora y grandes recorridos para el artefacto, algunos de ellos de varias horas en carro o muchas más en la espalda de alguien, dentro de un E.
Ceramistas de Mistrató venden sus productos a indígenas de más allá de San Antonio del Chamí, hasta el río Mistrató; la dueña puede recogerlos en casa de la fabricante; en caso contrario, esta última cobra una suma de dinero, a veces igual al precio del cántaro, por entregarlo a domicilio.
Indígenas de las cercanías de San Antonio y Villa Claret obtienen cántaros fabricados por indígenas embera-chamí de La Betulia, cerca a Belalcázar (Caldas).
En el Garrapatas, indígenas del río Sanquininí en cercanías de Naranjal, compran cántaros del río Blanco, situado a más de 6 horas de camino a pie por una durísima cuesta.
Las razones de esta movilidad son más de relaciones sociales, de parentesco u otras, que de escasez o precio, pues con mucha frecuencia hay fabricantes más cercanos o precios más favorables. Es decir, que no se trata solamente de ser propietaria de un cántaro cualquiera, sino que se requiere uno específico, hecho por alguien particular. Esta propiedad cumple, entonces, un papel dentro del sistema de relaciones sociales, que debe utilizar y reforzar, y no solamente apunta a la satisfacción de la necesidad de un objeto material. Desde este punto de vista, los productos de la cerámica no son, para los indios, cosas, objetos, sino materializaciones de relaciones sociales. Más adelante se verá cómo lo son, también, de complejas e importantes conceptualizaciones.
Ya se ha dicho del sistema original de autosuficiencia del grupo familiar en materia de cántaros. Aunque tal sistema se ha roto, en general, subsiste todavía, al menos en parte, en ambas zonas indígenas, Chamí y Garrapatas. Cuando uno de los miembros de uno de estos grupos familiares se segrega de este y se aleja espacialmente, dentro del dinámico proceso de fisión de los embera, ello no implica la ruptura de todos sus lazos con su grupo de origen, al contrario, trata de mantener la mayor parte de ellos. Dentro de tal situación, procura seguir obteniendo sus cántaros del productor que llena las necesidades de su parentela, así este esté ahora a gran distancia de su lugar de residencia, así sus cántaros sean más caros que los de productores más cercanos o de menor calidad que ellos.
Pero, tanto la dispersión de las unidades sociales primarias o de origen, como la paulatina conversión de la alfarería en un proceso cada vez más especializado, van marcando más y más la separación entre el productor y el propietario de sus productos. Esto conduce a un fenómeno peculiar en el campo lingüístico, el cual será analizado a continuación.


 
 
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