Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
SEMEJANTES A LOS DIOSES. CERÁMICA Y CESTERÍA EMBERA-CHAMÍ
 

LA ALFARERÍA > Autosuficiencia y circulación

Se afirma, por parte de los indígenas, que antiguamente todas las mujeres hacían sus propios cántaros, dando satisfacción a las necesidades de su grupo a este respecto en forma autosuficiente. Refiriéndose a un grupo asentado en la vereda Corozal, municipio de Riofrío, Valle del Cauca, Reichel-Dolmatoff anotaba en 1945 que todas las mujeres “saben hacer cerámica, pero hay algunas más hábiles” (op. cit.: 425). Agregando que son gentes venidas de Caramanta, Chamí y Obando, es decir, de tres zonas diferentes. Por último, la enorme mayoría de los indígenas conocidos recuerdan que sus madres o abuelas hacían alfarería; las excepciones son muy pocas. No es muy apresurado, entonces, aceptar la información sobre la autosuficiencia de los grupos en esta materia.
Es posible, empero, que algunas mujeres no supieran trabajar la greda o lo hicieran con demasiada incapacidad, sin que esto modifique la anterior aseveración, ya que se trataba de grupos familiares mucho más amplios que la simple familia nuclear y en los cuales había, por consiguiente, varias mujeres; con una de ellas que tuviera la capacidad de hacer recipientes útiles, su grupo podía autoabastecerse.
Pero no es esta la situación de hoy en ninguna de las regiones estudiadas. En ambas, las ceramistas son una pequeña minoría de las mujeres y excepción entre los hombres. En el Garrapatas hay un promedio aproximado de un alfarero (mujer u hombre) por cada 10 o 12 viviendas; en el Chamí muchísimo menos.
Aún así subsiste la utilización de la cerámica en la casi totalidad de las viviendas (al menos un recipiente, el u). Esto implica la necesidad de mecanismos de producción y circulación de artefactos de barro que subsanen este desfase entre cantidad de productores y cantidad de consumidores, es decir, relaciones que hagan que los productores elaboren más vasijas que las necesarias para su grupo familiar y que aquellas puedan llegar a manos de quienes las consumen sin producirlas.
Se trata de un cambio en el carácter social de los objetos cerámicos que, de ser valores de uso producidos para el consumo y satisfacción de necesidades del productor, comienzan a convertirse en valores de cambio que satisfacen necesidades de otros, diferentes del productor mismo, es decir, en mercancías, surgiendo, por lo tanto, un mercado.
No están claras las causas que determinaron el que muchas mujeres dejaran de trabajar el barro al comienzo del proceso. Pero hoy sí no quedan dudas de que otras actividades, originadas en la cada vez mayor relación de la sociedad indígena con la sociedad colombiana, reclaman para ellas el tiempo dedicado a la alfarería. La necesidad de productos provenientes del mercado nacional y la concomitante de obtener dinero, han llevado a los indígenas a dedicarse a nuevas formas de producción, sea cultivando productos comerciales, sea vinculándose al trabajo asalariado. El café y el cacao (en el Chamí principalmente el primero, en el Garrapatas el segundo) y el maíz (producto tradicional pero que ahora se vende en el Garrapatas mientras escasea en el río San Juan), son los productos con los cuales intervienen en el mercado y que reclaman los brazos de toda la familia para su recolección y proceso. El asalariado también arrebata brazos a las actividades tradicionales, aunque no en gran medida en el caso de las mujeres. Este último fenómeno se ha producido sobre todo en el Chamí; en el Garrapatas, en donde hay pocas fincas de blancos dentro de la comunidad indígena, se observa sólo en las zonas de contacto.
Otra modalidad es la de los agregados. Indígenas sin tierras o que las venden en circunstancias diversas, van a vivir con sus familias a fincas de colonos blancos, en forma permanente o por períodos fijos, teniendo que dedicar su trabajo a las actividades señaladas por el patrón.
Esto actúa teniendo como trasfondo hechos ya anotados, como la habilidad dispar para la cerámica, la escasez de las fuentes de iuru y la lejanía de ellas y aún fenómenos culturales (indígenas que se avergüenzan de fabricar la cerámica aunque la usan todavía), dando como resultado el que muchas productoras se alejen de la actividad. El proceso de despersonalización cultural también lleva a que las jóvenes no quieran aprender ni practicar la tradición.
En la zona del Chamí, en donde se realiza una enorme actividad aculturadora por parte de las misioneras, a través, no solo del proceso educativo cumplido por el Internado de la Misión, sino también por una constante y agobiadora intromisión en la vida diaria de los indios, el fenómeno mencionado tiene mayor ocurrencia. Allí, además, la obligatoria asistencia de las muchachas indígenas a tal internado durante toda su adolescencia y aún buena parte de su niñez (entre los 7 y los 14 o 15 años y, más generalmente, hasta que se casan), produce como resultado el que las nuevas generaciones de mujeres indígenas, arrancadas de sus hogares durante los años en que debían efectuar el aprendizaje de las tradiciones de su grupo, y por tanto de la alfarería, carezcan de los conocimientos necesarios para hacer una vasija de barro. La queja de las madres es unánime en este sentido.
Pero no es éste el único resultado del encierro de las niñas y jóvenes indígenas en el internado. Sus familias ven sustraída con ellas una buena parte de su fuerza de trabajo. Su participación en la agricultura y la recolección, en la pesca y en las tareas domésticas es imposible, recayendo esas actividades totalmente sobre las mujeres adultas del grupo familiar, absorbiendo por completo el tiempo de ellas e impidiéndoles dedicarse a algunas otras formas de trabajo y una de las “sacrificadas” es la alfarería porque, en palabras de las mujeres, “es trabajo muy durísimo”, “uno se mata mucho”, “es trabajo muy caliente y se enferma de las manos”, etc. Todas las madres se lamentan de la carga tan pesada que representa el que sus hijas se vean obligadas a ir al internado.
En el Chamí, en donde el Cabildo del Resguardo de la Margen Derecha ha caído en los últimos años bajo el control absoluto de las monjas misioneras y en manos de indígenas muy jóvenes, despersonalizados en su cultura y desconocedores de la tradición, también esta fuerza interna atenta, con sus políticas equivocadas, contra la alfarería y otras actividades femeninas. El Cabildo impulsa el abandono de la producción artesanal y aún del trabajo doméstico y su reemplazo por la integración de las mujeres en formas de intercambio de trabajo para los cultivos comerciales, tales “la mano vuelta” o “mano cambiada”, propias de la comunidad, enfrentándose a los sectores tradicionales que plantean la cooperación pero en el interior del grupo familiar, organizándola de tal manera que permita el desarrollo tradicional; así, dicen, mientras unas mujeres cocinan, otras traen leña, otras traen el revuelto, otras hacen cántaros y canastos, etc.
En conclusión, la alfarería se ha convertido en una actividad especializada y un pequeño número de artesanas producen para llenar las necesidades del conjunto de la comunidad, dándose un proceso de cambio y circulación de los cántaros. Viudas, que antiguamente dependían de formas de distribución social de la producción, hoy desaparecidas, buscan su subsistencia en ella.
A esto se agrega, en los sitios periféricos del Chamí, una demanda de productos de barro indígenas por parte de blancos, tanto de las zonas rurales como de los pueblos, fenómeno por completo ausente en el Garrapatas.
Pero, ¿cómo funcionan estos procesos?
Los regalos y el trueque son formas amplias de circulación de los cántaros entre los indígenas. Las madres y abuelas regalan cántaros u a sus hijas y nietas recién casadas y que no saben hacerlos; pero también entre otras clases de familiares existen estos obsequios; en principio, no se espera una reciprocidad inmediata, pero hacen parte de la compleja red de intercambios entre grupos familiares y, también, entre personas.
Los matrimonios, que continúan y establecen relaciones entre parentelas, crean igualmente vías de tránsito de cerámicas de un grupo a otro. Contra lo que cabría esperar, esta manera de obtenerlas es más amplia en el Chamí que en el Garrapatas o, al menos, en el último lugar solo fue detectada en muy pocos casos. Este sistema está más acorde con los mecanismos tradicionales de cambio de productos al interior de la sociedad embera-chamí.
Pero el sistema más extendido es el del trueque, por lo común a cambio de alimentos o de animales, pollos especialmente. Esta relación de intercambio no parece estar basada en una equivalencia de los productos que se entregan, equivalencia con fundamento en el tiempo de trabajo o en el esfuerzo necesario para producir el artículo. Criterios como la mutua necesidad, o qué es lo que la persona que recibe el cántaro posee y puede dar a cambio y en qué cantidad, o lo que importa es dar algo, parecen ser, más bien, los que se tienen en cuenta.
Pero es muy común que este trueque aparezca y se desarrolle como una transacción de compraventa. Quien necesita un recipiente de arcilla, lo encarga, estableciendo la naturaleza y especificaciones deseadas, a uno de los fabricantes, acordando el pago que va entregar por él, en muchas ocasiones un pollo, cuyo tamaño depende del de la vasija; pero una y otra de las personas que intervienen se refieren al negocio como una compra-venta, cuyo precio no se expresa en dinero sino en otros objetos. Se presenció cómo una indígena entregó a un colono blanco una ollita, a cambio de que le permitiera cortar un racimo de plátano en su finca; esto puede asimilarse a un trueque.
Cuando el dinero funciona también en el seno de los indígenas, los precios se establecen y pagan en moneda colombiana, fluctuando dentro de un amplio espectro y sin que se haya podido detectar cuál es la base sobre la cual se fijan. Un u de tamaño corriente puede costar 200 o 300 pesos si es de un determinado fabricante, y más de 500 si es de otro; y sin que se encontraran diferencias de calidad, duración, color, etc., que pudieran justificar tal disparidad.
En estos casos hay una tendencia declarada a adquirir los más baratos, pero en la práctica otros factores modifican la elección y pueden llevar a adquirir uno de los más caros aun a una persona de pocos recursos monetarios; vecindad y parentesco están entre los que se conocieron, pero seguramente hay otros, desconocidos aún, como puede sospecharse del análisis de algunos casos específicos.
También se afirma, de parte de los indígenas, que se prefieren los más finos y que más duran o, igualmente, los que se elaboran más cerca para no tener que cargarlos desde lejos. En la realidad, tampoco estos criterios operan sin modificación. Fue posible comprobar cómo una mujer compraba un cántaro más caro, menos bien trabajado y, aparentemente, menos fino que aquellos que trabaja su vecina cercana, sin que se consiguiera una explicación de los motivos.
En general, puede asegurarse que en los sitios en donde más circula el dinero, en donde hay una más alta incidencia de trabajo asalariado y/o venta de productos agrícolas en el mercado por parte de los indios, los precios tienden a ser más altos que en las zonas en donde esas condiciones no se dan o están apenas desarrollándose. Así, en el Chamí, los productos de la alfarería tienen precios más elevados que en el Garrapatas, siempre y cuando se trate de negocios entre indígenas mismos.
Cuando los compradores son blancos, el dinero es la exclusiva forma de la operación comercial, pero aquí es el comprador quien fija el precio que está dispuesto a pagar; esto no excluye que el fabricante tenga una idea del precio que aspira a obtener por su producto, pero se trata de una mera ilusión, de una quimera, y este precio no tiene ninguna incidencia en la suma de dinero que finalmente recibirá por el resultado de su trabajo. Si se empecina en mantener su precio contra la oferta del blanco, no habrá venta, y ello aunque el producto ha sido encargado con anticipación.
Es preciso resaltar este hecho: los objetos de barro se fabrican siempre por encargo, aún en aquellas zonas en donde la cantidad negociada es mayor, zonas de incidencia blanca muy grande. Esto muestra la naturaleza endeble del mercado, que está aún en una crónica etapa de formación. Esto explica los extraños rasgos del mecanismo de formación de los precios ya analizado; aquí no hay acción de la oferta y la demanda; únicamente hay demanda y la oferta es inexistente. Nadie fabricará un recipiente de cerámica para esperar la aparición de un comprador, pues, de aparecer este, lo hará no por el recipiente ya elaborado sino por uno de características específicas, completamente adecuado a sus necesidades y gustos personales. Incluso, si quien encargó una vasija acaba no comprándola, lo más seguro es que su fabricante ya no logrará venderla jamás, casos se conocieron en este sentido.
Lo anterior es una consecuencia clara del hecho de que apenas comienza a romperse la autosuficiencia en materia de alfarería. Cada quien desea productos que tengan aún el sello de lo personal que tenían cuando provenían de sus propias manos, y esto se consigue con el sistema de encargos. El artesano no elaborará un cántaro en general, uno cualquiera; elabora el cántaro para una persona determinada, fulano de tal; cosa que se manifiesta explícitamente. Cuando se habla con uno de ellos, este siempre se refiere a cada vasija con el nombre de quien la ha encargado y, salvo circunstancias extraordinarias, no la venderá a nadie más.
Se trata, pues, de un proceso incipiente de transformación de los productos alfareros en mercancías, —lo que no quiere significar que este proceso alcanzará su completo desarrollo, es posible, y lo más probable, que continúe así hasta desaparecer el uso y producción de este tipo de productos, al menos si continúa librado a su desarrollo “natural”—. Es interesante llamar la atención sobre este tipo de mercancías puesto que, hasta donde puede saberse, no han sido analizadas en ninguna parte.
Otros casos, como el regalo, el trueque, el trueque expresado como compra-venta, etc., señalan también en la misma dirección. Análisis en otros campos de la sociedad embera-chamí confirman lo que ocurre con la cerámica. No existencia de compras y ventas entre los indígenas mismos, escasa circulación del dinero al interior de la comunidad, utilización del mismo entre sociedad indígena y sociedad colombiana, desarrollo de características de la economía nacional solo en los límites entre una sociedad y otra y no al interior de la indígena, marcada todavía por lo que algunos llaman irracionalidad económica y que no es otra cosa que la existencia de una racionalidad distinta a la capitalista, etc.
La alfarería no está, pues, completamente cosificada, al contrario, continúa manteniendo muchas de sus características anteriores como parte de la cultura de una sociedad “natural”. Por lo menos es lo que ocurre, se ha visto, entre los indios. Más avanzado está el proceso en relación con lo que se vende a los blancos, pero sobre todo desde el lado de estos; el indígena sigue elaborando productos únicos con destinación específica. Quizás esté fabricando varios chokó encargados al mismo tiempo por personas distintas, puede ocurrir, incluso, que algunos de los futuros compradores no hayan especificado ciertos detalles del recipiente. Pero la artesana hará cada uno para un comprador específico, lo dotará de unas características personales y no creará dos iguales, aunque los destinatarios probablemente no se enterarán nunca de que poseen vasijas exclusivas.
Empero, en lo que hace referencia a materitas y ollitas, el fenómeno no es tan claro, igual sucede con las cayanas, todas ellas acercándose a un modelo único. Inclusive, ciertas artesanas las elaboran ya sin encargo y en pequeñas cantidades, en la periferia del Chamí, saliendo en busca de comprador a los pueblos cercanos: Mistrató, Belén de Umbría, Apía. Jamás se ve cosa semejante en el Garrapatas.
Para terminar, es oportuno detenerse en otro hecho de cierta ocurrencia: el préstamo de los cántaros, especialmente de los u, que se presenta entre vecinos (y, por lo tanto, entre familiares), en el Garrapatas.
Este préstamo llena temporalmente la necesidad de tostar el maíz de una señora que carece de u, casi siempre porque se le ha roto y no ha tenido oportunidad de reemplazarlo. Puede ocurrir de dos maneras: quien necesita el cántaro pide uno prestado en una casa vecina, a una mujer que es, también, su pariente, dada la forma de poblamiento basada en una organización social en parentelas, y lo lleva o manda llevar dentro de un E hasta su casa; cuando termina de usarlo, el E es igualmente el vehículo de regreso. Otras veces, la mujer que quiere tostar va a una casa en donde hay cántaro y tuesta en el fogón de allí; a veces muele el maíz aquí mismo, empleando la piedra de moler de la vivienda, otras lo lleva a moler a su propia casa, aunque ya se ha dicho cómo la buena calidad de la harina exige que el maíz se muela caliente.
En ningún caso se recogió evidencia de forma alguna de pago por el uso del cántaro ajeno ni, en la segunda modalidad, de la leña consumida para calentarlo. Este tipo de arreglo puede convertirse en permanente entre familiares cuyas casas son muy cercanas, sin que se entienda muy bien el por qué de ello.
De todos modos, es indudable que los préstamos están fundados en el carácter colectivo, al menos, social, que tiene la propiedad de ciertos objetos. Además, la vivienda tradicional de los embera era una gran casa colectiva, desaparecida ya. De modo que los núcleos que habitan hoy en casas vecinas son los componentes de la antigua vivienda comunal; en sectores más tradicionales, como es el caso del Garrapatas, en donde abundan los préstamos y regalos, la desaparición de la vivienda común no ha producido todavía el rompimiento de las relaciones que en ella se daban entre diferentes núcleos, los cuales siguen actuando como una unidad.


 
 
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