En la actualidad, la alfarería es una actividad casi exclusivamente femenina, presentándose en su mayor parte entre las mujeres viejas; muchas de las ceramistas son viudas que han hecho de ella su forma principal de vida y de la cual derivan la totalidad o, al menos, una parte substancial de sus ingresos. En el Chamí y, sobre todo, en los lugares de contacto, donde la economía y la organización indígena están muy descompuestas, esta circunstancia es muy notoria, alentada, además, por la existencia del más amplio y estable mercado que los consumidores blancos de la cerámica indígena ofrecen.
Pero igualmente se encontraron hombres que trabajan o afirman trabajar la arcilla, sin que ello sea considerado anómalo ni por ellos mismos ni por otros indígenas.
En el río Claro, un afluente del Garrapatas, un hombre, su esposa de más edad y la mamá de su esposa más joven trabajan todos este “trabajo de culebra” y sus productos son utilizados en más de la mitad de la región. Son ellos también quienes elaboran muchos de los chokó con “carita”; para el que se vio hacer, las dos esposas colaboraron entre sí para la hechura del cántaro, pero fue el hombre quien aplicó, encerrado en la pieza, a la una de la mañana y a la luz de una vela, la figura antropomorfa.
En el San Juan, es un hombre anciano el creador del chokó con figura zoomorfa de ibí ya mencionado. Este anciano es muy tradicional y habla escasamente el castellano.
Cerca, se halló a otro hombre, viudo, que habita únicamente con un hijo soltero; es conocedor, según contó, de la técnica de la alfarería. Agregó que hace mucho tiempo que no trabaja porque la tierra no se consigue cerca. Tampoco se encontró ninguna casa en donde se utilizara un cántaro que fuera obra suya, ni siquiera en la de él mismo. Este indígena también teje collares de chaquira con dibujos complejos y ciertos tipos de canastos, una y otra actividad consideradas, ellas sí, como tradicionalmente femeninas.
De todos modos, aún en los casos de las alfareras, los hombres participan con mucha frecuencia en la recolección de la tierra y en el proceso de quemado, siendo consultados a veces sobre el tamaño de la vasija, o sobre el momento adecuado para hacerla o para quemarla, o respecto de la consistencia de la arcilla y otros asuntos relacionados con el trabajo de ella; este hecho es notable sobre todo en el caso de alfareras casadas, cuyos esposos tienen una participación importante.
En el caso de las viudas, sus hijos y hermanos intervienen en forma ocasional. No se conoció ningún caso de ceramistas solteras, aunque algunas muchachas en edad casadera están aprendiendo este trabajo con sus madres o abuelas.
Las hijas y/o hijos pequeños pueden intervenir para ayudar a su madre en algunas de las etapas del trabajo. Ayudan a extraer y cargar la tierra y a cortar, traer y rajar la leña del quemado. Las niñas pueden colaborar en el machacado y molido del iuru, y también en el trabajo de alisar y pulir, especialmente si se trata de vasijas ya secas al sol y con pepa de birú. Todas las mujeres de la casa se acercan, en algún momento, a presenciar una etapa del trabajo y a comentar con la ceramista; lo mismo, emiten opiniones sobre los resultados de su obra.
En algunas casas pareció que la atención que se dio a la cerámica, sobre todo al hacer encargos para la fabricación de vasijas, despertó el interés de los hombres, muchachos especialmente, por el trabajo de las mujeres, y también ellos observaron y opinaron. Las circunstancias en que esto se dio inducen a creer que no es lo que ocurre comúnmente.
En relación con la cestería, la alfarería es más marcadamente femenina; desde el punto de vista de la edad, la última corresponde a personas más viejas.
Es la norma que los objetos de barro sean usados por las mujeres, pero ocurre también que los chokó sean manejados por hombres, especialmente si se trata de jaibanás que fuertean en ellos la chicha de los jais que van a servir a estos en sus trabajos.
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