Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
GUAMBIANOS: HIJOS DEL AROIRIS Y DEL AGUA
 

UNA HISTORIA DE LUCHA > ENROLLAR Y DESENROLLAR EL TERRITORIO > Hay que recuperarlo todo para tener todo completo

Cuando se inició la lucha, la estrategia de la recuperación tenía en cuenta nuestra visión del territorio y apuntaba a “tener el territorio todo completo”. En nuestra economía vertical, “todo completo” quiere decir el acceso a todos los niveles o pisos térmicos que reconocemos, junto con sus productos específicos. La invasión terrateniente nos había arrebatado los pisos bajos y cálidos y, con ellos, la posibilidad de producir maíz y trigo, así como el lugar de refugio durante la época brava, cuando el páramo no deja vivir en las tierra altas.

Por ello, una vez recuperadas, las tierras de Santiago se cubrieron centímetro a centímetro de sembrados de maíz y trigo y de trabajaderos —que hoy son casas— en donde la gente de Pueblito, Campana, Ñimbe y Piendamú Arriba se viene a vivir durante los meses de la “época brava”, entre junio y septiembre, para regresar a sus veredas con la llegada de las primeras lluvias.


Foto 56: Vista panorámica de Santiago hacia Pilarauto


Pero no sólo era necesario recuperar la tierra del maíz y el trigo, kurak yu, pues la parte alta, que había quedado en manos de nuestra gente era solamente la tierra de la papa, el ullucu y la cebolla, kausro, además de las sabanas del páramo, korrak yu. También había que reunir de nuevo lo masculino con lo femenino.

Las tierras al sur del río Piendamú, aquellas que se habían apoderado los terratenientes, son hembra, sitio de los planes de las cacicas, como mama Manela Caramaya y Teresita de la Estrella; las del norte, las que quedaban en manos de los comuneros del resguardo, son macho, lugar de los caciques, como Kalampás y José Ignacio Tumpé. La usurpación las había separado, rompiendo el el par, y disolviendo el tom, la articulación que el río Piendamú establecía entre los dos sectores. Al contrario, el río se había hecho elemento de división, de separación, que desvertebraba el espacio ocupado y, por lo tanto, a muestra sociedad; los terrajeros quedaron ubicados y encerrados en lo femenino, los comuneros se vieron ocupando y constreñidos en lo masculino. Los terratenientes controlaban los puentes que permitían pasar de un lado a otro, puentes con puertas y llaves manejadas por celadores a la orden del patrón. La importancia substancial de recuperar esta capacidad de ir y venir entre ambos lados del territorio se expresa en la manera como muchos mayores se refieren a las recuperaciones, las llaman “pasar el río”.

La invasión terrateniente trajo otra ruptura: ruptura entre el río macho, el Marapi o Cacique, y el río hembra, el Piendamú, el agua grande, Nupi. El lugar de su conjunción, la desembocadura del uno en el otro, se encontraba en manos de los terratenientes de la hacienda, allí cerca estaba el puente que daba acceso a la casa de San Fernando.


Foto 57: Desembocadura del río Cacique en el Piendamú


Este lugar de unión de los dos ríos lo pensamos como piutsok. Llamamos tsop la punta de tierra que queda entre los ellos. Todo el conjunto lo vemos como utik, la “horqueta”. La punta en el extremo de la horqueta es tsop, el sitio en donde se unen varias ramas.


Gráfico 21: Utik


Utik también está relacionado con el telar de tejer chumbe, con el sitio de Utikkullipi, con diversas historias de antes, con cruceros de caminos y otros elementos y circunstancias que contribuyen a definir su campo de sentido. Esto hay que pensarlo muy profundo. Cuando una hija soltera se va de su casa y después regresa llevando un hijo cargado en la espalda, el papá y la mamá le dicen utikmisha arrinkon, que se fue por un ramal de la horqueta y regresó por el otro. Se fue sola y se ramificó. Es claro que este ir por un lado, llegar al extremo y regresar por el otro tiene un sentido generador, procreador.

Recordemos que lo mismo pasa con la mazorca de maíz ellusr, que tiene varias tusas en una sola y se considera como la madre del maíz, base de la abundancia de las cosechas cuando se desgrana y se siembra mezclada con las otras semillas. También es utik, está ramificada y genera más maíz, al hacer que las matas carguen muchas mazorcas y que éstas estén colmadas de granos gruesos. Pero también tiene un efecto generador desde otro punto de vista, pues si la consume una sola persona, tendrá mellizos.

En este contexto se piensa la boca del río Marapi en el Piendamú. El recorrido de ambos ríos, siguiendo por uno de ellos hasta su conjunción y devolviendo por el otro, tiene igualmente un significado de procreación. Allí, el río macho desemboca y penetra en el río hembra, por eso se dice que el río Cacique es el maroppi, el engendrador. Los mayores hablan diciendo que el río Cacique era un agua muy brava a la cual no había que arrimarse; cuando las mujeres se acercaban con el papo producido por la menstruación, el parto o el contacto con un muerto, las dejaba embarazadas.

El río Piendamú y el río Cacique forman un par porque corresponden a una cacica y a un cacique, respectivamente. No hay otros ríos que constituyan un par; los otros son hijos e hijas.

Se puede pensar que allí, en la horqueta que forman ambos ríos principales, se engendra la vida de nuestra sociedad, allí resulta dotada de la vitalidad capaz de reproducirla, de multiplicarla. Allí también, nuestro territorio cobra vida por la unión de las dos partes y, con ella, la capacidad de dar vida a nuestro pueblo. Es claro que la pérdida de control de ese espacio tuvo que afectar de manera grave nuestras posibilidades de reproducción en el Teníamos, pues, que recuperarlo para poder transitar por él con libertad, recorriendo su utik, su horqueta.

Cuando los españoles nos invadieron y, luego, con el correr del tiempo los siguieron otros blancos, nos vimos obligados a desplazarnos aguas arriba de los ríos, hacia las cabeceras, abandonando los valles planos y más cálidos, nuestra mejores tierras.

En nuestro pensamiento guambiano, la dirección que va desde las fuentes de los ríos hacia su desembocadura tiene una connotación generadora de humanidad, “civilizadora”, creadora de cultura. Los niños del agua bajan en las crecientes de los ríos y los mayores los rescatan al llegar a las partes bajas, para dar origen a los guambianos mismos y a nuestra cultura. En el mismo sentido bajan los caciques del agua, quienes, una vez son rescatados, van a originar la autoridad, a enseñar a elaborar todos los objetos de cultura material y a indicar su empleo para la producción de la vida de los namuy misak, como ocurrió con Teresita de la Estrella, que traía todos los objetos en oro, telares de oro, palas de oro, todo. Cuando creció, con esa muestra ella comenzó a enseñar a la gente cómo se fabricaban los productos y cómo se usaban para hacer los trabajos propios.

La dirección contraria, aquella en que tuvimos que movernos como consecuencia de la invasión, de abajo hacia arriba, hacia las cabeceras, tiene un sentido de pérdida de civilización, deculturador y, en cierta medida, ajeno, aunque nuestra vida y nuestra historia requieren de la complementariedad de ambos movimientos para poder existir. La amputación territorial a la que fuimos sometidos nos colocó, pues, en una situación de “ser incompletos”. Había que recuperar la dirección de arriba abajo, aquella que enlaza, a partir de las lagunas, a las gentes y las tierras altas con aquellas de abajo, a los kausroelo con los wampisreelo.

En esta dirección se orientó la recuperación. Ocupamos las haciendas de acuerdo con ella: subimos hasta alcanzar las partes más altas, cercanas al páramo y vecinas a la laguna, y luego descendimos hasta llegar a las partes más bajas, en las riberas del río Piendamú, no sólo para dejar una vía de escape para que los terratenientes pudieran salir y sacar sus ganados a medida que avanzábamos, sino bajar y recuperar la “civilización” y la cultura completas, para poder manejar otra vez ambas direcciones. Repetimos, así, el camino marcado tantos años adelante por Manuel Quintín Lame, el indio que bajó de las montañas al valle de la “civilización”.8

Así se pudo crear una política propia en las recuperaciones, distinta de aquella que quería obligar el Incora y de aquella que quería mandar el Cric. Uno de nuestros exgobernadores, el taita Ricardo Tunubalá, sabe que es así; por eso habla que: “Esta es una política propia que pensamos en nuestra mente propia para que nos reconozcan en cualquier parte”.

En la actualidad, la posibilidad de recuperar otras tierras mediante “la lucha” y en cercanías del Resguardo es escasa, pues ya se está entrando en contacto con los resguardos vecinos. Para afrontar la situación, cada vez más guambianos están saliendo a buscar tierra en otros lugares, por lo general ubicados en el pachiku, en lo más caliente, en municipios como Morales, Buenos Aires, Santander de Quilichao, Piendamó y otros. Viven allí y cultivan productos de ese piso térmico, con el café como uno de los principales pilares de su actividad agrícola.

Pero esta migración no constituye una ruptura de los que salen con respecto al núcleo de nuestra sociedad que permanece en el resguardo. Al contrario, el contacto y los intercambios son permanentes. Los distintos productos de cada medio van y vienen, lo propio ocurre con la mano de obra, que se moviliza siguiendo los ciclos de los diversos cultivos, las visitas menudean y lo propio ocurre con los matrimonios entre gentes del Resguardo y de fuera de él. Este alejamiento no rompe el hilo, al contrario, amplía el tamaño del capullo, la dimensión de la gran casa guambiana. En varios de los nuevos lugares de asentamiento, los guambianos se han organizado y nombrado Cabildos que mantienen estrecha relación con el nuestro de Guambía.

En estas condiciones, la emigración se constituye en una forma de recuperar tierras y productos de lo caliente, de los cuales fuimos despojados desde épocas tempranas de la ocupación española. Se trata de una vuelta al Valle de Pubenza, de un restablecernos sobre los antiguos límites ancestrales del territorio de los primeros caciques.

Con toda esta historia de lucha, podemos afirmar que el movimiento indígena no lo hemos encontrado escrito en ninguna parte, sino que lo hemos construido nosotros mismos. Porque la historia del indio es una historia verbal. Podemos construir una política propia sacada de la cuna del cerebro indígena. En las más altas montañas, en la más humilde choza, el indígena puede filosofar y crear su pensamiento.9


 
 
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