Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
GUAMBIANOS: HIJOS DEL AROIRIS Y DEL AGUA
 

UNA HISTORIA DE LUCHA > ENROLLAR Y DESENROLLAR EL TERRITORIO > Así se apoderaron los terratenientes de Chimán y se fue perdiendo la tierra propia

Benilda Morales, antigua terrajera de Chimán y que ahora vive en el municipio de Morales, narra la historia de cómo los terratenientes se fueron apropiando en forma ilegal de las mejores tierras del resguardo, hasta conformar las grandes haciendas y encerrar en ellas a una gran parte de nuestra gente, los terrajeros, para ponerla a trabajar para ellos en forma gratuita:
El camino antiguo para bajar del Kausro a Silvia era por aquí arriba de Santiago. No había puentes. En el río, antes de que se construyera el puente del terrateniente Rafael Concha, había pasadero de caballos por donde hoy es el Hotel de Turismo en Silvia. Mi familia quedó de terrazgueros de Concha, quien hizo el puente y el Molino El Carmen para moler la harina; era movido por agua. Recogían trigo de toda la gente de nosotros, lo molían y lo compraban y vendían Harina El Carmen. El 16 de julio era el día de la Virgen, había buena comida de fiesta, daban bayeta y calzoncillos para que dijéramos que era buen patrón. El molino lo manejaba Antonio Velasco, un blanco.

Después, trajeron unos burros y un ganado de los Estados Unidos y unos gringos que los cuidaran encorralados, porque la gente de aquí no los sabía manejar; les daban de comer tamo de trigo revuelto con pasto. Todos los días los sacaban a pasear un rato para que se asolearan.

Decayó el negocio y se abandonó el molino. El Antonio cogió la estatua de la Virgen y se la llevó a su casa. La tercera generación todavía la tiene. Vendieron una parte de la finca a Juan Ruiz y otra a un nuevo dueño. El nuevo patrón fue desalojando. Mandó al mayordomo Jesús María a que sacara a la gente. Decía que si no se van ligero, venimos a desbaratar la casa. El terrateniente era Mario Córdoba, de Palmira, que vendió a los Mosquera.

Los blancos entraban y arrendaban el pasto en veinte centavos; y después de entrar tres veces, se robaron la tierra y llegaron hasta acá arriba. A las tres veces quitaron hasta los planes de la casa de Juan Tama y toda la gente comentaba.
Josefina Muelas, que ahora vive en Cacique, también recuerda la historia que sufrieron ella y su familia en las tierras de las haciendas; sabe cómo, con nuestro trabajo, se hicieron las grandes fincas, no sólo las de por aquí, sino también las de otras partes del Valle del Cauca, y puede hablar sobre ello:
Mi papá nació en el punto Srurrapú, caracol, asomando hacia la vereda de Tapias. Allí vivían mis papás y el tío Salvador. Hasta hoy están los planes de la casa de ellos. Los patrones comenzaron a sacar a la gente. Algunos tenían unos pedazos de tierra y arrendaban el pasto, cambiando por remesa o por ropa; recibían una libra de sal o una panelita. Y los blancos pastaban allí sus caballos.

Después, los blancos dijeron que eran terrenos comprados y nos fueron echando para arriba. Para no dejarlos avanzar, los guambianos hacían chambas hondísimas. Y los blancos las tapaban y seguían y seguían.

Y así avanzaron y a mi papá le tocó irse al Skowampi. Y hasta allá llegaron los blancos y le tocó arrinconarse hacia el lado que ahora dicen Ambaló, derribando monte y haciendo limpiezas grandes. Y allá también subieron los blancos y lo sacaron y tuvo que irse al lado de Malvazá, a una hacienda que llaman Lomitas, y tumbó monte para cultivar papa. Daba muy buena papa por ser tierra nueva. Y allí también los blancos comenzaron a joder y lo sacaron con unas vacas y un caballito que tenía. De allí tuvo que pasar más arriba, donde un Sebastián Niquinaz. Allí murió y lo trajeron para enterrarlo en Silvia.

Así fue como los terratenientes sacaron a todo el mundo de Chimán. Unos se fueron a lo caliente, otros para Malvazá, otros para lo que eran los distintos puntos de Guambía. El desalojo se hizo quemando las casas y destruyendo los sembrados de papa, trigo y maíz, metiéndoles los caballos y las vacas de los terratenientes. A los animales de la gente los sacaban afuera, a la calle, a que se perdieran o a que los metieran al coso para cobrar las multas; el que no pagaba, perdía los animales. Y a todos nos amenazaban con matarnos. Todo lo recuperado desde el 80 había sido desde antes tierra de los guambianos y no de los terratenientes.

Para levantar sus haciendas, los patrones daban a la gente pedazos de tierra para sembrar durante dos años, a los dos años había que entregar y se hacía potrero para el ganado; entonces daban otro pedazo para tumbar el monte y volver a sembrar durante dos años. Así fue como todo Chimán se volvió potreros.

Entonces ya no necesitaban a la gente para abrir las tierras y querían sacar a casi todo el mundo. Prohibieron sembrar y decían que ya no necesitaban crecer más las fincas, que ya era suficiente. Como no dejaban sembrar, tumbábamos monte y sembrábamos dos horas adentro de la montaña.

Cuando declararon resguardo en las sabanas de Animas, en el páramo, mi papá pidió un pedazo para los hijos. Decía que no quería que les tocara el desalojo, el desalojo como a él, que eso era terrible.

En 1963 vino un doctor Marco Aurelio Paz; junto con el gobernador Agustín Almendá5 cedieron tierras por todo el filo del páramo de Guaduilla. Era por el camino de los páez, pasando por la laguna de la cabecera del río Piendamó a llegar al punto de San Antonio y por la cabecera de Malvazá a Pozo Negro. Cae en la quebrada de Cofre y coge para abajo hasta la unión con la quebrada Aguabonita y sigue abajo al camino de timanaes, de los cazadores, y sube arriba a empatar. Un tal Anselmo vivía allí, en el punto Puerta de Llano, colindando con la finca de Víctor Chaux (un doctor que no sabía nada de doctoría, pero tenía corbata), en la cabecera de la finca de un tal señor Vallecilla. Después vuelve a caer al Cofre y sigue abajo. Este límite del Cofre con Aguabonita es el del 63. Se regresó para abrazar toda Aguabonita, hasta donde Anselmo Tombé.

Algunas partes eran pura montaña. El Cabildo llamaba a limpiar. Son tierras comunitarias. Ahora vive allí gente que no colabora, a las que el gobernador Mario dio adjudicación en el 84.

Los terratenientes Uribes iban saliendo cuando entraron los Conchas, rígidos con los terrajeros; los mandaban a trabajar a Restrepo, Valle, para abrir otras fincas que por allá estaban levantando los terratenientes. Iban a pie hasta Cumbre, Valle. De allí los llevaban en carro a la loma alta y de ahí a pie hasta Cali. Después estaba Suárez, hasta donde venía el tren del Pacífico. Al regresar, enfermos con las fiebres por el calor, algunos morían en Cali y Suárez o frente al Molino de Silvia. Otros llegaban a la casa otra vez y morían allí.
Taita Abelino Dagua, exgobernador del Cabildo, sabe que los terratenientes no fueron los únicos que usurparon partes considerables de nuestras tierras, sino también los habitantes del pueblo de Silvia. Por eso narra:

El pueblo de Silvia también se fue apoderando de grandes porciones del Resguardo. Al principio, Silvia llegaba hasta la casa de un señor Miguel Ángel. Después, los blancos pidieron al cacique Kalampas que diera tierras hasta Puente Piedra, por donde hoy es la salida del pueblo; de ahí llegaron al Belén y luego al Molino.6 Esa es la primera invasión.

“La segunda es la del lote de la Iglesia. El Cabildo cedió ese cerro que hay abajo de la balastrera, en donde están las fincas de los caleños; allí llamaba a la gente a que saliera a mingar para sembrar trigo para el padre. Un día, uno de los párrocos lo vendió en silencio a un señor Esterling y se voló con la plata. Dicen que ya no es cura, sino que se casó y tiene hijos. Esterling se lo vendió a los caleños por pedazos. De allí subieron al Tablazo y de allí a Srualpi o Trekullí y al Molino.

La tercera invasión se vino para arribita, a la portada de hierro con cemento que hay en la balastrera, para darle al padre de donde sacar el material para construir la iglesia, y siguió para arriba hasta la quebrada Palo Taku y subió por el centro del Tablazo y la casa de Hernán Bolaños.

Luego subió a Pulopiu o Katsikualimpi, que es la nueva quitazón, y llegó hasta el pozo de sal en Tablazo, por la tierra de hacer ollas. En la última quedaron en el patio de la casa del compañero Ricardo, el alcalde.

Para quitarnos todo este territorio decían que nos ‘cedieron’ tierras en la sabana, desde Kampana a Boquerón; el que hizo todo esto fue un antropólogo, Jefe de Asuntos Indígenas, un tal Hernández de Alba. Los de Asuntos Indígenas fueron los que enseñaron a hacer mojones y linderos dentro de nuestro territorio; antes no sabíamos eso. Por eso la llaman División de Asuntos Indígenas, porque enseñan a dividir.
Otros mayores cuentan que algunos guambianos se contagiaron del ejemplo de los blancos y quisieron tener grandes extensiones de tierra de su sola propiedad. Poco a poco lo fueron logrando, con el respaldo del Cabildo, al que aprendieron a manejar a su manera, y así acabaron con el común de las sabanas.
Entre 1854 y 1860, los señores Fajardos de Popayán obtuvieron permiso para poner un molino y hacer mangas para caballerías; se quedaron con estas tierras y después las pasaron a José Antonio Concha. En Chimán, los terratenientes Domingo Medina, José Antonio y Bárbara Concha y Apolinar Ponce daban muy malos tratos a los guambianos.

No había tierras para el Cabildo. Los exgobernadores y exalcaldes hicieron peleas por las tierras de Aguabonita y dejaron cansada a la gente. Le recogían desde un centavo hasta cincuenta centavos para colaborar en esa pelea. Era contra Demetrio Vaca, que quería quedarse con todas las planadas desde Totoró hasta Aguabonita. Y el Cabildo tenía que ir a Popayán, a Bogotá, a Silvia. Y fracasó.

“Cuando iba a ir a alguna parte avisaba y la gente ayudaba dando de veinte pesos a un centavo. Pero el que daba de a veinte pesos no era por hacer una contribución, sino para coger un punto de vista de la tierra. Decían al gobernador y a los alcaldes: tengan esto para ver si les sirve o no para tomar una chichita para el camino. Y les preguntaban qué día van a volver y los esperaban en Silvia ese día, parados en la esquina de Susana de Hurtado, porque allá era la parada del gobernador.

Cuando llegaba, saludaban y lo invitaban a tomar una copita de chicha y lo llevaban al estanco y le daban dos o tres tragos dobles y le pedían una posesión en la sabana, una adjudicación. Y decían: cuando vuelva a ir, vamos a ayudarle como usted diga. Era como comprando tierra y el Cabildo como vendiendo la tierra de la gente de nosotros, las sabanas del común. Lo de la sabana de Aguabonita fue por ahí en 1940 ó 42.

Con este motivo de la adjudicación particular de las tierras de la sabana, la cría de ovejas en el Resguardo comenzó a terminarse. Hace unos 10 años, con la entrada de los carros lecheros comprando la leche de vaca, la gente dejó de criar las últimas ovejas para dedicar los escasos pastos al ganado vacuno.
Según el payanés Jesús María Otero,7 casado con una silviana, en una escritura de la Notaría Primera de Popayán, con fecha de radicación del 31 de julio de 1851, folios 136-155, consta que “Mariano Mosquera tiene por suyas unas tierras que tienen por lindero el Cerro Mogotes y el río Tapio, que cae al de Silvia (Piendamó) en el Valle de Guambía” (el subrayado es nuestro). Estas son las tierras del Chimán, las mismas que el rey dio en encomienda a Francisco de Belalcázar el 23 de octubre de 1562. ¿Cómo llegó Mosquera a tenerlas en su poder y a considerarlas como suyas, si, como es sabido, las encomiendas no daban a los encomenderos propiedad sobre las tierras de los indios?

El mismo Otero indica el procedimiento que los blancos siguieron para “crear” tal propiedad. En la quinta generación de la familia Belalcázar se extinguió la línea de varón. Entonces, en 1752-1753, José Fernández Belalcázar, arcediano de la catedral de Popayán e hijo de Agustín Fernández Belalcázar, aprovechando su situación de prevalencia, hizo a Santiago Fajardo de Belalcázar un mayorazgo de la hacienda de Guambía —cuyo registro existe en la misma Notaría de Popayán. De éste pasó a su hijo Matías y de éste al suyo, Manuel Ventura. Con la independencia, la República canceló el mayorazgo sobre la hacienda y ésta pasó a manos de Juana Fajardo, quien se casó con Mariano Mosquera.

Sin embargo, toda esta tierra al sur del río Piendamú, hasta el río Molino, siempre ha pertenecido a nuestro resguardo. Por eso, desde antes de 1840, los gobernadores de las parcialidades de Guambía, Ambaló y Quisgó, a la cabeza de sus gentes, construyeron el Molino del Santísimo, con la finalidad de ayudarse para pagar los diezmos que la iglesia les obligaba a entregar para la salvación de sus almas. Por eso, nuestros mayores hablan de este molino llamándolo Santo Harina.

Lo usaban gentes venidas de muchos lugares de la región y obtuvieron permiso del Cabildo para pastar sus animales en las tierras del Resguardo. Cada día traían más animales, de silla y de carga, y ocupaban una mayor extensión de terreno. El día menos pensado, como había hecho Mariano, se consideraron dueños y se dedicaron a explotar estas tierras como suyas. Los guambianos se opusieron, reclamaron sus tierras y así empezó esta nueva pelea con los blancos.

En 1851, Mariano vendió a José Antonio Concha, venido de Buga. Rafael A. Concha recibió la tierra años más tarde y en ella levantó el Molino El Carmen en el mismo sitio en que estaba el molino de los guambianos. La construcción se terminó, con su propia planta de luz, en 1915.

A medida que los terratenientes se iban apoderando de la tierra, muchos de nuestros anteriores, que habían vivido allí desde mucho tiempo adelante, tuvieron que salir, expulsados y amenazados; otros quedaron en ella, atados a la misma por los lazos del terraje, pagando en trabajo el derecho de ocupar mínimas parcelas en sus propias tierras, vendidos de dueño en dueño junto con ellas. Algunos creen que el pago del terraje en Chimán pudo comenzar hacia 1882.


 
 
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