Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
GUAMBIANOS: HIJOS DEL AROIRIS Y DEL AGUA
 

UNA HISTORIA DE LUCHA > LO QUE NO ENTENDIÓ JOSÉ GREGORIO PALECHOR, DIRIGENTE DEL CRIC

“Los pastos de las haciendas eran sagrados,
era delito tocarlos”.

Taita Lorenzo Muelas,
exterrajero, exconstituyente

LO QUE NO ENTENDIÓ JOSÉ GREGORIO PALECHOR, DIRIGENTE DEL CRIC

En nuestro pensamiento guambiano toda la vida está ligada a una delicada y substancial relación entre lo pishi, lo frío, y lo pachi, lo caliente, con la determinación del primero de estos principios sobre el otro. Todo lo que está relacionado con Pishimisak, el sol, la luna, el agua, la noche, es frío. El cuerpo humano, en especial la sangre, está relacionado con lo caliente. Para que el cuerpo esté sano debe estar chishshik, ni frío ni caliente, en equilibrio entre lo frío y lo caliente; cuando está en este estado, el cuerpo tiene fuerza, es resistente a la influencia de los elementos fríos y calientes del medio, sobre todo a las plantas. La acción de un exceso de frío o de calor sobre el organismo lo trastorna y lo enferma. Cuando eso ocurre, es necesario llamar a los sabios tradicionales para que trabajen1 en restablecer las condiciones “normales” de vida.

La importancia de la acción de lo frío y lo caliente sobre la vida guambiana se muestra en las formas como se dan los saludos entre nosotros. Por eso, el saludo de los anteriores era una enseñanza y se hacía según si había aguacero o páramo y estaba haciendo frío o si, al contrario, había sol y hacía calor; también se tenían en cuenta el momento del día y la situación de las personas.

Si el día amanecía con sol, los mayores saludaban diciendo: taprrikualman, que va a hacer buen día con sol. Y se contestaba: trerritokualman, buenos días. Otro saludo, cuando se tenían las mismas circunstancias, era: kuratorrikualman, que hizo sol. Y se respondía: trerritoweykualman, como ayer fue buenísimo, hoy también. Esta última forma se empleaba cuando había más sol y más calor todavía. Estos eran los saludos para la mañana y se utilizaban hasta las 12 del día.

Si era por ahí de las tres de la tarde en adelante, se decía: kuratorrimawan, que atardeció bien. Y se respondía diciendo: trorrimawan, que sí atardeció bien bueno.

Cuando hacía frío en las mañanas, los anteriores saludaban: kuatrompotikkualman, que amaneció lloviendo con páramo y viento. Y se respondía: chimatrekkualman, que así amaneció. El que saludaba decía una razón y quien contestaba le daba aprobación. En realidad, los mayores de antigua hacían una admiración, que quería decir que saludaban como con paciencia, con mucho amor; para ello prolongaban la o y decían así: chimatrek-o-o-kualman. Los de Chimán y Mishampi eran los que hablaban así; los de Cacique saludaban distinto. Pero desde el 80, con la organización, como entraron a recuperar todos juntos, eso cambió y quedaron todos con una sola voz.

Ya al atardecer, saludaban kamenrrakaikkolimawan, que fue un día de un frío y lluvia tremendos, un día muy malo. Y se contestaba: chimarroteweymawan, desde esta mañana amaneció bien frío y así atardeció.

Hoy se usan unos saludos muy nuevos, aunque casi todos los mayores siguen saludando como antes. Los jóvenes, si es buen día, dicen por la mañana: pachitokon o pachitokualman, que está haciendo calor. Y responden: trontan o tronkon, así es. Por la tarde dicen: pachitomawan, que atardeció con sol. Y dan la misma respuesta: trontan o tronkon. O, ya en la tarde, dicen: yantomawan o yantoyomkon, que es el mismo saludo y quiere decir que ya es tarde; se dice después de las 3 y se responde como los anteriores.

Si es un mal día, muy frío, dicen; pishitokon, que está haciendo frío; y responden trontan o tronkon, así es.

Tanto pishitokon como pachitokon se pueden decir a cualquier hora del día, en la mañana, al mediodía o por la tarde, por ahí hasta las 5. El calor o el frío que uno siente es el criterio para saber cuál de ellos hay que usar. Si una persona está parada en un sitio con bastante frío y yo paso corriendo bien acalorado, le digo pachitokon, y él, aunque está con frío, me dice trontan. Cuando se saluda, se dice lo que uno siente.

Esta incidencia es así para las personas, pero también es cierta para el conjunto de la sociedad, de la vida social.

Esto es así para las personas, pero también es cierto para el conjunto de la comunidad y de la vida social.

Los guambianos somos hijos de Pishimisak. Este ser de las tierras altas y frías, de las sabanas del páramo, es a la vez él y ella. Y es el dueño de todo. En la traducción actual al castellano, los jóvenes han pensado que pishidebe comprenderse únicamente como frío y que, por lo tanto, Pishimisakquiere decir gente de lo frío, ser de lo frío. Si recurrimos a los mayores, se ve que esta traducción recoge apenas una pequeña parte del sentido y sólo retoma la significación más simple y más directa del concepto de pishi. En la discusión que adelantamos los guambianos en el proceso de recuperación de nuestra historia, los mayores han hablado para indicar que pishi tiene un contenido muy grande y abarca muchas cosas, pero que sobre todo hay que tener en cuenta su sentido de tranquilidad, de calma, de paz, de frescura, de que las cosas están como deben ser, van en la dirección correcta y no hay problemas.

El papel de los sabios tradicionales, de las autoridades y de los mayores es el de mantener este bienestar social, esta calma, esta situación de tranquilidad. Y el de todos los guambianos es hacer las cosas como deben hacerse para que la estabilidad no se rompa y todo esté en paz, bien, sin conflictos, de acuerdo con el máyaelo, el lata-lata, el linchap. Por eso, cuando en una zona de alcalde todo está sin problemas, la autoridad del Cabildo no se nota, parece que no existiera, el alcalde y los alguaciles están tranquilos; si aparece algún conflicto, el Cabildo viene con el consejo para intervenir en restablecer la calma, el equilibrio y hacer que la vida de los guambianos esté en paz.

Así es el agua de las lagunas, de donde proviene la vida. Cuando todo está bien, las lagunas están tranquilas, su superficie en calma, nada agita sus aguas, que brillan tersas como espejos. Si algo va mal, cuando alguien causa problemas, cuando no se cumplen las prescripciones, si algunos recorren el páramo con el papo o sin tener en cuenta las acciones necesarias para hacerlo en paz, la laguna se enoja y se pone brava, sus aguas se encrespan, la nube baja y envuelve todo, páramo viene con fuerza y golpea inclemente, viento ataca con violencia y rayo deja oír su grito. Pishimisak se ha enojado y es necesario hacer refresco, refrescar con kasrak, la alegría de Pishimisak —una planta del páramo—, para restablecer la calma.

Los guambianos somos gente pishi, gente de paz, frescos y tranquilos. Por eso, antes del inicio de la lucha de recuperación, muchos nos interpretaron mal y nos acusaron de ser vendidos, aliados de los terratenientes, los curas y los politiqueros, de no haber luchado jamás. No entendían nuestro verdadero carácter, nuestra frescura, pero tampoco nuestra necesidad de restablecer las condiciones de estabilidad social y personal, aquellas que permiten que las cosas sean como deben ser.

Cuando fuimos a la lucha, todos se sorprendieron de su tenacidad, de su vigor y de su fuerza, de nuestra decisión de llevarla hasta su conclusión a como diera lugar; de vernos enojados y bravos, como páramo, como las lagunas, como Pishimisak; de darse cuenta que luchábamos con encono, sin ceder, hasta ganar. A tal punto que algunos observadores de afuera concluyeron que “ser guambiano es ser luchador”.

Aún recordamos la intervención de José Gregorio Palechor, dirigente del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) en la Primera Asamblea del Pueblo Guambiano en 1980, cuando expresamos nuestra voluntad de luchar para recuperar las haciendas arrebatadas por los grandes terratenientes. Recogiendo la antigua y difundida mentira, Palechor habló de cómo los guambianos nunca habíamos luchado y, alzando su jigra con la mano derecha, manifestó su convencimiento de que “los guambianos nunca lograrán recuperar ni una sola jigradita de tierra”.

Al contrario, los guambianos hemos luchado de mucho tiempo adelante, como lo muestran las luchas de los caciques Payán y Calampás contra los españoles, y la historia de Santiago.

DOMINGO MEDINA PAGÓ LAS QUE DEBÍA Y RENACIÓ SANTIAGO

Los Conchas, que se habían apoderado de las tierras del Chimán, como contaremos después, se endeudaron y vendieron parte de la hacienda, hasta Aguablanca. Después vendieron todo a Domingo Medina de Bárbara Concha. Este entró como ayudante en la hacienda y se casó con ella, con la hija del terrateniente.

Era más rígido con los terrajeros; los trabajos iban de siete a once de la mañana y de doce a cuatro por la tarde, dos días a la semana. No dejaba sacar madera, ellos aserraban tablas y las sacaban a Cali y Popayán y las vendían y no daban nada a los nativos, que eran los dueños de los montes.

Domingo Medina no dejaba pasar a la gente a las tierras de la hacienda a buscar chamizas. Cuando alguno entraba, le echaban los perros y le quitaban el sombrero, le tiraban piedras, lo enlazaban y echaban al agua. Y hacían tiros. Patrón Medina era demasiado pícaro; así trató a los terrajeros.

La gente comenzó a pensar en recuperar sin saber qué era recuperar, pero sintiendo duro contra los dueños. Lucharon pero no pudieron recuperar; sólo un pedacito de las tierras de más arriba para sus siembras y animales, y el patrón manejó más fuerte en el terraje, de siete de la mañana a cuatro de la tarde. Cada día seguía tratando con más fuerza.

Por mal manejo con los terrajeros, lo mataron. Fueron Santiago, un mayor, y Manuel, un menor.
Medina venía de la hacienda de San Fernando a pasar una portada en la quebrada de Champí. Aquí había un árbol. Le taparon el camino de la portada con piedras, Medina se bajó a apartar las piedras y, cuando se agachó a quitarlas, desde el árbol le lanzaron un palo grueso con punta y lo atravesaron, lo mataron. Le pasó la cintura y botó el chorro de sangre lejos. Como era gordo, botaba mucha sangre. Santiago y Manuel, que era menor de edad, lo echaron al agua y allí quedó.


Foto 55: Aquí cayó Domingo Medina


El agua se pintó con la sangre y lo encontraron. Taita Santiago huyó lejos una semana. Los mismos guambianos avisaron y los cogieron, los llevaron a Silvia y los emborracharon con los ojos vendados.

Otros dicen que el terrateniente todavía estaba vivo y llamaron médico y jueces y él mismo reconoció a los culpables. Citaron a la gente: que no falte nadie, porque a los dos ha conocido.

A las tres semanas de citar, Santiago y Manuel se escondieron en una alta peña del páramo, en cuatro piedras grandes en un alto. La gente tenía que ir a presentar, les preguntaban que dónde estaban los dos guambianos. Y la gente avisó, los mismos guambianos, y los cogieron. Y publicaron en Silvia a los jueces municipales, que alistaran los policías para ir a coger a los dos guambianos. Y los capitanes guambianos ayudaron a citar a la gente. Y el Cabildo ayudó a citar a toda la gente en Silvia.

Citaron a los guambianos y a los blancos de Popayán para demostrar que a un gran hombre no lo podían matar. Y los fusilaron.

Cogieron a los dos guambianos y los bajaron para matarlos. Santiago iba amarrado de las manos y con los ojos tapados con un pañolón rojo. Antes de matarlo, los jueces decían que no pueden hacer más así, si siguen haciendo estas cosas, los seguirán matando. Los jueces dieron la orden que los maten. Y soltaron dos tiros: uno en el pecho y otro en la espalda. Pero, antes, Santiago hacía seña de que lo mataran ligero; antes de morir, levantó la cabeza y quedó doblado.

Al morir, los jueces dijeron que no pueden seguir matando a los señores. Y los guambianos, hombres y mujeres, allí, oyendo. El padre hizo misa y allí dijo que los que lo mataron quedaron condenados. Después, en esos tiempos, los arzobispos y los párrocos hacían misas, diciendo que no hagan daño a los señores grandes que es un pecado criminal. Durante más de seis meses haciendo misas y ceremonias. Y en Popayán mismo celebraban la misa para advertir.
Medina era el yerno de Luis Campo, el primer dueño. Los mayores decían que Eloy Campo era muy bueno, que regalaba la leche y la leña. Emilio Campo vino y se descubrió que había hecho un título falso. Eloy no hacía los regalos por bueno, detrás de la leña y la leche hizo un título. No era por bueno, entró minando por debajo. Con este título, Emilio vendió a Ernesto González Caicedo. El Cabildo le dio un permiso para hacer un camino para pasar un carrito y con ese permiso hizo un título y el Cabildo tuvo que pelear para recuperar allá.

Del río para allá, los comuneros, así sean muy pobres, nunca han sufrido como los terrajeros. Cuando se recuperó la finca, hubo que bautizarla y la llamamos con el nombre de Santiago.

RECUPERACIÓN DE LAS MERCEDES, HOY SANTIAGO

Francisco Yalanda, un mayor de conocimiento, cuenta que un día la gente no pudo más y se decidió a recuperar, ya no por el sistema de intentar comprar las tierras a los terratenientes, sino “por la lucha”:
En la hacienda de cría de toros de lidia de las Mercedes, que hoy se llama Santiago, en la primera ocasión entramos a recuperar como 600 y estuvimos trabajando todo el día. Pero la mayoría eran puros muchachos. En las veredas, la gente decía que de pronto matan a los mayores, y la mamá decía que entonces no va a haber remesa, no va a haber trabajador, es mejor mandar a los muchachos porque ellos son los que necesitan tierras. Si los matan, los mayores van a quedar y va a haber más hijos, decía la gente; si matan a los mayores se va a perder la experiencia, ¿cómo vamos a recuperarla? Tanto sacrificio lo hicieron los más pequeños.

Como a las tres de la tarde llegó el hijo del terrateniente y dijo que venía a arreglar a las buenas. Y lo recibimos por brutos, por la ignorancia de uno. Dijo que hiciéramos la reunión allí donde estábamos picando, en el plan de la casa vieja y, en eso, nos acorralaron los policías subiendo por el filo, acercándose poco a poco, cercándonos. Cuando llegaron a veinte metros, dijeron que les damos dos minutos para salir. Se acercaron a diez metros y le dijeron al terrateniente que estaba con nosotros: sálgase, sálgase, que vamos a quemar. Ya estábamos en medio de la muerte, no pensábamos ni salir ni correr, sería la muerte que nos dejó aquí. Yo dije: por qué vienen a molestar aquí, estamos en nuestra tierra propia, ellos están mintiendo cuando dicen que son los dueños porque las eras no se han borrado todavía, todavía las eras están vivas, son de nuestros antepasados, la tierra no es de ustedes, las eras las han hecho nuestros abuelos y no se han borrado; están vivas.

Pero la gente no sabía que una lucha así es un sacrificio. Al otro día vino la tropa y nos corrieron con los fusiles hasta arriba. Con empujones, con golpes, con fusiles nos hicieron humillar; pero así, con humillación, la humillación se fue. Hoy trabajamos y vivimos en las tierras de las haciendas de esos que se decían los dueños.
Al oír la historia de Francisco, recordamos que un mayor se refirió un día a la recuperación de las tierras como “pisar terrateniente”. Y recordamos también que la noche en que se celebró la culminación de la toma de la hacienda, los guambianos bailamos en fila, recorriendo las tierra recuperadas como una gigantesca serpiente que iba detrás y al son de los músicos tradicionales, para que “la tierra conozca que otra vez somos los guambianos los que la pisamos, los que la ocupamos”.

Un día, vamos a Santiago a visitar a don Lino, un guambiano que fue mayordomo de la hacienda y que, a la hora de la recuperación, jugó un papel importante junto a nuestro pueblo. Ahora, don Lino vive en su propia casa, todavía en construcción. Al llegar, está repellando las paredes y poniendo barro al tumbado; comentamos en chiste que cuando termine no va a tener en donde sembrar pues se habrá gastado toda la tierra en su tarea. Riendo también, pero con verdad, responde que no será así, ya que él aún sigue recuperando. Y nos explica que los adobes para levantar su casa y el barro que ahora emplea están hechos con la tierra de las viejas paredes y los derrumbados techos de la casa de la hacienda, ahora en reparación para que nuestro pueblo guambiano la use como escenario para las grandes reuniones y para el museo-casa de la cultura. Nos parece que tiene razón y caemos en cuenta que don Lino está recuperando hasta el último grano de tierra guambiana de que se habían apoderado los terratenientes.


 
 
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