Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
GUAMBIANOS: HIJOS DEL AROIRIS Y DEL AGUA
 

KASRAK LINCHA (“TIEMPO DE ANDAR JUNTOS”) > AÑO NUEVO; POÑIK UREK; BAILE DE LA CHUCHA

AÑO NUEVO

Los mayores Esteban y Antonio Velasco y Manuel Jesús Tunubalá hablaron esta historia de los anteriores.
Cuando estaba para finalizar el año, hacían la figura de un mayor que ya iba a despedirse, lo montaban a caballo y lo llevaban a las casas. Le entregaban un papel escrito relacionado con la vereda.2 El caballo era el mismo muleto que llevaban todos los años y ya estaba enseñado a cualquier camino. Durante el año, lo tenían mangando por el camino real y nadie lo podía molestar. Unos dicen que se llamaba taitapuro, pero esa no es palabra de nosotros. En nuestra lengua se decía que era namuy kollikmisak chikopen korronarsapkon, que nuestro mayor nos va a dejar cualquier cosita. Al hombre decían tata y a la mujer shura.

El vestido del kollik era blanco, de lana de ovejo en la ruana; debajo le ponían otra ruana. No tenía zapatos y llevaba sombrero de caña y peinilla; le entregaba las herramientas de trabajo a los hijos mayores: a uno machete, a otro pala y a otro el hacha. El mayor usaba un chumbe atravesado sobre el pecho y en la silla llevaba un rejo de los de manejar ganado en las sabanas. A la mula le ponían rebozo rojo; como el kollik iba con ruana blanca, significaba como los novios. En una mochila guardaba los documentos y los que iban bailando se los pedían para leer.

Dicen que en ese papel el tata aconsejaba así: que en la tierra pueden trabajar iguales, que nadie venda, que no peleen ni pongan cercos, que trabajen en común; la familia agradecerá mis consejos; hay que visitar a los familiares siquiera una vez al mes y ayudarles con la mano de obra; y dar el saludo a todos. Hablaba para que no quemaran los montes, para que no mezquinaran el agua que es para todos, y decía que las cabeceras de las sabanas eran de todos y que, por eso, esa mulita había enmangado en las sabanas. Al tata le ponían el papel y parecía que estaba hablando, pero hablaban quienes lo llevaban.

El papel contaba por dónde era la tierra de este tata; en el de aquí, escribía que salía de Alto de Troches y subía con estas peñas, —lindando con Mishampi y las sabanas y colindando con Malvaza—, a Cofre y Altares, al ojo de agua de Santa Bárbara. Luego, colindando con Trescruces y por ahí con el filo abajo y terminaba en la escuela de Pueblito. Atravesaba el río grande, Nupi, y subía el filo de Pescado hasta Bujíos, bajaba por Kallimkulli, bajando al Achi, y subiendo por éste a llegar a Alto de Troches. Allí terminaba su tierra y era de cuenta de él; era la tierra de su familia. Decía que sus hijos siguieran así y no olvidaran lo que estaba hablando y así formaran a su familia.

Al tata o shura no lo quemaban sino que lo enterraban en un hueco. No era que quemaban el año viejo, como se hace ahora con la costumbre de los blancos, sino que enterraban al mayor. Cuando enterraban a alguien decían: wawa amrrap trapyu, que vamos a sembrar la arracacha; pilaio arrumpai, que al año quería regresar por el avío. No se hablaba de enterrar, sino que se decía que “vivía y vivía y seguía”. Esas ideas se fueron acabando y se quedaron olvidados estos consejos.

Las mojigangas llevaban una jigra y adentro una media de aguardiente vacía. Cuando les daban de beber, no se tomaban el trago sino que lo iban echando en la botella. Era consejo de los anteriores acerca de cómo había que manejar el trago.

Siempre se llevaban dos juntos, la pareja: tata y shura. Ella hablaba a las hijas y con otro documento hablaba por el cebollar que tenían que tener en común; y de repartir la comida, primero al tata, después al hijo o hija mayor, después a los demás y a todos por igual.

Y las hijas comenzaban a llorar y a decir que tenían que guardar esas palabras. Y la shura regañaba diciendo que una hija no me va a oír, pues me puso mala cara y va a ser respondona.
Según lo que hemos contado, es posible que el año nuevo y la vuelta de las sombras fueran momentos diversos de una misma celebración, que se prolongaba por varios días y tenía lugar con motivo de la llegada de las lluvias.

POÑIK UREK

A finales de junio era la celebración del poñik urek, el chiguaco. Se colgaban algunos de estos pájaros en tres lugares: Guambía, Puente Real y otro sitio, y los hombres corrían para tomar impulso y saltaban para agarrarlos. Era para hacer más liviano el cuerpo y poder adquirir velocidad en la carrera.

Después, ya no se hacía a pie sino a caballo. Pasaban de a cuatro jinetes para abajo y cuatro para arriba. Dos o cuatro encargados jalaban el rejo y subían a los poñik urek para que no los alcanzaran. Ponían cuatro o cinco pájaros al día. Se reunían hasta dos mil caballos en el kausro. Los de allí tenían un caballo para cada día. Los de otras partes no tenían sino uno y, después del primer día, ya estaban cansados y les tocaba retirarse.

Para el San Pedro, los fiesteros no podían financiar la fiesta solos porque llevaba bastante gasto. Pedían minga a todos para ayudar o la gente ayudaba con voluntad. Había que tener buen ganado y, al recibir el encargo de la fiesta, ya señalaban el animal o animales para el guiso. El ganado se cuidaba desde un año antes: una res grande o dos pequeñas. Arrancaban tres o cuatro cargas de cebolla sin arreglar.

Llegaba gente a ayudar a hacer el guiso y llevaban veinte o treinta guangos de cebolla ya arrancada y arreglada. Alcanzaban cinco o seis cargas arregladas. Y dos o tres cargas de carne picada, sancochada. La carne se picaba después de sancochada. Colocaban un tablón largo sobre troncos en la sala y la gente se sentaba a lado y lado a picar carne y cebolla con machetes corticos y con filo sólo en las puntas. Treinta o cuarenta piones iban picando carne y otros quince iban pasando y recogiendo. Eran sólo hombres. Las mujeres resollaban papa, hacían café, cocinaban y arrancaban y lavaban cebolla. La papa la recogían entre hombres y mujeres.

Cuando acababan de sancochar todo, bajaban cincuenta o cien ayudantes. Le daban a cada uno el caldo de la carne con ají y un pedazo de carne. Daban a hombres, mujeres, niños y niñas por igual. Gastaban una piernada de carne para los cien.

Después vino el padre Vivas, cambió los poñik urek por gallos y bajó todo a Silvia, diciendo que era la fiesta del San Pedro, el 28 y 29 de junio.

Por la tarde, citaban a la gente y había baile; al terminar el baile en la casa, bajaban a Silvia a bailar. Desde un año antes, sacaban gran cantidad de pollos, ponían tres o cuatro gallinas a sacar pollos. Reventaban seis o diez huevos de cada una y sólo salían pollos. Debían alcanzar para tres días; eran doce o quince gallos para tres días de fiesta.

La gente compraba bestias y aperos o ponía a engordar sus bestias desde un año antes. Y bajaban a correr al San Pedro. Al bajar, llevaban una vacaloca tapada con rebozo rojo para quemar en la plaza pública durante las vísperas. El fiestero alquilaba una casa en el pueblo y pagaba en plata, papa o carne. Rico Sarria prestaba su casa, Rubén Pitingo también. Eran casas grandes que quedan todavía.

Ponían postes a lado y lado de la calle y les amarraban tres rejos buenos. Los pollos los colgaban metidos dentro de una jigra. La gente pasaba a caballo y los jalaba para llevárselos. Pero llevaban un pedacito no más porque era muy duro de jalar. Además, si un jinete cogía el gallo, lo arrancaba, pero los otros se iban encima de él y se lo quitaban y salía sin nada.

A los tres días, ya la gente iba subiendo para la casa tocando tambor y flauta.

Eran dos fiesteros: el mayor y el menor. Estos pagaban al cura para la misa y era caro (cien o ciento cincuenta pesos el mayor y cincuenta el menor). Y la misa, doscientos. La carga de papa valía treinta pesos. Se ponían dos ruanas blancas, una negra y una gris. Sus mujeres se ponían cuatro anacos y cuatro rebozos. Y dos libras de gargantilla de chaquiras y dos de cruceros de plata.

Se nombraba gente para repartir comida y café. El fiestero mayor compraba dos gruesas de pólvora y el menor una: tronantes y luces y tronantes de dos tiempos, que suenan de a dos, de a dos. Seis meses antes la encargaban a un campesino de Piendamó.

Al terminar la fiesta, se hacía el compromiso con el padre para los fiesteros del año siguiente. Se acabó porque ya nadie quería ser fiestero porque era mucho gasto. Además, unos decían que era una fiesta antigua, mientras otros hablaban que era incorporada por el padre Vivas.

BAILE DE LA CHUCHA

Cuando se terminaba de construir una casa nueva, hacían unas chuchas de paja, hembra y macho, que eran como el padre y la madre de la chucha, y las colocaban arriba, en el yakalu, la cumbrera del techo, con cáscaras de huevo en el hocico. Se hacían con las puntas de la paja que se recortaba del borde del techo. Nombraban dos mujeres y dos hombres ancianos como dueños y dueñas de la casa; ellos recogían la paja y el bejuco, armaban las chuchas y las colocaban en los dos lados de la cumbrera; este trabajo no lo podía hacer el dueño de la casa. Además, estos cuatro dueños tenían que aportar aguardiente al dueño de la casa, aunque solamente dieran un litro, para que no los mordiera la chucha.

Al maestro constructor le entregaban una botella de aguardiente para que repartiera a todos los que mingaban. Con ese regalo, primero daban a la casa. Daban una olla de chicha para que no fuera a haber hambruna en esa casa ni faltara nada. Era como un bautizo; servían una copa de aguardiente y otra de chicha y tiraban para arriba. Ese trago, nekuchipilekon, no volvía a caer, no caía ni una gota al suelo; la paja del techo se lo chupaba todo. Quienes hacían este remedio decían al dueño que, si chupó toda y no cayó, es señal de que va a tener todo lo necesario. Era una fe de antes. También era seña de que la casa sería caliente y no se iba a podrir rápido, sino que iba a durar y no sería húmeda. Se interpretaba como que la familia de allí iba a vivir tranquila. Y ya los demás comenzaban a tomar y a bailar. Tomaba primero el maestro y luego comenzaba a repartir a los demás asistentes.

También hacían tsaporap abriendo huecos en las cuatro esquinas de la casa y echando aguardiente en ellos para refrescar, colgando carne en el techo, regando papa en las cuatro esquinas y colgando maíz, para que no faltara la comida.

Antiguamente, las chuchas permanecían uno o dos años en el techo; pero con el tiempo, la fiesta se comenzó a hacer inmediatamente se terminaba el techo. Cuando se demoraban un año, era para esperar que la casa estuviera acabada por completo, con puertas y repellada y seca para que ya se hubiera calentado. Luego de un año, bajaban las chuchas al anochecer, las entraban a la sala y bailaban con ellas. El dueño pedía a alguien el favor de bajarlas, porque él no podía; ofrecía aguardiente para que lo hicieran. Decía que en ese sitio la chucha molestaba mucho con las gallinas y por eso había que bajarla y matarla. Fritaban papa, plátano y carne (porque a la chucha le gusta la carne) y bailaban con ellas abrazadas, después de ofrecerles la comida.

Al amanecer, entregaban las chuchas a uno que corriera mucho y lo perseguían con varas; al alcanzarlo, las mataban de cuatro garrotazos, luego las pisoteaban y, después de desbaratarlas, las quemaban en una piedra grande o en el camino real. Otras veces las colocaban en el centro de la sala y nombraban a uno para que las matara; le vendaban los ojos y él tenía que matarlas golpeándolas con un machete. Primero miraba dónde estaban y después lo vendaban. Los demás, con una guasca que les amarraban, las cambiaban de sitio; si no acertaba, perdía y tenía que pagar media de aguardiente. Se hacía para que nunca vinieran chuchas a comerse las gallinas.

Todo aquel que viera la chucha, quedaba invitado al baile. Preparaban chicha de maíz y aguardiente chiquito al escondido. Pasaban dos veces la chicha y dos el trago para que los asistentes se animaran a bailar al toque de tambor y flauta. Antes de bajar la chucha y matarla, nadie debía tomar ni una copa, al contrario, a la chucha se le ponía ofrenda de aguardiente; después de matarla, sí tomaban.

Bailaban en fila, uno detrás de otro formando un cuadro; en cada esquina daban dos vueltas. Había que bailar haciendo el cuadro cuatro veces; si alguno no bailaba las cuatro, las venas se le ponían gruesas y le daban varices. Mientras bailaba, la gente gritaba: “viva el casero, viva la casera; que maten la chucha”.


Gráfico 19: Cuadro del baile de la chucha


El tambor y la flauta sonaban muy bueno. A cada pieza, el dueño de la casa repartía el aguardiente y la dueña de la casa daba la chicha. Primero repartían a los músicos, después a los que bailaban y por último a los que sólo estaban mirando. Era baile de los hombres y de las mujeres; algunos se disfrazaban, pero sin usar máscaras porque el tiempo de éstas es en noviembre.

Ahora que hacen las casas con techo de teja, bailan, pero ya no se acuerdan de hacer las chuchas como cuando eran de paja. Ya se ha olvidado.

Nuestros mayores dicen que todas estas actividades no se deben llamar fiestas, pues ésta es palabra del blanco; antiguamente se decía que eran kasrak lincha, épocas de andar juntos, de estar reunidos, especialmente cuando se referían a las ofrendas. En ellas se manifestaba la existencia de la sociedad guambiana, del compartir.


 
 
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