Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
GUAMBIANOS: HIJOS DEL AROIRIS Y DEL AGUA
 

KASRAK LINCHA (“TIEMPO DE ANDAR JUNTOS”) > ISHIPONSEIK

ISHIPONSREIK

Por esos mismos días se daba también la venida de las sombras de los muertos, mosik, que regresaban a la tierra desde el otro mundo, del kansro; en la actualidad se la llama fiesta de las ofrendas y aunque el momento propio es en la noche del 31 de octubre, se celebra a comienzos de noviembre, pues se ha asimilado con la idea religiosa católica de las ánimas o día de los difuntos.

En el pasado, la iniciación del año nos encontraba a todos los guambianos dedicados a las tareas agrícolas, terminando de preparar la tierra o ya sembrando a la espera de aguacero, todo ello en alik (mingas), formas de trabajo ampliamente comunitarias. Eran las mingas más grandes. También se preparaban las abundantes comidas que compartirían todos los participantes en los trabajos.

Todavía hoy, las sombras de los muertos regresan a sus hogares para participar en la comida común; los vivos deben invitarlas a comer y a beber, así como se da comida y bebida a todos aquellos que ayudan con el trabajo. Regresa posrmosik, la sombra del sol, la del día, y no yem mosik, la de la noche, la de la luna.

La gente cuenta doce lunas desde la fiesta anterior y, entonces, prepara los alimentos que más gustaban a los difuntos mientras vivían en este mundo, para recibirlos con ellos a su llegada.

Las sombras vuelven llorando y por eso se dice que aguacero es su llanto; de este modo, los muertos participan de la producción agrícola con el aporte de sus lágrimas, la lluvia que hará germinar las semillas y brotar las plantas. Así, su muerte no los desliga de los trabajos comunitarios de los habitantes de este mundo, sino que todavía hacen parte activa de la comunidad, la acompañan.

En nuestra lengua wam, ofrendas es ishiponsraik. En los tiempos de adelante, la preparación comenzaba con cuatro o seis meses de anticipación; se criaba un marrano que sólo comía maíz, pero no con tusa porque ésta le dañaba los dientes y no engordaba. Molían concha de armadillo y se la daban con el maíz desgranado. Esta comida lo hacía engordar bien y rápido.

Luego y con anticipación, las mujeres tejen las wasr, jigras. Para el mosik de los niños se hacen pequeñas, para los mayores son grandes. Debe haber una jigra especial para cada difunto.

Cuando se acerca el momento, quince días antes o una semana, hacen la chicha. Si se deja para última hora, queda muy muchacha y no tiene ningún sabor, es mera agua de maíz.

Ponen plátano y papa frita, carne frita, rosquillas de harina fritas. En la mochila van las papas y la cebolla crudas. La comida es de fritos que se ponen en tazas. En las wasr va lo crudo: papa, cebolla, ullucu, pan, vela, bizcochuelos para la gente mayor. Ponen tazas con mote, café, agua de panela, chocolate. En la actualidad también se colocan gaseosas y vinos, si al difunto le gustaban.

Alrededor se pone la comida que sobra, es decir, la que no se prepara. Hoy se ofrece sólo a los familiares que se han ido al kansro; antes también se ofrecía a los padrinos de bautizo y matrimonio. Ahora, incluso, se hacen ofrendas en las escuelas, para recuperar la tradición.


Foto 42: Escuela de Cacique: Mesa con ofrendas
para las sombras de los muertos


Los anteriores ponían la chicha en el tsikall, en la cama, de una manera especial porque es la bebida más importante. Hoy, la ofrenda se coloca sobre una mesa. Y se prende una vela para toda la noche. O dos velas o tres velas, una en el centro, otras a los lados. Algunos mayores ofrecían itsik, guiso de cebolla y carne picadas. En una época, si se tenían niños muertos, había que poner pan “guagua”, un pan comprado que tenía forma de niño.

Unos creen que para las sombras es como acostarse a dormir y levantarse a desayunar. El año de aquí equivale a una noche acostadas para ellas. Es ofrecer alguna cosita a los que vienen del kansro. Si no se ofrece, esas sombras regresan llorando. Otros creen que desde allí vienen llorando y que por eso cae aguacero, que es el llanto de las sombras.

Después de la muerte, al levantar la sombra, los médicos dicen que se va llorando porque ama a la familia. Y vuelve de la otra vida llorando; por eso, aunque no sea época de lluvias, llueve, porque ese es su llanto. Si no llueve el 24 de septiembre, la gente espera el día en que vuelven las sombras para que llueva. El lloro de las sombras se relaciona con el trueno y con aguacero.

Se ponen monedas en la mesa. Antes, para los niños era un centavo, para los adultos eran dos centavos. El conjunto de las monedas formaba lo que se llama un patacón. La gente las guardaba y si alguien moría lo enterraban con ellas. Esto viene porque antiguamente enterraban a la gente con sus joyas y lo que poseían; era un regalo. A la hora de la venida de las sombras, se les ofrecen esas monedas de la misma manera.

Allá, en el kansro, en ese otro mundo que se encuentra en las estrellas, tal vez mucho más allá de Plutón, el más lejano planeta del sol de este mundo, o, quizás, en otro sistema solar, en un lugar alejado de su sol y, por lo tanto, oscuro y frío, el tiempo transcurre muy lento y lo que para las sombras de los difuntos, sus habitantes, es una noche, para nosotros es un año. Es decir, que nuestro ciclo anual corresponde tan sólo a la mitad de un ciclo diario del mundo de las sombras.

En las ofrendas también se reparte la comida. Las sombras sólo comen el olor de los alimentos y dejan el resto para los de aquí. La gente va de casa en casa, visitando, y se les reparten las comidas; es un gran repartimiento del que participa toda la sociedad guambiana, aunque ahora se ha ido perdiendo.

Algunos dicen que todo se acabó el día de la muerte, pero no, no se acaban nunca las sombras, siguen viniendo, viven todo el tiempo.

Los anteriores hacían baile, pero no sólo baile sino que también había korosrop, consejo. Los mayores bailaban y se reunían entre ellos y hacían mojigangas.1 Eran máscaras hechas con lienzo o pañuelos de seda. Los disfraces eran exhibir ropas; se ponían cuatro o cinco anacos o ruanas. Se vestían de joven, de matrimonio, de anciano, de cojito. Las mujeres no tenían, ni tienen, derecho a ponerse máscaras.

Trataban de imitar a nuestra gente, pero era como un agradecimiento y no como una burla. Era una enseñanza del respeto de los jóvenes a los mayores y así. Había mayores que no podían salir al baile; la gente se disfrazaba como ellos y en las casas los acogían como si fueran ellos.

Se escogían las casas que se iban a visitar en noviembre y se establecían los turnos para ir a cada una. Bailaban de seis a diez u once de la noche. Y al otro día se iba a las otras casas a bailar y a hablar.

En la actualidad, con la influencia de la religión, algunas familias llevan las ofrendas a la iglesia de Silvia el 2 de noviembre y las colocan sobre plásticos en el suelo. Las llevan en jigras muy pequeñas, en las que caben sólo 7 u 8 papas gruesas; cuando son para muchachos, caben 3 ó 4. En el pueblo compran pan y velas y las colocan en la iglesia; por ahí a las 11 de la mañana, levantan las velas y el pan y los traen para la casa. Lo restante lo dejan y el cura lo vende. Unas pocas familias se traen todo a la casa y lo dejan allí, sobre la mesa, para ir repartiendo a quienes llegan o para que lo coman los de la casa, hasta que se termina.


Foto 43: Velación de las ofrendas en la iglesia de Silvia


Un mayor cuenta que, en un tiempo, la gente comenzó a llevar también las monedas a la iglesia.
En ella estaba el Cabildo con todos sus alguaciles. Y nombraban a un anciano. Este se sentaba en una mesa, con un cristo y una calavera y con dos cajas para la plata. Iba diciendo: “por las ánimas benditas”, y cada persona pasaba y echaba las monedas, diciendo el nombre de sus difuntos. Cuando terminaban las limosnas, los alguaciles contaban la plata y anotaban en un papelito. Si recogían una arroba, el padre regañaba porque era poquito; si recogían una y media o dos arrobas, estaba contento: “ah, dios les ayude, siga señor gobernador a tomar un cafecito”. Después se iban para la casa. Y allá quedaba el padre bien rico, sentado encima de su plata. La comida que quedaba, el padre la vendía para beneficio de la iglesia. O llegaba gente del pueblo a comprar; el Cabildo vendía y entregaba la plata al padre.

Ahora, el Cabildo ya no asiste; no volvió desde 1980, cuando comenzaron las recuperaciones, y, durante cinco años, nadie volvió. Ahora están bajando otra vez. Todavía bajan algunos mayores y siempre hay alguno que se encargue de tocar la campana para recoger la plata, acompañado por otros hombres.

Una vez, el padre dijo que iba a aplazar para el lunes siguiente. Le dijeron que las ánimas vienen en día fijo y no les pueden pedir un plazo; y fueron el día que tocaba.

Antes de la conquista no se hacían ofrendas porque el muerto se enterraba con un moyo de chicha a sus pies y otro moyo con algunos de sus bienes al lado de la cabeza. Y con bastantes alimentos. Los muertos de ahora no se entierran con sus cosas; por eso hay que ofrecerles las comidas y bebidas que les gustan. Los familiares que se han ido al kansro dan sueños a los vivos, avisando que están con hambre o con sed.
Después que han regresado al kansro dan otros sueños para agradecer las ofrendas y para dar consejo, para que sigan viviendo y trabajando en sus tierras.


Foto 44: Recolección de las monedas en la iglesia



 
 
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