Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
GUAMBIANOS: HIJOS DEL AROIRIS Y DEL AGUA
 

LA VIDA ES UN IR Y VENIR > CICLOS DE LARGA DURACIÓN

Este movimiento de las aguas y este origen marcan grandes ciclos. Ellos, con los del sol, determinan también los procesos de la siembra y de la vida. La paulatina pérdida de las aguas, la modificación de sus ciclos de movimiento, junto con otros factores, han ido relegando el uso de la ciencia propia en las actividades agrícolas y en el transcurrir cotidiano. Ahora estamos pensando cómo recuperar todo este saber de los antiguos, para aplicarlo a las nuevas condiciones en que nos toca vivir.

Los guambianos manejamos el tiempo en tres grandes niveles: los períodos de larga duración, aunque la memoria de estos se está perdiendo y la gente se olvida de ellos cada vez más; el ciclo anual; y el transcurrir diario.

Grandes crecientes e inundaciones señalan la llegada de los ciclos más amplios; el segundo se funda en la sucesión de lluvias y sequías; el tercero se marca por señales que indican el orden y el momento de las distintas actividades cotidianas.

La observación, conocimiento y uso de los fenómenos que dependen de la relación entre la tierra y el sol están en la base de nuestro sistema de contar y manejar el tiempo; ellos relacionan entre sí estos tres niveles.

Otros elementos, celestes como la luna y las estrellas, atmosféricos como vientos y nubes, terrestres como ciclos vegetales y comportamientos de ciertos animales, aves en especial, hacen más complejo y amplio este calendario y suministran las indicaciones que orientan nuestra actividad, dándole ritmo como una parte de la vida del universo.

El saber astronómico y la conciencia de su importancia ocupan el centro de nuestra atención en este campo, y guían la observación de los fenómenos del cielo y sus correspondientes en la tierra.

Una tradición que muy pocos mayores recuerdan ya a causa de los muchos siglos que la separan del presente, cuenta de “templos” en donde se rendía “culto” al sol y cuyos “guardianes-sacerdotes” habrían estado dedicados a investigar y a seguir los caminos de este astro celeste, preocupándose por los efectos que producían sobre los hombres y la tierra. La conquista española los habría arrasado, levantando iglesias católicas sobre sus ruinas; éstas fueron derribadas a su vez por las luchas indias y el paso de los siglos, como ocurrió con la de la vereda de Tapias.

Solsticios y equinoccios, fases y posiciones de la luna, lluvias y sus características, vientos y sus frecuencias, intensidades y direcciones fueron, y lo son aún, reconocidos y examinados con atención. En especial, el ciclo del agua, como elemento de vida, tiene una importancia decisiva en todo lo que ocurre.

Pero no se trata de una sabiduría que sirva únicamente para pensarla, sino que está orientada y aplicada, en la periodicidad y recurrencia de sus hechos, a la regulación de los trabajos agrícolas y, en un pasado no muy lejano todavía, a las actividades de caza, pesca y recolección, que hoy casi no existen.

También están ligadas con este conocimiento las actividades de los pishimaropik y moropik, sabios tradicionales, cuyos trabajos se extienden hasta abarcar la cuenta, predicción y manejo de los ciclos más amplios, que se relacionan con aspectos de los cuales provienen las bases de la organización del territorio y de la sociedad, de la autoridad y su ejercicio y de la cultura en general, incluyendo en ella sus objetos materiales.

La aplicación de este saber a la vida productiva y a la vida doméstica requiere, además, de un conocimiento profundo y detallado del medio natural, tanto en sus características generales como en la especificidad de cada elemento y cada sitio.

El calendario de las celebraciones tradicionales tiene que ver con momentos importantes del ciclo anual. Pero hoy se encuentra en vías de desaparición, luego de sufrir profundos cambios como consecuencia de la penetración religiosa, la cual, en la práctica, lo desvinculó de la manera propia de ver y manejar el tiempo, para ligarlo al calendario del santoral católico, al mismo tiempo que transformó la importancia que tenía para nosotros, así como toda su significación.

CICLOS DE LARGA DURACIÓN

Nuestra concepción temporal tiene en cuenta ciclos de larga duración, que se regulan por crecientes periódicas de los ríos y por otros fenómenos.

Los mayores cuentan que cada ocho años aparece una estrella que tiene una colita y que los sabios tradicionales trabajan con ella, afuera, toda la noche. Esta periodicidad coincide con la que mencionan otras informaciones que plantean la recurrencia de crecientes e inundaciones que vienen cada ocho años. Éstas arrastran niños salidos de los derrumbes que caen en las montañas; a estos niños los llamamos piuno, es decir, hijos del agua. Están relacionados con aspectos claves de nuestra cultura, especialmente con la agricultura, y con la reproducción y continuidad de la autoridad y otros aspectos de la vida de nuestra sociedad.

Otro ciclo abarca períodos de cuarenta años, al cabo de los cuales caen inmensos derrumbes que arrastran grandes crecientes. Los niños que vienen en ellas son futuros caciques, vienen con los vestidos brillosos y son los que amasan el oro; son Tatakollimisak, padres principales de nuestra sociedad y portadores de las instituciones básicas y de la cultura, sobre los cuales hablaremos más adelante. Los sabios propios “ven” que una de estas crecientes se avecina y previenen a la gente para que espere a los niños y los saque del agua. Esta tradición se ha perdido y en las últimas crecientes la gente no ha mirado para sacar a los niños.

Se habla a veces de ciclos de sesenta años, marcados por crecientes que también arrastran niños que salen de los derrumbes y que van a ser caciques como los anteriores.

Otro gran ciclo, tal vez el que parece tener la mayor importancia, dura cien años. Cada cien años ocurren muchas cosas. Los cerros más grandes, con sus rugidos y fortísimos estremecimientos, son anunciadores de que algo va a pasar.

Este ciclo está asociado con descomunales crecientes y avenidas de los ríos provocadas por el desplazamiento de Sierpi, que desciende por un río arrastrando todo a su paso y, al llegar a la confluencia con otro río, se devuelve por éste hasta alcanzar sus más altas cabeceras. Allí dura otros cien años creciendo, para descender de nuevo.

La última de estas crecientes tuvo lugar en la quebrada de Corrales, en la vereda de Anisrrapu, Cacique; al bajar, abrió su guaicada actual y corrió hasta encontrar la boca del Achi, por donde se devolvió Sierpi, el maropi, el engendrador, que crea la humanidad a lo largo de sus recorridos.

El manejo de estos ciclos mayores corresponde por completo a los sabios tradicionales. Pero hoy, sólo unos cuantos mayores los recuerdan y los tienen en cuenta, encontrándose a la espera de la llegada de uno nuevo.

Ya no se recuerdan entre nosotros las relaciones que estos ciclos de ocho, cuarenta, sesenta y cien años guardan entre sí; solamente es posible destacar la vinculación de todos ellos con el agua, con los derrumbes y crecientes invernales y con ciertos aspectos que se recogen en nuestra historias tradicionales.


 
 
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