Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
GUAMBIANOS: HIJOS DEL AROIRIS Y DEL AGUA
 

LA HISTORIA ES UN CARACOL QUE CAMINA > LO QUE HAY QUE CAMINAR PARA RECORRER EL CARACOL. EL TELAR Y EL SOMBRERO PROPIO; TIEMPO Y ESPACIO

“No hay nada sin historia. Quien no la tiene, se acabó.
Los blancos dicen a los indios: cuénteme un cuento.
Y si ellos hablan, los blancos dicen que es cuento.
Y sólo queda eso: un cuento. Y allí se acabó la historia.
La historia es de todos; cada uno debe hablar su parte;
entre todos se da un redondeo”.

Taita Abelino Dagua,
exgobernador guambiano

Como el agua va y viene alrededor de un centro: la gran sabana, así también la historia de nuestra sociedad y la de cada uno de nosotros va y viene unida al centro por un hilo. Con él y por medio de sus movimientos, de su recorrer, se teje la vida. El centro principal es Nupisu, Nupirrapu, la gran laguna. Allí nace el agua y con ella nace todo. Desde ella viene el agua y se produce la vida. Es el centro a partir del cual se desenrolla todo nuestro territorio.

LO QUE HAY QUE CAMINAR PARA RECORRER EL CARACOL

El territorio no es algo dado, ni es algo quieto, estático. Al contrario, se conforma a través del movimiento constante de los seres del agua; se forma así, a través de su dinámica. Y se organiza por el agua que se mueve, que corre desde las sabanas por los ríos. Sobre esta base, viene el desenrollarse de hoy, el conjunto del ir y venir de los guambianos.

Pero, también la casa es el centro y, dentro de ella, un lugar fundamental, nak chak, la cocina, con su propio centro, nak kuk, el fogón. Su importancia es tan grande que podemos decir que “el derecho nace de las cocinas”, pues de allí nace y se difunde el consejo, korosrop. Así, laguna y fogón, agua y fuego, frío y calor, pishi y pachi, constituyen los ejes de los cuales viene todo y se establece el equilibrio de la vida.

En este espacio tiene su campo de existencia y de desarrollo la familia, a partir de la unidad primordial que es el matrimonio, la pareja: kan, el hombre, y ñi, la mujer. La palabra kan significa también uno, pero al mismo tiempo da un sentido de no estar completo, de que falta algo. Por eso se hace necesario el matrimonio, para que la mujer venga a completar aquello que falta para que la familia, y con ella nuestra sociedad, puedan cobrar existencia y dar una multiplicación, crecer y desenrollarse. La pareja es, pues, un par, la verdadera unidad a partir de la cual todo puede comenzar a contarse.

En el centro se encuentran dos y parece como dividido, pero no está dividido, es un par, es la pareja del matrimonio, y los cuatro son dos pares. Y se forma alrededor de ella; es la familia de la casa.


Gráfico 6: Crecimiento y redondeo de la familia


Luego, los hijos se van retirando en distintas direcciones, pero no están desunidos. Se retiran, pero queda un hilo que los une al centro.1 Aunque queden a 20 ó 30 kilómetros, se encuentra la sangre, no están aparte. Al contrario, se amplía el redondeo de la familia. Se redondean ampliando con tata, kuchintata, cuñados, kualontata, padrinos de matrimonio, es decir por afinidad que viene del matrimonio. De cada nuevo núcleo, se retira otro que redondea más grande; y así se amplía hasta formar el pueblo. Va dando tata y mama, nutata, hermano mayor, y numama, hermana menor. Y crían a los menores, que son kuchintata. Por cada uno que se va retirando, regresan por la vía de tata y mama, con el matrimonio. De ahí que el parentesco sea tan importante para nosotros; es la base de nuestro pueblo guambiano.

Por eso, en nuestra lengua wam, familia y casa, mejor aún, familia y cocina, se entienden lo mismo.

EL TELAR Y EL SOMBRERO PROPIO

La dinámica de nuestro territorio, la vida entera de nuestra sociedad, la existencia de cada guambiano, van dando un tejido con el hilo que une con el centro de todo. Los mayores decían que el hilo de lana o de merino con que las mujeres tejen los anacos y las ruanas era un sostén para que los caciques llevaran una organización firme, sostenía el organismo para que no cayera.

De ahí la importancia que el tejido tiene para nosotros. Con él, las mujeres van tejiendo la vida de la sociedad guambiana y acompañando su reproducción. Esto se ve claro cuando pensamos en el telar que las mujeres usan para hacer sus tejidos. En nuestra lengua wam, al telar entero lo llamamos nuusri, la gran madre; pero algunas de sus partes tienen también relación con la familia. Así, los dos gruesos troncos laterales (número 1 en el gráfico) que sostienen toda la estructura, reciben el nombre de pasrontsik usri, mamá de todo el telar; los travesaños principales (números 2 y 3) se consideran como los dos hermanos.


Gráfico 7: Telar


Cosa semejante ocurre con la ruana de los hombres, cuyas listas se llaman usri; las hebras verticales de los lados son los hijos. En el anaco de las mujeres, las listas gruesas son usri y las delgadas urek, hijos.

El tiempo es como una rueda, que da una vuelta; es como un poto, un aro, que vuelve siempre sobre sí mismo; así es el camino que marca el sol sobre la tierra, así es la forma como camina Kosrompoto, el aroiris, cuando al voltear da un redondeo. Pero también es como el caracol o como el aroiris, que tienen tom, una articulación que relaciona todo y marca la época o el período.

El tiempo va y vuelve, pasa y vuelve, pasa y vuelve. Y, en medio de todo, todo crece. La medida del tiempo de los antiguos es muy clara, cuando ellos dicen que va a venir el verano, se sabe que está en camino y ahí llega.


Gráfico 8: El caracol del tiempo


El mundo no se acaba, es como una cosa que al moverse no se mueve. Los mayores han vivido y trabajado para que nosotros estemos y haya una estabilidad. Todo lo que los sabios tradicionales hacen es para calmar, para volver a la tranquilidad, y no para quitar o acabar nada. Así es Pishimisak, todo tranquilo, en calma, todo frescura.

El hombre es como el viento, si el viento sopla en una dirección, todo sopla en esa dirección. En Guambía, el viento sopla desde el oriente; son los cuatro vientos orientales. Por eso, el viento del este prevalece sobre el viento del oeste; de ahí nace la orientación de todo; hacia ese lado corre también el agua grande, Nupi, el río Piendamú, a partir de su nacimiento en la laguna, el corazón de la tierra, la matriz que origina todo.

En cada hecho que se recuerda y se cuenta está contenida la historia entera; éste la manifiesta, pero, además, la conforma y la modifica. De ese modo, la continuidad y el cambio se entretejen, asimismo la tradición y la transformación. No existen acontecimientos sin un sistema de referencia que nos permita reconocerlos, interpretarlos, pensarlos. Si damos la mayor atención a algunos cambios, es porque son claramente distintivos, porque marcan cada vuelta del tiempo, porque enseñan la dirección de las cosas.

Ubicar el lugar en donde ocurrieron los orígenes o en donde pasó cada suceso, es fijar un centro y atar el tiempo, es desarrollar una cronología, que significa moverse por ese espacio, recorrerlo; el tiempo fluye, se desenrolla a partir de ese centro, ahí está amarrado el extremo del hilo. Pero ese tiempo se repite y confluye con el presente en la medida en que sigue estando ahí y es escenario de la vida de nuestra gente, como el territorio, la gran casa.

En nuestro pensamiento guambiano, al contrario de lo que ocurre en la llamada concepción occidental, el pasado está adelante, es merrap, lo que ya fue y va adelante; wento es lo que va a ser y viene atrás. Por eso, lo que aún no ha sido, viene caminando de atrás y no podemos verlo.

En el camino, may, de la vida, los mayores, los anteriores, aquellos que ya pasaron, van adelante; ellos nos abrieron el camino e indicaron por donde tenemos que andar. Los guambianos de hoy vamos caminando tras las huellas de los primeros tatas, cuya obra aún no se ha acabado. Así debe ser con los que vendrán, aquellos que vienen andando atrás y, por lo tanto, no han llegado todavía, aquellos que llegarán después, en el futuro, detrás de nosotros.

Pero los antiguos no se han ido para siempre, su hilo sigue atado al centro, que está aquí y ahora, en el territorio y en la vida actuales. Una vez cada año, en la época de las ofrendas, enrollan su hilo y vuelven para acompañarnos, para dar su consejo, para comer las comidas que les ofrecemos y traer las lluvias que harán germinar las semillas recién sembradas. Esos mayores, según lo habla nuestra concepción tradicional, no están muertos, solamente se despidieron y se fueron al kansro, al otro mundo y el otro tiempo, pero siguen vivos y por eso pueden volver a acompañar en el momento de los grandes trabajos, de las mingas de comienzos de la preparación de la tierra para las siembras, de inicios del ciclo anual que coincide con la llegada de las primeras lluvias a mediados de septiembre.

Hablar la historia implica un discurrir que no es lineal, pero tampoco circular. Es como una espiral en tres dimensiones, cuyo centro está en lo alto; los guambianos decimos que es un srurrapu, un caracol. Muchas piedras, en varios sitios del resguardo, tienen tallas con dibujos; entre ellos hay una figura dominante: la espiral. Sencilla, doble, inscrita en círculos concéntricos, su presencia es manifiesta y repetitiva.

El sombrero tradicional de nuestros mayores, hombres y mujeres, el kuarimpoto, formado por una larga cinta —tejida con varias hebras— que se cose en caracol a partir de un centro, repite la figura del caracol. Los mayores pueden leer en él la historia, así como su visión de la sociedad en su conjunto y de la manera como las cosas están interconectadas. En él están marcados el origen del tiempo y del espacio. En su centro comienza todo y allí vuelve.


Gráfico 9: Kuarimpoto (vistas de frente y superior)


Pero el caracol no es solamente un hilo que se desenrolla a partir del centro. Cuando llega a su extremo, a su límite, —pues siempre se mira como al interior de un aro—, el hilo se enrolla de nuevo hasta llegar al centro. Si miramos bien, se trata de dos caracoles superpuestos, el que desenrolla y el que enrolla, y es posible desplazarlos para que aparezcan los dos, enlazados por el extremo del hilo como los muestran algunos petroglifos; el de Cacique, por ejemplo.

(Nota de Luis Guillermo Vasco: Por un error, la imagen apareció invertida en el gráfico 10 de la edición escrita de este libro, publicada en 1998, y en la versión anterior en esta misma página. El 1º de enero de 2012, viajé a Guambía a la posesión como Gobernador guambiano para el año 2012 del taita Misael Aranda, uno de los autores de este libro. En una conversación, el taita me comentó que algunos maestros le decían que la imagen del gráfico contradecía la del petroglifo original, que fue adoptada como emblema de la escuela de la vereda. Fuimos hasta situarnos frente a la piedra en Cacique (foto) y constatamos que dichos maestros tenían razón: la imagen estaba equivocada en el libro y la hemos corregido aquí. Según el taita Abelino Dagua, el observador debe situarse de espaldas a la piedra y no frente a ella, pues de este modo se invierte la lateralidad de la misma. El desenrolle del caracol comienza en el lado izquierdo y su enrollar se da en el derecho. Aunque han pasado 14 años desde la aparición del libro, aún es tiempo para corregir el error. Más vale tarde que nunca).

Este ir y venir no se detiene nunca; una vez enrollado, el hilo vuelve a dar un nuevo desenrolle. Es como una permanente pulsación que recuerda el “pelo” de un reloj, que enrolla y desenrolla para marcar el transcurrir del tiempo sobre el espacio circular de la muestra. Así es nuestra vida, así es nuestra historia, así se recorren y se da su dinámica.

Aquí aparece con claridad una relación particular entre tiempo y espacio: expresamos el transcurrir temporal por medio de recorridos espaciales, de movimientos que se dan sobre un territorio. Concebimos los cambios en el tiempo y las transformaciones socio-culturales como un desenrollar y enrollar el hilo en el territorio. Es decir, que el tiempo no se manifiesta de un modo independiente del espacio. Nuestra existencia no se piensa en forma abstracta como ser en el tiempo; el propio verbo ser, como tal, no existe en nuestro idioma guambiano, el wam. Siempre somos en una posición dada en el espacio: parados, sentados, acostados, colgados, viviendo en algún lugar, etc.

TIEMPO Y ESPACIO

Vista de este modo, nuestra historia es, en lo esencial, una historia de la dinámica territorial, alrededor de la cual se mueven sus demás elementos. La historia está en el territorio y debe leerse en él, pero, a la vez, lo crea. Nuestro territorio habla y tiene mucho que decir; hay que aprender a oirlo, recorriéndolo con los mayores.

El caracol tiene una orientación fundamental, se forma en dirección contraria a la de las agujas del reloj. Este es el sentido natural, así aparece en las enredaderas, en el crecimiento del fríjol, en algunos árboles cuyos tronco se divide para que, luego, una de sus partes se enrolle en espiral sobre la otra, etc. Esta orientación tiene un peso considerable en la vida cotidiana y también en el trabajo de los sabios tradicionales. Aunque es posible encontrar espirales que van en sentido contrario, pues la izquierda y la derecha siempre son relativas.

Tal como es la historia, así la hablamos. Al hablarla, va y vuelve, siempre al mismo punto, pero a un lugar distinto, da vueltas una y otra vez sobre sí misma, desenrollando; luego vuelve al centro, al origen. Cada vez que recae sobre el mismo tema, sobre idéntico acontecer, amplía, aporta nueva información, un nuevo análisis o una profundización del anterior. Cada vez que el relato vuelve a hablar lo mismo, sabemos algo nuevo, entendemos de un modo más agudo el carácter de los hechos, comprendemos cómo son pensados, aprehendidos y, a la vez, creados por nuestro pensamiento. Recorrer el caracol produce el efecto de un taladro: a medida que su espiral gira, profundiza, penetra más.

En este sentido, el caracol no es, contra lo que ha planteado la mayor parte de los antropólogos, una metáfora, un objeto o elemento que reemplaza a otro por alguna suerte de relación asociativa entre ellos, sino un concepto; éste no se expresa por un término abstracto, por una palabra, sino, en este caso, por la concha de un animal; es esa concha. Desde nuestro punto de vista, el caracol, como el aroiris y muchos otros elementos materiales de la vida cotidiana, es el concepto; no se trata de que algo sea como el caracol, sino que es el caracol.

Sucede como en el mito. En su forma externa, en su envoltura, sólo encontramos relatos de acontecimientos, narraciones de hechos que ocurrieron en momentos y lugares definidos y a personajes concretos. Pero todos esos momentos, lugares, personajes, relaciones, acaeceres, son condensaciones de nuestras categorías analíticas y de pensamiento. Son abstracciones que se manifiestan a través de lo concreto, pero no idénticas a la realidad específica y cotidiana, son cosas que ocurrieron, pero, a la vez, que no podían ocurrir, tienen la trivialidad de lo que sucede cada día, pero, al mismo tiempo, el carácter de lo extraordinario, de lo que no podría ser, carácter que precisamente marca su cualidad de algo que no es un simple retrato de la realidad diaria, de aquella que se vive día a día. Podemos decir que son concretos que se piensan a través de lo concreto.


 
 
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