Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
GUAMBIANOS: HIJOS DEL AROIRIS Y DEL AGUA
 

UNA HISTORIA QUE NACE DEL AGUA: SOMOS RAÍZ Y RETOÑO

“La historia guambiana es una
historia de agua. Nace de muy alto,
de los páramos y de Pishimisak y
baja hasta llegar al valle”.

Durante la lucha por la recuperación de nuestro territorio, los guambianos nos sustentamos en el derecho mayor, aquel que viene de ser legítimos americanos, de ser los primeros habitantes de estos lugares: “Nosotros los guambianos siempre hemos existido en estas tierras de América, y por eso tenemos derechos. Nuestros derechos son nacidos de aquí mismo, de la tierra y de la comunidad... Por Derecho Mayor; por derecho de ser primeros; por derecho de ser auténticos americanos. De esta gran verdad nace todito nuestro derecho, todita nuestra fuerza”.1

Para desconocer ese derecho, los terratenientes afirmaron que éramos yanaconas traídos del Ecuador o Perú por los conquistadores españoles, que éramos “venideros”; algunos intelectuales y escritores de Popayán se hiceron eco de esa idea y plantearon: “Los indios de Silvia (Guambía) son todos descendientes de los Yanacona”.2

A esos argumentos, enfrentamos la idea propia que expresan los relatos de nuestros mayores: “¡somos de aquí!”; idea que está presente y viene de nuestra concepción global del mundo, relacionada con el agua, tal como acabamos de exponerla.

SOMOS RAÍZ Y RETOÑO

Los guambianos somos nacidos de aquí, de la naturaleza como nace un árbol, somos de aquí desde siglos, de esta raíz. Nuestros mayores lo saben hoy como lo han sabido siempre; saben que no somos traídos, por eso hablan así:

Primero era la tierra... y eran las lagunas.... grandes lagunas. La mayor de todas era la de Nupisu, Piendamú, en el centro de la sabana, del páramo, como una matriz, como un corazón; es Nupirrapu, que es un hueco muy profundo. El agua es vida.

Primero eran la tierra y el agua. El agua no es buena ni es mala. De ella resultan cosas buenas y cosas malas.

Allá, en las alturas, era el agua. Llovía intensamente, con aguaceros, borrascas, tempestades. Los ríos venían grandes, con inmensos derrumbes que arrastraban las montañas y traían piedras como casas; venían grandes crecientes e inundaciones. Era el agua mala.

En ese tiempo, estas profundas guaicadas y estas peñas no eran así, como las vemos hoy, todo esto era pura montaña;3 esos ríos las hicieron cuando corrieron hasta formar el mar.

El agua es vida. Nace en las cabeceras y baja en los ríos hasta el mar. Y se devuelve, pero no por los mismos ríos sino por el aire, por la nube. Subiendo por las guaicadas y por los filos de las montañas alcanza hasta el páramo, hasta las sabanas, y cae otra vez la lluvia, cae el agua que es buena y es mala.

Allá arriba, como la tierra y el agua, estaba él-ella.4 Es Pishimisak, a la vez masculino y femenino, quién también ha existido desde siempre, todo blanco, todo bueno, todo fresco. Del agua nació Kosrompoto, aroiris que iluminaba todo con su luz; allí brillaba, Pishimisak lo veía alumbrar.

Dieron mucho fruto, dieron mucha vida. El agua estaba arriba, en el páramo. Abajo se secaban las plantas, se caían las flores, morían los animales. Cuando bajó el agua, todo creció y floreció, retoñó toda la hierba y hubo alimentos aquí. Era el agua buena.

Antes, en las sabanas del páramo, Pishimisak tenía todas las comidas, todos los alimentos. El-ella es el dueño de todo. Como Pishimisak es tan poderoso, tiene muchas más plantas que los hombres. Sus plantas son silvestres y existen por aquí, en alturas medias, y en el páramo y en las montañas. Nosotros no las alcanzamos a conocer todas y a veces pasamos por encima de ellas, las pisamos o nos tropezamos con ellas. Cuando uno las va conociendo, va pudiéndolas cuidar, usar como remedio y cogerles cariño.

En el páramo, korrak, hay papa, mauja, haba, ají, plátano, ullucu que Pishimisak cuida. Entre los dos, ellos las siembran y cultivan y hacen trabajos con ellas. Con ellas es su alimento. Hay otras para hacerles refrescos, remedios. Tiene todas las plantas completas; nosotros sólo conocemos algunas.

Cuando uno va a coger una planta de estas, tiene que pedir permiso a Pishimisak, así como aquí se pide a las personas. Al pedir hay que explicar para qué se va a usar, si es para sembrar en otra parte o si es para preparar remedio directamente. Además, hay que pedir el favor para que él siga ayudando.

Pishimisak ya estaba allí cuando se produjeron los derrumbes que arrastrando gigantescas piedras formaron las guaicadas.

Pero hubo otros derrumbes. A veces el agua no nacía en las lagunas para correr hacia el mar sino que se filtraba en la tierra, la removía, la aflojaba y, entonces, caían los derrumbes.

Estos se desprendieron desde muchos siglos adelante,5 dejando grandes heridas en las montañas. De ellos salieron los humanos que eran la raíz de los nativos. Al derrumbe le decían pirran uno, es decir, parir el agua. A los humanos que allí nacieron los nombraron Pishau.

Los Pishau vinieron en los derrumbes, llegaron en las crecientes de los ríos. Por debajo del agua venían arrastrándose y golpeando las grandes piedras, encima de ellas venía el barro, la tierra, luego el agua sucia; en la superficie venía la palizada, las ramas, las hojas, los árboles arrancados y, encima de todo, venían los niños, chumbados.

Los anteriores nacieron del agua, venidos en los shau, restos de vegetación que arrastra la creciente. Son nativos de aquí de siglos y siglos. En donde salía el derrumbe, en la gran herida de la tierra, quedaba olor a sangre; es la sangre regada por la naturaleza, así como una mujer riega la sangre al dar a luz a un niño.

Los Pishau no eran otras gentes, eran los mismos guambianos, gigantes muy sabios que comían sal de aquí, de nuestros propios salados, y no eran bautizados.

. Ellos ocuparon todo nuestro territorio, ellos construyeron todo nuestro nupirau antes de llegar los españoles. Era grande nuestra tierra y muy rica. En ella teníamos minas de minerales muy valiosos, como el oro que se encontraba en Chisquío, en San José y en Corrales, también maderas finas, peces, animales del monte y muchos otros recursos que sabíamos utilizar con nuestro trabajo para vivir bien.

Sus límites comenzaban en el Alto de Chapas, cerca a lo que hoy es Santander de Quilichao, de allí iban a la laguna de Chapas, bajaban al río Suárez y, después, pasando por Honduras, subían a Pico de Águila y a Tierras Blancas; bajaban a continuación por El Tambo, abrazando a todos los pubenenses, hasta llegar a Pupayán

De Pupayán iban, río Palasro (Palacé) arriba, a llegar a la cordillera de Totoró y pasar por Yerbabuena (montañas adentro por el lado de Malvazá), por las montañas de parentsik lostik kekau, selvas vírgenes llamadas también Kuskuru, y la cordillera de Guanacas.

Siguiendo el mismo hilo, colindando con Yaquivá, pasaban a Granizal, Boquerón, Piedra Ensillada, Peñas Blancas y Alto de Pitayó. Algunos comentan que comprendían también los altos de Mosoco, al otro lado de la cordillera.

Se iban yendo por el río de Pitayó a llegar a Jambaló, Lomagorda y Pioyá. De ahí, filo abajo, a Munchique, por cabeceras de Mondomo. De Munchique iban a Santander y a la laguna de Chapas, encerrando. Por esta laguna recorría el cacique en su silla de oro; cuando llegaron los españoles la dejó en la laguna para que no se la robaran.

Grande, hermoso y rico era nuestro territorio. Los españoles lo fueron quitando, hasta arrinconarnos en este corral de hoy: el resguardo.

Los Pishau ocuparon todo este inmenso espacio, incluyendo la ciudad de Pupayán. La historia de los blancos dice que esta ciudad fue fundada por Belalcázar, pero no es cierto. Cuando llegaron los españoles, ya la ciudad existía bajo la luna y el sol, creada siglos adelante por nuestros antiguos. Largas guerras, tremendos esfuerzos, enormes crímenes fueron necesarios para que Ampudia y Añasco vencieran al cacique Payán y le dieran muerte, tomando nuestra ciudad. Pero Yasken y Kalampas los arrojaron de allí, haciéndolos huir hacia el norte, hasta Jamundí.

Más tarde, capitaneados por Belalcázar, los invasores enfrentaron de nuevo a nuestra gente, a los namuy misak, hasta derrotarla en una batalla que duró treinta días, realizada en Guazabara; murió en ella Kalampas. Aún así, el español debió conseguir refuerzos para vencer a nuestro cacique Piendamú y retomar la ciudad.

Así cayó Pupayán, nuestra ciudad, nombre que en la lengua de los wampi,6 la nuestra, quiere decir "dos casas de pajiza", significando la reunión de las dos mitades de nuestro pueblo en esa población.

La derrota lanzó a los Pishau, nuestros antiguanos, lejos de Pupayán. Más tarde serían también sacados de Silvia y arrojados de Cacique, en donde se habían refugiado, obligándolos a penetrar en lo profundo de las montañas. Abrieron huecos en las peñas y entraron con todos sus tesoros. No comían sal del blanco ni eran bautizados, por eso eran más sabios.

De esta raíz, y en no se sabe cuántas generaciones, venimos los guambianos.

Arriba, muy arriba, guardando la tradición, quedaron arrinconados los Pishau; así los llamaron los que quedaron abajo, los guambianos de hoy, los que soportaron la relación con los blancos. Los Pishau comían sal de lo propio, los de abajo comieron sal de los españoles, fueron bautizados.

Somos, pues, un pueblo que sabíamos de todo, labrar las piedras, cultivar de acuerdo con el movimiento de los astros, amasar el oro con plantas, ver el tiempo adelante y atrás. Pero hemos olvidado casi todo. Los españoles mataron a los caciques que tenían esa ciencia. Quién come sal del blanco también olvida todo lo propio. Un manto de silencio cubrió nuestro conocimiento.

Ahora, los historiadores de los blancos vienen a decirnos que las huellas de los antiguos que quedan en nuestro territorio no son de los Pishau sino de los pijao, que fueron nuestros enemigos. Con ese cuento quieren arrebatarnos a nuestros anteriores, quieren cortar nuestra raíz y separarla de nuestro tronco para poder afirmar su mentira de que no somos de aquí.

Eso no es cierto. Los Pishau son nuestra misma gente. Nacieron de la propia naturaleza, del agua, para formar a los humanos. Ellos vienen de Pishimisak que los crió con sus alimentos propios.

Por eso, nosotros somos de aquí, de esta raíz; somos piurek, somos del agua, de esa sangre que huele en los derrumbes. Somos nativos, legítimos de Pishimisak, de esa sangre. No somos venideros de otros mundos. Los blancos... ellos son los venideros.

Así hablan nuestros mayores. Esta es nuestra historia.


 
 
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