Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
ENTRE SELVA Y PÁRAMO. VIVIENDO Y PENSANDO LA LUCHA INDIA
 

ACOMPAÑANDO LA ORGANIZACIÓN Y LA LUCHA INDÍGENAS > NACIONALIDADES MINORITARIAS EN COLOMBIA

Cuando después de los dramáticos hechos de la masacre de los cuivas en La Rubiera1 y el aplastamiento a sangre y fuego de la “rebelión” de los guahibos en Planas2, se inició a comienzos de los años 70 una nueva época en el movimiento y en la lucha de los indígenas en Colombia, comienzo marcado por la fundación del Consejo Regional Indígena del Cauca-CRIC en 1971, la antropología colombiana disponía de recursos conceptuales muy limitados para caracterizar lo que ocurría y tratar de entenderlo y explicarlo.

Los conceptos de tribu, comunidad, cultura, no se mostraban capaces de dar cuenta de los hechos que se sucedían vertiginosamente y cuya escala crecía cada vez más, hasta cubrir casi todo el país. Algunos de los objetivos declarados de este movimiento, tal como aparecen en el programa del CRIC: recuperar las tierras de los resguardos y buscar la ampliación de los mismos, recuperar los cabildos como forma de autoridad indígena, nombramiento de maestros indígenas para enseñar en sus lenguas y de acuerdo con sus culturas, no cabían dentro de los estrechos marcos de tales conceptos, rebasándolos cada día y dejando a los antropólogos en manifiesta dificultad para explicar las formas de organización, los propósitos y las modalidades de acción de los indígenas, así como para seguir las aceleradas transformaciones de sus reivindicaciones, que menos de una década después se formulaban ya en términos de territorio, autonomía, educación propia y otras.

Por ello, algunos solidarios —unos antropólogos y otros no— buscamos más allá de la disciplina las herramientas que nos posibilitaran comprender el movimiento indígena, explicarlo y, sobre todo, acompañarlo para fortalecerlo, enmarcándolo dentro de la situación colombiana.

En ese camino, recordamos los planteamientos de un activista político que desde el campo de la izquierda había participado en las luchas populares que se extendieron desde los años veinte hasta mediados de los cuarenta del siglo XX: Ignacio Torres Giraldo, quien había planteado que el “problema indígena” en Colombia era un problema nacional y había caracterizado a estas poblaciones como minorías nacionales (Torres Giraldo 1974), retomando este concepto de los planteamientos de algunos dirigentes revolucionarios soviéticos, como Vladimir Ilich Lenin y José Stalin, en especial este último. Teorización con base en la cual planteó alternativas de solución para esta problemática en términos de autonomía india en lo político y lo territorial, es decir, su transformación en naciones indias, aunque no independientes de la nación colombiana.3

Esta concepción daba sentido a los reclamos del movimiento indio y, sobre todo, los ligaba firmemente con la situación del país en ese momento, uniéndolos también con su historia. En especial, permitía captar el doble carácter de estas sociedades y, por consiguiente, de lo que reclamaban. Así, el contenido esencialmente político de las luchas indígenas resaltaba con mucha nitidez, contra aquellos que veían únicamente organizaciones y luchas de carácter económico-gremial o aquellos que solamente percibían luchas de clase de sectores campesinos, semejantes a aquellas que por la misma época libraba por todo el país la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC.

Por supuesto, el empleo del concepto de minorías nacionales y las implicaciones políticas que de él se derivaban no podía darse sin que surgieran distintos contradictores, tanto dentro de los antropólogos como del propio movimiento indígena, mostrando que en este último no había tampoco unanimidad de concepciones, criterios ni orientaciones sobre el rumbo que se debía seguir ni sobre el camino para alcanzarlo.

De ahí que el manejo y desarrollo de tal concepto se adelantó como parte de una necesaria e ineludible confrontación que, valga la verdad, se dio más con algunos sectores de la dirigencia indígena que con antropólogos, aunque quizá hubiera sido dable esperar lo contrario.

Estas circunstancias, aunadas a mi vinculación con el movimiento y las luchas indígenas, en especial con las del Cauca primero, y con las del suroccidente colombiano posteriormente, hicieron que la controversia tomara un carácter más político que académico, pero sin que estos dos aspectos quedaran aislados el uno del otro; al contrario, repercutían entre sí, retroalimentándose. Pese a ello, es posible apreciar cómo se fueron desenvolviendo los conceptos y cómo se iban aplicando para dilucidar y explicar distintos aspectos de la vida de las sociedades indígenas y de las luchas que adelantaban, así como para comprender las peculiaridades de su relación con distintos sectores de la sociedad nacional colombiana, incluyendo entre ellos el estado.

Aunque una buena parte de este debate se adelantó en forma oral durante varios años de la década del 70, su discusión por el camino de la escritura se inició a raíz de la publicación de un artículo escrito por un profesor del Departamento de Antropología de la Universidad Nacional en la edición dominical de uno de los diarios de Bogotá, El Espectador, en el cual se criticaba el empleo del concepto de minorías nacionales para caracterizar a las sociedades indígenas en Colombia. Un año después, respondí como aparece a continuación, respuesta que no fue publicada por el periódico capitalino, habiéndolo hecho por mi cuenta en enero de 1982.

NACIONALIDADES MINORITARIAS EN COLOMBIA

En diciembre de 1980, el Magazín Dominical de El Espectador publicó un artículo en el cual su autor, Álvaro Román S., trató de controvertir la caracterización de los indígenas de Colombia como minorías nacionales, propuesta, entre otros autores, por mí.

Desafortunadamente no plantea en él ninguna idea propia de cómo definirlos, tanto en su generalidad como en su especificidad. Y deja flotando la impresión de que se trata de sociedades completamente distintas entre sí, sin nada en común.

La realización, entre el 24 y el 28 de febrero de este año, del denominado Primer Congreso Indígena Nacional4, llama la atención sobre la necesidad de hacer claridad al respecto, buscando la bases de unidad que lo hicieron posible.

Es ésta la primera oportunidad para insistir, de modo más sistemático, en la validez del concepto de minorías nacionales para explicar la actual situación de los indígenas, entender las luchas que algunos de ellos adelantan y captar sus perspectivas a largo plazo.

NACIONALIDADES MINORITARIAS

Sin embargo, como considero que el aspecto que primordialmente define a los indígenas, tal como se verá más adelante, es su carácter de nacionalidades y no el hecho de ser minoritarios, siendo éste secundario, me parece más acertado denominarlos nacionalidades minoritarias5 en lugar de minorías nacionales, como hasta ahora había hecho.

Inicialmente, si nacional es el término derivado de nación, utilizaré, como propone Maxime Rodinson (1975: 7), el de nacionalitario en relación con nacionalidad; se evitan así las confusiones que vienen del uso de nacional para ambos casos, como se da en castellano.

UNA HISTORIA SIN HISTORIA

El artículo de Román está fundamentado en grandes errores, productos de una característica básica del pensamiento de su autor: la concepción ahistórica de la historia, cosa que examinaremos después.

En él se confunden las categorías de nación, nacionalidad y nacionalidad minoritaria o minoría nacional; se insiste en la no explicada pero irreductible diferencia entre el proceso formador de las naciones en Europa y en América; los conceptos del marxismo y los de la antropología se toman como si fueran complementarios entre sí; se concibe al marxismo como un esquema y, de paso, sus categorías se emplean como definiciones.

LA CONFUSIÓN DE LO QUE NO SE DEBE CONFUNDIR

Al terminar el artículo, una extraña sensación de vacío queda en el lector. Comprensible, por lo demás, ya que, pese a su declarada intención de refutar nuestra concepción de que los indígenas son nacionalidades minoritarias, solamente al comienzo se refiere a ella, no volviendo a mencionarla luego, por dedicarse a demostrar lo ya evidente y sabido: que los indígenas no son naciones, carácter que ni yo ni nadie les ha atribuido jamás para extraer sus consecuencias necesarias.

¿Por qué esto? Porque Román confunde los tres conceptos: nación, nacionalidad, minoría nacional, y los emplea como si fueran la misma cosa, haciendo lo que él, sabia y paternalmente, nos aconseja que no hagamos: “...los conceptos de nacionalidad y nación, aunque relacionados, son diferentes y, por ninguna razón, se deben confundir” (Román 1980: 3, columna 2).

Veamos cómo lo hace. En la página 1, columna 1, dice que utilizo “en forma imprecisa el concepto de minoría nacional”, y cita mi libro sobre los chamí (Vasco 1975), en el cual propongo que se denomine a estos indígenas de Risaralda con ese concepto.

Pero, en el párrafo siguiente, se lee: “Más aún, al pretender demostrar en la exposición de su libro la validez del concepto de ‘nación’ referido a los indígenas Chamí...” (Román 1980: 1). Es claro que cuando yo uso y propongo el concepto de minoría nacional, Román entiende, al contrario, el de nación.

Más adelante dice que “es equivocado afirmar que los indígenas luchan por su autonomía como nacionalidades distintas de la nación colombiana” (Román 1980: 1, subrayado mío). Y continúa diciendo: “O sea, como naciones en lucha contra su enemigo inmediato: la nación colombiana” (Román 1980: 1, subrayado mío). Si antes confundía nación con minoría nacional, aquí la confunde con nacionalidad.

Para terminar, podemos comprobar que los tres conceptos significan la misma cosa para él cuando, tres párrafos más adelante, nos dice que algunos ejemplos “permiten apreciar qué tan incorrecta es la pretendida aplicación de los conceptos de ‘naciones’, ‘nacionalidades’ o ‘minorías nacionales’” a comunidades indígenas colombianas. Termina preguntándose, haciendo clara referencia a ellas, “¿Se podría entonces afirmar que son naciones?” (Román 1980: 1).

¿Por qué confunde lo que él mismo sabe que no puede confundirse? Por su concepción ahistórica de las categorías (que cambian y se desarrollan) que concibe como definiciones (dadas e inmutables); y de la realidad, no como proceso, sino como fija e invariable.

Cuando se encuentra con que los elementos que constituyen una nacionalidad minoritaria (en mi caracterización), una nacionalidad (en la de Rodinson) y una nación (en la de José Stalin) parecen ser los mismos, cae en la perplejidad y en la confusión más visibles.

Así, nos asegura (Román 1980: 1, 3) que en la sociedad sin clases “surgen maneras peculiares de vivir y de pensar... y se configuran una serie de elementos culturales y económicos... que van a caracterizar en una etapa posterior a las diferentes nacionalidades” (subrayado mío). Y, más adelante, “La nacionalidad es presupuesto de la nación. La nación contiene los elementos de la nacionalidad, pero no son la misma cosa”, sin explicarnos en dónde reside la diferencia.

O sea que, para él, en la sociedad sin clases aparecen unos elementos que “en una etapa posterior” van a caracterizar a las nacionalidades, pero que son los mismos que contienen las naciones. Así se entiende, entonces, por qué fracasa en diferenciar los conceptos. ¿Cómo no confundirlos si, desde su punto de vista, contienen los mismos elementos y son, por consiguiente, idénticos?

He aquí lo que invalida todo su artículo, ya que sólo una clara visión del proceso histórico le permitiría establecer la diferencia, y carece de ella.

¿CÓMO MEZCLAR EL AGUA Y EL ACEITE?

¿De qué manera, entonces, se forman y se diferencian las nacionalidades, las naciones y las nacionalidades minoritarias?

Erróneamente nos cuenta que “la nacionalidad comienza a tomar forma en la génesis de las sociedades sin clases” (Román 1980: 1, col. 2). Es sabido que dicha sociedad, considerada como tal, no tiene génesis, es decir que es natural porque surge directamente como resultado del proceso de humanización, realizado éste con base en el trabajo en común. Por eso, el proceso de formación de la sociedad humana es por esencia social, sin que por esto se pueda afirmar, como lo hace el artículo, que “mediante el trabajo humano se realiza a sí misma”, como si tuviera una esencia inmutable, ahistórica, que pudiera realizar.

Precisamente con el desarrollo de la humanidad, y casi seguramente desde sus comienzos mismos, se fue dando, como resultado de procesos históricos específicos aunque a menudo relacionados, una creciente diferenciación. Surgen así sociedades diversas, hombres que viven en variadas formas, siendo, por ello, diversos a su vez.

Viviendo su propia historia, transformando medios ambientes diversos, aislándose o relacionándose, etc., distintas sociedades fueron caracterizándose por un territorio, una lengua, una economía, una organización sociopolítica y una cultura propias y específicas, elementos que, en su conjunto, basaban la identidad entre los miembros de cada una de ellas, al mismo tiempo que las diferenciaban entre sí.

De esta manera se formaron, a lo largo de siglos, las nacionalidades. Es decir que una vez que surgieron, aquellos elementos, caracterizaban ya a una nacionalidad, con un desarrollo y una historia propios; sin que estuvieran excluidos múltiples procesos de asimilación, división, conquista, etc., produciéndose un permanente aparecer y desaparecer de nacionalidades. Así como también una muy amplia diversificación, con muy distintas formas de desarrollo socioeconómico, hasta el punto que mientras unas existían como “sociedades primitivas”, sin clases, otras presentaban una estratificación interna en clases sociales; mientras algunas alcanzaban niveles de integración social amplios, otras se desarrollaban en formas menos cohesionadas y unificadas, como las tribus, etc.

Pero es en este punto donde Román, como el autor que cita, Rodinson, cae en el error de tomar del marxismo las categorías de nacionalidad y nación, como si fueran compatibles y sucesivas con las de la antropología: banda, clan, tribu, para construir con ellas una escala mixta de niveles de integración social, comenzando con la banda para terminar en la nación. Sin tener en cuenta que corresponden a concepciones del mundo distintas y que explican la sociedad desde puntos de vista y con metodologías muy diferentes y aun contradictorias y antagónicas. Circunstancia que lleva a cometer errores teóricos, como hablar de “prenaciones”, como si esta forma de desarrollo social estuviera predeterminada por una férrea línea de evolución necesaria.

Al contrario, las categorías del marxismo abarcan en su comprensión aquellas de la antropología. De donde se deriva que es posible que existan nacionalidades aunque no se hayan dado “solidaridades globales por encima del nivel de tribus” (Rodinson 1975, citado por Román 1980). Cosa que el artículo no acepta, viéndose obligado a negar el carácter de nacionalidades a las sociedades estudiadas por la antropología al nivel de banda, clan, tribu y otras, pese a que presentan ya los rasgos constituyentes de las mismas, remitiéndoles este carácter para “una etapa posterior” no especificada.

Un ejemplo de esta distinción, para citar a Stalin (1972: 136), un poco más adelante de donde Román lo alcanzó a leer, es el análisis de la situación de algunas sociedades asiáticas, consideradas como nacionalidades pese a que estaban organizadas en la forma de tribus de pastores con base en clanes.

Para nuestro autor, en cambio, estas categorías son excluyentes y sucesivas, siendo la nacionalidad y la nación niveles de solidaridad superiores a los de tribu y clan. Así, nos dice que los grupos que viven en el Vaupés no son naciones (ni, por tanto, nacionalidades, ya que las confunde) porque “constituirían, más bien, clanes o tribus” (Román 1980: 4, col. 4).

FORMACIÓN DE LAS NACIONES EN AMÉRICA

En cambio, sí es un proceso de unificación de todos los sectores de una nacionalidad, a través de la creación de una economía y un estado comunes, el fenómeno que permite a algunas nacionalidades conformarse como naciones, proceso indisolublemente ligado con el desarrollo del capitalismo (y la creación de un mercado nacional), no solo porque éste fundamenta a aquel, sino porque la constitución de naciones y estados nacionales es necesaria para el desarrollo capitalista.

Es evidente que desde este punto de vista Román tiene razón cuando plantea la diferencia entre la formación de las naciones en Europa y en América. Pero sólo parcialmente, y el aspecto que se le escapa es precisamente el que explica la aparición de nacionalidades minoritarias en países como Colombia.

A causa de la utilización de conceptos biologicistas como el de “simbiosis sociocultural”, no logra captar cómo, pese a las diferencias, el proceso de desarrollo nacional en América, y en Colombia en particular, está también ligado al avance del capitalismo mundial, tal como se dio en Europa.

Le causa desazón que en América se den “formas diferentes de producción... comunidad primitiva, producción artesanal (pero, ¿es ésta un modo de producción?)... y modo de producción capitalista dominante” (Román 1980: 4, col. 1) y cree ver en esto la diferencia con Europa.

Pero está equivocado. Ya Marx anotaba cómo en Alemania, y con mayor razón en otros países del viejo continente, pervivían junto al capitalismo formas de otros modos de producción anteriores.

Además, el concepto de nación no es un concepto económico, así esté ligado al surgimiento y avance del capitalismo.

El “detalle” que escapa a su comprensión es que el colonialismo que se dio en América es parte indisoluble del desarrollo del capitalismo europeo, y que este no habría podido darse sin aquel. Y que, como consecuencia, la formación de las naciones americanas es igualmente un resultado del mismo.

Es, por un lado, avance de los elementos económicos necesariamente introducidos por las metrópolis en sus colonias, para posibilitar su explotación y adecuarlas a sus necesidades. Por el otro, es indispensable para la ulterior evolución de las nacionalidades formadas aquí a partir de lo español, lo indio y lo negro, obstaculizada por la relación colonial. Por todo esto, resultado final, en el siglo XIX, de la descolonización, de las luchas de independencia y sus secuelas.

Es aquí donde reside, y no en la ausencia de capitalismo, la diferencia del desarrollo nacional en América respecto al de Europa.

En el viejo continente, el ascenso del capitalismo conduce a que las naciones constituyan estados nacionales en un proceso cuya característica dominante es la de una nación/un estado nacional.

En América Latina, el proceso de conformación de los nuevos estados que surgieron de las guerras de independencia lo asumieron nacionalidades aún poco unificadas y que, como la colombiana, no se habían conformado como naciones hasta ese momento. Más todavía, la construcción de tales estados fue un factor de gran importancia en la transformación de esas nacionalidades en naciones, en un movimiento que aún no termina del todo. Sin que esto signifique que pensemos, como de manera un tanto hegeliana hace Román, que puedan alcanzar una “forma definitiva” como punto final de su conformación.

La nacionalidad colombiana comienza su historia con la conquista. Durante la colonia, a partir de blancos españoles, indios americanos y negros africanos, surge el mestizo, elemento básico de ella, en un proceso que, como lo ha mostrado Jaime Jaramillo Uribe, no es solo ni principalmente racial, sino sociocultural.

En su formación, la nacionalidad colombiana asimila, absorbe o destruye a diversas nacionalidades autóctonas, fundamentalmente durante el período colonial.

Aunque la afirmación de que “el proceso pos-independientista... implicó la desaparición de Muiscas, Quimbayas y Tayronas” (Román 1980: 4, col. 1) sea solamente una muestra de ignorancia, ya que su desaparición se dio durante conquista y colonia, sí hubo otros grupos que sufrieron esa suerte después de la independencia; y otros se enfrentan todavía con tal situación.

Después de la independencia, la nacionalidad colombiana emprende un proceso de avance que habrá de conducirla, por sus características, a hacerse una nación, al superar las trabas de la condición colonial. Proceso del cual hace parte la estructuración paulatina de las actuales clases sociales, y, sobre todo, de una clase o bloque de clases nacional, es decir, que pudiera asumir la dirección de ese proceso en la medida en que sus políticas y programas coincidieran, durante ese período, con las tareas y los intereses más generales de los colombianos. Conocido es el costo de tal definición durante las guerras civiles del pasado siglo.

NACIÓN COLOMBIANA Y NACIONALIDADES MINORITARIAS

Pero aunque no todos los indígenas desaparecieron, los proyectos de las clases rectoras colombianas no les reservaron ningún papel en la formación de la nación, más que el de ser asimilados, “reducidos” a la vida civilizada.

Aquí, como en Europa, la orientación fue la misma: construir un estado-nación con base en una nacionalidad: la colombiana. Pero nuestra realidad no era la misma. En el mismo país, sobre el mismo espacio geográfico, existían varias nacionalidades, entre las cuales la colombiana era mayoritaria y más fuerte, heredera de la dominación española sobre las otras, minoritarias y débiles por haber sido diezmadas y subyugadas. Cuando la colombiana, bajo la dirección de sus clases dominantes, se erigió paulatinamente en nación y logró crear, a fines del siglo pasado, las bases de un estado nacional, lo hizo con un criterio homogeneizante, excluyente: únicamente los colombianos tenían cabida en él. Los indígenas, en consecuencia, debían hacerse colombianos o ser exterminados.

La nación colombiana se constituyó solamente con la nacionalidad mayoritaria, negando las indígenas, pero tomando de ellas, mientras las iba destruyendo, muchos elementos para su propia conformación.

El estado resultante es el de los colombianos, más precisamente el de sus clases dominantes, y, dentro de sus estructuras y políticas, los indios tienen cabida solo mientras se colombianizan (como lo establece tajantemente la Ley 89 de 1890, aún parcialmente en vigencia).

O sea que se da una sociedad multinacional (no porque existan varias naciones, como entiende Román, sino varias nacionalidades) que, para evitar confusiones es preferible llamar multinacionalitaria, pero cuyas estructuras políticas, fundamentalmente el estado, no reconocen tal situación ni se adecuan a ella, conformándose como uninacionalitarias y engendrando opresión y negación sobre las nacionalidades minoritarias al desconocer sus derechos.

Por esto, para terminar con tal opresión, es preciso un estado multinacionalitario, acorde con la realidad del país; sin que ello sea un “absurdo”, como afirma el artículo apegado a las definiciones librescas, sino, por el contrario, la única y real solución del problema que pesa sobre las sociedades indígenas.

Así, mientras los colombianos se hicieron nación y crearon un estado nacional propio, las nacionalidades indígenas fueron transformadas, como un resultado del mismo proceso, en nacionalidades minoritarias, es decir, en nacionalidades dominadas, explotadas y, sobre todo, negadas, condenadas a dejar de ser y, como consecuencia, minoritarias, muchas al borde mismo de la extinción.

Es notorio que esta concepción nuestra de lo que es una nacionalidad minoritaria no concuerda completamente con la de minoría nacional que Stalin expone en su obra. Esto es así precisamente porque es necesario adecuarla a las condiciones específicas de nuestro país, que son diferentes de aquellas rusas a las cuales Stalin se refiere. Pero, al mismo tiempo que consulta nuestra particularidad, tiene de común con aquella el contenido general de la categoría dentro del desarrollo del problema nacional y de su análisis.

Es claro, entonces, y nunca he afirmado otra cosa, que el haber llegado a ser nacionalidades minoritarias implica, para las sociedades indígenas, la imposibilidad de constituirse en naciones y, además, estar sometidas a una política tendiente a que dejen de existir como nacionalidades.

En Colombia, el capitalismo produjo, desde el punto de vista nacional, tanto a la nación colombiana como a las nacionalidades minoritarias, todas ellas a partir de las nacionalidades existentes en el momento de la independencia. Son resultados diversos de un proceso único y no, como piensan Román y Rodinson, niveles sucesivos de integración social producidos por una globalización creciente.

Ser nación no es, pues, un nivel de desarrollo social mayor al de ser nacionalidad minoritaria; ambas condiciones son caras diferentes de una misma situación social en las circunstancias históricas de países como el nuestro. Por tanto, las nacionalidades minoritarias no son sociedades independientes ni autónomas; al contrario, su existencia implica necesariamente la relación con la nación colombiana en las condiciones que hemos descrito ya.

Tampoco significa conservar obligadamente las mismas características de la época precolombina o períodos posteriores de la historia, ni siquiera que sus caracteres de hoy vengan de un cambio meramente interno de aquéllos de ayer, sino de un resultado de la acción externa, española y colombiana, sobre ellos.

Por eso, en los ejemplos de cuivas y guahibos, Román no hace otra cosa que describir algunas de las transformaciones en los rasgos de las nacionalidades indígenas de los Llanos, mostrando de qué manera las han afectado los cambios históricos ocurridos en la formación territorial, económica, etc. de la nación colombiana. Pero, además, viéndose obligado a admitir su carácter distinto con respecto a los colombianos.

AFIRMACIÓN INDÍGENA Y SU NEGACIÓN POR LOS COLOMBIANOS

De todo lo anterior es posible concluir que los indígenas luchan, no contra la nación colombiana (como planteé alguna vez), sino, al contrario, por el derecho a formar parte de ella como nacionalidades iguales en derechos a la colombiana; y porque el estado de hoy deje de ser el estado de las clases explotadoras colombianas, para convertirse en su propio estado, libremente compartido con el pueblo colombiano.

Esto es lo que la gran mayoría de los colombianos les niegan, pero no solo aquellos de las clases dominantes, sino también aquellos como el señor Román, quienes les niegan hasta su propia historia, integrándolos dentro de la Historia Patria (con mayúsculas) colombiana (Román 1980: 4, col. 1), o considerando que la discusión alrededor suyo solamente busca “ubicarlos adecuadamente dentro del desarrollo histórico colombiano” (Román 1980: 1, col. 1).

Resulta obvio, entonces, que su empeño en negar a los indígenas su carácter de nacionalidades minoritarias tenga como contrapartida su afirmación chovinista de que en Colombia sólo hay una patria, una nación y una única historia: la colombiana.

Pero, también aquí hay confusión en el artículo cuando reconoce el “principio indiscutible del derecho a la autodeterminación propia de cada grupo indígena” (Román 1980: 4, col. 1), porque autodeterminación significa derecho a la independencia y a la separación y es, por lo tanto, propio de las naciones. ¿En qué quedamos entonces? ¿O acaso se concibe la existencia de naciones en cuyo seno cada uno de sus grupos se autodetermina, cada uno es independiente de los demás y existe separado de ellos territorial y políticamente, para no hablar de lo económico y otros aspectos? ¿En dónde quedan, pues, la globalidad y la unidad propias de las naciones?

CONCEPTUALIZACIÓN Y REALIDAD

Este contradecirse a cada paso es consecuencia fatal de la utilización de las categorías conceptuales en el plano de simples definiciones, librescas por lo demás, cosa propia de la cultura de manual. Por eso mismo, la realidad se confunde con lo que de ella se dice, lo esencial de los grupos sociales con la forma como ellos se miran a sí mismos. Y de la circunstancia de que algunas organizaciones indígenas expidan o no documentos en los cuales se acogen o niegan una determinada caracterización de su existencia, el artículo deduce la realidad y validez o no de la misma. En tal caso, de ser este método válido, podríamos citar muchos otros documentos del mismo CRIC, en los cuales se afirma lo contrario del que cita Román.

Es necesario examinar, más bien, el contenido, tipo, objetivos y dirección de sus acciones y luchas y de las políticas que las orientan. Y en muchísimas de ellas, el contenido nacionalitario es evidente. Tal ocurre recientemente en Jambaló y Guambía (en el Cauca) y en Cumbal (en Nariño).

Pero la negación de que han sido y son objeto las nacionalidades minoritarias en nuestro país no deja de tener efecto sobre su existencia; no en vano transcurre el esfuerzo de los colombianos por exterminarlas. Todas ellas se encuentran en niveles mayores o menores de descomposición; han perdido porciones enormes de sus territorios; algunas, aun su autoridad o su lengua, etc.

¿Podremos concluir, por ello, como librescamente hace Román sin tener en cuenta la historia y siguiendo una cita de Stalin que ha mutilado, que no son ya nacionalidades? (Román 1980: 3, col. 1).

Si la nacionalidad se entiende como una categoría (y, por consiguiente, como algo histórico) que da cuenta de una realidad en permanente cambio, es claro que la lucha pasada y presente de los indígenas por mantener y/o recuperar lo propio (territorio, pensamiento, derecho, autoridad, economía, etc.) es motivo más que suficiente para afirmar su existencia como tales.

¿O debe negárseles este carácter por haber perdido, por ejemplo, su territorio? Y, si lo recuperan, ¿se les reconoce otra vez como nacionalidades? Esta visión mecánica linda ya con el ridículo y se encuentra alejada de toda posibilidad de explicar los fenómenos de cambio social.

Ahora podemos entender por qué resulta tan fácil para Román caer en las posiciones trilladas y vanas de negar la validez explicativa de las categorías marxistas para nuestra sociedad, y para las sociedades indígenas, arguyendo que son “extrañas a la realidad del país” (Román 1980: 1, col. 1), cuando para demostrarlo debe desnaturalizarlas, deformarlas por completo, reducirlas a lo contrario de lo que son, a un “esquema teórico” formado por definiciones librescas.

La conceptualización de los indígenas colombianos como nacionalidades minoritarias da cuenta de lo particular de cada una de sus sociedades y de cómo se articulan sus diferentes aspectos, es decir, de su ser como nacionalidades diferentes. Pero no considerándolas como unidades aisladas, cerradas sobre sí mismas, sino tomando este ser específico como resultado de una doble causalidad: el desarrollo de sus fuerzas internas, propias, y la acción que sobre ellas ejerce, y ha ejercido, la nación colombiana, a través de la relación común con que las mantiene sujetas (relación de dominación, explotación, negación, como ya vimos). Relación que es general y que, por lo mismo, las une y sienta las bases para su lucha común.

BASES DE UNIDAD

Contra la homogeneizante política que quiere obligarlos a integrarse a la nacionalidad colombiana o ser exterminados, los indígenas encuentran un interés general a todos ellos. Por una nación colombiana pluriétnica, plurinacionalitaria, de la cual formen parte todas las nacionalidades en un plano de igualdad (incluida, por supuesto, la colombiana), pueden ellos aunar sus esfuerzos y sus luchas, pues esto, y no aislarse o independizarse, significa su reivindicación de autonomía.

En su aspiración por vivir en un estado multinacionalitario, en el cual se respeten sus derechos como pueblos diferentes, encontrarán el lenguaje común con el pueblo colombiano, cuyos derechos son conculcados también en este país, pero que aspira a lograrlos en un nuevo estado que pueda considerar suyo.

Es solamente unidos como el pueblo colombiano y los pueblos indígenas lograrán crear una nueva sociedad como la que anhelan y por la cual luchan.

LA UNIDAD NO ESTÁ DADA, DEBE CONSTRUIRSE

Pero lo anterior no excluye la existencia de contradicciones reales entre indígenas y pueblo colombiano (y, claro está, entre los indígenas mismos).

¿Quiénes realizan las guahibiadas (cacerías de indios guahibos en los Llanos)?, ¿únicamente los terratenientes?, ¿no participan también campesinos pobres y medios? Recuérdese La Rubiera.

Y, ¿quiénes son los colonos que en la Sierra Nevada, Risaralda, Putumayo, Caquetá y muchos otros sitios arrebatan sus tierras a los indios, desprecian sus lenguas y culturas y hasta los asesinan, sino campesinos pobres colombianos?

Y, en las ciudades, ¿quiénes insultan a otros llamándolos indios, sino obreros, estudiantes, artesanos y otros sectores populares?

Y, ¿quiénes plantean que los indios no tienen política, que son atrasados y deben abandonar sus formas propias de vida, sino muchos sectores organizados de la izquierda colombiana?

Y, ¿no son, acaso, colombianos los guerrilleros que, como lo han denunciado recientemente algunas comunidades (masacre de los Tigres, caso de Jambaló, Guambía y otros), se han unido a la tarea de exterminio y a estorbar la vida y luchas de estas?

Son contradicciones que existen y claman por su solución si colombianos e indígenas aspiran a vencer unidos a sus comunes enemigos.

Y esto resulta posible porque no se trata de las contradicciones principales; porque son resultado de aquellas que los indígenas tienen con las clases dominantes colombianas y las de estas con su propio pueblo, ya que son tales clases quienes detentan el poder del estado y fijan la política colombiana frente a los indígenas.

Pero si no se acepta su existencia, si no se comprenden, si no se busca resolverlas, si se piensa como Román que los indígenas ya “saben que..... necesariamente tienen que aliarse con los campesinos pobres y los obreros.....”, pueden hacerse antagónicas y enfrentar a los indígenas con el pueblo colombiano, bien parcialmente y en algunos lugares, como ocurre a veces en la actualidad, bien cuando sea este quien tenga la dirección del estado colombiano y fije sus políticas, como acontece hoy en Nicaragua.

INDÍGENAS Y CLASES SOCIALES

Hasta aquí he enfatizado en el aspecto nacionalitario del llamado “problema indígena”, pero no es el único. Las nacionalidades minoritarias indígenas no se han quedado aisladas, “fuera” de lo colombiano por completo.

La política integradora ha logrado resultados parciales. Hay indígenas campesinos, obreros, comerciantes, artesanos (y hasta algunos gamonales, politiqueros o terratenientes), es decir, que hacen parte de la estructura clasista de nuestra sociedad. Y participan de sus luchas y contradicciones.

Este es el aspecto de clase del llamado “problema indígena”; aspecto que no excluye el nacionalitario, sino que forma su otra cara. Son los dos lados de una misma situación, inseparables en el contexto actual.

Román no lo entiende porque no logra pensar de modo dialéctico; sólo ve la oposición entre lo nacionalitario y lo de clase, entre lo específico y lo general, entre el desarrollo histórico como proceso y su concreción en un momento dado, etc.; sin poder captar la unidad dentro de la cual existen y se modifican.

Este aspecto de clase posibilita, también, una futura unidad entre los indígenas y las clases populares colombianas en la construcción de una nueva Colombia.

En su doble carácter, el problema de los indígenas hace parte del problema de la democracia colombiana, es decir, de la consecución de sus derechos por parte de los sectores más amplios de la población de nuestro país.

Sin su solución, no podrá hablarse de una verdadera democracia ni de una verdadera libertad para el pueblo colombiano, pues “no puede ser libre un pueblo que oprime a otro pueblo”.


 
 
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