Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
ENTRE SELVA Y PÁRAMO. VIVIENDO Y PENSANDO LA LUCHA INDIA
 

NACIONALIDADES INDÍGENAS Y ESTADO EN COLOMBIA > “DIVERSIDAD ES RIQUEZA”

La elevación al rango constitucional del criterio del reconocimiento, respeto y protección de la diversidad, en particular en lo que tiene que ver con los llamados “grupos étnicos” y sus culturas, produjo en el país una inusitada extensión de las preocupaciones por dicha temática; por supuesto, el campo de la antropología, menos que cualquier otro, no podía permanecer ajeno a tales consideraciones.

Entre las múltiples manifestaciones de esa “moda” se encuentra la publicación de un libro que recoge textos de varios autores, realizada por el Instituto Colombiano de Antropología. Su título encierra ya una concepción de fondo —que analicé en el texto que aparece a continuación—, que marcaría en adelante los derroteros para el accionar oficial en el campo cultural, sobre todo en lo atinente con los indígenas y otros grupos de aquellos que la Constitución del 91 marcó con la denominación de étnicos, como los llamados grupos negros o afroamericanos, y otros que en forma reciente se han venido acogiendo o cobijando con esas políticas, más como resultado de su promoción por parte de Asuntos Indígenas y otras entidades, como la ONIC, que por su propia iniciativa, como sucede con los grupos de gitanos, ahora autodenominados ROM.

Así, es posible notar que el reconocimiento constitucional no implica un viraje radical en la política estatal frente a los indios, sino un cambio de táctica de acuerdo con las exigencias de la inserción de Colombia en lo que se ha dado en llamar “el nuevo orden internacional”, orden que implica un reacomodo entre las fuerzas políticas y sus jerarquías, pero también cambios notables en las formas de dominación y explotación internacionales.

Es lo que explica la aparente contradicción entre, por un lado, las visibles tendencias globalizadoras por conseguir la homogeneización de las sociedades de todo el mundo bajo los estándares creados y fijados por el capitalismo, norteamericano esencialmente, y, por el otro, los esfuerzos por reconocer, garantizar y desarrollar la diversidad a través del diálogo, la tolerancia y la negociación entre diferentes, realizada supuestamente en un plano de igualdad y equidad entre los dialogantes.

“DIVERSIDAD ES RIQUEZA”

[Publicado en Kabuya. Editado por un grupo de trabajo del Departamento de Antropología, Universidad Nacional de Colombia, No. 11, 17 de mayo, 2000, Bogotá, p. 4-8]

Éste es el título de un libro que publicó el Instituto Colombiano de Antropología hace algún tiempo (1992), pero, a la vez, es una afirmación que recoge lo fundamental de las posiciones más recientes de muchos antropólogos en relación con la “cuestión étnica”, así como el sustento de las políticas oficiales frente a las nacionalidades indígenas, en especial a partir de la Constitución del 91. De lo cual se suelen derivar conclusiones sobre la necesaria promoción del respeto de tal diversidad y, sobre la base de ella, del camino para la convivencia y la paz. Así ocurre, por ejemplo, como veremos más adelante, con las políticas y actividades de promoción de la cultura que adelanta el Ministerio de ese ramo, y con los fundamentos de la interculturalidad, uno de los lineamientos básicos de la actual educación indígena en Colombia, postulado por el gobierno y aceptado por las organizaciones y comunidades indígenas.

Veamos qué subyace en el fondo de este aserto, al parecer indiscutible y obvio en su formulación más general y abstracta.

Para comenzar, ubiquémonos en nuestro país, cuyo carácter es el de una sociedad basada en lo fundamental en la producción de mercancías mediante el empleo de una mano de obra vinculada a través de diversas formas de trabajo asalariado. Ya en el primer párrafo de su obra maestra, Marx (1964: 3) nos dice que la riqueza en esta clase de sociedades “se nos aparece como un ‘inmenso arsenal de mercancías’ y la mercancía como su forma elemental”.

Es decir que, en una sociedad como la nuestra, concebir la diversidad como riqueza hace necesario entender que ella constituye un conjunto de mercancías, de productos que tienen utilidad para la satisfacción de necesidades de algún tipo y, al mismo tiempo, valor de cambio, o sea que su utilidad se encuentra y emplea por parte de otros diferentes de sus productores.

De la lectura del libro en mención resulta claro que la aseveración que lo encabeza se refiere a la diversidad cultural de los múltiples grupos que conforman el país, como así lo reconoció la nueva Constitución de 1991. O sea que debemos entender que la pluralidad cultural que existe en el territorio de Colombia se constituye en una amplia gama de mercancías, o bien que, si ésta no lo es aún, debe llegar a serlo.

Así lo muestra el examen de procesos que han venido teniendo lugar desde tiempo atrás y que se han acelerado desde hace algo más de una década. La conjunción de las diversas políticas del gobierno con la acción de múltiples ONG y aun con la de distintos grupos, en especial indígenas, negros y sectores campesinos, tiene como uno de sus propósitos claves la transformación de la producción cultural de tales agrupaciones sociales en mercancías, es decir, convertir sus procesos de producción de bienes culturales en tanto que valores de uso, orientados a satisfacer las necesidades propias derivadas de su vida cotidiana, en productos valores, dirigidos a llenar las necesidades, tanto las que ya existen como las nuevas que puedan irse creando, de otros sectores de la población nacional o internacional, transformando las condiciones de su producción e incorporándolos al creciente mercado de una industria de productos culturales.

Desde hace varios años, entidades como Artesanías de Colombia han emprendido la tarea de “rescatar” objetos de la producción cultural indígena. Para conseguirlo realizan diversas actividades, como talleres con los ancianos “maestros sabedores” para que ellos enseñen los procesos de fabricación a los jóvenes, pero también se llevan a cabo actividades de modificación que se centran sobre el trabajo de diseñadores y otros profesionales, que cambian formas, diseños, tintes, etc., en la búsqueda de “mejorar o perfeccionar” las diversas técnicas de trabajo tradicionales para conseguir “mejoras” en los productos; pero que en realidad lo que buscan es adecuar estos objetos a las demandas, gustos, modas y exigencias del mercado y de los compradores. En este campo cabe destacar principalmente las cada vez más frecuentes ferias artesanales, en las cuales la participación de los indígenas es central y creciente, y el impulso a la exportación de estas artesanías.

En realidad, todos estos procesos tienen como objetivo central la transformación de los antiguos valores de uso, que los indígenas empleaban dentro de economías básicamente de subsistencia, en artesanías, es decir, en mercancías que se destinan para los mercados nacionales y del exterior. Es decir que estos procesos tienen como resultado que los objetos materiales se conservan o se recuperan, al tiempo que cambian “su alma”. Esto aparece más claro cuando se trata de productos cuyo uso ha sido abandonado por los propios indígenas y que retoman de la memoria de los mayores para elaborarlos otra vez, ahora con la finalidad exclusiva de venderlos. Como uno de los resultados de estos cambios, un número creciente de los productores ya no tiene su trabajo artesanal como una actividad económica complementaria de la agricultura, la ganadería u otras, sino que lo ha convertido en su trabajo principal y en ocasiones el único del cual deriva la satisfacción de sus necesidades de vida.

Procedimientos semejantes y con la misma repercusión desarrolla el Ministerio de Cultura a través de los llamados encuentros COLOMBIA CREA, cuyo significado e implicaciones analizo más adelante.

Más significativos son otros hechos acaecidos en los últimos años, en los cuales el carácter económico de los procesos que vengo analizando se hace más visible. Así los relacionados con la valoración, rescate y conocimiento de lo que tiene que ver con el llamado “chamanismo” o “medicina tradicional”. Aquí, las actividades académicas se ligan estrechamente con las comerciales en el establecimiento de los canales que garanticen el acceso a tales conocimientos, pues es conocido que en la bioprospección y la biopiratería los saberes indígenas son el blanco principal, incluso más allá de los propios elementos curativos (plantas, etc.), pues son aquéllos los que indican su uso y dan las bases para la obtención de las patentes de comercialización.

Éste es el fondo asordinado que se mueve detrás de la actual oleada de reconocimiento mundial hacia actividades y conocimientos que durante mucho tiempo se tuvieron por supersticiones, fraudes, hechicerías o, al menos, como no científicos. Los grandes laboratorios de la industria transnacional de productos farmacéuticos invierten en revisar las revistas científicas y otras publicaciones de los países del llamado Tercer Mundo, para buscar pistas que los encaminen hacia nuevos productos y, sobre todo, hacia nuevas formas de empleo de la biodiversidad que, luego de obtener sus patentes, se convierten en la base de fármacos que les producen anualmente millones de dólares.

O financian directamente, o en forma indirecta a través de fundaciones o instituciones académicas, proyectos de investigación en este campo, los cuales se presentan como una reivindicación y reconocimiento de este aspecto de la vida indígena, cuando se trata de desarrollar los procedimientos que terminan por convertirlos en mercancías.

Es lo que ocurre con actividades como el simposio realizado hace unos años en la Universidad de los Andes, a donde se convocó a quienes hubieran trabajado sobre el tema de la “medicina tradicional”, con la cobertura de que su organización académica estuvo a cargo de antropólogos, algunos vinculados al Departamento de Antropología de la Nacional, para que los asistentes terminaran por descubrir que en el fondo todo giraba alrededor de intereses representados por profesionales escoceses de la química farmacéutica, quienes desde hace tiempo vienen obteniendo muestras y conocimientos a través del puente establecido por los investigadores, los cuales, además, contribuyen para que los abuelos detentadores de estos conocimientos viajen al exterior para entregar directamente sus saberes, con lo que el reconocimiento de esta amplia diversidad acaba por convertirla en mercancías.

Pero también algunos individuos y organizaciones indígenas participan en estos procesos de producción de mercancías de la industria cultural. Es lo que ocurre cuando elementos importantes de las cosmovisiones de sociedades indígenas, en particular aquellos que se refieren a sus relaciones con la naturaleza y que giran alrededor de la idea de que “la tierra es la madre”, se incorporan en discursos que se insertan al mercado mundial en la forma de identidades-mercancías, lugar donde se cambian por el dinero representado por las financiaciones y auxilios que se reciben de parte de gobiernos y ONG extranjeros, deseosos de “proteger la biodiversidad” a través de los indígenas, los “naturales guardianes de la tierra”.

Así lo denuncia el exconstituyente, exsenador y exterrajero guambiano Lorenzo Muelas (1999: 1):
Como indígena, a mí me afecta profundamente y me hiere de fondo, cuando veo que estamos en camino de lesionar mortalmente el futuro de los Pueblos Indígenas del mundo..... Ya en Buenos Aires (en la reunión de la COP) sentí yo el interés saqueador presente en todas las discusiones de los gobiernos, encubierto por discursos de defensa de la biodiversidad, pero también advertí una fuerte tendencia negociadora en muchos de los representantes indígenas que allí estuvieron..... Sin embargo, en el proceso de desarrollo del Convenio de la Diversidad Biológica he visto con enorme preocupación que a los representantes indígenas, como conjunto, les ha faltado firmeza, que se dan por vencidos y parecen alejarse de esos principios con gran facilidad, acercándose peligrosamente a lo que pareciera ser un proceso de acomodamiento a lo impuesto por las leyes del comercio y de la privatización de la vida, que exigen la aceptación de sistemas de derechos de propiedad intelectual y hacen primar el tema de la distribución de beneficios económicos.
Hace algún tiempo, los Cabildos Embera-Katío de los ríos Sinú y Verde firmaron con el gobierno un acuerdo que puso fin a su ocupación de varios meses de los jardines externos del Ministerio del Medio Ambiente, para impedir, según habían declarado, que el llenado de la represa de Urrá arrasara con su cultura y dañara la región del Sinú, pues denunciaban que la represa produciría un desastre ecológico en esta zona y afectaría irreparablemente al Parque Natural de Paramillo. Con base en esta reivindicación en defensa de la madre tierra convocaron en su apoyo a numerosos grupos de ecologistas nacionales y extranjeros.

Pero veamos las cosas más de cerca. Uno de los puntos principales del acuerdo dice: “1. La Empresa Urrá S.A. - E.S.P. anticipará a los Cabildos Mayores Embera-Katío de Río Verde y Río Sinú, y comunidad de Beguidó, el total de la suma que resulte de proyectar a cincuenta (50) años y traer a valor presente, el monto anual estipulado en la Resolución 838/99 del Ministerio del Medio Ambiente como sustituto de participación en beneficios correspondiente a dichos Cabildos Mayores” (subrayado mío). Es decir, que ahora los embera-katío del Sinú han aceptado participar en los beneficios económicos alcanzados por la Empresa Urrá con el llenado de la represa y su puesta en marcha para la generación de energía eléctrica, a cambio de aceptar que su madre tierra sea afectada por dicha empresa.

En el capitalismo, cuando se participa en los beneficios de una empresa, eso significa que se recibe una parte de la valorización del capital y se obtiene cuando el beneficiario es a su vez aportante de capital. Y, ¿cuál es el capital que los embera aportan a la empresa de generar energía en Urrá? Es evidente que se trata de la tierra, de la madre tierra, que de este modo se transforma en capital-mercancía generador de nuevas mercancías.

El doble proceso resulta claro: por un lado, se reconoce y respeta la diversidad, por el otro, esto se hace para transformarla en mercancías que se vinculan al mercado mundial. La aparente contradicción no es tal, precisamente el desarrollo de dicho mercado en las condiciones de la globalización requiere la más amplia diversificación de las mercancías pues, como ya lo estableció Marx, nadie cambia un producto por otro igual. El desarrollo del mercado a escala mundial exige que todo se convierta en mercancía y así está ocurriendo con la diversidad. Es cierto, entonces, que la diversidad es riqueza. Pero, ¿para quién?


 
 
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