Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
JAIBANÁS. LOS VERDADEROS HOMBRES
 

IV. LOS PODERES DEL BIEN Y DEL MAL > Primera parte

De lo dicho hasta el momento puede concluirse que el Jaibaná no es solamente un curandero u hombre-medicina; sus poderes van mucho más allá, hasta el punto de que Pinto (1978: 282) lo califica de “dueño del bien y del mal con sus poderes mágicos, lanzador de la enfermedad y la muerte”. Sin embargo, hay una marcada diferencia entre lo que pueden hacer los de hoy y las atribuciones que se les reconocen en el mito, o en algunos relatos ubicados por los indígenas en períodos históricos: las guerras con los cunas, la llegada de los españoles, la colonización blanca. Además, algunos personajes míticos, como Carabí o Caragabí, son tenidos como Jaibanás por algunas personas indígenas, aunque es cierto que otras los consideran dioses o diablos, afirmaciones que no son necesariamente excluyentes.

El poder de curar, el más importante entre todos desde el punto de vista de hoy, incluso casi el único que aún se les reconoce, conlleva indisolublemente ligada la capacidad de enfermar, de hechizar o hacer maleficio. Uno y otra son parte de un poder más amplio, el de incidir en los jais, causantes de la enfermedad, a través de una relación directa con ellos. Sometidos a su voluntad, los jais pueden, entonces, enfermar o curar. Más adelante se hará el análisis sobre la naturaleza de los jais, a raíz del cual este poder será claramente comprendido.

En principio y tal como se desprende de los informes citados, existe la opinión casi unánime de que la enfermedad es producida y curada por los jais. Cada uno de ellos está relacionado con una enfermedad específica, que causan si penetran en el cuerpo de una persona, y que se cura si lo abandonan; que producen si roban y esconden el alma del enfermo, y que sanan si ellos u otros jais la recuperan y devuelven al doliente; además, enferman y matan si devoran el alma. Todo ello, enfermar, curar o matar, siempre bajo el poder de un Jaibaná, quien los envía o aleja a voluntad.

Según el decir de los indios, la relación jai-Jaibaná se da por medio del sueño, pero también mediante el “canto de la chicha”; o sea, en palabras de los antropólogos, por el éxtasis alcanzado por el consumo de chicha, el canto monótono y prolongado, el baile y la ingestión de alucinógenos. Así, todas las actividades que se efectúan durante la curación (pero también en el aprendizaje) no tienen sino una finalidad principal: comunicarse con los jais, descubrir la causa de la enfermedad y ordenar a aquellos realizar lo necesario para devolver la salud al enfermo. Ya veremos que todo esto es solo lo más aparente, tras lo cual se esconde un proceso mucho más complejo e importante.

EL PROCES0 CURATIVO Y LA “HECHICERÍA”

Es preciso detenernos un momento sobre el proceso curativo, recogiendo las modalidades bajo las cuales se realiza, sea en las distintas regiones, sea por los diferentes Jaibanás, sea en relación con enfermedades disímiles. Y por consiguiente en la manera como se considera la causalidad de la enfermedad, es decir, en la hechicería o brujería.

Cayón afirma que el Jaibaná llama a los espíritus con silbidos y con gritos. Cuando llegan, entra en trance y los ve, ordenándoles curar. A los más feroces los tiene encerrados en “corrales o jaulas”. Pinto (1978: 47), a su vez, dice que la muerte es causada casi siempre por espíritus maléficos, “por eso el Jaibaná es llamado a increparlos cuando sobreviene el fallecimiento”.

En la iniciación, “el canto es la invocación de los jais. Estos vienen y se comen y beben las viandas puestas en el altar, y bailan con instrumentos tocados por ellos. El Jaibaná canta con ellos un canto que les agrada” y luego les ayuda a entrar en el cuerpo del nuevo Jaibaná (Santa Teresa, 1924: 35). Y Pinto (1978: 302) dice que en la chicha cantada o comida de los jais, el Jaibaná “se pasea cantando y sacudiendo las hojas, invitando a los jais a recibir la comida ofrecida... los ruidos que se oigan se consideran como señas de la presencia de los jais. Al amanecer se destapan las comidas y chichas para comprobar que han sido comidas y bebidas por los espíritus”. El Jaibaná es “un mediador entre los jais o espíritus de la enfermedad o de sus agentes (animales, plantas o fenómenos naturales) y el enfermo, pudiendo descubrir las causas y los remedios, el curso y el desenlace de la enfermedad”.

Durante la curación el Jaibaná entra en éxtasis y “se le aparecen muchos jais en forma de indios o civilizados o animales de diversa especie. Los espíritus se ponen a curar al enfermo. Si no se alivia, llaman al espíritu superior Dobirusá, quien llega hermoso, vestido de oro y con chaquiras y abalorios. Los demás lo reciben con música y bailes. Todos beben la chicha y se emborrachan, empezando a cantar con instrumentos que saben tocar. Si la enfermedad es incurable, Dobirusá se va sin hacer nada y no atiende a ningún nuevo llamado; si tiene cura, pide ayuda a los otros jais y hace las curaciones necesarias”. El Jaibaná, además de acompañar a los jais en sus bailes y cantos, “succiona, frota con bastones o figuras, da baños de hierbas o de sangre de animales diversos, sacrificados y ofrecidos a los jais. También imita la extracción de cuerpos extraños: espinas, animales, flechas, cuchillos. Otras veces coge el corazón o el hígado de un marrano, tatabra, zaino o guagua (ningún otro animal) con cuya sangre ha bañado al paciente, y clava en él una varita, poniendo el otro extremo en la boca del enfermo. Entre el palito y el Jaibaná, éste coloca su espejo cuadrado del pecho (tiene otro en la espalda) al que tiene que estar mirando el enfermo. El cebo se mueve hasta que sabe que el animal salió del cuerpo y lo mordió. Este corazón o hígado tiene que ser botado al río [...] La enfermedad no tiene causas físicas, sino que se debe a la posesión por un jai, a órdenes de un Jaibaná contratado para enfermar, o un descuido de las practicas mágicas preventivas” (Santa Teresa, 1924: 40).

Sigue el mismo autor estableciendo procedimientos especiales para cierto tipo de enfermedades: “Cuando se cura la locura no hay sueño ni comida para los jais. Todo el grupo asiste adornado, el enfermo lo está también. El Jaibaná pregunta al enfermo cómo espera ser curado y se atiene a lo que diga. Se sacrifican animales, cuya sangre beben enfermo y Jaibaná y bailan llevando una gallina colorada en la mano derecha y los bastones y el espejo en la izquierda. En la boca, agarrado por una oreja, un pequeño marrano vivo. Bailan ante el altar. El enfermo cae en éxtasis y durante él es despojado de sus ropas y adornos que son arrojados al patio y luego guardados por el Jaibaná durante tres días; al término de estos, el Jaibaná lava la paruma del enfermo; éste vuelve en sí y es declarado curado. O se le viste con un vestido de hojas de maíz hecho por el Jaibaná, poniéndoselo por los pies y sacándoselo por la cabeza, al tiempo que sopla para expulsar al espíritu de la locura” (id.: 45-46).

Respecto de la brujería, Rochereau (1933: 73-74) expresa que el Jaibaná “puede embrujar mediante ritos disimulados: palmadas en la espalda, salivazos disimulados, comidas o bebidas ofrecidas a la víctima. A veces sólo con la mirada y aun sólo con querer, según el poder del Jaibaná. Casas, lugares y árboles pueden ser embrujados, quedando intocables. El síntoma del embrujamiento es una enfermedad súbita, causada por la posesión del espíritu de un animal maligno [...] En sus sueños, un Jaibaná ve al animal devorando el cuerpo de un indio, y así sabe la causa de la enfermedad. Si el animal está comiendo el alma de la víctima, no hay curación, si sólo la ha escondido, sí la hay”.

Según Reichel (1960: 121), la presencia de los jais “se manifiesta por ruidos o movimientos de las paredes o por apariciones en el sueño. Puede aparecer en forma humana, de ratón, de loro, o cualquier animal (generalmente no de presa) [...] Los espíritus de los animales de presa son maléficos y causan las enfermedades, los ancestrales pueden influir en ellos para que dejen de enfermar [...] A la ceremonia de cantar la chicha asisten tanto los espíritus tutelares como los de los animales de presa en una especie de reconciliación. Por la asistencia de los de presa, es necesario sacar a sus enemigos: las armas y los perros. Si un perro sube, la chicha se daña y la ceremonia se suspende”. En caso contrario se hace la ceremonia, y el Jaibaná “hace vibrar rápidamente su abanico de hojas de palma sobre las totumas con la chicha, para llamar a los espíritus. Canta llamando a los antepasados y a los espíritus de los animales de presa, a cada uno por su nombre. Estos vienen y beben la chicha, hablando entre sí, los ancestrales tratando de apaciguar a los de presa. Parece que ciertos espíritus ancestrales se identifican con algunos de presa, haciéndose sus dueños. La causa principal de la enfermedad es la malevolencia de los espíritus de los animales de presa. O del prójimo que los envía. También la introducción de proyectiles mágicos puede causar enfermedad: espinas, pelos, piedritas, etc.”.

Robinson y Bridgman (1966-69: 197) presenciaron cómo “al comienzo de la curación, el Jaibaná frotó el suelo con una hoja de palma para despertar a los espíritus. La enfermedad la causaban los espíritus del sapo, tatabra y tortuga y debían ser exorcizados”.

Pineda y Gutiérrez citan a Nordenskiold (1958: 444) a quien un brujo dijo que “las almas de la gente buena se convierten en espíritus modestos [...] La gente mala se convierte en animares, esto es, malos espíritus, y son éstos los que causan la enfermedad y la muerte”. Y agregan, en la página 446, “la enfermedad es resultado del maleficio hecho por un Jaibaná, quien envía sus espíritus protectores a que escondan el alma de la víctima en un hueco y la tapen con una piedra, la introduzcan en un árbol o en el cuerpo de un animal; el enfermo se va consumiendo y muere si no la recupera por medio de otro Jaibaná. Otras veces los espíritus se van comiendo el alma y el enfermo muere, pues no hay cura contra ello. Todos estos espíritus son las almas de los indios muertos”.

En la ceremonia que presenció Arosemena (1972: 17), “a las 12 de la noche, el Jaibaná todavía cantaba y las mujeres bailaban, ambos para atraer a los buenos espíritus que deben desalojar a los malos con su presencia; no se habló de lucha entre ellos”.

Reina Torres (1962: 30) dice que muchas ceremonias terminan con la presencia de los espíritus o jais y que la chicha cantada se orienta a afianzar la relación entre Jaibaná y espíritus. La enfermedad está ligada a la mala voluntad de los espíritus o al mal que algún enemigo ha conseguido mediante la brujería. “Pocas veces se consideran causas físicas o ambientales”.

Según Velásquez (1957: 217-18), la cura comienza a las 10. Si hay extraños no pueden salir hasta terminar, si lo hacen, enloquecen o “reciben la enfermedad del paciente. Los perros se amarran fuera. Los asistentes no deben rezar ni pensar en Dios, pues el diablo no viene. El brujo comienza a cantar así: Ya, ya, ya. Ay, ay, ay (estas tres últimas palabras deben ser un verdadero quejido). Luego llama al maestro que le enseñó a curar: ‘mi maestro, mi maestroooo, mi maestroooooooo’. Luego regaña y zapatea, dando en el suelo con el machete. ‘Majuí, majudichi. Majuí, majudichi. Majuí, majudichi. Ya vamos llegando, ya vamos callando. Ese sapo que está preso, que venga a tomar un poco de chicha aquí. Oh, Jaibaná maestro, oh Jaibaná maestro, oh Jaibaná maestrooooo’. Sopla al enfermo y le pasa por encima el bastón. Chupa la parte afectada y la cubre con hojas de platanillo”.

La locura se da cuando “el Antumiá pasa al lado de una persona y ésta cae inmediatamente con un ataque de este mal. Al ser llamado, el Jaibaná canta llamando a sus espíritus tutelares y amigos y ordenándoles capturar al causante del mal” (Torres, 1962: 36).

Wassen describe así el embrujamiento (1935: 119-120): “Las hierbas juegan un papel importante. Se tiene que saber el nombre de la persona que se quiere embrujar y, en el bosque, uno sopla la hierba hacia él. Merino, el curandero que enseñó a Abel Hinguimá del Docordó, sabía introducir, mediante hechizos, sapos, ranas y gusanos en el estómago de la gente. Si no se hace nada, la muerte sobreviene”.

En el Chocó, según la observación de Arianne Deluz (1975: 9), “es difícil saber si cada jai corresponde a una enfermedad o si algunos (de los que asisten) son solamente espectadores. Los grandes chamanes poseen espíritus que son la metamorfosis del alma que ronda alrededor del cuerpo en el momento de la muerte y que sólo ellos pueden captar. Hacia la media noche, los jais están todos presentes y ayudan al chamán a extirpar la enfermedad. Agita su rama sobre la cabeza del paciente, chupa, conjura; a veces sopla sobre la cabeza del enfermo el humo de su cigarrillo o pipa. La enfermedad se atribuye a veces a que un jai por orden de alguien que quiere enfermar al paciente se ha introducido en su cuerpo; es necesario que un jai más fuerte lo expulse. Canta toda la noche, curando a todos los enfermos que hay en la casa. Al amanecer, una parte de la chicha ha sido bebida por los espíritus y por él, el resto se reparte entre los habitantes de la casa”.

Nordenskiold (1929: 143) señala una forma diferente de curación: “Creen que se puede curar a quien está poseído por un animará (en ellos se convierten los pecadores después de su muerte y son los que causan las enfermedades) pintando la imagen del diablo sobre una pared. En una curación, el enfermo tenía la espalda pintada con demonios de dos cabezas, también los otros asistentes estaban pintados. La choza del hombre-medicina y muchos otros objetos están pintados también. Hay una representación de un animará que saca una gran lengua roja y sobre el cual están pintados otros”.

Según afirma Reichel-Dolmatoff (1963: 38): “El chupar es una forma de curación practicada entre los embera-sinú; chupar que se efectúa sobre el sitio en donde se localiza el dolor por medio de un pequeño instrumento tubular, cuya parte superior, que hace contacto con el cuerpo del enfermo, tiene forma de copa invertida”.

Las versiones que hemos recogido de los indígenas en el Chamí no difieren substancialmente de las anteriores, aunque logran hacer algunas precisiones y aclarar ciertos aspectos de ellas.

Corroborando el procedimiento sinuano, algunos chamíes anotan que el Jaibaná chupa el cuerpo con un tubo de carrizo, y agregan que se trata de algo moderno que no hacían los de antigua.

En la curación de la tierra, el Jaibaná invoca la venida de un espíritu (antumiá o tumiaw) para que fertilice la tierra y capture los achaques (espíritus en forma de animales y que dañan las cosechas).

Después de una curación pido a Darío la explicación de lo ocurrido. ¿Qué fue lo que hizo el curandero?, le pregunto. Y responde:
Cuando el Jaibaná cura, saca del cuerpo del enfermo los espíritus de los animales que causan la enfermedad. A partir de ese momento, tales espíritus pasan a ser suyos y, más tarde, él puede usarlos para curar. En la curación, el Jaibaná llama a los espíritus de quienes le vendieron el banco a que le ayuden a curar, así como a los espíritus de animales que están en su poder; estos se llevan a los espíritus de los animales que causan la enfermedad y los encierran en una cueva. Allí se quedan hasta cuando el Jaibaná los llama para curar. Así, a medida que cura más enfermos, su poder aumenta.
Sobre el embrujamiento, dice:
A veces un hombre maldice a otro y le echa el espíritu de la culebra; este está como maluco y se va con desgano a trabajar; en el camino lo pica una culebra. Entonces la curación con yerbas no hace efecto y el curandero no puede curar. Antes hay que llamar a un Jaibaná para que eche el espíritu de la culebra y así la curación sí sirve.
En nuestro último encuentro, Clemente me explica qué es lo que ve el Jaibaná en el sueño y que le sirve para curar. Cuando está curando debe ver la causa de la enfermedad para poder curar:
Si ve como una candelada en el río, entonces es enfermedad de fiebre. Una vez en la curación de un muchachito “vi” en sueños a un hombre sentado, estaba pintado con bija y me dijo que porqué no dejó, que no es cuenta suya, déjelo para llevarlo. [Clemente dijo]: Yo defiendo, usté está haciendo maleficio, váyase. Y se fueron; eran un hombre con su hijo. Pero no dejó; agarraron el alma y se la llevaron y murió el muchachito.

Cuando curé a mi nieto vi a Salvador Siágama (muerto hace tiempo y maestro de Clemente). Mandó espíritu que va como viento y se agarra de la persona y cae enfermo.
Cuando Noraldo tuvo poliomielitis y los médicos de Pereira lo desahuciaron por el estado avanzado de la enfermedad, le dijeron: llévelo para la casa que no puede hacer nada. Clemente llamó a uno de sus maestros y le dijo que curara. Este soñó y le dijo:
¿Quién hizo daño a esta tierra?, va a acabar toda su familia; fue su suegro. El maleficio mío me está contando a qué horas le da el ataque al niño, es a las 7, a las 12 y a las 4. A los tres días ya va a estar sin ataque. Y así fue, a los tres días no dio más ataques y el niño se curó; ahí está alentaíto y sólo le quedó como medio dañado la pierna y un brazo.
Cuando se enfermó Magdalena, segunda mujer de Clemente, este llamó al mismo Jaibaná. Se emborrachó mucho con aguardiente y cantó:
“Ay, Clemente, no hay alma pobre Magdalena; por qué no afanaron, demoraron mucho y la enfermedad se subió más, pobre Magdalena, no hay permiso para curar, alma está andando por ai, cuerpo sólo no más, no puedo curar yo”. Y se fue. Magdalena se murió.
Ese hombre tenía razón, concluye Clemente.

Una forma de embrujar es así:
El brujo pone espíritus malos, como cuatro, debajo de la casa. A las seis de la tarde el espíritu sale. Si sale una vieja de la casa, el espíritu aporrea o hace mal. Lo mismo al que salga. Si no hay brujo cerca que cure, la persona se muere.
Otra forma es la de sacar rastro, levantar rastro, aprendida de los negros del Chocó. Sacan la huella que un hombre dejó en el barro, la sacan con un cuchillo y la ponen en una hoja. La llevan a la casa y la chuzan con un virote (flecha de cerbatana) envenenado de rana. Sacan y echan hormiga conga (negra, grande, cuya picadura es muy venenosa). Dejan dos horas sin mover hasta que envenena todo; y lo botan. El veneno llega a los pies y empieza a trabajar. No tiene cura.

Otros indígenas dicen que no cura el médico, pero que el Jaibaná sí puede curar. Hay que curar antes de que el veneno llegue al estómago; si alcanza hasta ahí, el enfermo muere.

Uno de los misioneros cuenta que, en una pelea de borrachos, un indígena dio muerte a otro. Su familia lo entregó a la autoridad y lo llevaron a la cárcel, escapando a la venganza de los familiares del muerto.1 Una vez en la cárcel le comenzó un dolor muy fuerte en el pie y que le subía por las piernas. Lo llevaron al hospital y los médicos le quitaron el dolor, aunque no supieron dar con la causa de la enfermedad. Así ocurrió varias veces y cuando el indio volvía a la cárcel, el dolor le comenzaba de nuevo. El enfermo aseguraba que estaba embrujado y que iba a morir si no lo curaba un Jaibaná. Cuando los médicos del hospital se declararon incapaces de diagnosticar la enfermedad, el padre consiguió que, con garantía suya, la juez le permitiera llevar el enfermo a la zona indígena para que lo tratara un Jaibaná. Su familia llamó a uno, el cual cantó dos veces. Y el enfermo se curó, después de lo cual regresó a la cárcel y allí siguió bien.

Los indígenas embera dicen que el arco iris (iuma) es macho si tiene colores fuertes, o hembra si débiles. Cuando aparecen al tiempo, se dice que están juntos (copulando). El Jaibaná para hacer maleficio canta el canto del arco iris y manda peste del arco iris a los niños: diarrea y vómito. Por eso nunca dejan a los niños en el patio cuando aquel sale. El arco iris se traga el alma del niño porque tiene jai.

También hay peste de la garza; son llagas en la boca o en la cabeza.

EL DOMINIO DE LA NATURALEZA

He dicho anteriormente que el poder del Jaibaná no es solamente el de curar y, por consiguiente, enfermar, sino que va más allá, abarcando dominios que llegan hasta el nivel cósmico, al poder sobre los fenómenos naturales, los animales en general, etc.

Ya sabemos que el primer Jaibaná, Picario, y sus discípulos podían volar con ayuda de sus bastones Y que, en la destrucción de Cartago por un Jaibaná, mito ya trascrito, este es capaz de desencadenar el rayo, producir la oscuridad, provocar temblores de tierra e inundaciones con ayuda de su tambor y sus bastones.

Pero antes de proseguir el recorrido por el mundo del mito, indaguemos el poder que los indios de hoy le conceden, o, al menos, reconocen tenía hasta hace poco tiempo, es decir, en los tiempos históricos.

Se cree que el Jaibaná puede, por medio del sueño, predecir el futuro y conocer las cosas ocultas.

Una de sus funciones importantes dentro del grupo era la curación de la tierra, actividad propiciatoria de la agricultura, especialmente la del maíz. Uno de los indígenas la narra así, tomándola de sus recuerdos de la niñez:
Hacía colada de chicha fuerte y guarapo fuerte; el Jaibaná anunciaba que reuniera gente, convidaba, y a esta hora (cerca de las 5 de la tarde) venía mucha gente y le adornaba la casa con flores; bastantes flores traían. Todo el corredor con coronas y hasta adentro colgaban. Bonita cosa. Cuando estaba chiquito me tocó.

A las seis de la tarde, anocheciendo, empezaban a tomar la chicha. El Jaibaná ponía su guarapo con tendido de hojas blancas. Entonces el Jaibaná pues ya empezaba a cantar y también invitaba como a dos señores que tocaban guitarra, tiple y tambor y, si no había, sólo tambor.

Mientras que el Jaibaná empezaba a cantar, por un rincón empezaban a bailar y el Jaibaná empezaba a cantar él solo.

Por ahí a las doce de la noche, ellos decían que ya viene pues el curandero, que ya va a curar la tierra. Anunciaban pues. El Jaibaná decía: “que vayan bailando alrededor”, como en círculo, e iban bailando alrededor del Jaibaná. Cuando decía: “en paz, que no bailen más, que ya hizo curación de la tierra”. Curaban la tierra como cantando y veían como en sueño un demonio que venía como “en forma de persona, en espíritu”. El demonio decía: “que ya está curado, ya le curé toda la tierra”. Y el Jaibaná decía: “que ya no más, que ya está todo en paz”. Decía: “repartan la comitiva de comidas”. Y, una vez recogida una abundante cosecha, el Jaibaná da una gran cena para los espíritus, para todos ellos, en la llamada ceremonia de cantar la chicha o de la chicha cantada.
Ritalina Siágama nos aclara que el demonio que cura la tierra es Tumiaw o Antumiá. Y nos cuenta que el misionero no dejó que los viejitos volvieran a curar la tierra.
Cuando cura, al viejito lo tratan como a un rey. Las mujeres llegan con chicha y coronas de cintas en el pelo. Tocaban tambor.
La curación de la tierra no se limita a la referida ceremonia propiciatoria; también es necesaria cuando en un mismo sitio está muriendo mucha gente, circunstancia atribuida a que un brujo dañó la tierra, la cual debe ser curada. El texto de una canción empleada para ello, concibe las cosas así:
La tierra estaba de maldad. Ya había dañado toda la tierra; caían enfermas muchas familias y morían. Llamaban al Jaibaná a curarla. Este pedía aguardiente. Decía: “por la borrachera sabremos, ahora no sabemos. ¿Qué mujer contaría con otro brujo que está tan dañada la tierra?” Y respondía: “pasó aquel mujer y habló con otros compañeros y contó mucho palabra. Entonces el brujo le dañó la tierra por envidia”.
Esta envidia del brujo extiende sus efectos a otras áreas de la producción. Un indígena dice:
Si hay abundancia de cacería, los brujos son envidiosos; y los jóvenes cazaban más que los viejos y el brujo era envidioso y decía: “yo voy a barrer todo y ahuyentar los animales para otra parte”. Cuando acaba de ahuyentar todos, la gente decía: “ya ese brujo ahuyentó todo y no hay donde cazar y no hay nada en el monte”. Decía que: “vámonos a llamar a otro brujo para que vuelva otra vez abundancia y otra vez todos animales”. Decían eso así.

Y también ponían a cantar por los peces del río. Los jóvenes comían pescado más. Brujos envidiosos ahuyentaron a otro río y no pican la carnada. Cae el anzuelo, se reúnen los pescados como para comerse y se dicen: “Esta presa no está buena”. Y se van regando y como escondiendo y ya no pican.

Los muchachos jóvenes envidiaban con el brujo; que si es que nos aborrece y que pa qué hace tanto daño. Y que tomaban venganza. Y el Jaibaná dice: “si siguen molestando acabo con toda la familia, antes de que me van a matar”. A veces mataban muchos brujos por eso, en parranda.
El brujo, pues, tiene poder directamente sobre los animales de caza y pesca y no solo sobre los insectos y otras plagas de la cosecha. Y puede ahuyentarlos. Pero también puede neutralizar tales efectos.

Otro día, en la vereda Palestina, llegando al pueblo de San Antonio, me encuentro a Joaquín Estúa por un camino. Me pregunta si no me da miedo de las culebras y yo comento que he encontrado muy pocas.
Antes había mucha culebra. Los curanderos cantaban de noche y echaban como bendiciones y entonces las culebras se retiraban p'abajo; por eso ya no se mira; antes, por la tarde, el patio se llenaba de culebras.
Así, el poder del Jaibaná sobre los animales alcanza también a las serpientes y puede conseguir alejarlas. Este poder sobre serpientes y otros animales peligrosos para el hombre, algunos de ellos monstruosos, da al Jaibaná un papel importante en el proceso de ocupación territorial por parte de los embera. El Jaibaná que se volvía humo va sepultando y neutralizando a los monstruos que no dejaban vivir a la gente en ciertos lugares, “domesticando el territorio” (Mauricio Pardo, Conferencia en la Universidad Nacional de Colombia, agosto, 1983). Me parece más adecuado, como se verá, hablar de “humanización del espacio para hacerlo territorio”.

Posee el secreto del inká (murciélago) para dormir a las personas. Se dice que lo obtiene matando al murciélago que duerme a la gente con el viento de sus alas. Luego, el Jaibaná puede dormir a la gente agitando sobre ella dos pañuelos, uno rojo y otro blanco (Chaves, 1945: 138).

El Jaibaná puede robar a otros el poder, no solamente quitándoles sus espíritus, sino quitándoles el poder de ver. Arosemena (1972: 17) cuenta cómo, en ceremonia que presenció, la participación del Jaibaná fue pasiva porque, según algunos, “tiene los ojos cerrados” por maleficio de sus enemigos y no puede ver los espíritus. Reichel (1960: 125) menciona la existencia de hostilidad entre los Jaibanás, quienes se hacen mutuas acusaciones de enfermar a los enemigos. Pueden causar “pérdida de la vista”, es decir, de la capacidad de tener alucinaciones.

Es notable hoy su conocimiento de plantas y otros elementos curativos que combina con su actividad jaibanística para la curación de los enfermos, conocimiento que recibe de sus maestros durante el aprendizaje y que es prescrito por los jais durante el éxtasis. Característica reciente pues los indígenas enfatizan que antes curaban sólo por canto; “por secreto sería”.

Reichel dice (Id.: 124) que el Jaibaná conoce el uso de yerbas curativas, especialmente las destinadas a curar la picadura de culebra. Tiene una colección de colmillos de las culebras que ha matado y para poder curar debe ingerir uno de cada especie, los hace polvo y los toma mezclados con chicha. Otras veces los debe tragar enteros.

LOS PODERES MÍTICOS

Y, ya en el mito, su poder aumenta inmensamente. Al identificar a Carabí como un Jaibaná, ciertos relatos elevan a este al lugar de héroe civilizador, quien dio a los indígenas el agua, el fuego y muchos elementos culturales. Y al ligarlo, en los mitos de origen, con el diablo, estarían dando razón a los indios de hoy, a los misioneros y a los blancos en general en su creencia de que el Jaibaná cura por su relación estrecha con el diablo, con el demonio, quien es el verdadero poder que cura y enferma, siendo el brujo solamente un emisario que puede invocarlo. Recordemos además que uno de tales mitos identifica con Antumiá al diablo que ordena a su mujer, iniciadora del primer Jaibaná, matar a este y a su hermana.

Y recordemos a aquel Jaibaná de los Siebidá (el relato no dice que lo fuera, pero su poder de predecir el futuro mediante el sueño no deja dudas al respecto; por otro lado, Reichel confirma [1953: 161] su carácter de tal): al morir su hijo, lo deja bajo la casa para que al cabo de cuatro días resucite convertido en Aribada; este combatía a los Erubidá vestido como ellos y con el poder de dormir a las muchachas para embarazarlas. Era, además, el proveedor de carne de monte, ya que cazaba y traía los animales. Sus hijos fueron Fronchí y Pononó (Chaves, 1945: 141).

O a aquel que cuando las piedras se estaban tragando a los niños para llevarlos al mar, ensarta una de ellas con una lanza, dejándolas a todas convertidas en piedras. O a aquellos dos Jaibanás mikisu quienes, en la misma región, mataron a Porré, la madre del oro, después de haberla “brujeado”.

Y también a ese otro que en el relato de la Jepá (Nengarabe y Vasco, 1978: 417-423), después de que la Jepá se niega a devolver a sus hijos que se ha tragado, dice, según la versión recogida por Cayón:
... hombre, voy a hacer chicha de maíz y voy a llamar para que arrastren de ahí eso abajo. Cuentan que llamaron eso la gente todo y dizque como a la una de la noche dizque había dicho el brujo Jaibaná, había dicho: “Vea, estén muy callados que los animales de mi cuerpo están bregando por sacar ese animal; si soy yo hombre, si saca eso, va a dar mucho trueno y mucha lluvia y va a ir creciente bastante río”. Que les dijo así. Cuando ya atendieron, los espíritus de los animales dice: “Oiga, nos vamos a sacar ese animal”, dizque ya gritaba la gente, pero dizque no era gente dice, sino es como animal, gritaba eso así, y cuando ya dijeron eso ya quedaron callados. Y ya daba por encima trueno, la lluvia y el río encima. Entonces ya gritaban: “échese p'abajo, échese que ese tiene motivo, este animal tiene que ir hasta el río de Tadó, para abajo por este río (el San Juan)...
Y que en la versión de Alicia Arango (1966: 16-17):
Se dirigió hacia un lugar llamado Jebanía, en donde habitaban miles de jes y allí invitó a una para que fuera a hacerle unos días de compañía a la del lago, pero era un ardid para poderla sacar fuera y darle muerte. El indio tropezó en el camino con un cangrejo gigante y le contó (los animales antes entendían como gente) y al saber la cuita del indio le propuso trizar la serpiente con sus tenazas. Dicho y hecho. En Burité, que era un lugar muy propio para lo que pensaban hacer, se dieron cita. A la llegada de la serpiente, se le abalanzó el cangrejo, cortándole la cabeza con las enormes tenazas. Para sacar a Je del lago, había bastado con la invitación de la visitante; pero el indio consiguió que el cangrejo solamente se entendiera con la que se había tragado los niños. El cangrejo no se contentó con matarla sino que le clavó varias veces las tenazas y alcanzó a matar a los niños, que salieron, pero muertos”.
O a aquellos vinculados con el trueno, bien por uno de ellos haberse hecho trueno, bien porque este es hijo de un Jaibaná. O a los Jaibanás mellizos que, en otra versión sobre el trueno, lo vencieron clavándole una lanza en el pecho.

En las páginas 39-40 de su libro, María de Betania (1964) recoge creencias ligadas al arco iris, transcritas a continuación. Cuando aparecen varios arcos iris es porque va a morir un Jaibaná. En el Andágueda:
El arco iris se mantiene en una quebrada llamada Okubuma.2 Es una culebra que se mantiene de cangrejos y es de varios colores. Cuando no tiene qué comer se encumbra y se dilata, formando un descomunal arco y chupa la sangre de los muchachos, los cuales mueren al poco tiempo. Los Jaibanás le cantan cuando la ven muy hambrienta y pueden hacerla retirar.
Otra versión atribuye el origen del arco iris a Tutricá al tirar al espacio un poco de agua. Wassen (1933: 117) menciona a un gran mago (Hypanadróma), quien con la utilización de un canto mágico, hizo huir a Sosere, vaca con un cuerno azul y habitante del curso superior del río Sambú.

Chaves (1945: 148) narra lo siguiente:
Surranabe (el gusano grande) era un gusano muy grande que se comía a los hombres y a los animales. Por eso la gente de indio le tenía miedo. Una vez se juntaron entre 4 mellizos y lo mataron con una lanza. Allí se formó una gran laguna y de allí en adelante no hay ya gusanos grandes, ya no hay más cría de ellos; sólo hay gusanos pequeños. Los mellizos sabían mucha cosa; eran como gente de médico”, [es decir, Jaibanás].
Fernando Urbina (1979) menciona un fenómeno particular, la ombligada, frente al cual el Jaibaná tiene una posición ambivalente, por un lado no puede hacerlo, pero lo necesita, por el otro, tiene la capacidad de neutralizar sus efectos en los demás. Una anciana “ombligó un día a un cholo. Ese cholo le quitó la fuerza. Ese tipo es zángano (brujo, Jaibaná). Se roba la fuerza. El se metió a que ella lo ombligara para quitarle la fuerza. Los brujos se hacen ombligar también para que los demás no les peguen, pues, por ser brujos, les cargan mucha bronca; entonces, se hacen ombligar, así ellos se defienden para que no les peguen en las bebezones. Los brujos les quitan la fuerza a los ombligados sobándoles los brazos (como escurriendo el brazo del otro). Lo hacen cuando el ombligado está dormido [...] Pero los brujos no ombligan. Ellos lo que hacen es quitar la fuerza en lugar de darla”.

Según ese autor, la ombligada es un rito mágico mediante el cual se frota el cuerpo de la gente con polvos o untos derivados de ciertos animales (oso, águila, etc.) para que adquieran así las cualidades de los mismos. Pese a que su versión dice que los Jaibanás no ombligan, Wassen cuenta que Caragabí, un legítimo Jaibaná en su concepto, sobó a sus hijos con una mezcla compuesta de ojos de tigre y de gato, como consecuencia de lo cual veían en la oscuridad. Esto constituye una típica ombligada.

Se les considera, a veces, como antropófagos. Al menos es lo que se desprende de un mito hecho conocer por Urbina (1977: 25-27):
Carpio era uno de esos Jaibanás temibles que había antes; esos sí sabían, no como los de ahora que lo único que saben es jartar biche (aguardiente de contrabando). Esa sí era gente dedicada a eso; era como una profesión; sólo se dedicaban a la hechicería, pero en serio. Mataba a los cholos y les sacaba las asaduras, diciendo que eran de venado; se quedaba con las mujeres de ellos y luego se las daba a sus hijos. Un día lo mataron y lo descuartizaron, le quitaron las asaduras, el corazón y la cabeza y los quemaron. A los pocos días fueron para ver si estaba vivo y vieron que todos los pedazos se habían juntado, pero que estaba muerto porque le faltaban las partes quemadas y eso no se podía juntar.
Este mito nos lanza de lleno en la que considero más importante creencia de los indios respecto de los Jaibanás: su capacidad de resucitar; creencia todavía vigorosa en la vida diaria y altamente frecuente en los mitos.

La idea más difundida es la de que los Jaibanás resucitan a los varios días de su muerte, luego de haber sufrido una amplia transformación física, convertidos en aribadas, según unos, en mohanas, según otros. Recurramos a los testimonios de los indígenas y de los autores que hemos venido utilizando, con el fin de precisar cómo se da dicho proceso y qué características presenta el Jaibaná en su nueva forma.

En las notas de campo de Tulia Valencia se anota que cuando se da muerte a un Jaibaná, hay que descuartizarlo en una forma especial para que no reencarne en mohana. Pero no hay ninguna información sobre la manera concreta como debe hacerse su desmembramiento. La referencia al mito consignado antes sobre Carpio podría dar una idea de lo que se trata.

Me parece, además, que no se trata aquí de una reencarnación, ya que, como iremos viendo, el Mohana es el mismo Jaibaná con su propio cuerpo, aunque transformado.

Sobre los mohanas, una de las misioneras da su versión:
Los Mohana son muertos que se levantan. Se salen de la tumba, pero no por encima, sino que les crecen enormemente las uñas y con, ellas escarban la tierra, hacen un túnel y se salen muy lejos. Las pestañas les crecen hasta la barbilla y las cejas también. Y el pelo, larguísimo, se lo echan sobre la cara, pero siempre se reconoce de quién se trata. Se comen a los niños; a los adultos no. Gritan. Los oí una noche que dormía en un tambo. Los indios se encierran y apagan las luces. No importa que el alma del muerto esté en el cielo o en el infierno, porque es solamente el cuerpo el que se hace Mohana. Además, como ya está muerto, no puede morir otra vez.
La monja se dirige a un indígena que nos escucha y le pregunta si los ha visto. Ël responde:
Yo no los he visto; pero cuando va de noche por un camino siento que las hojas de los árboles se mueven y los compañeros dicen que es el Mohana, pero yo no lo creo.
Sigue explicando la religiosa cómo “en Cuema hubo una epidemia de sarampión entre los indígenas y se murieron todos los indios de una familia, apenas quedó un muchacho de 17 años que avisó a los demás compañeros. Ellos fueron y los enterraron allí mismo; todos se salieron y se volvieron mohanas y por eso nadie hace casa por allá”. Por eso los indios queman o abandonan las casas en donde ha muerto alguien. “Ellos dicen a veces que son solamente los Jaibanás muertos los que se vuelven mohanas”.

Preguntamos a un viejo que ha subido a misa al internado de los misioneros: ¿conoce a Aribada?, ¿lo ha visto? Su respuesta es insegura, llena de vacilaciones, quizás por la presencia de la misionera, quizás por la duda que introduce una nueva creencia que no ha logrado desplazar a la antigua.
Aribada le acababa también, ese si es también dicen los que fue cierta, que eran que llaman Aribada, dizque llaman así; yo no se esa cosa será también, que era cierto, ¿quién sabe? Él también le acababa mucha persona. Dizque Aribada, dizque un hombre muerto se enterraba ai y ai mismo salía en cuerpo y alma. Andaba entre montaña, pero feísimo animal quedaba. Se encontraba el camino y ai mismo se mataba, se comía; y la noche también llegaban en la casa y todo familia se acaba. Ese también historia; lo que cuentan los mayores no más.

Cierto será, ai mismo si unos indios que eran valientes se amarraban aquí (en la cabeza) una totuma, como yo pongo aquí, le amarraban aquí una totuma y a las seis de la noche iba la montaña y traer ese animal. Iba entre monte y gritaba: uy, uy. Entonces los animales que están cerca le contestaba: uh, venga para acá. Y después los animales se arrimaban y seguían detrás de ellos y llegaban a la casa. Cuando la casa ya venían, entonces la seguía la pelea con animal. Y... peliando por ai... si verdaderamente le puñaliaban de cualquier arma y le mataban. Se reconocía. Pero animalazo, pero tan grande, tan feo, se encontraba en eso día también. Ese animal también se acabó mucho, acabó mucha persona, acabó. Por ahora no hay, en ninguna parte se encuentra. Yo he andado por ai solo, solo noche a pasar. Y pasa. Por ahora no. Dizque antiguamente dizque pasaba así. Pero acabó mucha persona también; y comía.
Esta versión contradice la de la monja en dos aspectos principales: Dice que el Aribada o Mohana (pues es claro que se trata del mismo ser; el nombre de Mohana parece provenir de la influencia de los colonos blancos de origen antioqueño y caldense) está en cuerpo y alma, mientras aquella dice que es solo el cuerpo. Hay que tener en cuenta que la respuesta que ella recibió de los indígenas y en la cual se basa, va encaminada a refutar su argumento de que no puede haber mohanas porque el alma después de la muerte va al cielo o al infierno; además de que el concepto de “alma” es mucho más complejo entre los embera que entre nosotros, como ya tendremos oportunidad de ver. Afirma que se puede matar a los mohanas, en tanto que aquella dice lo contrario. Veremos cómo el Aribada o Mohana no está muerto sino que ha resucitado, solamente su condición ha cambiado. Otros informes y el mito corroboran que el Aribada sí puede ser eliminado.

El padre Rochereau amplía la información al respecto al asegurar que el Aribada sí se puede matar, pero con agua hirviendo que no deja reproducir su sangre, de otra manera, si se le hiere, de cada gota de sangre sale otro. Continúa así: “Para volverse Aribada, el Jaibaná debe tomar en vida una hoja que se llama Guibán colorado. A los 15 días de muerto se forma en la tumba una espuma blanca que lo forma. Desde la agonía ya se ha ido cubriendo de pelos. Hay dos clases: uno de 4 patas parecido al caballo y uno de dos, parecido al hombre” (1933: 94).

Las indicaciones recibidas por Cayón de sus informantes de Villa Claret ratifican el uso de las hojas de guibán y añaden que su cuerpo es mitad de indio y mitad de tigre. Para evitar su aparición, el cuerpo del Jaibaná debe ser clavado al suelo con una estaca de macana.

Pinto ¡978: 47), en una información que otros no confirman, dice que “si el difunto era Jaibaná, suelen reunirse algunos de sus colegas quienes por medio de cantos le piden no reencarnarse y toman algunas precauciones para evitarlo, entregando a la viuda y a los hijos los bastones y figuras del difunto y que al pasar a manos extrañas pierden su virtud”.

Santa Teresa (citado por Pinto, id.: 241) se muestra de acuerdo con la idea de María de Betania de que Aribamiá es un animal mitad indio (el cuerpo) y con cabeza y garras de tigre. En él se convierten los Jaibanás después de muertos”. Su alimentación es de cangrejos y “los grandes Jaibanás sí sueñan cómo los pueden matar y que no puede ser un indio cualquiera”; dice, además, que el guibán debe tomarse en menguante de luna. Pinto concluye, por su parte, que Aribamiá es el mismo Mohana o Aribada, conclusión que comparto, como puede derivarse de la descripción y de las demás informaciones al respecto.

Pablo Emilio Yagarí, de Caramanta, contó a Pineda y Gutiérrez la historia del indio Panchí que era un Mohán (1958: 457-59):
Cuando todavía estas regiones de por aquí estaban cubiertas de selvas; cuando aún no habían penetrado en ellas los blancos; cuando era necesario hacer el viaje hasta Jericó para conseguir la sal, nosotros los indígenas teníamos Jaibanás o brujos-curanderos que atendían a las necesidades de la comunidad. Eran muy buenos médicos. Así lo confirman nuestros padres que siempre se valieron de ellos; porque ahora recurrimos al médico de la población.

Una vez murió un niño de 4 años. El Jaibaná que lo atendía dijo que no lo enterraran, sino que hicieran dentro de la casa una especie de tumba con tierra y hojas de plátano y lo dejaran allí, para resucitar a los 4 días.

A los 4 días resucitó, pero no era humano sino animal. No hablaba sino que pedía por señas. Era un Mohán que creció hasta que se hizo grande con figura de hombre. Le crecieron las uñas de las manos hasta hacerse más grandes y fuertes que las de un tigre. Como el Jaibaná lo resucitó, estaba a sus órdenes, aún para matar a las personas. El mohán se metía debajo de las casas y soplaba para aletargar a la gente. Ya dormidas, subía y las degollaba con sus uñas.

Durante la época cuando los blancos querían quitar sus tierras a los indios y exterminarlos, este mohán llevó a cabo una hazaña extraordinaria. El Jaibaná lo mandó a matar a los capitanes y soldados blancos, que estaban en una casa cercana al camino. Con su soplo los aletargó. Los indios no los habían atacado por temor a las armas de fuego. El Jaibaná le dijo: “ve, tú, que a ti no te entran las balas; aun cuando esas armas hagan detonación, a ti no te pasará nada”. El Mohán, luego de dormirlos, entró a la casa y los fue degollando. Escaparon tres porque no los vio. Después de matarlos, arrojaba sus cuerpos por el voladero.

Los indios le cogieron miedo, pensando que un día acababa con ellos, y resolvieron matarlo. Hicieron una gran cantidad de chicha que pusieron en una enorme tinaja de barro. Lo emborracharon y lo picaron con sus machetes y lo enterraron hondo para que no pudiera salir.
El mismo informante narra (id.: 459-60):
En el cerro que domina desde el oriente la parcialidad de Carmatá, que es nuestra propiedad, existía el cementerio de los indios, que sólo se abandonó hace apenas unos cuantos años, cuando vinieron los sacerdotes y evangelizaron a los indígenas. Allí enterrábamos a nuestros muertos.

Murió un indio y su familia lo enterró en el cementerio. Al día siguiente, un Jaibaná dijo que iba a resucitar y convertirse en animal, en mohán, y dijo que fueran a ver qué pasaba. Que si resucitaba y sacaba todo el cuerpo de la sepultura, los comería a todos. Saldría cuando había tempestad, en medio de rayos y truenos. Llegaron a destapar la tumba, pero no toda sino un hueco que coincidiera con el estómago y el pecho, para no verle la cara.

Cuando estaban en la tarea, sintieron su resuello y vieron que la tierra se movía como si quisiera salir. Entonces resolvieron matarlo otra vez, siguiendo las instrucciones del Jaibaná; labraron un palo en punta, hicieron un hueco para destaparle la barriga y el pecho, y se lo clavaron con fuerza. El Mohán lanzó un berrido e hizo temblar toda la tierra. Luego lo taparon otra vez y pisaron la tierra para que no pudiera salir de nuevo. Y volvieron tranquilos a sus casas.
Loewen (1960: 214) considera que son Aribamiá las almas de los muertos que han salido del cuerpo después del velorio, Aripada las que han salido después de la muerte pero antes del velorio. Otra información revela la creencia de que las almas de los Jaibanás brujos se vuelven Nunsí un pez de los grandes ríos; convertidos en Nunsi, viven en el fondo de los pozos y se comen el alma y el cuerpo de quien se baña; salen de noche y sus ojos resplandecen como fuego. Información que ha sido ratificada en varios sitios y por diferentes indígenas.

Estas narraciones establecen, pues, la identidad de tres seres “míticos” cuya presencia se siente permanentemente en la vida de los indios: aribada o aripada, aribamiá y mohán o mohana, indígenas resucitados, sean Jaibanás, sean individuos ligados a estos. Como vimos, solo Loewen da un criterio diferenciador entre Aribada y Aribamiá (el momento de salir el alma del cuerpo), aunque de esta diferencia no se desprende ninguna consecuencia sobre las características y actitudes de ambos, pareciendo no ser fundamental aun si se confirmase.


 
 
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