Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
JAIBANÁS. LOS VERDADEROS HOMBRES
 

III. CON QUÉ TRABAJA EL JAIBANÁ > Primera parte

La acción jaibanística, tanto aquella de carácter curativo como la del aprendizaje mismo, va acompañada de una extensa gama de elementos materiales de muy variadas características y funciones. Si algunos de ellos se presentan solo regionalmente, otros revisten un carácter general. Mientras unos parecen poseer una importancia extraordinaria, otros parecen ser circunstanciales, debiéndose en ocasiones a la idiosincrasia del Jaibaná. Si algunos están actuantes en toda ceremonia, los demás están ligados solamente a ciertas de ellas. Algunos existen en forma tradicional, otros son nuevos, productos del contacto con el blanco, pudiendo ser o no reemplazos de los originales.

Destacan por lo constante de su presencia, lo intenso de su uso y el papel que se les atribuye, las bebidas embriagantes: chichas de maíz, chontaduro y panela, y el aguardiente; las primeras de fabricación indígena, el último, como era de esperar, adquirido de la sociedad colombiana.

Varios autores mencionan también el pildé (“banisteriopsis sp.”) y el borrachero (“datura sp.”), dos alucinógenos, con relación al Jaibaná, quien los usa para “ver” en distintas ocasiones. El primero se desconoce en el Chamí, el segundo se emplea para “adivinar”, pero no se menciona ninguna relación suya con el Jaibaná.

Los objetos de madera están siempre presentes, lo cual no es nada asombroso al tratarse de una sociedad selvática, pese a no ser los mismos en todas partes o en las diversas ceremonias. Bastones, esculturas zoo y antropomorfas, barcos tripulados, cruces y tablas pintadas (Lámina Nº 4, e-h, Lámina Nº 5, a), tambores, bancos zoomorfos o sencillos, lanzas y hasta pequeñas casas que se construyen en el interior de las viviendas, constituyen su inventario.

Recipientes tales como pocillos de loza, ollas de aluminio, totumas y canoas de madera, botellas y frascos de vidrio, reciben en sus entrañas la bebida y la comida de los jais, pero también las del Jaibaná y los asistentes a la “fiesta”. También cántaros de barro antropomorfos, hoy casi desaparecidos. Adicionalmente, agua de yerbas, gaseosa y hasta líquidos coloreados pueden ser contenidos por ellos.

Jagua (genipa americana), achiote o bija (bixa orellana) y en tiempos recientes el pintalabios occidental, son las pinturas que marcan con rayitas la cara y, en ocasiones, el cuerpo del Jaibaná y de sus ayudantes. A veces también los invitados se pintan. Pintura “como gatico” dicen unos. “Como tigre” afirman otros. Una trompeta de caracol marino o un pito, también de caracol, son los instrumentos con los cuales el Jaibaná anuncia la realización de la ceremonia y llama a los invitados para que lleguen a ella. Quizás en algún sitio los toque durante la curación, pero no tengo noticias de ello.

Los restantes adornos del Jaibaná pueden o no estar presentes y son tan variados como los gustos del “doctor de indios”. Coronas de lana armadas sobre tejidos de fibras vegetales o sobre cartones cosidos con hilo, collares de chaquiras, espejos, cintas e hilos, tal cual sombrero de fieltro o plástico, etc.

Las hojas de biao blanco (heliconia bihai), así como las de diversas palmas (tal la de iraca) no sólo tapizan el suelo y cubren las ollas, totumas y pocillos del “altar”, sino que ondulan y vibran constantemente en manos del Jaibaná.

Complejos tejidos de hojas de palma y flores cuelgan por la casa, en su interior como afuera, adornándola, según explican los indios.

En cambio, perros, machetes, cerbatanas y escopetas están rigurosamente proscritos y brillan por su ausencia.

Es de interés anotar que los barcos tripulados, las tablas pintadas, las pequeñas casas de curación y los altares permanentes en la vivienda del “brujo” no existen en el Chamí, y parecen estar circunscritos a la región del Chocó. No vi ni oí mencionar los tambores como elementos ceremoniales, aunque aparecen en algunos mitos.

LAS BEBIDAS EMBRIAGANTES

De las bebidas embriagantes, únicamente la chicha de maíz, colada de maíz como la denominan los indios, tiene prescrito el proceso de su elaboración, al cual podríamos, por ello, calificar de ritual. La colada de chontaduro (guilielma gasipaes) se elabora hirviendo previamente el chontaduro maduro hasta que esté bien blando. Luego se pela y se separa la pulpa de la semilla. Con ayuda de las manos, la pulpa se deslíe en agua y se pone a hervir de nuevo durante largo tiempo. Más tarde se cuela, de allí su denominación de colada, y se deja fermentar. En antigua, las ollas de barro, cántaros en denominación castellana, se preferían para la fermentación, para lo cual se enterraban bajo los tambos. Casi siempre eran ollas con decoración antropo o zoomorfa y con frecuencia del tipo llamado mocasín (Lámina Nº 2, a y b, Lámina Nº 3, c). Hoy, las ollas de aluminio son los receptáculos corrientes de esta chicha cuyo poder embriagante es mucho mayor que el de las demás.

La de panela, cuyo origen es con mucho el más reciente, es de elaboración más rápida pero es menos embriagante. Hervida la panela durante un tiempo, se deja fermentar por uno o dos días antes de consumirla. Para acelerar su fermentación, se agrega al agua de panela reciente el “cuncho” o sobrante, la madre, de una chicha anterior; esto hace que “hierva” rápido (el punto de fermentación ideal se da cuando a la superficie del líquido llegan abundantes burbujas que suben desde el fondo).

El aguardiente se compra en las fondas o en los pueblos de los blancos. Pero, aunque se menciona bastante con relación al aprendizaje, en las actividades curativas su importancia parece ser menor, al menos para que lo tomen el Jaibaná y los asistentes; aunque es con frecuencia la bebida que se coloca en los pocillos de loza con destino a los jais.

La chicha de maíz es la más notable, hasta el punto de dar su denominación a una ceremonia: “fiesta del maíz” o “fiesta hecha del maíz”, benecuá en palabra de los indígenas. Su uso parece darse en las ceremonias, nunca en el aprendizaje.

En una de las versiones del mito de la jepá, recogida por Cayón (1973), el brujo Jaibaná al no poder recuperar a sus hijos de las entrañas de la culebra, se dijo: “hombre, voy a hacer chicha de maíz y voy a llamar Jaibaná para que arrastren de ahí eso abajo...”.

Pinto (1978: 299) la llama chicha cantada o comida de los jais y agrega que coincide frecuentemente con la cosecha de maíz, lo cual garantiza la abundancia de chicha de este grano. Más adelante (id.: 303), al describir una curación, comenta: “se ha preparado chicha de maíz para los asistentes y para los jais”. Horton (s.f.: s.p.), que trabajó entre los embera-sinú, informa que la fiesta se llama Pekaito y es la celebración de la cosecha de maíz. Su etimología es pe o be = maíz, cai = moler, to = tomar.

Hasta donde me he dado cuenta, los chamí emplean la chicha de maíz en la fiesta de la cosecha, en la curación de la tierra, en las actividades narradas en los mitos y en algunas curaciones; en las curaciones corrientes y en la iniciación toman la de panela y, pocas veces hoy, la de chontaduro.

Su preparación es descrita por Pinto (1978: 300-301) en una forma que coincide con mis observaciones: Las mujeres jóvenes y vírgenes de la familia del Jaibaná ayudan en la preparación de la fiesta, cuya fecha ha sido fijada por el “brujo” mediante un sueño o con alucinógenos; arreglan y decoran el tambo, recogen hojas y tallos para arreglar la mesa de los jais, recogen flores y hacen aguas perfumadas para lavar la vajilla de los mismos y para asperjar el tambo y a los asistentes. La chicha de maíz la hace una joven virgen. Se pinta toda con jagua y bija, y toma un baño con aguas aromáticas. Al día siguiente a la salida del sol se baña de nuevo, se adorna, se peina y se asegura el pelo, pues de caer uno en la chicha esta perdería su valor. La chicha se hace en un cuarto especial, construido frente al altar y al cual sólo pueden entrar el Jaibaná y su ayudante. Todos los elementos que intervienen deben lavarse con agua perfumada: el maíz, la olla, la piedra de moler, el fogón, el piso y aun la boca de la muchacha. La olla y las totumas deben ser nuevas. La chicha se elabora por masticado y durante su elaboración no debe derramarse ni perderse nada; la joven no puede suspender su trabajo, ni comer del maíz ni de ningún otro alimento. Esta chicha se llama Niarintúa1 (la común se llama intúa o itúa).

Arosemena (1972: 9-10) completa la descripción anterior, aunque algunas de sus aseveraciones contradicen o simplemente difieren de las de Pinto y de lo que yo observé sobre el terreno: Dos días antes del rito mágico de la chicha cantada se escogen las ayudantes. Fueron cuatro: dos adolescentes y dos jóvenes esposas. Esa misma noche se pintaron con jagua, con la ayuda de otras mujeres. Al día siguiente, en la mañana, recogieron los materiales necesarios: mazorcas de maíz, hojas de plátano, yerbas aromáticas, leña, agua, recipientes, etc. En la tarde, limpiaron el centro de la casa, sitio de la ceremonia, regando agua, perfumando con hojas de albahaca (ocimun). Y tapizando con hojas de biao; sobre estas pusieron las totumas para desgranar en ellas las mazorcas. Molieron el grano en molinos comerciales. Y toda la noche lo hirvieron en un gran recipiente de metal.

Al segundo día, al amanecer, lavaron y aromatizaron el sitio de trabajo. Molieron el maíz cocido. Lo colaron en totumas agujereadas colocadas, una vez llenas, en una alta barbacoa y tapadas con hojas de biao. El afrecho se puso en dos platones de aluminio. Cada vez que iniciaban una tarea, las mujeres se arreglaban de nuevo.

La discrepancia entre Pinto y Arosemena sobre el número de ayudantes está ocasionada sin duda por el hecho de que se trata de observaciones únicas o de informaciones indirectas (en el caso de Pinto) no bien verificadas. Parece que siempre son varias las mujeres que fabrican la chicha, y el número cuatro mencionado por Arosemena está más acorde con el carácter clave de este número en el jaibanismo y otras creencias de los embera.

Yo, como Pinto, siempre he “sabido” que la chicha debe ser preparada por jóvenes vírgenes, cosa que Arosemena niega. Es probable que ella tenga razón ya que la virginidad no es valorada entre los embera y se presenta una amplia actividad sexual prematrimonial entre los jóvenes, con lo que la garantía de virginidad de las muchachas es bien precaria. Pero la intervención de las casadas en la actividad observada por Arosemena se aparta probablemente de la prescripción. Siempre los indígenas hablan de la necesaria soltería de las ayudantes; esto fue lo que siempre observé en el Chamí.

La ausencia, en Panamá, del cuarto especial que Pinto menciona, ocurre también en el Chamí.

Masticar el maíz para la preparación de la chicha acelera, por medio de la saliva, la fermentación de la colada. Atestiguado por Pinto, inexistente en la observación de Arosemena, afirmado por mis informantes (aunque en algunos casos que presencié no se dio), es negado por el informante de Rogerio Velásquez (1957: 216), quien le contó: “La chicha debe hacerla una india joven, sin novio, que no debe masticar el maíz, solo molerlo, cocinarlo y colarlo”. Vemos pues una gradación al respecto: la prescripción, la alternativa de hacerlo o no, la prohibición. Tres hipótesis pueden plantearse para explicarla: a) Estamos frente a un proceso de cambio de la costumbre inicial, resultado casi seguramente del contacto con los blancos a quienes el masticado de la chicha les causa profunda repugnancia, diciéndolo así a los indios; b) Está asociado exclusivamente a ciertas actividades del Jaibaná y no a todas; c) Es potestativo hacerlo o no. Se debe anotar que el informante de Velásquez es un curandero negro del río Atrato, quien aprendió a Jaibaná con los embera y quien duda de la eficacia de tal actividad: “El jai no es tan seguro como las yerbas; yo le tengo desconfianza, por eso no lo ejerzo más”.

La chicha se coloca en el altar, mesa o banco en que va a “oficiar” el Jaibaná, en totumas decoradas con figuras de animales: cangrejos, escorpiones, dantas, ciervos, etc. (Nordenskiold, 1929: 144). Arosemena anota que las totumas más pequeñas tenían dibujos geométricos rojos y negros en el interior. Las que vi en el Chamí carecían de decoración y no eran nuevas.

En las grandes fiestas, cuando los invitados son muchos y beben en cantidad, la chicha se hace fermentar en una gran canoa excavada en un tronco de árbol. Y de ella se sirve directamente. Cuando no se usa para la chicha, la canoa se coloca bocabajo en el corredor o en el interior del tambo y sirve como asiento.

Durante la elaboración de la chicha de maíz, más precisamente mientras hierve, la colada se bate constantemente con batidores de madera dura, tallados con figuras geométricas o motivos zoo o antropomorfos: serpientes, caras, manos, etc. (Lámina Nº 4, i; Lámina Nº 5, b).

La chicha es la bebida de los jais por excelencia, principalmente la de maíz, pero aceptan igualmente la de chontaduro y la de panela. Durante la ceremonia los jais beben la chicha de las totumas, ollas y pocillos; al terminar, es consumida por el Jaibaná y por los asistentes. Durante la época en que no hay fiesta o no se realizan curaciones, el Jaibaná debe ofrecer chicha y comida a los jais permanentemente, de lo contrario estos se aburren y lo abandonan, buscándose otro patrón.

Cuando hice notar, al final de una chicha cantada, que las totumas y pocillos aparecían tan llenos como al comienzo, los indígenas se rieron de mi ingenuidad e ignorancia. Los jais beben la chicha en la realidad en la que existen, por tanto es tonto esperar que la chicha de esta realidad disminuya con su consumo. Todo el tiempo es claro para ellos que si bien ambas están conectadas y forman las dos caras del mundo no por eso se confunden. Cosa similar ocurre con la comida, arroz y carne de res o gallina (nunca carne de monte), que consumen los jais y que se distribuye al final entre los asistentes.

Si por su escasez (no hay maíz o chontaduro y la plata no alcanza para comprar panela suficiente) la chicha no dura hasta llegar a las doce de la noche, la ceremonia termina con ella antes de la hora normal. El Jaibaná no puede cantar sin chicha. Por supuesto no hay ceremonia en la que no se consuma.

LOS ALUCINÓGENOS

Diferentes autores atestiguan el consumo de alucinógenos en vinculación con el jaibanismo en relación con el Chocó y también con Panamá. Se trata del pildé y las distintas variedades de borrachero (blanco, rojo o amarillo). Si bien en el Chamí se conoce este último, su consumo es ocasional y no está siempre vinculado con el Jaibaná; estos lo negaron ante mis preguntas. Aceptaron conocerlo, saber cómo se usa, pero no como parte del complejo jaibanístico.

El papel de los alucinógenos es ayudar a “ver”. Mediante él se establece el contacto con los jais, se ven las causas de las enfermedades y el tratamiento que puede curarlas, se logra ver las cosas ocultas (robadas o perdidas) y aun predecir el futuro.

Raúl González (1966: 48) diferencia dos clases de Jaibanás según utilicen o no alucinógenos: Jaibaná tonguero si los usa, Jaibaná benkina si no lo hace. Considera que el primero es mejor porque “puede ver mejor, más clara, la causa de la enfermedad”. El consumo de los alucinógenos va encaminado a lograr el éxtasis que conduce a la comunicación con los espíritus. De no conseguirlo de este modo, deben desarrollar “prácticas hipnóticas”: cantos monótonos, danzas, movimientos frenéticos, etc.

El padre Pinto afirma que la fecha para celebrar la fiesta de la chicha cantada se fija, por parte del Jaibaná, mediante los sueños o los alucinógenos (1978: 300).

Reichel-Dolmatoff (1960: 120) vincula su ingestión a la práctica de conseguir un espíritu tutelar, sea por parte de un Jaibaná, sea por un indígena común bajo la guía del chamán: “Para conseguir un espíritu tutelar (jai) que son los espíritus de los antepasados, se procede bajo la guía del chamán, entrando en un estado alucinatorio por ayunos prolongados, insomnio, aislamiento y consumo de alucinógenos”.

Más adelante, agrega que durante el proceso de enseñanza al aprendiz de Jaibaná, el maestro “enseña el uso de los alucinógenos hasta dar con la dosis necesaria para entrar en trance”. Para él, sin embargo, la diferenciación entre dos tipos de Jaibanás está dada por la utilización o no de yerbas curativas: “Los que soplan o curanderos a base de yerbas” y “los que cantan y sólo usan poderes mágicos; estos últimos son superiores y temidos” (id.: 124).

En el mismo artículo nos dice que el pildé es un bejuco que crece en los árboles o se cultiva en los huertos especiales que tiene el chamán en el monte (id.: 130-131).

El borrachero (según Pinto, datura arbórea) es llamado ibuaka, iuaka o iguaka por los indios del Chamí, también se le llama tonga y de ahí la calificación de tonguero que dan a quien lo ingiere.

Una información que recogí hace años en San Antonio del Chamí, en donde se dice que ya no hay Jaibanás, menciona el borrachero (diciembre de 1969):
En la vereda de Sinifaná, San Antonio del Chamí, llego a la casa de Ritalina Siágama. Sebastián Bigamá, su marido, está ausente. Pregunto por él y me responde que se ha ido a la finca de Orestes a jornaliar. En el patio de la casa, como en tantas otras por toda la zona, hay varios árboles de borrachero. Pregunto para qué lo usan y si el Jaibaná lo toma. Su respuesta es clara y sin dudas: “Es para cuando viene el Jaibaná, y cura. Sebastián todavía hace la ceremonia de curar la tierra. Iguaka no toma; se queda como borracho, como aloquecido. El Jaibaná lo usa para coger achaque. Le echa y se queda quieto, como borracho, como cristiano. No tomar sino para conocer entierro, tesoro. Cuando se queda borracho se queda como verdecito, como muy bonito; y de día como si fuera en noche. Cuando se toma, habla como bobo: «que quite ese gusano tiene ojo y nariz y boca; ¡uy, qué miedo!»”.
Han transcurrido casi doce años. En julio del 81, Clemente me dice:
Hay que toman borrachero; a las 12 toma café caliente y se calma. Borrachero rojo y blanco. Saca dos hojas sin partir, parte una por la mitad y se toma una hoja y media. Ve como ojo bien; ve el maleficio y ve el espíritu; veía como de día.
De todos modos, no es raro encontrar borrachero en el patio de las viviendas y ello pese a la intensa campaña desplegada por los misioneros para conseguir que lo corten y abandonen su siembra. Interrogados por su uso, los dueños de las casas responden evasivamente: para bonito no más, para adornar. Solamente uno de ellos cuenta que un muchacho de la casa tomó un día y
se loquió. Gritaba mucho y saltaba. Decía que veía como muchas flores y agua y todo como verdecito. De pronto saltó al patio y se voló para el monte. Como a la una de la mañana volvió, desnudo y con el cuerpo rayado.
Del conjunto de informes es posible desprender la conclusión de que, al menos en las épocas más recientes, el uso de alucinógenos es relativamente limitado y ocasional y no constituye ni mucho menos la forma preferida para “ver”. Resalta el hecho de que su ingestión no está asociada exclusivamente con la actividad del Jaibaná; tiene también un consumo “profano” en la adivinación. Igualmente, aunque no fue posible ampliar dicha información, su uso rebasa la mera ingestión; como nos lo dice Ritalina: sirve para coger achaques.

EL USO DE LA MADERA

Reichel (1960: 125-126) clasifica así los objetos de madera, muy abundantes y con gran importancia:


Si he recogido la clasificación anterior es, sobre todo, porque da idea de la gran variedad de los usos de la madera en relación con el jaibanismo. Aunque no creo muy acertada la combinación de criterios formales y funcionales que la fundamentan. Como elemento ordenador de la descripción tiene, en cambio, validez.

En comparación con el inventario anterior, en el Chamí se ha empobrecido la utilización de objetos de madera. Entre los que quedan se da mayor importancia a los bastones y a los bancos y, en papeles secundarios, al tambor canoa y a las cruces fuera de la casa, pese a que estas no se ligan a las prácticas del Jaibaná sino a la intención de impedir la erosión de un barranco o, recientemente, al culto de la Santa Cruz en el mes de mayo.

Incluso los bastones comienzan a desaparecer. Ya vimos cómo, en la curación que inicia el texto, Clemente no usó bastones (no los tiene) y explicó que ellos no son necesarios y se puede trabajar en su ausencia.

Los bastones “son varas de sección circular y de un largo aproximado de 80 a 100 centímetros. Siempre están tallados de madera dura y pesada, generalmente de color negro o rojizo, y su superficie se alisa y pule con mucho cuidado. El extremo inferior se adelgaza gradualmente aunque no termina en punta, y el superior está adornado por una talla que corresponde al uso específico del objeto. La parte tallada abarca aproximadamente la sexta o la quinta parte del bastón. La forma más importante es la antropomorfa, que representa antepasados masculinos” (Reichel, 1960: 126).

Con referencia a los noanamá, a quienes se ha atribuido el mismo complejo jaibanístico de los embera, Robinson y Bridgman (1966-69: 193) los describen así: “Se hacen con una madera que llaman ‘mare’, no identificada, pero con propiedades similares a la caoba. También de una madera manchada que llaman ‘meme’. A veces la ahuman sobre el fuego para darle color oscuro y luego la frotan con tela o la cepillan para darle brillo. Son figuras antropomorfas con los órganos sexuales en alto relieve, de pie, con las rodillas dobladas, a veces con una abertura entre ellas, con los brazos en relieve y en ocasiones doblados sobre el pecho. Cara plana y alargada, con nariz puntiaguda y picuda. Un bastón tenía, en la parte superior, dos figuras abrazándose; en el centro, dos sapos, uno sobre el espinazo del otro; y la punta inferior en forma de flecha. Otro tenía pinturas en jagua. Un bastón con una garra de puma en la parte superior. Están siempre escondidos y a veces envueltos en telas de corteza”.

En el Chamí el bastón se hace con madera de macana o de chontaduro, en ambos casos “bien jecha”. Hay que tumbar las palmas viejas porque tienen el corazón duro y esta es la parte que se saca, pues todas las palmas no tienen el mismo grueso. Para enderezarlo y dejarlo bien recto se “mete en la candela”, después se labra con un machete o con un cuchillo. El último acabado, para dejarlo bien pulido, se hace frotándolo transversalmente con una piedra dura. Algunos tienen ojos de chaquira; otros tienen levita y sombrero de copa. Antiguamente se les colocaban anillos de oro y plata; hoy ya no (Lámina Nº 6).

Una diferenciación en dos tipos es hecha por Reina Torres (1962: 25): los de espíritus tutelares y los que curan enfermedades. La mayor parte de los primeros es de tipo antropomorfo y han sido entregados por el maestro; casi siempre son figuras masculinas, aunque las hay femeninas; también las hay antropozoomorfas (por ejemplo, un indio con un lagarto a las espaldas). Los que curan enfermedades son de formas variadas; muchos son zoomorfos, otros son antropomorfos, otros más tienen forma de mano, de lanza, etc.

También Reichel (1960: 126) distingue dos tipos, luego de decir que “son figuras de hombres parados, con las rodillas algo dobladas y brazos encogidos; la cabeza tiene una corona, sombrero o cinta incisa. [Hay dos clases]: los que representan espíritus ancestrales particulares y los que representan espíritus ayudantes mágicos subordinados. Los que contienen el jai de un chamán son de los primeros, los de los espíritus que adquieren los individuos corrientes son de los segundos. No se distinguen unos de otros por la forma, sino por el poder”.

Santa Teresa dice que están siempre en el altar de la casa del Jaibaná (característica inexistente en el Chamí) y que este los emplea en la iniciación para sobar con ellos el cuerpo del aprendiz, apretando bien para que “el jai quede bien en el cuerpo”. Agregando que siempre hay varios, pero que uno es el principal con el cual el Jaibaná duerme siempre de noche; lo llama Anyi-Jaia ara. Caudmont (1956: 104), en cambio, lo denomina xái-dumá.

En el aprendizaje del Jaibaná, Torres (1966: 106) los hace intervenir en una doble forma: “más tarde, el aprendiz labra un bastón y recibe otro de regalo de su maestro”. Con ello está de acuerdo Reichel (1960: 123), quien agrega que “uno lo hace el aprendiz y lo cura el maestro, otro es del maestro. En ellos reside la fuerza mágica del nuevo Jaibaná. Si un enemigo se apodera de ellos y los rompe, su dueño muere”.

Si de este modo se considera que el bastón es residencia de los jais y que en ellos reside el poder del Jaibaná, no es esta la única interpretación al respecto. Pinto (1978: 312) los considera simplemente como “representaciones de los jais”. Nordenskiold los convierte en residencia únicamente de los espíritus buenos (Hayhuava) que ayudan al hombre-medicina a cazar los demonios.

Pero todas las descripciones de ceremonias coinciden, con una excepción que veremos, en que el Jaibaná sostiene el bastón en la mano izquierda, en tanto que en la derecha tiene una hoja de biao, de plátano, de palma o un racimo de ramas, más activos, sobando con ellos al enfermo, moviéndolos sobre las cabezas de los asistentes, haciéndolos vibrar, etc. Santa Teresa, al explicar (1924: 45-46) la curación de la locura, afirma que al término de ella, “el Jaibaná chuza con el bastón la paruma del enfermo y lo declara sano”, dando así al bastón una importancia mayor. Vimos también cómo, para algunos, con el bastón se recibe la capacidad de soñar, es decir, de ver. Y, ya en el mito, el bastón adquiere una dimensión más amplia que aquella que nos ha transmitido la observación.

Un mito sobre Picario, el primer Jaibaná, cuenta que él y su ayudante volaban con la ayuda de sus bastones (jai-are), sin olvidarse de agregar que ellos se llevaron su secreto a la tumba.

Otro, recogido por Nordenskiold en su viaje al Chocó, narra que cerca al río Docampadó había una gran laguna en la que vivía una culebra grandísima (he) que se comía a la gente. “Vino un hombre medicina y arrojó su vara mágica (jai ) en la laguna y esta se secó; la culebra, sin agua, tuvo que irse a vivir en el mundo de abajo” (Citado por Pineda y Gutiérrez, 1958: 452).

Clemente Nengarabe cuenta en la noche,2 mientras la totuma con chicha pasa de boca en boca y sus nietos mayores se agolpan para oírlo:
Un hombre vivía en Manpurrú. al frente de Jeguadas. Eran 4 hombres y 4 mujeres, y fueron a cazar. Hicieron un rancho en el monte. En la mañana desayunaron. Cada uno mató 4 zainos y se fueron arriba en la montaña, que había un llanito.

Un viejo no comía tatabro ni zaino, sino muénganos y de toda clase de animal. Ahumaron los zainos en el rancho. Los muchachos duermen mucho; el viejo es resabiao y no durmió; hacía carne y comía con plátano.

Oyó chillando en la montaña y despertó a los muchachos. Cortaron palos para defender. Venían montones de animales, grandes como un árbol. Al viejo lo mordió una tatabra en el pie. Pusieron fogones al pie de la casa para defender el rancho. Venían, y mataban y echaban al fogón. Y los pelos olían muy feo. Los animales olían y se retiraban; entonces venían otra vez. Hasta que mandaron al viejo con las 4 mujeres a que se fueran adelante en el camino.

Los 4 muchachos seguían defendiendo. Hasta que corrieron; y el viejo ya venía; y los animales perseguían detrás. Hasta que llegaron al río Ankima y cruzaron para arriba. Los animales cogieron río arriba buscando pescado y detrás de otros animalitos que subían.

Llegaron con un Jaibaná y este cantó, alegando, y con bordón, espantó hasta media noche; y los animales se fueron a la montaña; y se acabó porque ya no tienen qué comer. En la montaña todo estaba tumbado y se encontraron a los animales tapando todo, alto como una casa, unos encima de otros, con los más grandes debajo.


En enero del 77 anoto en mi diario de campo:
Al lado derecho de Sicuepa, en mitad de la montaña, arriba de Mario Leyva, entre unas palmas, hay una piedra muy grande que queda levantada como un techo. Allí, Paulino Siágama, el Viejo, guardó sus bastones de curar y su plato de Jaibaná. Y allí están todavía. No se pueden sacar porque da achaque. Un blanco los sacó y ahí mismo se marió. Salió hacia la casa y se murió por el camino (Contó: Virgilio Siágama).
Y en tanto un viejo comenta que “antigua los Jaibanás eran buenos; ahora no; se volvieron malos: lanzan los vientos a enfermar a la gente y clavan los bastones negros para que los niños mueran”, Clemente va desgranando la vigorosa historia que él mismo llama “la destrucción de Cartago por un Jaibaná”. La incluyo en su totalidad, no solo porque relieva de modo importante la función del bastón sino porque introduce varios elementos vinculados al jaibanismo, sobre los cuales deberemos volver más adelante.


 
 
www.luguiva.net - 2010 ® contacto@luguiva.net
Bogotá - Colombia