Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
LEWIS HENRY MORGAN: CONFESIONES DE AMOR Y ODIO
 

XVI: CONFESIONES DE AMOR Y ODIO

Como hemos podido apreciarlo a lo largo de este trabajo y lo ratifica con creces la extensa bibliografía que presento, casi toda concerniente a Morgan, son innumerables los autores que se refieren a él para caracterizarlo en una u otra forma, dentro de una u otra corriente teórica. La mayor parte de ellos lo hace con observaciones muy generales, de tipo superficial y, como es perceptible en muchos casos, sin hacer un análisis de fondo de sus diversos escritos; muchos, incluso, comentan la mayor parte de sus obras a través de terceros o repiten afirmaciones ajenas, que son las mismas una y otra vez en el tiempo sin que sean examinadas de nuevo; otros, en fin, se detienen en pequeños detalles o en elementos de naturaleza informativa para asegurar —o mostrar— que han sido superados por la marcha del conocimiento, especialmente aquellos que tienen que ver con la antropología, sea en su vertiente arqueológica, sea en la etnográfica y la histórica, y, con base en ello, pretenden arrinconar a Morgan entre los trastos viejos.

Pocos profundizan en el estudio de sus ideas e intentan ubicarlas de acuerdo con las corrientes antropológicas actuales o, al menos, tomándolas como ejes alrededor de los cuales articular su trabajo. Si bien unos logran definirlo con claridad como partícipe de alguna de ellas, otros muestran que sus ideas se mueven ancladas en varias vertientes y que son frecuentes las contradicciones entre sus distintos puntos de vista: estructuralistas, funcionalistas, difusionistas, materialistas, principalmente, y entre sus varios niveles u objetos de análisis: la historia humana, la condición social, la cultura, los períodos étnicos, los procesos de cambio, las sociedades concretas —kamilaroi, iroquesa, azteca, por ejemplo.

Asimismo, los diversos autores rivalizan en atacarse unos a otros y en pretender mostrar cómo los demás caen con frecuencia en las mismas posiciones que critican en Morgan o cómo, otras veces, rechazan los puntos de vista de éste desde un cierto ángulo, para luego retomarlos “disimulada o inadvertidamente” desde otros.

Me parece obvio que una de las razones que hace tan amplia esta polémica radica en las variadas definiciones que unos y otros toman para sustentar el significado que tienen función, evolución, cultura, estructura y demás conceptos necesarios para poder adelantar la discusión, instrumentos teóricos sobre los cuales, como es sabido, los antropólogos no logran ponerse de acuerdo a pesar de aislados esfuerzos y frecuentes llamados.

En este capítulo me referiré a algunas de estas posiciones polémicas, sin pretender agotarlas todas pues me haría interminable. He tomado aquellas que considero como de mayor interés o mejor sustentadas con el fin de explorar los argumentos de cada una y tratar de dilucidar su sentido y su razón de ser.

CONFUSION DE NIVELES

Comenzaré por la de Augé, una de las más recientes, quien al efectuar un amplio estudio comparativo entre las posiciones teóricas y metodológicas de algunos antropólogos fundadores, afirma:
[Es posible] calificar legítimamente [...] de neoevolucionistas las tentativas de inspiración deleuziana que respetan las divisiones planteadas por Morgan (“salvajes, bárbaros, civilizados”), aunque se inviertan los juicios de valor sobre el grado de “civilización” de cada una de estas etapas (Augé 1987: 34).
Para adelantar su análisis, este autor crea un modelo-resumen que abarca los principales temas que las diferentes concepciones antropológicas toman en cuenta. Estas se mueven entre cuatro polos —como él los llama— esenciales: símbolo, función, evolución y cultura, que no son independientes y que se relacionan entre sí por pares, en forma de contradicciones, para conformar dos ejes principales; entre los cuatro polos y a lo largo de los dos ejes se presentan relaciones dinámicas que cada autor piensa y trata de un modo peculiar y que pueden hacerse más visibles por medio de un esquema general bastante simple (ver Gráfico No. 6):


Alrededor de este “círculo” se mueven los distintos antropólogos en la búsqueda de conjugar los polos, lo que resulta en la creación de configuraciones teóricas peculiares y de distinto orden, algunas de ellas bastante difíciles y complicadas.

Este esquema único sirve de fundamento para establecer comparaciones entre los distintos autores. Con base en él, Augé trata de hacer evidentes las diferencias en la manera como cada autor concibe la relación con los polos y con los ejes que los unen. Por ejemplo, al referirse a la manera como Morgan se enfrenta tanto a los polos como a los dos ejes que ellos originan, símbolo-función y evolución-cultura, considera: “Tal vez sea en la obra de Morgan donde aparecen más claramente, hasta el punto de la contradicción explícita, las tensiones ligadas al esfuerzo por aludir simultáneamente a los polos de los ejes y a estos últimos” (Augé 1987: 40).

Pero, según él, todos los antropólogos que contempla tienen en cuenta los “cuatro puntos cardinales” de la investigación, cosa que precisamente da una identidad antropológica a su trabajo. Para los cuatro autores que considera como los principales —Morgan, Taylor, Durkheim y Malinowski— el resultado puede apreciarse en el Gráfico No. 7.


Es posible notar cómo son Morgan y Taylor quienes tienen en cuenta la “evolución”, es decir, una visión histórica de la sociedad, de su adelanto y sus transformaciones.

Empero, al avanzar en su estudio cae en uno de los frecuentes errores de los críticos de Morgan, pues no diferencia los distintos niveles de abstracción en que se mueven sus ideas y planteamientos, como sucede en este caso con el lugar de “presencia” de las incompatibilidades entre los varios aspectos de la vida social o con la necesidad y reglas de congruencia entre ellos:
Cuando Morgan nos dice que no puede existir la monarquía con anterioridad al estado “civilizado” (caracterizado por la aparición de la escritura) y que esta es incompatible con un sistema de clanes, su análisis queda cuestionado a causa de los numerosos ejemplos africanos que constatan la existencia de reinos donde no se emplea la escritura y permanece el sistema de clanes (Augé 1987: 42, subrayado mío).
Es clara en este texto la referida confusión de niveles, pues una cosa es el estadio o período étnico de la civilización, nivel amplio de abstracción que pertenece, como ya se ha visto, a la serie orgánica más abstracta y está caracterizado por la organización con base territorial —la civitas—, lógica en la cual es incompatible con el sistema de clanes —o societas-, y otra cosa es el nivel más concreto de las formaciones sociales o, como lo nombra Morgan, de las condiciones sociales, concretas e históricas, en donde tal incompatibilidad no necesariamente opera.

Además, no me parece que las afirmaciones de Morgan signifiquen exactamente lo que Augé le atribuye, al menos si nos atenemos a la cita anterior. En uno de sus textos acerca del régimen gentilicio (Morgan 1970a: 219) explica: “La imposibilidad emerge del hecho que las instituciones gentilicias son incompatibles con un rey o un gobierno regio”. En otro lugar asegura:
Es imposible encontrar una sociedad política o un estado basado en gentes. Un estado debe descansar sobre territorio y no sobre personas, sobre la villa como unidad de un sistema político, y no sobre la gens que es la unidad de un sistema social (Morgan 1970a: 109, subrayado mío).
De aquí se desprende que lo clave entonces no es comprobar la presencia simultánea de diversos elementos, sino definir el principio básico del sistema, aquel que lo funda. Para Morgan no puede haber sociedad política basada en gentes, pero sí puede haberla, como posiblemente ocurre con los estados africanos que se mencionan, en la cual existan las gentes como elementos subordinados o que permanecen. Como también pueden darse sociedades gentilicias en las cuales operan principios de vecindad territorial que no son predominantes. Así se observa en el caso concreto de la sociedad iroquesa, situación a la cual ya me referí antes, y en donde se aprecia precisamente la manera como ellos combinan ambos tipos de régimen social, con el fundamento o determinación por la gens.

La evolución puede darse, y este es uno de los aspectos de semejanza formal entre la teoría de Morgan y el estructuralismo, cuando cambian las relaciones entre los elementos componentes de una condición social. Si un elemento subordinado pero naciente, se convierte mediante su desenvolvimiento en el núcleo central, esencial, de una condición de la sociedad, esta pasa a una nueva etapa de su desarrollo.

Lo que habría que buscar en el caso de los ejemplos africanos a los que se refiere Augé, antes de intentar una caracterización definitiva de la clase de sociedad que representan, es cuál de los elementos ocupa el lugar central en cada uno de ellos, cuál jerarquiza a y predomina sobre los demás. Aunque tiene razón —parcialmente, pues no se puede generalizar a todas las circunstancias— cuando afirma que “sólo ciertas combinaciones de rasgos son posibles”; no es dable, por ejemplo, la combinación de rasgos pertenecientes a los dos grandes sistemas de parentesco. Precisamente esta “flexibilidad” es la que permite a Morgan dar cuenta de la particularidad dentro de la generalidad, como finalmente parece notarlo Augé (1987: 42):
Morgan, sobre el problema del estado, como sobre otros, encara la dificultad de conservar la línea de la evolución sin perder de vista la especificidad de las combinaciones de rasgos que constituyen culturas; la noción de rasgo y la de estadio, relativizada en sí misma, tienden a conciliar la necesidad de elaborar un análisis funcional —sólo ciertas combinaciones de rasgos son posibles— y uno del sentido (dirección y significado) de la evolución [...] Morgan tanto se resiste al análisis en términos de especificidades funcionales que destacan la lógica y evolución de determinados sistemas simbólicos (por ejemplo, el parentesco), como relativiza la noción de evolución haciendo hincapié en la difusión o transmisión de rasgos culturales.
¿DIFUSIONISMO, EVOLUCIONISMO O FUNCIONALISMO?

Al mismo tiempo, continúa Augé, esta tensión no resuelta por Morgan entre evolucionismo y difusionismo conlleva otra entre evolucionismo y funcionalismo, por ejemplo cuando pone el acento en el aspecto evolucionista al plantear la universalidad de la matrilinealidad y concluye en que es seguro que Roma y Grecia lo fueron en algún momento de su historia. Este planteamiento indicaría que:
La matrilinealidad puede concebirse sola, independientemente de los demás aspectos de la vida social, por tanto, en una perspectiva resueltamente no funcionalista. Desde esta perspectiva se apela al recurso de la difusión como apoyo de la evolución: los canadienses del norte han empleado arco y flechas, pero, fuera de eso, son medio salvajes (Augé 1987: 43).
Lo que ocurre es que los elementos que conforman los modelos teóricos de Morgan se presentan en la realidad combinados entre sí en lugar de ser necesariamente incompatibles, no porque deje de lado la noción de sistema, —la “marca” aparente del evolucionismo según Augé—, sino, al contrario, porque no concibe los sistemas históricos como indefectiblemente homogéneos. Ya vimos que esta idea está en la base de su visión acerca del desarrollo desigual como forma de desenvolvimiento de las sociedades reales, combinada con la visión de desarrollo “homogéneo” que presenta en su exposición de las series orgánicas.

El papel que desempeña la difusión en el pensamiento de Morgan, tiene su fundamento esencial en la concepción anterior, pues lo que se difunde son rasgos y no sistemas; incluso, como lo muestra su exámen del proceso de integración de los iroqueses a la sociedad norteamericana, ni siquiera un proceso de colonización forzada permite a una sociedad trasplantar o imponer un sistema social global sobre otra. En consecuencia, la difusión no se considera como un fenómeno que opere en el campo de los sistemas abstractos, sino como un hecho de tipo histórico, que tiene una función explicativa en relación con las “mezclas” de rasgos o elementos que conforman cada condición social. Por supuesto, son las condiciones internas y no la difusión las que determinan la estructura de tal “mezcla” y, como ya mostré, la posibilidad misma de que un rasgo sea “aceptado” en una sociedad dada.

La evolución origina los rasgos culturales, la difusión los expande, es decir, se trata de dos procesos complementarios. No hay ninguna tensión que resolver entre ellos, como pretende Augé. Tampoco hay tal que “los lazos culturales que se establecen entre pueblos vecinos disturban todas las secuencias de una clasificación evolucionista de la cultura” (Stern 1931: 135).

No hay una desnaturalización de la perspectiva evolutiva en el análisis de Morgan, aunque, por supuesto, el suyo no es el planteamiento del evolucionismo clásico, sino su particular modo de formular y aplicar ciertos principios que luego vendrían a hacer parte de la concepción evolucionista más clásica. A mi manera de ver, Augé (1987: 44-45) se equivoca cuando asegura que Morgan:
Por una parte, desnaturaliza el aspecto fecundo del procedimiento evolucionista a causa de su interpretación difusionista de la cultura; por la otra, limita el alcance de su descubrimiento de lógicas simbólicas mediante la interpretación rigurosamente funcionalista de las realidades simbólicas y el uso muy rígido del esquema evolucionista [...] Se encuentra en Morgan, entonces, un esquema evolucionista muy sencillo (las sociedades evolucionan de la promiscuidad a la monogamia), opuesto a su utilización sistemática de las hipótesis difusionistas. Sin embargo, esta contradicción parece ser la expresión de otra más profunda o, si se prefiere, el desplazamiento en el eje evolución-cultura de un debate propio del eje función-símbolo [...] El problema radica en la definición de función; al tiempo que esboza una concepción aparentemente muy estructural del parentesco, que se preocupa poco en vincular este a las otras instituciones o demás sistemas simbólicos de una sociedad determinada, relaciona una concepción muy utilitarista de la funcionalidad de la realidad con una concepción muy redundante del funcionalismo del análisis (subrayados míos).
En el texto anterior, Augé reconoce a Morgan como el descubridor de las “lógicas simbólicas”, al tiempo que más adelante (1987: 45-46) presenta ejemplos en apoyo de las otras tesis que plantea, en especial la idea de Morgan acerca de la expansión del clan como consecuencia de su aporte al mejoramiento de la raza, a la que califica como una visión estrecha de la “funcionalidad de la realidad”, pues la tomaría como de simple utilidad, y aquella del “funcionalismo del análisis”, bajo la concepción de que la identidad de denominaciones conlleva la identidad de funciones, como se daría en el caso de Polinesia, en donde la presencia de un solo término para designar al padre y al hermano de la madre significaría que: “El hermano puede copular con su hermana, que el sistema de denominación es sencillo y que por esta razón es, en términos evolucionistas, el más antiguo”.

Por eso, Morgan no otorga un valor heurístico a la noción de función, al mismo tiempo que apela a la idea de difusión para dar cuenta de las “irregularidades de la realidad”. Dice Augé (1987: 46):
Al no exponer la realidad en términos de funciones, Morgan se vale del difusionismo, lo cual contradice su opción evolucionista: la dificultad que aparece así en el eje evolución-cultura depende, de hecho, de una reducción de la noción de función a la de símbolo y de ésta a la de rasgo cultural. Una cultura está hecha de rasgos que, salvo accidente, se reflejan unos en otros; el sentido de una sociedad, el significado del lenguaje y los símbolos en ella vigentes únicamente puede remitir a su estado y nivel. Para Morgan, ante todo es necesario que símbolo y evolución puedan conciliarse y conjugarse (subrayado mío).
El problema radica, como claramente lo percibe y anota Augé, en que Morgan no expone la realidad “en términos de funciones”, pero no lo hace porque no es un funcionalista. El no cree que una cultura esté hecha de rasgos que, salvo accidente, se reflejen unos en otros. Para él hay un elemento “mediador” que es clave y que lo conduce mucho más allá de esta concepción: el de las necesidades sociales.

La noción de necesidad

Los análisis de Morgan, como ya se ha visto, están orientados sobre la base de una teoría de la necesidad. Las condiciones internas de una sociedad en un momento de su desenvolvimiento, aquellas que hacen necesarios y posibles determinados cambios o que se adopten ciertos rasgos conocidos por difusión, así como el papel que estos han de tener, están conformadas por un sistema de necesidades que no se reducen a aquellas simples o solamente de base biológica, como sucede en el funcionalismo de Malinowski, sino que son necesidades sociales, creadas por el pueblo a través de su vida, y que por lo tanto son productos de la actividad humana.

Y si el clan se extiende hasta cubrir casi todo el mundo sobre la base de su exogamia, la causa no puede verse exclusiva ni principalmente en el “mejoramiento de la raza”; lo que se aumenta, mejora, desarrolla, es la capacidad humana para apropiarse el mundo. Sin grandes inventos ni descubrimientos, con artes de subsistencia relativamente poco desarrolladas, con un escaso desenvolvimiento de las instituciones, el ser humano, si bien se diferencia ya bien claramente del animal, aún depende demasiado de su propio vigor físico para subsistir y avanzar, para vencer los obstáculos que le opone la naturaleza. En este período de su historia, para usar el lenguaje de Marx, el desarrollo de las fuerzas productivas consiste básicamente en el desarrollo del cuerpo físico humano y en el de las formas de organización, de cooperación en el trabajo. Y ambos factores, ambas necesidades, son satisfechas por la organización gentilicia o, al menos, así lo cree Morgan (s.f.: 68): “Al descansar sobre el lazo de parentesco como principio de cohesión, la gens daba a cada miembro individual aquella protección personal que ningún otro poder existente hubiera podido ofrecerle”.(subrayado mío).

Entonces, la utilidad o, si se quiere hablar así, la funcionalidad de objetos, rasgos e instituciones no es inmediata, está mediada de manera muy amplia por factores históricos de carácter nítidamente social que cumplen, ellos sí, una “función” heurística en los análisis de Morgan. Véase al respecto mi reflexión sobre los planteamientos de este relativos a la causalidad del grupo doméstico comunista que habita en la gran casa colectiva (capítulo XII de esta obra).

Una argumentación del mismo tipo no impide a Bohannan (1965: viii) afirmar que Morgan, a la luz de las modernas categorías, es más un funcionalista que un evolucionista, puesto que desarrolla una teoría de las necesidades de los grupos sociales —y de la cultura en términos de satisfacerlas—, además de una visión de las instituciones interconectadas en un todo. Aunque añade que sería un anacronismo considerarlo solamente como un evolucionista o como un funcionalista, ya que es anterior a las diferenciación entre las dos corrientes (1965: xv-xvi).

Cabe anotar que Díaz-Polanco, al discutir acerca del mismo punto, sostiene una posición semejante que sin embargo le permite calificar a Morgan en forma opuesta, acusándolo de “vicios evolucionistas” que, extrañamente, lo conducen al funcionalismo como consecuencia necesaria de asignar un carácter universal a ciertos fenómenos sociales con fundamento en su carácter arcaico o en su “función positiva”:
Esta organización a base de sexo no ha sido comprobada hasta ahora en tribu alguna de salvajes, fuera de Australia, pero el lento desarrollo de estos isleños en su comarca apartada, y el carácter más arcaico de la organización a base de sexo que la de a base de gentes, sugiere la idea de que aquella puede haber sido universal en las ramas de la familia humana, que más tarde reconocía la organización en gentes (Morgan 1970: 48).

El sistema que Morgan denomina “punalúa”, excluye el matrimonio entre hermanos propios o consanguíneos; ahora bien, nuestro autor ve como un hecho positivo, desde el punto de vista de la descendencia (el peligro de la descendencia homocigótica, como establece la genética moderna), que no se realicen cruzamientos entre hermanos consanguíneos, y por consiguiente, se ofrece esta función positiva como “prueba” de una presumible universalidad del sistema [...] es decir, maneja la típica explicación teleológica que posteriormente será el alfa y omega de los funcionalistas (Díaz-Polanco 1977: 28-29).
Godelier (1974: 262) le adjudica otros vicios provenientes de un evolucionismo, esta vez de “sentido único”, entre ellos “la forma en que Morgan ordenó en una secuencia lógica y cronológica los diversos sistemas de parentesco”.

Como consecuencia, continúa Godelier (ibid.), Morgan se vió obligado a deducir un estado original de familia que no existía en ninguna parte pero que habría tenido que existir, la promiscuidad sexual de los miembros de la horda; “en ese estado, los padres y los hijos, los hermanos y las hermanas eran marido y mujer y no existía el incesto”.

Presentado de esta forma, es falso que Morgan haga este planteamiento. Ya se vió cómo, para él, en esta época no existen de ninguna manera seres humanos sino, en el mejor de los casos, homínidos. Tanto es así que el mismo Godelier se ve obligado a admitir que esta evolución y, al instaurar la prohibición del incesto y la regla de la exogamía, inaugurado la sociedad humana” (1974: 263, subrayado mío).

También es falso que Morgan crea, como se lo atribuye Service (1985: 51), que la evolución es auto-contenida y que es un desenvolvimiento de las potencialidades de la mente humana, sin acción de ningún tipo de causa externa.

De todo lo anterior es posible concluir que no hay mucha claridad acerca de qué clase de evolucionismo se habla cuando se hace referencia a Morgan como enmarcado dentro de esta corriente teórica. En los párrafos siguientes ampliaré un poco más esta idea.

Es bueno recordar que el evolucionismo social no es una extensión del evolucionismo darwiniano a la vida social, sino que el primero es más antiguo que el segundo. Del mismo modo, el hecho de que un autor proponga puntos de vista basados en la evolución como marco de referencia para realizar un análisis social, no quiere decir que necesariamente está influido por Darwin. Como afirman Beals y Hoijer (1969: 705), “el evolucionismo cultural no es una mera extensión del darvinismo a los datos culturales [...] es más bien un desarrollo independiente”.

Se ha dicho frecuentemente que los evolucionistas sociales y culturales recibieron su inspiración principal de los escritos de Charles Darwin, pero para seguir la línea histórica debe señalarse que los principales libros que contribuyeron a este punto de vista (Comte, Hegel, Marx, Spencer) aparecieron antes del Origen de las especies (Kaplan y Manners 1979: 72-73).
Herskovits (1964: 502) considera que las teorías de Morgan y las de los demás evolucionistas son mucho más que un simple reflejo de la teoría biológica de la evolución. Las primeras obras del evolucionismo social —Waitz, Bastian, Bachofen, Maine, McLennan, Taylor— aparecen entre 1859 y 1865, o sea que se escriben en la misma época en que Darwin está desarrollando sus investigaciones y elaborando su obra. Además, para ellos al contrario que para Darwin, la diferencia cultural no implica ninguna diferencia congénita, ninguna inferioridad mental.

Morgan, en cambio, compartiría los principios básicos del evolucionismo: 1) la suposición de etapas fijas de desarrollo de la humanidad, resultantes de su unidad psíquica; 2) el método comparativo, que sostiene que los pueblos ágrafos actuales son testimonios del primer estado del hombre; 3) la noción de supervivencia que, en Morgan, está despojada de la noción de algo inútil y sin vitalidad; al contrario, su vida con los iroqueses le mostró que eran elementos en plena función en su cultura (Herskovits 1964: 506-509). Para fundamentar su juicio, este autor cita a Morgan (1970a: 21):
Tan esencialmente idénticas son las artes, instituciones y modos de vida en un mismo estadio en todos los continentes, que la forma arcaica de las principales instituciones domésticas de los griegos y romanos, debe buscarse aún hoy en las instituciones correspondientes de los aborígenes americanos.
Pero Herskovits olvida que también corresponde a Morgan una afirmación que contradice la interpretación que da a la anterior: “No se puede sentar que el salvaje australiano se halla hoy al pie de la escala, pues sus artes e instituciones, por modestas que sean, dicen lo contrario” (1970a: 56).

Incluso, hay antecedentes en autores que sin ser evolucionistas comenzaron a desarrollar ideas en esa dirección, algunos de ellos muy antiguos.
Las razas primitivas contemporáneas... nos muestran, a grandes rasgos, las fases lentamente progresivas por las que pasaron los antepasados de los pueblos civilizados (Charles Letourneau: La condition de la femme dans les divers races et civilisations, París, 1903: 3, citado por Lowie 1981: 33).
Díaz-Polanco (1983) muestra que el positivismo de Comte plantea ya una teoría evolutiva con tres etapas de desarrollo social y construye un sistema que relaciona las etapas pasadas con las presentes para entender hacia dónde marcha la humanidad y cuáles son leyes que la guían; cada etapa prepara la siguiente. La búsqueda de los fundamentos del equilibrio social es la herencia que Comte transmite a las tendencias teóricas de la primera mitad del siglo XX. En su obra erige como dogma fundamental “la razón del progreso”: “Todas las grandes épocas históricas [son] fases determinadas de una misma revolución fundamental, en la que cada una resulta de la precedente y prepara la siguiente según leyes invariables que fijan su participación especial en el común progreso” (Comte, citado por Díaz-Polanco 1983).

Esta idea es heredada y compartida por un buen número de autores contemporáneos de Morgan. Incluyo un único ejemplo, el de McLennan (1886: 301): “hablando a grandes rasgos, todas las razas humanas se han desarrollado desde el estado salvaje siguiendo una misma línea de carácter general”. Al terciar en la polémica, Angel Palerm (1977: 78) considera como de carácter evolucionista la siguiente idea: “existe un movimiento histórico de las sociedades humanas, vistas en su conjunto, desde lo simple a lo complejo, y desde lo homogéneo a lo orgánicamente diversificado [...] calificado de progreso. En cuanto a la incidencia del evolucionismo en Morgan, Service (1985: 44-46) la ubica bien lejos de un conocimiento directo de Darwin. Asevera que es posible que la influencia de la filología en hacer de Morgan un evolucionista —sobre todo a través del reverendo Joshua Mc Ilvaine, profesor de Princeton y amigo de Morgan—, sea mucho mayor que la de la biología. Es aquel quien le da la idea de que el sistema clasificatorio se deriva de la cohabitación de un grupo de padres con uno de madres, es decir, de antiguas formas de matrimonio y familia. Considera, además, que Morgan no es un darwinista y que su idea de evolución es la muy general de progreso de bajos a altos estadios de tecnología, moral y pensamiento; incluso, su idea de la destrucción del sistema clasificatorio por la propiedad es antievolucionista.

Un poco más adelante, Service (1985: 47) plantea que Morgan nunca acepta plenamente la idea darwinista del origen animal de la humanidad y que a veces atribuye los comienzos de todo a dios. Ya hemos visto que lo primero no es cierto y que Morgan incluso describe los mecanismos de diferenciación entre los animales y el ser humano en virtud del desarrollo de las artes de subsistencia, mediante las cuales éste “ha logrado el dominio absoluto de la producción de alimentos que, en el punto de partida, no era más suya que de otros animales (1970a: 22, subrayado mío).

Morgan tampoco usa los términos “selección natural” y “lucha por la vida” en el sentido darwinista de eliminación o reemplazo del más débil por el más fuerte ni como un mecanismo que explique la evolución. El concepto de “lucha” lo utiliza para enfatizar la dureza de la vida de los primeros hombres en sus comienzos (Service 1985: 47, nota 12).

El positivismo de Comte aporta un enfoque objetivo de la vida social al considerar que se rige por normas y no por caprichos subjetivos. Esto permite realizar su estudio científico, lejos de la curiosidad y del asombro subjetivos. Así lo ha visto Evans-Pritchard (1967: 49), quien plantea que los escritores de la época “estudiaban sociológicamente las instituciones, es decir, en función de la estructura social y no de la psicología individual”.

De acuerdo con otra idea evolucionista que viene de mucho atrás, las instituciones de hoy no se pueden comprender sin reconstruir sus antecedentes en la evolución; las supervivencias son huellas que facilitan esta reconstrucción. Pero los seguidores de este planteamiento hacen el énfasis en las semejanzas y no en las diferencias, pues aquellas permiten la ciencia de la historia universal. Por eso adoptan como estrategia, y resulta más eficaz, la comparación; el trabajo de campo no permite esas generalizaciones. Es mérito de Morgan combinar la indagación de terreno con la comparación amplia (Harris 1978: 147-148).

Harris (1978: 161) reconoce la validez, en términos de evolución, de la serie de estadios planteada por Morgan, pues se puede asimilar a la aceptada hoy por la antropología; su salvajismo equivale a cazadores-recolectores, la barbarie a horticultores o sociedades tribales o preestatales, y la civilización a la sociedad estratificada de tipo estatal.
REALIDAD Y SIMBOLIZACIÓN

Un argumento de Augé me permite ahora encarar la discusión acerca de otras concepciones de Morgan, las relativas a las “lógicas simbólicas”:
El conjunto se relaciona con una interpretación muy estrechamente dicotómica y especular de la relación realidad-lenguaje o realidad-símbolo, así como con una distinción radical entre la realidad y lo que supuestamente la expresa o representa, y con la afirmación implícita de que no hay nada más en el representante que en el representado (1987: 46, subrayados míos).
Se trata aquí del problema de la relación entre la realidad y su “simbologización”. De acuerdo con Augé, los textos citados —y subrayados— hasta este momento mostrarían que Morgan sostiene que hay una correlación y una correspondencia directas entre estos dos aspectos, pues afirma que el símbolo no contiene nada que no esté en la realidad que él representa, cosa que lo convierte en una imagen “especular” de aquella, razón por la cual su significado —como el del lenguaje— no puede remitir más allá del estado y nivel de la sociedad.

Pero es también el problema de la validez de las interpretaciones que la gente tiene para los distintos fenómenos de su vida, de las ideas que tiene al respecto en su cabeza. La antropología clásica niega que los miembros de las sociedades estudiadas conozcan las causas y características reales de sus hechos. La propia existencia de la antropología se fundamenta en este criterio. Si la gente supiera cómo son las cosas y por qué, esta rama del conocimiento no tendría razón de existir. En el mejor de los casos, estas explicaciones son relegadas a la categoría de “sentido común”, una de las fuentes de donde beben los investigadores, pero nunca se les otorga validez científica. Así lo plantea claramente Malinowski: “La clave para interpretar la cultura no la pueden ofrecer los informadores nativos porque ellos la desconocen conscientemente. Es más adecuada la visión que ofrece el antropólogo” (1973, citado por Vasco 1983: 670).

Service (1985: 30-31) ha percibido que la posición de Morgan es diferente y que, en consecuencia, también lo es su método:
Morgan pensó que las terminología de parentesco — y las “clases” de categorías que resumen y objetivizan sus principales elementos— no denotaban relaciones generales de posición social, sino relaciones genealógicas aún vigentes [...] Se trata de un problema semántico: el de la relación entre lenguaje y realidad; más específicamente, tiene que ver con el problema de la explicación, de dónde buscar el significado de los términos de parentesco. ¿Se puede hallar el sentido “en las cabezas” de la gente? ¿Está allí como una simple reflexión sobre algo que se percibe directamente? Si la respuesta es sí, todo lo que hay que hacer es preguntar a un informante sobre su genealogía y él o ella probablemente sabrá la respuesta. Este fue realmente el método de Morgan (1985: 30-31).
Tal discusión nos remite a la vieja polémica contra la concepción marxista acerca de la relación entre la realidad y la conciencia y la —así llamada— “teoría del reflejo”, teoría que coincide muy de cerca con los planteamientos de Morgan, tal como lo he mostrado en el estudio de su supuesto idealismo, —el cual, entre otras cosas, es refutado por los argumentos que Augé expone. Lenin (1960a: 11) es uno de los autores que plantea y defiende esta concepción: “En la base de la teoría del conocimiento del materialismo dialéctico está la admisión del mundo exterior y el reflejo del mismo en el cerebro humano”.

Otro de ellos es Engels. En la polémica que sostuvo contra Dühring, muchos años antes de la afirmación de Lenin, explica:
Pero ¿de dónde recibe el pensamiento esos principios? [se refiere a los principios fundamentales de todo conocimiento] ¿De sí mismo? No [...] Los esquemas lógicos no pueden referirse sino a formas de pensamiento; pero aquí no se trata sino de las formas del ser, del mundo externo, y el pensamiento no puede jamás obtener e inferir esas formas de sí mismo, sino solo del mundo externo. Con lo que se invierte enteramente la situación: los principios no son el punto de partida de la investigación, sino su resultado final, y no se aplican a la naturaleza y a la historia humana, sino que se abstraen de ellas; no es la naturaleza ni el reino del hombre los que se rigen según los principios, sino que estos son correctos en la medida en que concuerdan con la naturaleza y con la historia (Engels 1964: 21-22).
La diferencia entre las teorías enfrentadas es tan marcada que aun los conceptos mismos de símbolo y simbolización son cuestionados por los marxistas: “Engels no dice que las sensaciones o las representaciones son ‘símbolos’ de las cosas, pues el materialismo consecuente debe poner ‘imágenes’, reproducciones o reflejos en lugar de ‘símbolo’” (Lenin 1960b: 41).

No es mi propósito repetir aquí este debate en los términos tradicionales y ya bien conocidos, aunque tampoco obviarlo, pues tiene que ver con el punto de vista filosófico de Morgan, nada materialista según Opler (1964: 110). Pero sí recalcar que, pese a diversas interpretaciones mecanicistas que se han dado a esta teoría materialista dialéctica del conocimiento, los marxistas han mostrado que ella no significa que el reflejo sea una mera copia de la realidad, ni tampoco que no ejerza ninguna influencia sobre ella y sobre sus transformaciones; precisamente en ello consiste su carácter dialéctico.

Prestaré más bien atención a Marshall Sahlins (1988a: 63-64), para quien la semejanza entre la terminología de Morgan y el discurso del moderno estructuralismo no debe confundir ni hacer pensar que Morgan sea un estructuralista, pues en la teoría de aquel, a diferencia de lo que se plantea en esta:
La mente se presenta como el instrumento del desarrollo cultural, antes que como la autora de ese desarrollo. Antes pasiva que activa, simplemente racional más que simbólica, la inteligencia responde reflexivamente a situaciones que ella misma no produce u organiza [...] Lo que se realiza bajo formas culturales es una lógica práctica, biológica en las etapas iniciales, tecnológica en las posteriores. El esquema conceptual no consiste en la construcción de la experiencia humana sino en su verbalización, como en las clasificaciones de parentesco, que solo son los términos de un ordenamiento de facto de relaciones efectuado por razones económicas o biológicas. El pensamiento es reconocimiento, la concepción, percepción, y el lenguaje, reflejo de distinciones que ya cuentan con su propia razón. En el esquema de Morgan, la cualidad simbólica de la cultura no aparece; las palabras se limitan a ser los nombres de las cosas (subrayados míos).
Es la misma antigua idea del idealismo neokantiano acerca de la base de diferenciación entre el ser humano y el animal, tal como la expresa Cassirer (1965: 59) con las mismas palabras de Sahlins: “Podemos decir que el animal posee una imaginación y una inteligencia prácticas, mientras que solo el hombre ha desarrollado una nueva fórmula: una inteligencia y una imaginación simbólicas”.

Por eso pienso que Sahlins ha entendido y resume perfectamente la concepción de Morgan y en qué difiere esta de las posiciones del simbologismo antropológico en boga y que el propio Sahlins emplea; pero hay que ir todavía más allá.

Para demostrar sus afirmaciones, Sahlins se refiere en forma extensa a los análisis de Morgan sobre el origen y las razones de la amplia difusión de varios fenómenos importantes en el nivel de las primeras formas de sociedad humana. En referencia a la gens, enfoca su atención sobre un texto tomado de La sociedad primitiva:
Evidentemente, un objetivo primordial de la organización fue aislar a una mitad de los descendientes de un supuesto fundador e impedir que se casaran entre sí por razones de parentesco. (...) La gens probablemente originada en el ingenio de una pequeña banda de salvajes, ha de haber demostrado pronto su capacidad para producir hombres superiores. El predominio casi universal de la gens en el mundo antiguo constituye la más alta evidencia de las ventajas que confería (Morgan, citado por Sahlins 1988a: 66, subrayado mío).
De allí desprende algunas inferencias sorprendentes por su rigor en juzgar a Morgan y por lo lejanas que resultan al pensamiento real de este autor. De acuerdo con una de ellas, en el argumento de Morgan: “La línea general de fuerza, la orientación del efecto lógico, va de la compulsión natural a la práctica conductual, y de la práctica conductual a la institución cultural”, es decir, a la organización y codificación (Sahlins 1988a: 66).

Otra de sus conclusiones causa mayor admiración porque permite detectar el sesgo peculiar que van tomando los argumentos centrales de Sahlins (1988a: 66-67):
Pero, entonces, la teoría de Morgan es apropiada para una cultura no humana, o bien para una humanidad no cultural [cuya capacidad está] en hacer “un uso racional” de las percepciones trasmitidas por los sentidos, y de actuar pragmáticamente sobre la base de la experiencia (subrayado mío).
Para mí resulta obvio que Morgan dice lo contrario de lo que Sahlins concluye, ya que afirma, en primer lugar, la probabilidad de que la gens fuera creada por el “ingenio de un pequeño grupo de salvajes”. Esto está de acuerdo con su teoría relativa al modo como la sociedad avanza y se desarrolla, asimismo con el papel que la mente social tiene en el desenvolvimiento de la sociedad a través de los individuos más capaces, como ya he mostrado en otros capítulos de este texto: la mente humana se apodera del mundo dado, exterior a ella, realmente existente, toma los resultados de la experiencia, los integra y los eleva a un nuevo nivel, devolviéndolos a la realidad en una forma codificada (constituciones, planes, etc.), para transformarla y llevarla hacia adelante.

En segundo lugar, las ideas de Morgan no expresan otra cosa que la que afirman, a saber, que la diferencia entre el ser humano y el animal estriba en que el primero es capaz de asimilar y utilizar racionalmente los resultados de la experiencia, ante la que el segundo solo puede reaccionar instintivamente. Por esta razón, los humanos pueden avanzar, desenvolver su vida social, transformar su propia experiencia con base en el trabajo que sus cerebros realizan sobre el mundo objetiva y realmente existente en su exterior, mientras que el animal se mantiene atado a los imperativos de su instinto y a los reflejos condicionados que se establecen en su contacto con la realidad material.

Esto coloca a Morgan muy lejos de ser la clase de teórico que se imagina Sahlins (1988a: 67) cuando se coloca bajo la guía del “sumo pontífice” del idealismo neokantiano, al cual ya he hecho referencia, un “antropólogo pre-simbólico” que supuso:
Para la mente humana [sprit] sólo es cuestión de apoderarse de esa realidad. Aquello que existe y subsiste ‘fuera’ de nosotros debe ser, por decirlo así, “transportado” al interior de la conciencia, transformado en algo interno, pero sin agregar nada nuevo en el curso de ese proceso (Cassirer 1933: 18, citado por Sahlins 1988a: 67, subrayado mío).
Detengámonos una vez más en la manera como Sahlins (1988a: 65) analiza los puntos de vista de Morgan; esta vez los relativos a la familia consanguínea:
Lo que Morgan dice es [...] que la diferencia entre “marido” y “hermano” y entre “esposa” y “hermana”, no es una construcción simbólica implantada sobre el mundo sino la derivación racional de una diferencia objetiva existente en el mundo [...] Es una percepción de las ventajas biológicas resultantes de la distinción, y, por lo tanto, es una representación en términos sociales de una lógica exterior a esos términos [...] El pensamiento es, pues, reconocimiento y la mente un vehículo gracias al cual la naturaleza se realiza como cultura.
Aquí resulta evidente por completo en qué radica la divergencia esencial entre el pensamiento de Sahlins y el de Morgan, pues mientras este reivindica un planteamiento materialista relativo a la determinación de la realidad material, objetivamente existente fuera del hombre, sobre su conciencia, aquel sostiene el punto de vista contrario, el de un pensamiento “simbólico” que existe por sí mismo y se “implanta” sobre el mundo, creándolo o recreándolo a su imagen y semejanza. Este punto de vista no es nuevo en la historia del pensamiento:
En Hegel, esto aparece de un modo místico, al considerarse las categorías como preexistentes, mostrándose la dialéctica del mundo real como el simple reflejo de este. En realidad, ocurre al revés: la dialéctica de la mente es simplemente la imagen refleja de las formas de movimiento del mundo real, así en la naturaleza como en la historia (Engels 1961: 171-172, subrayado mío).
Que ello es así, se hace más perceptible todavía en la “acusación” que Sahlins (1988a: 68) dirige a Morgan, para quien, “el lenguaje, pues, es simbólico solo en el sentido de que representa el mundo en otra forma, pero no tiene sentido propio si se lo separa del mundo”.

Igual cosa se manifiesta en su recusación de otro de los criterios que atribuye a Morgan respecto del lenguaje: “Ninguna lengua es una mera nomenclatura. Ninguna se basa en una correspondencia de uno-por-uno, entre sus propios términos y ‘las’ distinciones objetivas” (Sahlins 1988a: 69).

No es esto lo que plantea Morgan, quien considera, por ejemplo, que precisamente las relaciones de consanguinidad provienen de pensar de determinada manera los lazos de sangre, ellos sí existentes objetivamente en el mundo; véanse si no sus tablas o cuadros de parentesco (Morgan 1970b). Así, cada una de tales relaciones “confiere un determinado valor a las distinciones dadas” (Sahlins 1988a: 69). Por supuesto, en concepto de Morgan, la mente piensa sobre la realidad y no por sí misma, al margen y separada del mundo material. No todo lo que está en la realidad aparece contenido en el parentesco, pero lo que las relaciones de consanguinidad y afinidad contienen y expresan está en la realidad, proviene de ella, pero no en una forma idéntica, no en una “relación uno-por-uno”:
Un sistema de tratamiento de las personas sería efímero, porque todos los usos convencionales son efímeros. También serían tan diversos como son las razas del hombre. Mas un sistema de consanguinidad es un asunto bien diferente. Sus parentescos nacen de la familia y del régimen conyugal, y son más permanentes que la familia misma, que progresa a la vez que el régimen se mantiene inalterable. Estos parentescos expresan los hechos reales de la condición social al construirse el sistema, y tienen una importancia de actualidad en la vida del hombre (Morgan 1970a: 448, subrayado mío).
A propósito de este tema, es bueno recordar que la obra de Morgan se orienta al estudio de las sociedades salvajes y bárbaras y que la aparición de formas sociales como la familia consanguínea y la gens corresponde a los primeros períodos de su desarrollo. La relación entre realidad y pensamiento en estas sociedades no es la misma que se da en épocas posteriores; es más estrecha y directa. He aquí lo que la teoría marxista afirma al respecto:
La producción de las ideas y representaciones, de la conciencia, aparece al principio directamente entrelazada con la actividad material y el comercio material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. Las representaciones, los pensamientos, el comercio espiritual de los hombres se presentan todavía, aquí, como emanación directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de un pueblo [...] La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real (Marx y Engels 1968: 25-26, subrayados míos).
De ahí que resulte absurda la interpretación de Sahlins (1988a: 67) cuando plantea que, en la visión de Morgan, las capacidades de los hombres son las mismas de algunos animales, como el castor:
En su famosa monografía The American Beaver and his Works (1868), Morgan sostuvo vigorosamente la tesis de que “el principio del pensamiento” es común al hombre y al animal. Las cualidades mentales del castor, escribió, son “esencialmente las mismas que presenta la mente humana” (pág. 252). La diferencia entre esas cualidades y el pensamiento humano “y, por inferencia, entre los principios que respectivamente representan, es de grado y no de clase.
La historia es historia natural

La base teórica de la crítica que Sahlins desarrolla se transparenta todavía más por cuanto establece que para Morgan:
Tal como un prominente marxista (Schmidt 1971, pág. 47) escribió hace poco acerca de Kautsky [...] la “historia humana es un apéndice de la historia natural, y sus leyes de movimiento son meras formas fenoménicas de las leyes biológicas (Sahlins 1988a: 70). [Hay versión en español de la obra de Schmidt 1982: 43, de donde retraduje esta cita].
Haciendo un paréntesis, vale la pena anotar que la mayor parte de los evolucionistas del tiempo de Morgan —y esto incluye a Darwin— vieron el desarrollo del ser humano como una parte de la evolución de la naturaleza, como bien lo afirman Beals y Hoijer (1969: 17): “Los evolucionistas definieron la antropología como una ciencia natural; [buscaban] descubrir [...] las leyes psicológicas que subyacen y determinan la historia humana”.

Dentro de esta óptica, la posición de Morgan es nítida y firme y sigue efectivamente los lineamientos que anota Sahlins, aunque sus críticas no puedan apoyarse válidamente en ella. Terray (1971: 18-19) ve así el planteamiento de Morgan:
La especie humana es de origen animal [...] La evolución ulterior de la especie humana no entraña una ruptura con este origen animal. Entre el reino animal y el reino humano, Morgan no admite ninguna discontinuidad. Dentro del individuo, el orden biológico y el orden cultural se encuentran indisolublemente unidos y se determinan recíprocamente .
Por eso, resulta más conveniente acudir en forma directa al pensamiento de Marx sobre este tema que acercarse a él por intermedio de algún “prominente marxista”:
La historia misma es una parte real de la historia de la naturaleza, de la transformación de la naturaleza en hombre. Las ciencias de la naturaleza han de comprender más tarde la ciencia del hombre, así como la ciencia del hombre englobará las ciencias de la naturaleza: habrá una sóla ciencia (Marx s.f.: 140, subrayado mío).
Para abundar sobre lo mismo, traigo a cuento la forma como Engels (1961: 201) establece la distinción entre estas dos historias, la natural y la humana: “Ahora, toda la naturaleza se disuelve también en historia, y la historia solo se diferencia de la historia de la naturaleza en cuanto proceso de desarrollo de organismos conscientes de sí mismos”.

También Terray (1971: 20) observa en la obra de Morgan, y casi con idénticas expresiones, un punto de vista semejante. En palabras del autor francés, se trata de un verdadero axioma, supuestamente inspirado en Darwin:
Si la especie es una especie natural entre otras, la historia humana se convierte entonces en un momento de la historia natural, es el efecto de los mismos mecanismos, está sometida a las mismas leyes. En pocas palabras: la noción de historia se disipa ante la noción de evolución. Los historiadores consideran la historia como una obra cuyo autor es el hombre, Morgan la considera como un proceso cuyo objeto es el hombre (subrayado mío).
Por supuesto, se trata de una apreciación exagerada. Ya he mostrado cuál es la concepción morganiana sobre la relación entre los humanos y su historia: ésta depende, claro está, de condiciones objetivas, pero el ser humano no es un ente pasivo, no es un “objeto” frente a ella, sino que tiene un papel que cumplir, aunque tiene que operar enmarcado en tales condiciones:
Los iroqueses estaban divididos en cinco tribus independientes que ocupaban territorios contiguos entre sí y hablaban dialectos de la misma lengua que eran mutuamente inteligibles. Además de estos hechos, ciertas gentes eran comunes a las diferentes tribus, como se ha mostrado. En sus relaciones recíprocas en tanto que fracciones separadas de la misma gens, esas gentes comunes proporcionaban una base natural y permanente para una confederación. Dados esos elementos, la formación de una confederación se convirtió en un asunto de inteligencia y de habilidad. En diferentes regiones del continente, un gran número de otras tribus mantenían entre sí el mismo tipo de relaciones, sin embargo no constituyeron confederaciónes. El hecho de que las tribus iroquesas pudieran hacerlo, da evidencia de su capacidad superior (Morgan s.f.: 128, subrayados míos).
Justamente como lo anota Sahlins, citado más arriba, para el materialismo marxista como para Morgan, el pensamiento y la conciencia humanos son las formas mediante las cuales la naturaleza se hace autoconsciente o, si se quiere manejar el lenguaje de la antropología, se torna en cultura, y alcanza una nueva etapa de su evolución. Sin embargo, no se trata de una identidad absoluta, de borrar toda diferencia, pues este proceso constituye una diferenciación en el seno de la naturaleza. Se trata de una unidad de lo diverso. Es una postura teórica, por cierto, diferente de aquella de varias escuelas o corrientes antropológicas que ven en el surgimiento de la cultura una ruptura con la naturaleza y en la hominización un paso de la naturaleza a la cultura, en tanto que piensan la dinámica de la sociedad como resultado o ejercicio de la oposición entre esos dos órdenes.

Nos encontramos entonces con que a esta altura de la argumentación todavía no aparece ninguna claridad en los críticos y exégetas de Morgan acerca de su evolucionismo o no evolucionismo, de su funcionalismo o no funcionalismo, aunque comienza a quedar clara su ubicación dentro del materialismo frente al simbologismo idealista. Entraré ahora a presentar y revisar otros argumentos.

Paul Bohannan (1965: xvi), en su introducción a Casas y vida doméstica de los aborígenes americanos, nos presenta su versión de lo que son los principios funcionalistas básicos:
1) que las instituciones humanas, y por ende la cultura, satisfacen las necesidades de las criaturas humanas e, ipso facto, los requisitos de la vida social; 2) que dentro de una sociedad o un campo social las instituciones humanas están clara y materialmente interconectadas, por lo que un cambio en una produce cambios en las demás.
Ideas que, en su opinión, Morgan incorpora a su pensamiento, mientras avanza con el agregado de un tercer principio:
Las instituciones, al satisfacer las necesidades humanas y los requisitos sociales, conducen al hombre hacia formas de satisfacción de las necesidades más eficientes o altamente valoradas; en este proceso, estas instituciones pueden crear un nuevo conjunto de necesidades derivadas que ellas mismas no pueden satisfacer en forma adecuada [...] en la búsqueda por lograr satisfacerlas, tiene lugar el cambio social (Bohannan ibid.).
Curiosamente, Service (1985: 100) acepta también que hay un funcionalismo en la generalidad de las ideas de Morgan, pero que, pese a su análisis de que el crecimiento de la propiedad privada conduce a la monogamia, el sistema descriptivo, los tribunales y la esclavitud, mostrando la influencia de una institución en otras, no hay un funcionalismo en lo que tiene que ver con el parentesco, pues este es creado por la familia monógama de la cual hace parte: una forma de matrimonio y familia es una forma genealógica y la terminología es sólo un aspecto verbal .

Si estas concepciones aparecen efectivamente en Morgan y si corresponden en realidad al funcionalismo, su acercamiento funcionalista resultaría básico para su evolucionismo y aquel, sin el evolucionismo, se quedaría corto para dar las explicaciones necesarias. Por lo tanto, cada uno podría resolver algunos problemas, pero la interacción sería de vital necesidad para poder responder a otros.

Que la solución de este problema no es tan fácil como parece serlo para Bohannan, puede percibirse en la amplia discusión que Terray (1971: 55) adelanta sobre el mismo:
Si existe en Morgan un funcionalismo, este, por otra parte, es poco ambicioso y se limita a dos tipos de afirmaciones. En primer lugar, Morgan declara que las instituciones duraderas responden todas a necesidades sociales; lo que plantea de esta manera es más una regla de investigación que una tesis de hecho. En segundo lugar, pone en relación determinada institución o, más exactamente, determinado elemento de cierta forma, con determinada necesidad social: el consejo de la tribu con las exigencias de cooperación, la jefatura con las de defensa, etc.... En cambio, se cuida bien de asignar a determinada esfera de la vida social una función única y permanente a través de los diferentes períodos étnicos: no se pregunta por la función de las relaciones de parentesco en general, de las instituciones jurídico-políticas en general, etc.... La función de unas y otras es, en efecto, su papel en el seno de un período étnico que en cierto sentido es una “esencia singular”. Ese papel puede variar de un período étnico a otro: definirlo de manera general y unívoca carecería, pues, de sentido. Subordinado a esta lógica social que constituyen las relaciones de compatibilidad/incompatibilidad evocadas más arriba, el funcionalismo de Morgan es, por otra parte, suficientemente flexible como para abstenerse de los amplios enunciados tautológicos en los que se complacerá con frecuencia el ulterior funcionalismo.
Bohannan entra a explorar las obras de Morgan para tratar de hacer evidente su manejo de los mencionados principios. Asegura que el primero de ellos aparece planteado en forma excelente en un texto muy breve en el que establece la correlación causal entre necesidades e instituciones: “Toda institución humana que haya logrado perdurar se hallará enlazada con una necesidad continua” (Morgan 1970a: 88).

El segundo estaría ilustrado por sus planteamientos sobre las relaciones entre terminología de parentesco y estructura familiar o entre interacción familiar y arquitectura doméstica. En tanto que el tercero aparecería ejemplificado en diversos textos en los que plantea cómo la ocurrencia de cambios sociales trae consigo nuevas necesidades, las cuales llevan a que ocurran otros cambios, imprescindibles si se quiere dar satisfacción a aquellas: “La villa trajo consigo, al crear un cambio en el régimen social, nuevas necesidades en la organización del gobierno” (Morgan 1970a: 223).
Después de una permanencia largamente prolongada... la organización gentilicia entregó finalmente su vida... ante las exigencias de la civilización. Había disfrutado la posesión exclusiva de la sociedad a través de estos varios períodos étnicos, hasta que conquistó por la experiencia los elementos de la civilización, que luego fue incapaz de manejar (Morgan s.f.: 350).
En otros de los textos de Morgan que Bohannan cita como evidencias, la aplicación del tercer principio no resulta tan fácil de percibir y más bien parecen referirse a otros temas. Así acontece, por ejemplo, con la aseveración relacionada con las bases que guían su visión de la arquitectura doméstica aborígen americana o con las razones que explican su presencia y su relación con el grupo doméstico constituido sobre la base del parentesco: “Como clave para la interpretación de esta arquitectura se han empleado dos principios, la práctica de la hospitalidad y la práctica de la vida comunista” (Morgan 1965: 310). Y con esta otra:
La debilidad de la familia, su incapacidad para hacer frente a la lucha por la vida, condujo a las tribus indias a la construcción de viviendas colectivas a través de Norte y Sur América; y la organización gentilicia las llevó a habitarlas organizadas en familias relacionadas por el principio del parentesco (ibid.: 268).
De todas maneras, no resulta tan obvio que tales principios hayan sido la base del pensamiento de Morgan, aunque puede probarse que algunas de sus anotaciones, tomadas fuera de contexto y no necesariamente en una forma consistente unas con otras, los reflejan. Los textos citados antes también pueden equipararse con planteamientos formulados por autores muy alejados del evolucionismo-funcionalista, pese a que Bohannan los considera característicos de esta corriente de pensamiento; así ocurriría con muchas ideas de Marx y Engels, entre otros. Esto, como cabría esperar, es motivo de nuevas confusiones y de otras interpretaciones.

TRES LECTURAS

Emmanuel Terray (1971) es uno de los autores que más atención ha dedicado al estudio de La sociedad primitiva de Morgan y realiza de ella una lectura que sigue los principios aplicados por Louis Althusser para una segunda lectura de tipo “sintomático” de El Capital de Marx:
Tal es la segunda lectura de Marx: una lectura que nos atreveremos a llamar “sintomática”, en la medida en que descubre lo no descubierto en el texto mismo que lee y lo refiere, en un mismo movimiento, a otro texto, presente por una ausencia necesaria en el primero, presente por una ausencia sin embargo producida —en calidad de síntoma— por el primero, como su propio lado invisible. Lo mismo que en su primera lectura, la segunda lectura de Marx supone la existencia de dos textos y la medida del primero por el segundo. Pero lo que distingue esta nueva lectura de la anterior es que en la nueva el segundo texto ya está en el primero (al menos como posibilidad), el texto invisible ya está contenido en el texto leíble como un modo de su propio lado invisible (Althusser 1969: 33).
En una primera revisión de esta obra capital de Morgan, Terray ve posible efectuar una lectura de su texto explícito y derivar de ella un sentido evolucionista:
No negaremos que una lectura “evolucionista” de Ancient Society sea posible y legítima: porque el propio Morgan reconocía explícitamente su deuda para con Darwin, cuya influencia, nos dice, lo obligó a adoptar: [...] “la conclusión de que el hombre comenzó en el primer grado de la escala y, trabajando sobre sí mismo, se elevó a partir de ese primer grado hasta su estado presente” (Morgan, citado por Leacock 1963: iv).

Y resulta fácil localizar lo que Ancient Society toma prestado de El Origen de las Especies y de The Descent of Man: en primer lugar, por supuesto, la idea de evolución (Terrray 1971: 18).
Luego de establecer un amplio paralelo entre las ideas de Morgan y las de Darwin, Terray llega a una conclusión: parecería que todo el mérito del primero estaría limitado a la aplicación en la historia de los conceptos y métodos que el segundo utilizó en la biología. Pero entonces, se dice, no habría despertado el entusiasmo de Marx y Engels, puesto que ellos ya habían condenado distintas tentativas de darwinismo social. La única explicación para la acogida que le dieron tiene que encontrarse en el hecho de que los dos autores marxistas: “No se atuvieron a la evidente lectura ‘evolucionista’ de la misma. Hicieron una lectura original de Ancient Society que les permitió, más allá de las apariencias darwinianas, encontrar algo distinto” (Terray 1971: 28).

Pero antes de entrar a indagar en qué consiste ese algo distinto, Terray se dedica a realizar una lectura que puede dar la impresión de que hay un estructuralismo en Morgan, por un lado, interpretando sus categorías como “un conjunto de modelos” a la manera lévi-straussiana:
La noción de estructura no se refiere a la realidad empírica, sino a los modelos construidos de acuerdo con esta [...] Las “relaciones sociales” son la materia prima empleada para la construcción de los modelos que ponen de manifiesto la “estructura social” misma. Esta no puede ser reducida, en ningún caso, al conjunto de las relaciones sociales observables en una sociedad determinada (Lévi-Strauss 1969a: 251).
Y por el otro, mirando sus secuencias lógicas, internas a las series orgánicas, a la manera de “los grupos de transformación de esos modelos”. Pero si se consideran las características que Lévi-Strauss (1969a: 251-252) atribuye a la estructura, se encontrará que aparecen entre ellas algunas que los autores que hemos mencionado antes miran como características identificatorias del funcionalismo, como sucede, por ejemplo, con la primera de ellas:
En primer lugar, una estructura presenta un carácter de sistema. Consiste en elementos tales que una modificación cualquiera de uno de ellos entraña una modificación en todos los demás.

En segundo lugar, todo modelo pertenece a un grupo de transformaciones, cada una de las cuales corresponde a un modelo de la misma familia, de manera que el conjunto de estas transformaciones constituye un grupo de modelos.

En tercer lugar, las propiedades antes indicadas permiten predecir de qué manera reaccionará el modelo, en caso de que uno de sus elementos se modifique.

En fin, el modelo debe ser construido de tal manera que su funcionamiento pueda dar cuenta de todos los hechos observados.
Respecto de la primera y de la última, ya se ha visto que las categorías creadas por Morgan corresponden de alguna manera a estas exigencias, pero la primera de ellas es propia de toda concepción de sistema, no importa a cuál teoría pertenezca. Además, Morgan no plantea nunca que la modificación de un elemento conlleve necesariamente la de todos los demás. En algunos casos su idea es la contraria, como pasa con las modificaciones que ocurren en las formas de familia en tanto que los sistemas de parentesco persisten durante largos períodos de tiempo sin sufrir cambios, para citar un solo ejemplo.

La última, ya lo ha dicho el propio Morgan (véase el Capítulo III de este libro), es una condición general de la investigación científica, especialmente en el campo de la formulación de hipótesis, y no una exclusividad de los modelos estructuralistas.

Por supuesto, la estructura lógica de sus distintas secuencias o series orgánicas permite moverse en ellas en distintas direcciones, deduciendo unos de sus términos cuando están dados algunos de los demás, pero, en el caso de Morgan, siempre sobre la base de los hechos de la experiencia humana y no en una forma determinada solo por la teoría. La lógica interna de las series no es pues ni meramente teórica ni arbitraria, no es un producto creado por la mente que opera por y sobre sí misma. Es cierto que, como recuerda Terray:
Dada la familia consanguínea, que incluía en la relación matrimonial a los hermanos y hermanas consanguíneos y también a los hermanos y hermanas colaterales, bastaba con excluir a los primeros del grupo manteniendo en él a los segundos para transformar la familia consanguínea en punalúa (Morgan s.f.: 433).

Las etapas intermedias de progreso aún no están bien establecidas; pero, dadas la familia punalúa en el estadio del salvajismo y la sindiásmica en el estadio medio de la barbarie, el hecho de que la una ha progresado a partir de la otra puede deducirse con un grado razonable de certeza” (Morgan s.f.: 443).
Pero, a diferencia de lo que sucede con el estructuralismo, este poder moverse teóricamente a través de los términos de la serie, no excusa a Morgan de investigar la forma real que ha adoptado dicho paso en cada sociedad en un momento dado de su historia, para lo cual crea y emplea el concepto de transición que ya analicé más arriba. Si diferencia entre las categorías abstractas de su pensamiento y la realidad material, también diferencia el movimiento de las categorías en la mente del movimiento real de la sociedad. Además, la dinámica ideal de sus conceptos, su lógica interna, no es una creación teórica separada de la realidad, imputada a esta por él, sino el reflejo de la dinámica real, de las leyes de la sociedad.

Las formas sucesivas que adopta una idea, es decir el desenvolvimiento de los conceptos, no provienen de la lógica de las series ni están determinadas por ella, sino que son un resultado de la experiencia del ser humano que obra y piensa dentro de sus condiciones objetivas de vida y bajo la determinación de una lógica natural que es propia de la humanidad. Solo si se olvida esta parte de la teoría de Morgan es posible establecer conexiones con el estructuralismo lévistraussiano, pero estas serán necesariamente de naturaleza formal. Aunque en ciertas ocasiones hasta el propio Morgan (s.f.: 234) haga afirmaciones como ésta:
Cuando se trata con la estructura de la sociedad, las relaciones orgánicas son las únicas que deben tomarse en cuenta. La municipalidad se encuentra en la misma relación con la sociedad política que la gens con la sociedad gentilicia. Cada una de ellas es la unidad de un sistema.
Pero este estructuralismo de Morgan tampoco podría ser la causa del elogio de Marx y Engels, pues, como todo estructuralismo, “descansa sobre una concepción positivista de la ciencia” (Terray, 1971: 43).

Para buscar qué es lo nuevo que ellos pudieron leer en Morgan, se hace necesario investigar el concepto de período étnico tal como este lo concibe, concepto que no puede asimilarse en términos de identidad con la manera como aparece expresado en el texto. En este aparecen definidos los elementos que lo integran, las esferas que lo componen: “Un estado técnico [constituido por invenciones y descubrimientos], un ‘arte de subsistencia’, una forma de gobierno, una forma de familia y una forma de propiedad” (Terray 1971: 50).

La estructura de relaciones

Pero estos aspectos son solo los componentes y no lo esencial del período étnico. Se hace necesario orientar la indagación a establecer su estructura, es decir, el conjunto y la naturaleza de las relaciones que ligan esos aspectos entre sí; estructura que no puede observarse de modo explícito en el texto sino que debe ser leída entre líneas, en el texto oculto. De entrada, Terray (1971: 51) declara que se trata de tres clases de relaciones:
Relaciones de compatibilidad/incompatibilidad; relaciones funcionales: estas operan dentro de los límites instituidos por las primeras; y por último relaciones de expresión, que a su vez están subordinadas a las anteriores.
En tanto que está postulado que la compatibilidad ocurre entre los elementos correspondientes a un período étnico, ya se mostró más arriba el caso de la incompatibilidad de la organización estatal con la gens; también son incompatibles, según Morgan, la monarquía y la sociedad basada en la gens (s.f.: 126), los privilegios señoriales con la gens, la fratría y la tribu (s.f.: 208), la herencia del cargo principal de la gens y la doctrina de la igualdad de derechos y prerrogativas (s.f.: 232) y otros muchos elementos; así:
Los Masagetas, a pesar de que ignoraban el hierro, poseían rebaños y manadas, combatían a caballo armados con hachas de cobre y lanzas con puntas del mismo metal, y fabricaban y usaban carros (amaxa). Es inimaginable que un pueblo que vivía en la promiscuidad haya podido alcanzar ese grado de adelanto (Morgan s.f.: 439).
En cambio, Terray (1971: 52-55) ilustra las relaciones funcionales con los mismos ejemplos, y algunos otros semejantes, que sirvieron a diversos autores para caracterizar a Morgan como funcionalista. Así ocurre con la explicación sobre el origen de la gens: “La gens sobrevino como resultado de las necesidades de la humanidad de organizar la sociedad” (Morgan s.f.: 330). O con aquella sobre la necesidad del consejo y del jefe militar de guerra:
Constituido por los jefes de las gentes, el consejo encontraba en estas un fundamento natural. Satisfacía una necesidad y su duración estaba asegurada mientras durase la sociedad gentilicia [...] El papel confiado al consejo consistía en guardar y proteger los intereses comunes de la tribu (Morgan s.f.: 118).

Este cargo [el de jefe militar de guerra, “Gran Soldado de Guerra”] nació de las necesidades militares de la sociedad y tuvo un desenvolvimiento lógico (Morgan s.f.: 149).
Por último, el tercer tipo de relaciones, las llamadas relaciones de expresión, son definidas como las relaciones entre los elementos y sus reflejos o formas de expresión. Por ello:
Una forma puede ser reproducida en un “discurso” al cual está unida como el modelo lo está al retrato. En la esfera del gobierno, Morgan otorga este rango de reflejo a las leyes y, más generalmente, a lo que denominaríamos la superestructura jurídica de los sistemas políticos: la ley traduce el funcionamiento efectivo del sistema, se limita a codificar la práctica, introduciendo en ella solo rigor y claridad (Terray 1971: 55).
Pero el texto de Morgan que Terray trae en seguida como confirmación de sus palabras, no tiene ese significado:
Las leyes más tempranas de los griegos, los romanos y los hebreos, después de haber comenzado la civilización, hicieron poco más que enunciar en términos jurídicos los resultados que su experiencia previa ya había incorporado en sus usos y costumbres (Morgan s.f.: 550).
Tal como lo he mostrado en el capítulo sobre el papel del individuo en la historia, no se trata de un simple reflejo, sino de una sistematización de la experiencia que aplicada de nuevo a la realidad produce una transformación de esta, tan importante que la eleva a una etapa más alta de desarrollo.

Tampoco me parece muy feliz el siguiente intento de Terray por encontrar en Morgan un ejemplo de las relaciones de expresión:
El crecimiento de la propiedad va a la par con el progreso de las invenciones y descubrimientos [...] El crecimiento de la propiedad está, entonces, estrechamente vinculado con la acumulación de las invenciones y de los descubrimientos y con las mejoras introducidas en las instituciones sociales (Morgan s.f.: 535).
De constatar que el crecimiento de la propiedad transcurre paralelo con el de inventos y descubrimientos, no puede deducirse que el uno sea una simple expresión del otro, su discurso. Morgan dice claramente que para que haya propiedad tiene que haber algo material que apropiar y que, por consiguiente, el desarrollo de este algo —dado por inventos y descubrimientos— suministra un mayor material para la apropiación y da origen a nuevas formas de hacerlo. En lugar de una relación de expresión, lo que hay es una relación de determinación. No se ven pues por parte alguna las famosas relaciones del tercer tipo postuladas por Terray.

Las bases materiales

Más forzado aún resulta su intento por demostrar que Morgan propone una determinación del conjunto de la sociedad por las artes de subsistencia, cuando éste califica su aserto de probabilidad y termina diciendo que no hay bases suficientes de conocimiento para comprobarlo:“Por consiguiente es probable que las grandes épocas del progreso humano se hayan identificado más o menos directamente con la ampliación de las fuentes de subsistencia” (Morgan s.f.: 19, subrayados míos).

Además, Terray no diferencia entre fuentes y artes de subsistencia, distinción que Morgan sí establece, aunque las correlaciona como causa a efecto:“Estamos capacitados para distinguir cinco de estas fuentes de alimentación humana, creadas por las que pueden ser llamadas artes sucesivas” (Morgan s.f.: 19).También: “La subsistencia ha sido incrementada y perfeccionada por una serie sucesiva de artes, introducidas con largos intervalos de tiempo y conectadas más o menos directamente con invenciones y descubrimientos” (Morgan s.f.: 4).

Pero lo anterior no quiere decir que las bases materiales de la sociedad no tuvieran ningún peso sobre el desarrollo de la misma; precisamente en ello radica, desde un cierto punto de vista, el carácter materialista del pensamiento de Morgan:
El arado arrastrado por fuerza animal puede considerarse como el comienzo de un nuevo arte. Ahora, por primera vez surgió la idea de desmontar los bosques y colocar vastos campos bajo cultivo. Más aún, se hizo posible la concentración de poblaciones numerosas en áreas limitadas (Morgan s.f.: 27).
En forma diferente a como lo plantean los criterios del marxismo, aquí la influencia de los cambios materiales en las artes de subsistencia, que desde este punto de vista aparecen efectivamente como desarrollo de las fuerzas productivas, se ejerce sobre otros elementos también materiales, es este caso el tamaño de la población, es decir, sobre la demografía. Pero no hay ninguna mediación “social” en esta cadena de transformaciones. El análisis de la población en sí, ya lo ha planteado Marx, solo puede conducir a un caos, ya que ella misma es determinada.

Es posible hacer una lectura similar del siguiente texto, en el cual se muestra como “natural” el proceso de segregación y diferenciación puesto que no se habla de la conformación de nuevas formas de relaciones económicas o sociales entre la población. Incluso, esta expansión cuantitativa de las tribus y las gentes es un nítido proceso de reproducción simple, que tomado en sí mismo y sin analizar sus resultados posteriores poco podría ser considerado como un avance:
Nuevas tribus tanto como nuevas gentes se formaron constantemente por crecimiento natural; y el proceso fue acelerado sensiblemente por la gran extensión del continente americano. El método era simple. En primer lugar ocurría una migración gradual de población a partir de un centro geográfico superpoblado, que poseía las ventajas de tener medios de subsistencia superiores. Continuando de año en año, una población considerable se establecía, entonces, a una cierta distancia del asentamiento de la tribu. Con el tiempo, estos emigrantes se hacían diferentes en sus intereses, extraños en sus aspiraciones y, por último, divergentes en sus lenguas. Luego, seguían la separación y la independencia aunque sus territorios fueran contiguos. Se había creado una nueva tribu [...] Esto debe ser considerado como un resultado natural e inevitable de la organización gentilicia, junto con las necesidades de su condición (Morgan s.f.: 105).
Con más claridad se percibe la cadena de determinaciones, ya no exclusivamente materiales pues intervienen relaciones territoriales —la organización de la ciudad— y políticas —las artes de gobierno—, en el párrafo siguiente:
En el estadio superior de la barbarie aparecieron, por primera vez en la experiencia humana, ciudades, rodeadas inicialmente de terraplenes y luego de murallas de piedra. Ciudades de este nivel implican la existencia de una agricultura estable y desarrollada, de rebaños de ovejas y de vacunos, de grandes cantidades de mercancías y de propiedad sobre casas y tierras. La ciudad conduce a nuevas exigencias en el arte del gobierno porque crea una nueva condición de la sociedad (Morgan s.f.: 264).
Lo que más bien me parece posible desprender de aquí, es el planteamiento de que los procesos de transformación de la sociedad se inician cuando se presentan cambios en las condiciones materiales; asimismo, una idea sobre la multicausalidad de tales procesos de cambio, en los que las condiciones materiales ejercen un poderoso efecto, aunque no en forma directa, cuando actúan sobre las necesidades internas originadas en el nivel de desarrollo alcanzado hasta ese momento por la sociedad, así como sobre la “lógica interna” de esta. De otro modo, por sí misma, una nueva arte de subsistencia no tendría ningún efecto social, incluso podría pasar desapercibida.

La visión de Terray resulta así ser muy mecánica o, mejor aún, estar teñida de un fuerte materialismo mecanicista, a pesar de su advertencia de que esfera determinante no significa la esfera “generadora, (pro)creadora” de los distintos hechos, cambios o instituciones:
La esfera de las artes de la subsistencia es determinante y no (pro)creadora; en ella es donde se plantean los problemas de los que depende la supervivencia de la sociedad y esta tiene que darse una organización —una forma de familia, una forma de gobierno, una forma de propiedad— que le permita proporcionar la mejor solución posible para esos problemas. Las esferas que Morgan distingue poseen su contenido y sus leyes de estructura propios, que no son creados por el arte de la subsistencia; pero ellas están subordinadas al arte de la subsistencia en un doble sentido: primero, en virtud de las leyes de compatibilidad/incompatibilidad que evocamos más arriba; luego, porque las formas que se realizan en ellas tienen como función la de resolver los problemas planteados en la esfera de la subsistencia (Terray 1971: 61).
Teoría de la transición y el cambio

Terray trata luego un problema que a su manera de ver es básico para entender la significación profunda del pensamiento de Morgan: ¿cuál es su teoría de la transición y el cambio?, y pretende sintetizarla en una frase: “Ninguna forma contiene en sí misma los gérmenes de su propia transformación” (Terray 1971: 71).

Y explica que la sociedad gentilicia no vive en permanente estabilidad y equilibrio sino que tiende a la desintegración, pero estas contradicciones no amenazan su existencia hasta tanto nuevos hechos no vengan a modificar las necesidades a las que responde. Por eso no hay evolución espontánea de las formas, aunque los elementos que las componen sí pueden transformarse y dar origen a otras nuevas, pero de manera independiente unos de otros y sin que su cambio implique la mutación del sistema, al contrario, pueden provocar su desaparición.

Entonces, ¿cuál es el motor del cambio? Según Terray, la causalidad de las transformaciones esenciales viene de afuera, de las artes de subsistencia, de las invenciones y descubrimientos que crean su posibilidad y su necesidad:
La porción más avanzada de la especie humana se estancó, por así decirlo, en ciertas etapas del progreso, hasta que alguna gran invención o descubrimiento, como la domesticación de animales o la fundición del mineral de hierro, le dio un nuevo y poderoso impulso hacia adelante (Morgan s.f.: 39).
Para entender exactamente cómo ocurre el cambio, Terray se remite a estudiar el concepto de transición, al cual ya he dedicado el Capítulo V, pues considera que no se trata de una categoría teórica sino de procesos específicos que ocurren en la realidad histórica de cada sociedad. Concluye su exámen afirmando que los conceptos de Morgan:
Considerados por separado, unos anuncian al estructuralismo, otros al funcionalismo y otros, finalmente, como lo advirtió bien Engels, encuentran con toda naturalidad su lugar dentro del edificio marxista [...] Pero las distintas lecturas que hemos señalado [...] no son equivalentes [...] Tanto por sus fracasos como por sus éxitos, por sus errores y confusiones como por sus descubrimientos, el libro de Morgan constituye la mejor de las introducciones a esa ciencia [...] la ciencia de la historia (Terray 1971: 91-92).
MORGAN, ¿TEÓRICO COMUNISTA?

Las anteriores controversias no son las únicas que la obra de Morgan ha suscitado en el seno de la antropología, al contrario, son solo unas cuantas de ellas. Su vinculación con la teoría marxista y con la doctrina comunista, tal como comenzó a reclamarla con firmeza Engels a finales del siglo XIX, desencadenó una de las más candentes polémicas, que no termina todavía.

Evans-Pritchard (1967: 46) ha dicho al respecto, sin presentar más evidencia que su afirmación, que el esquema de Morgan “ha sido incorporado, gracias a Engels, a la doctrina oficial marxista de la Rusia comunista”.

Robert Lowie (1981: 72) niega a Morgan gran parte de su mérito al atribuir la fama que ha alcanzado en todo el mundo a circunstancias políticas, a las cuales no se atreve a llamar por su nombre:
Por un capricho de la fortuna Lewis H. Morgan, cuya principal aportación original a la etnología se refiere al campo más áridamente técnico de esta ciencia, el de los términos de parentesco, llegó a tener la mayor fama internacional entre todos los antropólogos. Esto, naturalmente, no se debió a sus sólidas contribuciones a la antropología, sino a un accidente histórico: su Ancient Society (1877) atrajo la atención de Marx y Engels, quienes aceptaron y popularizaron sus doctrinas evolucionistas por estar en armonía con la propia filosofía de ellos (subrayados míos).
Pero Díaz-Polanco y Service consideran que los efectos que ha producido esta relación con el marxismo, real o no, son los contrarios: el bloqueo, el desconocimiento y el rechazo:
Esta actitud favorable de Engels respecto a la obra de Morgan a que nos referimos, tuvo influencia, sin duda, en alguna medida, en la antipatía que fue suscitando poco a poco, en los teóricos posteriores de la antropología clásica [...] De todas maneras, durante un largo lapso que llega hasta nuestros días, los sectores más recalcitrantes del pensamiento burgués-occidental identifican estrechamente a Morgan con el marxismo (Díaz-Polanco 1977: 12, subrayado mío).

Muchas de las controversias que siguieron a la aprobación de sus teorías por Marx y Engels, tuvieron que ver más con las actitudes en pro y en contra del marxismo, que con el desarrollo de la ciencia de la etnología (Service 1985: 4).
En la literatura etnográfica soviética, algunos autores han sostenido un punto de vista semejante. Así ocurre, por ejemplo, con Tokarev (1989: 48):
Los científicos reaccionarios, tanto entonces como más tarde, sostuvieron una actitud negativa hacia los trabajos de Morgan, bien silenciándolos, bien sometiéndolos a una crítica injusta y quisquillosa, al tiempo que copiaban de aquel calladamente una u otra idea. En la literatura especializada cobró fuerza incluso la opinión de que Morgan no debía la popularidad a sus descubrimientos, sino a la circunstancia de que lo defendieron los jefes de la socialdemocracia internacional —sobre todo los propios fundadores del marxismo—, y eso mismo contribuyó a que las ideas de aquel se propagaran entre las masas obreras.
Incluso, Leslie White (Prólogo a su edición de La Sociedad Primitiva de Morgan, Cambridge, 1964, citado por Daniel 1981: 138-139), uno de los neoevolucionistas norteamericanos de los últimos tiempos y defensor de Morgan frente a muchos de sus detractores, considera que: “Toda la teoría de Morgan sobre la evolución de la familia [...] ha resultado inaceptable [...] los únicos seguidores de esta teoría son los marxistas recalcitrantes, que sienten [...] que cualquier crítica a Morgan constituye una traición a la fe marxista”.

Este criterio acerca del aislamiento de la teoría de Morgan con motivo de sus postuladas afinidades con la teoría marxista también es sostenido por Weinmberg (1972: 10), quien dice que por ello se trató “de crear a su alrededor un vacío harto elocuente, sobre todo en los círculos científicos continentales, donde prejuicios e intereses creados se oponían a su amplia difusión”.

En ciertos sectores de los países socialistas, especialmente en la Unión Soviética, se produjo el efecto opuesto aunque por la misma razón: el gran prestigio de Morgan se debió simplemente a su pregonado materialismo:
El prestigio de Morgan se incrementa frecuentemente en la literatura soviética el repetirse una leyenda que al parecer fue comenzada por el mismo Engels. La leyenda se refiere al hecho de que Morgan fue supuestamente “ocultado” por otros científicos burgueses debido a que sus enseñanzas minaban el fundamento moral de la sociedad burguesa (Tolstoy 1952: 3).
Para Díaz-Polanco (1983), el estudio de Morgan sobre la propiedad es esencialmente materialista, además de ser la primera vez que se procura explicar la historia por la manera como los hombres obtienen sus medios de subsistencia y por sus inventos y descubrimientos, es decir, por el desarrollo de las fuerzas productivas. Del mismo modo, para algunos autores soviéticos:
La grandeza de Morgan reside principalmente en su “materialismo” y en el hecho de que las periodizaciones están basadas en “etapas de producción” (Levine, en Soviet Ethnography, 1947: 238, citado por Tolstoy 1952: 5).

Solitaria se levanta la figura de Lewis Morgan en la historia de las ciencias burguesas (Potekhim, The Goals of the Fight Cosmopolitism in Ethnography, 1949: 13, citado por Tolstoy 1952: 6).
En los últimos tiempos y como consecuencia de las nuevas tendencias que van permeando las ciencias sociales en estos países, el prestigio de Morgan parece estar en decadencia:
En cuanto a Morgan, se sugiere que su fama en la URSS está en decadencia [...] El último ensayo que lo menciona ya asegura que Morgan solamente “llega cerca” a una concepción materialista de la historia. Es probable que la ciencia soviética futura, si en algún sentido aún le rinde homenaje, lo utilizará solamente como un símbolo, como una simple figura decorativa para ocasionalmente recordar a sus adeptos lo que fuera en otra época la esperanza para la ciencia “antropológica” angloamericana (Tolstoy 1952: 7-8).
El ya mencionado Tokarev (1989: 40) evalúa de un modo más matizado la importancia de Morgan en la Unión Soviética en un período más reciente:
Entre la pléyade de etnógrafos evolucionistas burgueses, ocupa un lugar especial Lewis Henry Morgan (1818-1881), cuyo aporte a las ciencias supera en mucho el que hicieron sus contemporáneos y compañeros de armas; es decir, los evolucionistas. Morgan se elevó hasta la concepción materialista, aunque no siempre la sostuvo de manera consecuente .
De todos modos, el evolucionismo ha resurgido con fuerza en los años recientes, recibiendo una aceptación que crece en forma cada vez más notable. Ya no constituye entonces un argumento tan potente como antes para descalificar a Morgan:
Cien años después de la aparición de la gran obra de Morgan sobre la sociedad antigua y tras un largo eclipse, el evolucionismo vuelve a dominar el campo teórico de las ciencias sociales y en particular de la antropología [...] La nueva teoría de la evolución responde sobre todo a los procesos y necesidades de la evolución de la sociedad (Palerm 1977: 91).

La matriz propuesta manifiesta que muchos de quienes hablan de Morgan como “perro muerto”, se mueven en el mismo esquema lógico que le reprochan, aunque no sea elaborado en términos “diacrónicos” (los “estadios” recorridos independientemente por cada cultura) sino “sincrónicos”. La negación del “evolucionismo” no garantiza la liberación de los esquemas lógicos contra los cuales luchan los “difusionistas” (Bueno 1971: 44-45).
MATERIALISMO CONTRA RELIGIÓN

La religión es otro factor de polémica sobre Morgan, especialmente en cuanto, se afirma, su fe prebiteriana está en contradicción con el materialismo que le atribuyen Marx y Engels. Hearding y Leacock (1964) aseguran que del hecho de que Morgan creyera en dios no puede extraerse la deducción de que planteara una evolución predeterminada en forma trascendental por un plan de la Suprema Inteligencia. Al contrario, dice Engels (1966: 171), su obra juega un papel militante en la lucha contra el predominio de las creencias religiosas sobre la ciencia: “Hasta 1860 ni siquiera se podía pensar en una historia de la familia. Las ciencias históricas hallábanse aún, en este dominio, bajo la influencia de los cinco libros de Moisés”.

El estudio de la familia y el parentesco, que comienza en 1861 con Bachofen, continúa en forma brillante con Morgan. Herskovits (1964: 502) sustenta un punto de vista semejante:
Su hipótesis [de Taylor y Morgan] representaba una positiva afirmación de las aspiraciones de los tiempos de la reina Victoria, encarnadas en la palabra progreso, y en la misma medida formularon una reacción contra los dogmas religiosos de degeneración y de verdad absoluta y revelada, que, amparados en la consagración que les daban creencias de largo tiempo establecidas, se emplearon como argumentos en favor del status quo.
Leslie White (1944) dice que mientras Linton (1913) acusa a Morgan de ser un conservador bíblico y duramente opuesto a la teoría de la evolución biológica, su afirmación no está respaldada en los hechos puesto que hay referencias específicas contra la Biblia o sus teorías en sus libros y artículos. Por ejemplo, Morgan afirma (1970a: 456) que la gran antigüedad comprobada de la humanidad echa por tierra las teorías hasta allí vigentes; más adelante se opone a la “cosmogonía mosaica” al considerar que en la más baja etapa del salvajismo el hombre escasamente se distinguía de los animales mudos. Además, ataca (1970a: 12) la teoría de la degradación de las razas humanas sostenida por los teólogos, diciendo que no tiene apoyo en los hechos. Para White, ni Darwin fue tan explícito al decir que “el hombre, ignorante del fuego [...] dependía de los frutos de la tierra” (Morgan 1970a: 456).

Es cierto que Morgan asistía a la iglesia y tomaba parte de los asuntos de su parroquia, pero esto no lo hace teólogo. Tampoco el que hable de dios en la última página de su libro. En cambio, habla del clero romano diciendo que “sus simpatías están con las clases privilegiadas, con las leyes injustas y contra los mejores intereses del hombre” (citado por White 1944).

Sin embargo, sus análisis sobre la religión iroquesa están marcados con fuerza por lo religioso. En ellos, la manera como Morgan compara difiere substancialmente de su método de comparación en relación con otros aspectos de su obra. En este caso toma un punto de partida muy peculiar y que establece la diferencia: la fe. Ella lo lleva a aceptar sin cuestionamiento la idea de que hay una sola religión y un solo dios verdaderos: los cristianos, es decir, los suyos, que son los mejores y más perfectos, no como resultado de un proceso de desenvolvimiento sino a causa de la revelación divina.

Si el cristianismo está por encima de toda otra religión, en ello no han intervenido causas semejantes a aquellas que postula para los demás elementos sociales, aquí lo importante es la revelación. Con base en esta manera de pensar, Morgan otorga carácter de universalidad a lo que sólo constituyen aspectos específicos y particulares del cristianismo, adoptando una postura totalmente etnocéntrica.

Compara con el propósito de establecer en qué la religión iroquesa se acerca o se aleja del cristianismo, pero siempre teniendo en consideración que necesariamente es inferior a este dado su carácter de religión natural, carente de revelación divina y por lo tanto imposibilitada para llegar a la verdad, pues el ser humano no es capaz de acceder a ella por sí mismo. Aunque también pretende establecer la posición relativa de la religión iroquesa con respecto a las de otros pueblos, privados también de la gracia de la revelación.

Su estudio se centra sobre tres aspectos que considera fundamentales en toda religión: la creencia, el rito y el culto. Cuando no hay revelación, la creencia proviene de la reflexión espontánea del ser humano sobre el mundo y la naturaleza, guiada por una religiosidad que es connatural a la humanidad, como una especie de teología natural:
La mente está llena por naturaleza de tendencias religiosas. El hombre, cuando se deja llevar por sus propias convicciones internas, busca conocer al autor de su ser y se interroga para comprender los propósitos de su existencia y su destino final. Las conclusiones alcanzadas por la reflexión de la mente bajo la inspiración de las obras de la naturaleza y transmitidas de generación en generación, llegan a convertirse, por crecimiento natural, en un sistema de creencias establecidas (Morgan 1962: 149).
Los iroqueses creían en la existencia de una divinidad única, concebida bajo la forma del Gran Espíritu, mientras los griegos, por ejemplo, siguieron siendo politeístas; pero la concepción que los aborígenes tenían acerca de los atributos de esta divinidad era limitada, imperfecta y teñida de superstición; aún así era muy superior a la de los griegos y otros pueblos de la antigüedad, acercándose a la verdad lo más que era posible alcanzar sin ayuda de la revelación divina, mediante la mejor utilización de aquellos elementos innatos impresos en la mente de todo ser humano por dios:
Al basarse en los criterios cristianos para juzgarlos, hay que reconocer que las creencias y cultos de los iroqueses conforman un sistema que, en su aproximación a la verdad, se destaca infinitamente por sobre los esquemas teológicos de todas las otras razas, tanto antiguas como modernas, que se han originado con independencia de la revelación [...] Cuando las complejas estructuras de Egipto, Grecia y Roma se ponen en comparación con el simple y poco pretencioso esquema teológico de los hijos de la selva, hay fundada razón para maravillarse ante la perspicacia y profundidad del intelecto indio (Morgan 1962: 224-225).
Incluso, afirma, su nivel de desarrollo religioso está muy por encima del que corresponde a su estructura económica y social.

El culto iroqués es una combinación de danza y discurso. Con la nueva religión, muchas de las creencias antiguas sufrieron grandes transformaciones, pero los festivales, el culto al perro blanco y otras formas de religiosidad y de relación con el Gran Espíritu han continuado existiendo con pocos cambios. Esto es posible porque, según Morgan, las creencias son el elemento dinámico y por eso cambian, pero el culto se mantiene durante mucho tiempo después y a veces perdura. Por eso la danza, forma de culto por excelencia, no pudo ser erradicada o transformada por la acción de los jesuitas, excepto en unos pocos grupos tuscaroras.

MORGAN, ¿RACISTA?

Marvin Harris pretende hacer de Morgan un “determinista racial tan complejo como Spencer”, con base en algunas de sus afirmaciones sobre los llamados “canales de la sangre” y el papel que ocupan en su teoría y en sus fundamentaciones de la uniformidad de la experiencia humana. Según él (1978: 119), Morgan “creía que la raza y la cultura eran interdependientes”. Para demostrarlo, cita parte de una extensa nota de pie de página de Systems of Consanguinity and Affinity of the Human Family:
Hay algunas costumbres de un carácter tan acusadamente personal que se las puede considerar en un grado preeminente como costumbres de la sangre. Cuando aparecen en áreas extensas y se mantienen persistentemente de generación en generación, parece como si tuvieran cierta significación para la cuestión de la probable conexión genética de los pueblos que las practican. Hay tres distintos usos y costumbres de este carácter que aparentemente se transmiten con la sangre; me he tomado el trabajo de seguir su pista y he encontrado que son prácticamente universales en la familia ganowaniana. Pueden tener cierto valor como pruebas corroboradoras de la unidad de origen de esas naciones. Tales son, en primer lugar, la costumbre de saludar por el parentesco, en segundo lugar, el uso de pantalones, y en tercero, la costumbre de dormir desnudos por las noches, cada persona envuelta en una frazada separada (Morgan 1970b: 274, nota 1, subrayados míos).
Los diversos contextos en los cuales Morgan usa la expresión “canales de sangre” y otras semejantes muestran que su sentido está muy lejos de ser el que plantea por Harris. La misma cita analizada indica que el concepto está vinculado con la llamada “conexión genética”, entendida por el propio Morgan —véanse mis subrayados— como “unidad de origen de esas naciones”. Es decir, se trata de la demostración de que tales pueblos vienen de un tronco común originario a través de un largo proceso de descendencia; aquí, en este último término, está la clave para indicar el sentido de tales lazos o canales de la sangre: se trata de las relaciones de descendencia propias de los sistemas basados en el parentesco. Además, los procesos más tempranos de socialización tienen lugar en el seno de la unidades consanguíneas, grupo doméstico y gens, en donde se adquieren casi desde el nacimiento tales costumbres. Como decimos nosotros, “son cosas que se beben con la leche materna”. Harris no ha podido comprender esto.

Otra supuesta “prueba” del racismo de Morgan que, al contrario, comprueba la malinterpretación de Harris, estaría en que “no obstante su respeto por los valores de la barbarie, Morgan no consideró a los indios americanos iguales a los europeos” (Harris 1978: 119).

Pero la base del pensamiento de Morgan es completamente opuesta a la pretensión de Harris; su propósito y su mérito son el poder teorizar la diferencia, la especificidad de los aborígenes como parte de una historia universal, en la cual están incluidos también los europeos. Por supuesto, como dice Harris, Morgan anota que los indios carecen de la pasión de la ganancia económica, pero de ningún modo se trata de una característica racial, fisiológica, pues como veremos más adelante, considera que los iroqueses pueden adquirirla con el tiempo a través de adecuados procesos de integración, en especial la educación y la adopción de la agricultura o la ganadería. Además, la diferencia no se piensa en ningún caso como inferioridad o superioridad congénitas.

Sin embargo, otra nota de pie de página del mismo texto de Morgan (1970b: 207) parecería dar, a primera vista, un cierto grado de razón a Harris en lo relacionado con sus afirmaciones sobre este problema:
El indio y el europeo son polos opuestos en sus condiciones fisiológicas. En el primero hay muy poca pasión animal, mientras que en el segundo es superabundante. Un indio de pura sangre tiene muy poca pasión animal, que en el mestizo ya sufre un considerable aumento, y en la segunda generación, con un cruzamiento de tres cuartas partes de sangre blanca, llega a ser excesiva y tiende a convertirse en licenciosidad indiscriminada. Si esto es realmente cierto, se trata de un poderoso elemento adverso, que tiende a la desmoralización y la decadencia, al que será muy difícil dominar y vencer definitivamente. En su estado nativo, el indio es incapaz de la pasión del amor, que es enteramente desconocida entre ellos, con la sóla excepción de los indios pueblo, y aun entre ellos, en forma limitada. Este hecho está suficientemente probado por el predominio universal de la costumbre de disponer el matrimonio de las mujeres sin que ellas se preocupen en su arreglo y hasta sin su conocimiento (subrayado mío).
Pero, en la misma nota, el autor presenta sus puntos de vista como hipotéticos —véase mi subrayado— y específica que estos se refieren a lo que parece presentarse, según algunos testimonios conocidos, en un caso concreto de cruce amplio de indios con blancos durante más de un siglo, ocurrido en Selkirk, cerca al lago Winnipeg, y al cual califica de experimento.

Su segunda afirmación es válida. Hace tiempo que se ha demostrado que el “amor romántico” está ausente en el tipo de sociedades que Morgan analiza, incluso en muchas otras, y que su existencia no es una peculiaridad innata en el ser humano sino que corresponde a determinadas condiciones económicas y sociales.

EL IMPERIO DE LA IGNORANCIA

He querido presentar tan contradictorios criterios con el fin de demostrar que, efectivamente, el debate alrededor de Morgan se ha centrado más en una adhesión y en un rechazo acríticos, motivados por razones más políticas que antropológicas, y muchas veces están presididos por un desconocimiento casi total de sus obras, como se desprende de la siguiente cita de Harris (1978: 278):
El ataque de Kroeber contra Morgan [...] no fue el producto de ningún estudio detenido de las aportaciones de Morgan. Es incluso posible que el conocimiento que Kroeber tenía sobre Morgan fuera de segunda mano, o por lo menos parece que nunca llegó a tomarse a Morgan completamente en serio [...] Kroeber indujo a toda una generación de antropólogos a despreciar la que sin duda es la contribución de Morgan de más permanente valor [...] la relación entre la terminología de parentesco y la estructura social, [lo que llegó a lamentar con el tiempo].
Aun un antropólogo tan reconocido como Radcliffe-Brown (citado por White 1959: 385) tiene que reconocer claramente y sin ambages: “Lo que Morgan quiere decir con esos términos está perfectamente claro en sus escritos [...] pero su definición es con frecuencia ignorada porque la gente ya no se molesta en leerle”.

Pero el propio Leslie White no se queda atrás; según cuenta Harris (1978: 554), cuando aquel leyó a Morgan por primera vez: “sintió todo el asombro que por fuerza ha de sentir quien, sin haberlo leído y aceptando opiniones ajenas, tenga a Morgan por un ejemplo sin valor de filosofía especulativa”.

Esto es lo mismo que ocurre en nuestro medio con la enorme mayoría de sus detractores, quienes, sin conocerlo, citan parcialmente algunas opiniones superficiales que han leído o escuchado por ahí. Menciono solo un ejemplo que, por supuesto, no es el único. Mauricio Adarve (1990: 348) escribe que a los evolucionistas del siglo XIX, entre los cuales incluye a Morgan:
La historia, entonces, se les reduce al simple resultado de un desarrollo unilineal, al discurrir inevitable de un ritmo ascendente desde los distintos niveles imperfectos e irracionales, pues para estos su paradigma por excelencia, el mayor logro de la “razón”, no es nada distinto a la actual civilización urbana.
Desde el siglo pasado, sin embargo, Engels (1966: 170) había notado una peculiaridad en la relación de muchos antropólogos con la obra de Morgan, pues mientras la atacaban con acritud hacían suyos muchos de sus principales planteamientos, callando sobre su fuente:
La escuela prehistórica inglesa [...] continúa haciendo todo lo posible para silenciar la revolución que los descubrimientos de Morgan han producido en las nociones de la historia primitiva, aunque no siente el menor escrúpulo cuando se apropia los resultados obtenidos por Morgan.
Sobre el problema de esta apropiación silenciosa, Kuper (1973: 110) cita casos concretos tomados de la historia de la antropología:
La antropología evolucionista clásica (singularmente Morgan y Maine) había argumentado que la gran distinción a comprender era entre sistemas “primitivos” sin Estado, basados en el parentesco, y el Estado, basado en el territorio. La etapa evolutiva intermedia entre estas dos situaciones se caracteriza por una combinación de los principios de parentesco y de los territoriales: “sangre y tierra”. Fortes y Evans-Pritchard, simplemente, se apoderaron de esta clasificación evolucionista.
Como caso singular, después de haber sido calificado de idealista, materialista, dualista filosófico, mentalista, racista, evolucionista, funcionalista, estructuralista, etc., etc., Morgan continúa siendo considerado por muchos antropólogos de importancia como el único científico social del siglo XIX que ha podido producir un impacto tan amplio en el siglo XX (Bohannan 1965: v).

UN FUNDADOR

Terray (1971: 30) explica, en su opinión, por qué los diferentes autores que se refieren a Morgan no logran ponerse de acuerdo acerca de su caracterización teórica: “Se podría descubrir en la Sociedad Primitiva el origen de todos los caminos recorridos hasta nuestros días por el pensamiento antropológico”. Sahlins (1988a: 63) también resalta este papel de fundador de Morgan:
Como ocurre con todo fundador, el pensamiento de Morgan tiende a ser más generalizado que los puntos de vista que se han desarrollado a partir de él; es un pensamiento que contenía en sí mismo la “simiente” de casi todas las posiciones que lo siguieron. Esto significa que el autor puede ser sometido a muchas lecturas teóricas (subrayado mío).
Hay quienes evalúan el peso de su obra basándose en que sus teorías influyeron en un buen número de los primeros antropólogos y tuvieron gran incidencia en los primeros desarrollos de la antropología. Por ejemplo, Service (1985: 53) considera que Ancient Society “es la obra más influyente en la historia de la etnología, así sea sólo por sus efectos catalíticos”. Olmeda y Lienhardt sustentan opiniones similares:
Sus teorías inspiraron las importantes investigaciones de Bandelier y Powell en América, de Fison y Howit en Australia, y de Stenberg y de otros antropólogos europeos [y] más tarde a Rivers y Frazer (Olmeda 1970: 150).

Su trabajo tuvo el valor de los trabajos académicos audaces, al provocar la reconsideración de la información y al suministrar teorías explícitas, que podrían ser criticadas por mayores referencias a los hechos (Lienhardt 1966: 30).
Bohannan (1965: xiv-xv) opina que las tres grandes contribuciones de Morgan son: 1) su teoría de la terminología de parentesco, pese a que mucho de ella ha sido superado hoy, 2) su teoría de la gens, no superada porque es correcta y más o menos completa, 3) su teoría totalizadora de los grupos domésticos. El término gens es reemplazado hoy por “grupo de descendencia unilineal” —aunque a veces la descendencia no sea real. Morgan lo usa para designar grupos agnáticos o uterinos, pero nunca para una combinación de ambos. Comprende que el número de personas que puede realmente organizarse en gentes tiene límites prácticos y distingue por primera vez entre familia y grupo doméstico: para él, una familia es un grupo de parentesco, un grupo doméstico es un grupo local.

Pero en sus apreciaciones, asegura Bohannan (1965: xvii), se entretejen elementos que hoy se tienen por erróneos. Por ejemplo, según Morgan, las bandas pueden organizar la población solamente hasta alcanzar una cierta densidad y complejidad de tecnología, a partir de allí son inadecuadas. Entonces, cuando una banda llega a este nivel, se separa en dos o se hace necesario un nuevo y más simple mecanismo social. Hasta aquí no hay problema. Pero Morgan asume que el grupo de descendencia unilineal es la siguiente etapa en todos los casos; se ha visto que en la práctica muchas otras clases de organización pueden dar satisfacción a las mismas necesidades, y así suceder a las bandas en un sentido evolucionista. Hoy vemos que son los grupos locales —y no las familias— los que han sido colocados en una escala evolucionaria.

De la misma manera, hoy día se considera que hay grupos unilineales que no están basados en principios de parentesco. Y se cuestiona la idea de Morgan de que algunas formas de familia sean más complejas que otras. Por ello, “su reconstrucción del proceso, por la vía de la terminología de parentesco, ya no es adecuada” (Bohannan 1965: xvii).

Sin embargo, su papel como uno de los fundadores que, literalmente, crea los estudios sistemáticos en el área de las ciencias sociales, le depara el mayor reconocimiento de algunos autores:
En este rubro [“el de los fundadores aún actuales de la antropología”] incluimos a los autores cuyo pensamiento teórico sirve todavía explícitamente de punto de apoyo a las posiciones o a las hipótesis teóricas más recientes (Morgan, Durkheim, Malinowski) (Augé 1987: 36).

La influencia de Morgan sobre la sociología comparada fue no sólo enorme sino en muchos aspectos beneficiosa [...] Fue el primero (y por desgracia también el último) en resumir científicamente los datos norteamericanos sobre la organización gentilicia [...] Lo que da a la obra de Morgan un carácter único fue el haber sido él quien literalmente creó el estudio de los sistemas de parentesco, como una de las ramas de la sociología comparada (Lowie 1981: 80-81).
Sin embargo, la gran tarea de Morgan fue organizar, sistematizar y dar sentido a la abigarrada colección de datos existentes en su época sobre las sociedades exóticas, superando las viejas categorías, incapaces ya de contener el inmenso turbión del tiempo y el vasto panorama de la variedad geográfica y humana que se abrían ante ellas. Aunque cambió el punto de vista de toda una época, su propósito inicial era más modesto: conocer a los indios americanos.

Otros la valoran por su vigencia e importancia actuales, como Godelier (1974: 264): “En nuestra época [...] la obra de Morgan sigue siendo una fuente fecunda de enseñanzas, tanto en sus aciertos como en sus fracasos”; y como Weinberg (1972: 11): “En sus lineamientos generales las tesis de Morgan, como las de Darwin, por otro lado, y a pesar de haberse anunciado ruidosa y reiteradamente su fracaso, siguen en pie”.


 
 
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