Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
LEWIS HENRY MORGAN: CONFESIONES DE AMOR Y ODIO
 

XIV: LA PROPIEDAD TAMBIÉN PASARÁ

En uno de los capítulos más importantes, —el más importante, según algunos— de La sociedad primitiva, Morgan nos dice que, a diferencia de lo que ocurre con los otros conceptos cuyo desenvolvimiento ha estudiado en este libro, el de propiedad no es una estructura mental básica, no es uno de los conceptos originarios, sino que se forma con base en el desarrollo de la ganadería y de la agricultura, es decir, en una época relativamente tardía en la historia de la humanidad, precisamente porque la propiedad sólo puede estar formada y alimentada a partir de la experiencia, de las condiciones históricas. Agrega que sólo con la civilización alcanza su predominio sobre la sociedad:
La idea de la propiedad se formó lentamente en el pensamiento humano y permanenció embrionaria y débil durante períodos inmensos de tiempo. Después de originarse en el salvajismo, se requirió de toda la experiencia de este período y del subsiguiente de barbarie para que su germen se desarrollara y el cerebro humano se preparara para aceptar el control de su influencia. Su dominio como pasión sobre todas las demás pasiones marca el comienzo de la civilización (Morgan s.f.: 5-6, subrayado mío).
La concepción esencial de Morgan considera que la propiedad únicamente puede surgir cuando ya existe algo material de alguna significación que pueda ser apropiado; y sólo después, cuando se ha consolidado, puede aparecer su concepto en la mente del hombre. Además, la propiedad hace al propietario, lo distingue de los demás propietarios y de aquellos no propietarios en el seno de la sociedad, y desempeña un papel importante en el proceso a través del cual el individuo se conforma como categoría social. De ahí la importancia trascendental de su conocimiento:
[La propiedad] no sólo guió a la humanidad para vencer todos los obstáculos que cerraban el paso a la civilización, sino también para establecer la sociedad política sobre las bases del territorio y de la propiedad. Un conocimiento crítico de la evolución de la idea de propiedad puede comprender, de algún modo, la parte más notable de la historia mental de la humanidad (Morgan s.f.: 6, subrayado mío).
Morgan cierra su obra con el capítulo en que realiza este estudio y, como mostraré, en él confluyen las dos vertientes o líneas de investigación que ha propuesto y seguido a lo largo de ella. No es posible dejar de recordar cómo Marx se propone culminar su obra maestra, El Capital, con un exámen prolijo y detallado del desarrollo de la “teoría de la plusvalía”, por considerar que en ésta radica el meollo del capitalismo. A causa de su muerte, este estudio sólo se publica, como un libro aparte (véase Marx 1945), mucho tiempo después, entre 1905 y 1910. Marx quiere mostrar el proceso de formación de las categorías de pensamiento que dan cuenta científicamente del sistema capitalista, pero también de sus gérmenes en la renta de la tierra y otras categorías semejantes; para ello se centra en analizar la formación de la idea de plusvalía y su “desenvolvimiento”.

Morgan prefiere seguir el desenvolvimiento de las formas de propiedad en una serie orgánica y mostrar su lógica interna, pero también indagar en el proceso histórico real que la produce, así como en las formas de transición de una forma de propiedad a otra y en su causalidad. En la propiedad confluyen todos los elementos analizados por él en el texto. En ella se concentra toda la dinámica histórica. Aparece como la categoría central que conduce del salvajismo a la civilización, constituyéndose, cuando se la mira retrospectivamente, en el hilo que ata toda la historia humana en un solo haz, en la “pasión sobre las demás pasiones”.

Para Marx, como ya lo he mostrado en otro lugar (véase el Capítulo VI), la existencia del individuo, en tanto que categoría social va unida a la existencia de la propiedad privada, es decir, en términos de Morgan, a la civilización. Es ella la que diferencia unos de otros los intereses particulares que aparecen en el seno de la sociedad.

Morgan considera que sólo la propiedad privada —o individual, o absoluta— es verdaderamente propiedad, y por lo tanto es exclusiva de la civilización. Para que haya propiedad debe haber algo de lo cual apropiarse: bienes o tierra. Por eso es necesario seguir el desarrollo de los bienes a través del avance de las invenciones y descubrimientos y del pastoreo y la agricultura. Para los grupos de cazadores, pescadores y recolectores, la tierra no es aún objeto de apropiación y sus bienes son escasos y precarios.

FORMAS DE PROPIEDAD

Al analizar la propiedad, Morgan tiene en cuenta tres aspectos esenciales: a) la posesión, b) la herencia, c) los objetos que se poseen y se heredan y la tierra. Es decir, que establece una diferencia entre propiedad y posesión, como lo hace Marx; por eso puede considerar la propiedad como una categoría moderna, es decir, realmente característica de la civilización. Para él, las formas anteriores no constituyen propiedad propiamente dicha.

La posesión de la tierra es la base a partir de la cual se desarrolla la propiedad de la misma, pero aún no es propiedad. Para que la posesión se transforme en propiedad es necesario que se particularice y comience a transmitirse por herencia y mediante reglas fijas, que definan a quién y cómo se transmite y en calidad de qué.

Si para que haya propiedad es preciso que haya bienes significativos que apropiar; el peso de estos bienes en la propiedad está ligado al desenvolvimiento de las instituciones sociales, pues es a través de ellas que se regulan la posesión y la herencia. El progreso de invenciones y descubrimientos produce el aumento del volúmen y calidad de los bienes apropiables, constituyendo la base material para la existencia de la propiedad. Sin bienes no hay propiedad, pero tampoco la hay sin instituciones que regulen y conviertan en normas su posesión y su transmisión a los descendientes. De ahí que en ella converjan ambas vertientes de análisis, pese a que Morgan (1970a: 10) las consideró, al inicio de su trabajo, como “dos líneas independientes de investigación”. De este modo, la propiedad se hace el elemento que integra la historia. Opler (1964) no puede percibir esta novedad y se queda con la inicial declaración de “independencia”, afirmando que Morgan muestra la evolución tecnológica y la sociológica como si se movieran por caminos diferentes y paralelos y que no plantea la subordinación de un aspecto cultural a otro.

Pero Morgan, a diferencia de Marx, no emprende la tarea de esclarecer el papel de la propiedad en los procesos de producción, ni la manera como enlaza la sociedad como un todo. Aunque sí tiene en cuenta las relaciones entre subsistencia y propiedad, al menos en las primeras etapas de la humanidad.
[En el salvajismo, los seres humanos en formación] dedicaron principalmente sus energías rudimentarias y sus artes más rudimentarias aún al problema de la subsistencia [... Por eso] los primeros conceptos de propiedad estuvieron ligados íntimamente a la obtención de la subsistencia, que era la necesidad primordial (Morgan 1970a: 455).
Los bienes de los salvajes son escasos y, por lo tanto, las nociones relacionadas con su valor, lo deseable de poseerlos y de dejarlos a los descendientes, son débiles: “La pasión por su posesión apenas si se había formado en su mente, porque los bienes mismos apenas existían” (Morgan 1970a: 457).

En cuanto a la tierra, durante este período sólo existe su posesión y por consiguiente no hay propiamente tierra, sino espacio. Esta distinción es de suma importancia porque muestra que para Morgan la tierra es una categoría social y no algo puramente natural, que la tierra es un espacio natural socializado, apropiado por el hombre mediante un arte de subsistencia, lo que origina una nueva fuente de alimentos. En este sentido, la tierra es creada por el pastoreo y la agricultura.

Durante la época del predominio de la gens, se considera que los bienes no deben salir de ella pues son la base para que su unidad se mantenga. Si fueran a otra gens, se desgarraría el patrimonio común y se introduciría una contradicción insoluble en el seno de la organización gentilicia. Con ella aparece en la historia humana la primera gran regla de herencia: la distribución de los bienes de carácter puramente personal del fallecido a sus gentiles. A lo largo de esta etapa no hay tampoco propiedad de la tierra.

Aquí, Morgan diferencia también entre la norma general, abstracta, y su vigencia real. En la práctica, nos dice, los parientes más próximos son quienes se apoderan de esos bienes pero, aun así, la regla se cumple; esto puede verse en el caso de los iroqueses, de los griegos y romanos y de los hebreos, ampliamente tratados en el texto.

Durante la barbarie inferior, el hombre logra introducir —producir— en su vida un tipo especial de bienes: la tierra y los campos cultivados: “No obstante que las tierras eran poseídas en común por las tribus, se reconocía al individuo o al grupo un derecho posesorio sobre la tierra cultivada que ahora llegó a ser objeto de herencia” (Morgan 1970a: 459).

Los bienes no son aún lo suficientemente notables como para alimentar con vigor el sentimiento de la necesidad de heredarlos, pero sí para originar el germen de la segunda regla de herencia, reforzado por el cambio de la descendencia de la línea femenina a la masculina dentro de la gens, es decir, por el paso de esta institución de la forma arcaica a la moderna.

En el estadio medio de la barbarie se produce un amplio acrecentamiento de la propiedad personal y, sobre todo, se da un gran cambio en las relaciones de las personas con la tierra:
El dominio territorial todavía pertenecía a la tribu en común; pero ahora se apartaba una porción para el sostenimiento del gobierno, otra para las necesidades religiosas y otra, la más importante, aquella de la que el pueblo obtenía su subsistencia, se distribuía entre las diversas gentes o comunidades de personas que habitaban en el mismo pueblo. No sólo no está comprobado sino que no es probable que alguna persona poseyera tierras o viviendas por derecho propio, con poder para venderlas y transferirlas en patrimonio individual a quien quisiera (Morgan s.f.: 545).
La incidencia creciente de la propiedad de los efectos personales en el conjunto de la sociedad es uno de los factores que influye para el cambio de la descendencia por línea femenina a la masculina, a la vez que ésta refuerza la propiedad.

Aparecen ahora intereses crecientes para que los bienes personales se conserven en el interior del grupo de parientes más cercanos por medio de la herencia. Se produce, entonces, la segunda norma de herencia, que reduce exclusivamente a los agnados la transmisión de tales bienes, da prelación a los parientes masculinos y presenta, en algunos lugares, una tendencia a preferir a los hijos, mientras se mantiene la posesión colectiva de la tierra, aunque ya diferenciada.

Al finalizar el período superior de la barbarie, la tenencia de la tierra tiende a concentrarse en dos formas de posesión, la estatal —de la cual se sostienen el gobierno y la religión— y la individual; asimismo se produce una gran difusión de la propiedad privada de los bienes personales:
A finales de este período, la propiedad en masa, compuesta de una gran variedad de bienes de posesión individual, comenzó a generalizarse por el surgimiento de la agricultura, de las manufacturas, del comercio doméstico y del intercambio con el exterior [...] La esclavitud sistemática tuvo su origen en este estadio. Está directamente relacionada con la producción de bienes (Morgan s.f.: 549).
Se presenta un fenómeno de adjudicación individual de las antiguas tierras comunales a los cabezas de familia, hecho que conduce finalmente a su apropiación privada. En este momento:
La familia monógama hizo su primera aparición en el estadio superior de la barbarie, y su desenvolvimiento desde una forma previa sindiásmica tuvo íntima conexión con el incremento de la propiedad y con las costumbres relativas a la herencia (Morgan 1970a: 551).
El incremento de los bienes privados, incluyendo la tierra, plantea entonces el problema del derecho a su herencia, sobre todo a raíz de la forma que cobran los nuevos procesos y las nuevas formas de división del trabajo:
Desde que el trabajo del padre y de sus hijos se iba incorporando más y más a la tierra con la producción de animales domésticos y con la creación de mercaderías, se tendió no sólo a individualizar la familia, ahora monógama, sino también a insinuar los derechos preferenciales de los hijos a la herencia de la propiedad, en cuya creación habían colaborado (Morgan s.f.: 553, subrayado mío).
Cabe anotar aquí el importante planteamiento acerca de la incorporación del trabajo a la tierra o, mejor aún, de la creación de la tierra, en tanto que categoría social, mediante la incorporación del trabajo a ella. Este es el proceso que Marx denomina humanización de la naturaleza por el hombre y objetivación del hombre en la naturaleza a través del trabajo, y que es la base del llamado “intercambio orgánico” entre hombre y naturaleza.

Sobre los fundamentos anteriores, surge y se sobrepone a la agnaticia la tercera norma de herencia, que deja los bienes exclusivamente para los hijos por línea masculina. Y ello implica el triunfo de la familia monógama, capaz de hacer cierta y proclamar la paternidad de tales hijos.

Esta tercera regla de herencia y su dominio sobre la sociedad marcan el inicio de la desigualdad, la división de la sociedad en clases y la lucha entre ellas:
Durante el último estadio de la barbarie tuvo un notable desarrollo un elemento nuevo, la aristocracia. La individualidad de las personas y el incremento de la riqueza, poseída ahora masivamente por individuos, establecieron los fundamentos de la influencia personal. También la esclavitud, degradando permanentemente a una parte del pueblo, tendía a establecer contrastes de condición desconocidos en los anteriores períodos étnicos [...] Pronto perturbó el equilibrio social con la introducción de privilegios desiguales y distintos grados de individuos dentro del pueblo de una misma nacionalidad, y se convirtió en una fuente de discordias y de luchas (Morgan s.f.: 560, subrayado mío).
Una vez que en la historia de la sociedad humana han aparecido, en un orden sucesivo, estas tres normas de herencia, pueden combinarse entre sí a lo largo de su desenvolvimiento e incluso pueden darse las tres al mismo tiempo y en la misma sociedad, aunque una de ellas, necesariamente, predominará sobre las demás y definirá el tipo de propiedad en esa sociedad.

La aparición de la aristocracia basada en la propiedad privada, derroca entonces la democracia originaria, aquella que se mantuvo durante todo el régimen de las antiguas gentes. Pero la marcha de la historia no se detiene. Morgan muestra que la humanidad avanza hacia el restablecimiento de la democracia y la libertad del hombre, aunque en unas condiciones diferentes, a un nivel más alto.

En esta marcha histórica, el ser humano se levanta desde ser un simple medio de producción, en la esclavitud, hasta ser un trabajador libre que produce mayor rendimiento. Pero Morgan (s.f.: 512) se detiene allí y no profundiza en esta categoría de “hombre libre”: [La propiedad] “introdujo la esclavitud humana como instrumento en su producción y, tras una experiencia de varios millares de años, causó la abolición de la esclavitud al descubrir que el hombre libre era una mejor máquina productora de propiedad”.

De todas maneras, esta mención de que el “hombre libre” es una mejor “máquina productora” permite relacionar su concepto con el de Marx, cuando éste define al productor bajo el capitalismo como trabajador libre, libre tanto de vender su fuerza de trabajo a cualquier patrón, como de la propiedad de los medios de producción, de los que ha sido desposeído.

La forma de gobierno que se funda en la propiedad privada contiene profundas contradicciones que darán al traste con ella cuando se desarrollen. La forma actual debe ceder el paso a nuevas formas. La propiedad es una creación de la mente humana, que luego se siente aturdida —alienada, diría Marx— frente a su propia creación. Es una obra del pueblo, que más tarde se convierte para él en una potencia indomable, y que debe desaparecer porque “los intereses de la sociedad son mayores que los de los individuos y debe colocárselos en una relación justa y armónica” (Morgan 1970a: 475-476).

Pero Morgan cree que la democracia puede alcanzarse mediante la regulación de las relaciones entre el estado y la propiedad individual y, por lo tanto, no hay cabida en su concepción para la idea de una revolución que derroque el poder de la propiedad.

LA CONCEPCIÓN DE MORGAN Y EL MARXISMO

Después de este vistazo a los planteamientos de Morgan respecto de la propiedad, se hace necesario analizar su sentido y sus implicaciones.

Díaz-Polanco (1983) considera que en el pensamiento de Morgan la propiedad aparece como determinante de instituciones y superestructuras, ya que establece la relación entre las dos líneas: la de invenciones y descubrimientos y la de las instituciones. Para sustentar su punto de vista, echa mano de un extenso texto de Morgan (s.f.: 535) que ya reproduje parcialmente más arriba:
Las primeras ideas de propiedad estuvieron íntimamente asociadas a la obtención de la subsistencia, que era la necesidad primordial. Los objetos de propiedad se incrementaron naturalmente en cada período étnico sucesivo con la multiplicación de aquellas artes de las cuales dependían los medios de subsistencia. Entonces, el desenvolvimiento de la propiedad marchó a la par con el progreso de invenciones y descubrimientos. Cada período étnico muestra un notable avance sobre su antecesor, no solo en el número de invenciones, sino también en la variedad y volumen de la propiedad resultante de las mismas. La multiplicación de las formas de propiedad fue acompañada por el desarrollo de ciertas regulaciones referentes a su posesión y a su herencia. Las costumbres de las que dependen estas reglas de posesión y herencia están determinadas y modificadas por la condición y el progreso de la organización social. De esta manera el desenvolvimiento de la propiedad está estrechamente vinculado con el aumento de las invenciones y descubrimientos y con el adelanto de las instituciones sociales, que señalan los diversos períodos étnicos del progreso humano (subrayado mío).
Pero, lo que subrayo me parece decir más bien lo contrario, a saber, que el crecimiento de inventos y descubrimientos y el mejoramiento de las instituciones inciden fuertemente sobre el avance de la propiedad. Incluso, Díaz-Polanco se ve obligado finalmente a reconocer que se trata solamente de “relaciones de vinculación” y no de determinación.

La propiedad está constituida, entre otros elementos, por las reglas de apropiación de las condiciones de producción —los bienes—, pero estos deben existir antes de poder ser apropiados. Después que están dados, “los gobiernos y las leyes se instituyen con referencia primaria a su creación, protección y goce” (Morgan s.f.: 432).

Este control sobre los medios de producción instituye la esclavitud, además de ser responsable de la desigualdad social y la aparición de los sistemas de dominio.

Díaz-Polanco (1977: 14) afirma, pues, que en el pensamiento de Morgan existe un núcleo materialista, así no logre ver con claridad “en los procesos productivos la fuente de los demás fenómenos superestructurales”.

Este núcleo conceptual materialista es de una gran importancia, ya que es la primera vez que, desde fuera del marxismo,
se intenta comprender las distintas fases por las que atraviesa la humanidad a lo largo de la historia, utilizando como criterio la manera como los hombres, en sociedad, se procuran los medios de subsistencia y, además, tomando en consideración los inventos y descubrimientos (Díaz-Polanco 1977: 15).
Esto es especialmente cierto en cuanto a las concepciones más generales de Morgan (1970a: 22) acerca de la causalidad esencial del progreso humano:
Al no haber ampliado las bases de subsistencia, el hombre no hubiese podido propagarse hasta otras zonas que no poseyeran las mismas clases de alimentos, y, luego, por toda la superficie de la tierra; y, por último, a no haber logrado el dominio absoluto, tanto sobre su variedad, como sobre su cantidad, no se hubiese podido multiplicar en naciones populosas.
El éxito de la especie humana en su lucha frente a la naturaleza con el empleo de las artes de subsistencia, que se producen con base en inventos y descubrimientos, se convierte en un criterio objetivo de progreso. Se trata, pues, del avance de la sociedad fundado en el desarrollo de las fuerzas productivas.

Díaz-Polanco (1977: 22) ve también que la propiedad, tal como Morgan la concibe, expresa “la silueta de las relaciones de producción”. Por todo ello, puede concluir:
[Cuando Morgan] se dedica a establecer espléndidas correlaciones, incluso con claras direcciones causales, entre la propiedad y los demás elementos superestructurales de la sociedad (familia, gobierno, etc.), reencuentra el hilo conductor del análisis materialista (ibid.).
A mi manera de ver, si bien la concepción de Morgan sobre la propiedad se acerca a las ideas marxistas sobre el papel de las relaciones de producción en la dinámica histórica de la sociedad, y coloca la base material de que se dispone, en un período dado de desenvolvimiento, como el fundamento último del desarrollo social, Díaz-Polanco identifica, sin mucho fundamento, el concepto de artes de subsistencia con el de fuerzas productivas, en ciertas ocasiones, con el de modo de producción, en otras, sin analizar las diferencias considerables que existen entre ellos.

Tampoco creo cierto que el marxismo haya tomado las ideas de Morgan al pie de la letra y sin modificaciones de importancia, como afirma el etnólogo dominicano Rafael Julián (1986: 12): “prácticamente todo cuanto Engels expone [...] es tomado tal cual de la obra” de Morgan.

Díaz-Polanco (1977: 14), por el contrario, encuentra una relación muy diferente entre la obra de Morgan y la de Engels, en especial en cuanto a sus objetivos y a los principios metodológicos que permiten alcanzarlos:
En otras palabras, los “fines” explicativos de Engels y Morgan son distintos, lo que determina unos ‘medios’ analíticos también distintos. En este sentido, pues, El origen.... de Engels no puede ser juzgado simplemente como una “reseña” de La sociedad antigua de Morgan, sino más bien como una profunda recreación. Así, en muchos aspectos, la obra de Engels es una aguda crítica teórico-metodológica del libro de Morgan.
En realidad, el propio Engels es consciente de las limitaciones de Morgan, especialmente en lo que concierne a los análisis económicos y a la incidencia de la economía en la vida social, mucho más perceptibles en la explicación sobre la aparición del estado en Grecia y Roma. De ahí que pueda afirmar: “La argumentación económica he tenido que rehacerla por completo, pues si bien era suficiente para los fines que se proponía Morgan, no bastaba en absoluto para los que perseguía yo” (Engels 1966: 170). Y también: [En la génesis del estado ateniense] “Morgan expone mayormente las modificaciones de forma; en cuanto a las condiciones económicas productoras de ellas, tendré que añadirlas, en gran parte, yo mismo” (Engels 1966: 262).

Engels tiene claro, como puede verse, que los objetivos suyos y los de Morgan son distintos y que, por consiguiente, también tienen que serlo las estrategias desplegadas para alcanzarlos. Más atrás he mostrado que Morgan no se vincula a la lucha revolucionaria del proletariado y que por eso su interés no se concentra en desentrañar la esencia de la explotación capitalista. Tiene, sí, conciencia de ella, deja constancia de su existencia y considera que debe desaparecer, pero la visión que tiene del camino para conseguirlo es a todas luces reformista: la negociación entre el estado y la propiedad. No es de extrañar, entonces, que se detenga en los umbrales del problema, una vez que ha dejado “constancia” del desgarramiento de la sociedad en rangos desiguales y de los conflictos entre ellos:
¡Si la propiedad privada interviene, la democracia idílica de las gentes se hunde! ¿Qué es esta propiedad? Morgan nada dice: verifica su irrupción y su poder devastador, no le atribuye un punto de imputación en la vida colectiva, no la arraiga en grupos. Como lo ha notado Eleanor Leacock, Morgan comprueba la apropiación privada pero no la sitúa en las relaciones que ella define en el interior de los grupos: ella se impone, y comienza entonces una degradación descripta en tonos piadosamente indignados. Marx comienza donde Morgan tropieza con la ideología de la sociedad estadounidense de mediados de siglo (Duvignaud 1977: 77-78).
Que esto es parcialmente así puede comprobarse con el aserto de Morgan (1970a: 475) de que en los Estados Unidos es el único lugar en donde se ha producido “el derrocamiento de las clases privilegiadas”. Pero esta misma idea muestra que Morgan sí considera arraigada la propiedad privada en grupos sociales, que llama “clases privilegiadas”, aunque, por supuesto, estos no están definidos ni en sí mismos ni mucho menos en relación unos con otros.

No parece ser cierta, por lo tanto, la visión que nos ofrece Díaz-Polanco cuando afirma que Morgan, con su concepción de la propiedad, delinea la silueta de las relaciones de producción. Al contrario, en mi criterio, más bien parece “empantanarse” en una visión esencialmente jurídica de la propiedad y no ser capaz de captarla como lo que realmente es: la expresión jurídica —y por lo tanto dada en el campo de la superestructura— de las relaciones de producción que conforman la base o estructura económica de la sociedad. Cosa perfectamente explicable dado su carácter de abogado.

Parece establecerse entonces una identidad entre propiedad y relaciones de producción, sobre todo cuando plantea, como ya se dijo, que sin normas y reglas de herencia no hay propiedad.

Bohannan (1965: xii) juzga que el uso de términos como “propiedad”, “tenencia de la tierra”, “patrimonio” y otros, refleja una tendencia etnocéntrica en el tratamiento de la sociedad india, pues traslada a ella una visión del problema en términos contractuales y legales.
La “tenencia de la tierra” y otros aspectos de los patrones de asentamiento humanos permiten analizar la territorialidad en los comienzos de la humanidad [...] pero se trata de conceptos provenientes de la época del feudalismo [...] Morgan vió la territorialidad en los limitantes términos de su propia cultura y de su profesión (Bohannan 1965: xii-xiii).
Esto hace necesario distinguir entre los hechos y las interpretaciones de los mismos. Morgan (1965: 98) plantea: “No hay la menor probabilidad de que algún indio, sea iroqués, mexicano o peruano, tuviera un pie de tierra que pudiera llamar suyo, con poder para venderlo y transferirlo en patrimonio a quien quisiera”.

Esto es cierto, pero la explicación que da Morgan para esta ausencia de propiedad individual —la propiedad comunal— no es la única posible.
La familia extensa vive en un espacio que está determinado por un conjunto de relaciones —entre sus propios miembros y entre ella y otros grupos semejantes. Este espacio es explotado y protegido. La noción de derechos “legales” en la forma de un “patrimonio” faltaba precisamente porque cuando la comunidad (cualquiera que haya sido) abandonaba esta porción de tierra, después de no mucho tiempo de explotarla, el “derecho” desaparecía. Morgan trató esta situación en términos de una idea generalizada de derechos de usufructo (Bohannan, 1965: xiii).
Me parece que es precisamente aquí en donde se muestra válida la distinción que hace Morgan entre posesión y propiedad. En este caso, lo que se presenta es posesión o, como dice el propio Bohannan, usufructo.

Papel del parentesco en la producción y reproducción social

Si su enfoque no se dirige a encontrar las vías que posibiliten el derrocamiento de las clases privilegiadas dentro del capitalismo, ni a interpretar la estructura de las relaciones de producción de este sistema económico-social, directamente económicas, sí tiene, en cambio, un gran papel en definir las relaciones de producción y reproducción del tipo de sociedades que estudia, determinadas con base en el parentesco.

Según Engels (1966: 169), esta producción y reproducción de la vida inmediata es de dos clases: la producción de los medios de existencia y la del ser humano mismo. Es decir, que el orden social está condicionado por el desarrollo del trabajo, para la producción de los primeros, y por el de la familia, para la del segundo. Cuanto menos desarrollado esté el trabajo, más fuerza dominante tiene los lazos de parentesco en la vida social. El aumento en la productividad del trabajo desarrolla la propiedad privada y el cambio, la desigualdad de fortuna, el uso de la fuerza de trabajo ajena y los antagonismos de clase. La sociedad gentilicia salta en el aire al choque con las clases sociales recién formadas, pues ambos regímenes son incompatibles. Aparece una nueva sociedad conformada en estado y con base territorial, con su régimen familiar sometido a las relaciones de propiedad. Este constituye el aporte fundamental de Morgan, pero su propósito no es seguir su desenvolvimiento. Sin embargo: “el cuadro del desarrollo de la humanidad [que presenta] es bastante rico ya en rasgos nuevos y, sobre todo, indiscutibles, por cuanto están tomados directamente de la producción” (Engels 1966: 188).

En este orden de ideas, según Godelier, Morgan puede demostrar que exogamia y endogamia no son excluyentes como cree Mac Lennan y, por otra parte: “Ha demostrado que las relaciones de parentesco dominan la historia primitiva de la humanidad y que estas relaciones tienen una lógica y una historia” (Godelier 1974: 259).

Además, fue capaz de ver en la gens de derecho materno de los iroqueses la forma primitiva de donde salió la gens paterna. [Esto] “tiene para la historia primitiva la misma importancia que la teoría de la evolución de Darwin para la biología, y que la teoría de la plusvalía, enunciada por Marx, para la Economía política” (Engels 1966: 179-180).

Duvignaud (1977: 63-64) también percibe el espacio que Morgan logra llenar, especialmente el reconocimiento de que de la calidad de la subsistencia y el modo de producción de la supervivencia se derivan tres movimientos: 1) el del poder, 2) el de la familia, 3) el de la propiedad: “Algo se forma con el hombre en tanto que hombre vivo, enfrentado a un cosmos del que extrae la renovación de su existencia actual, y que, independientemente de su voluntad y de su conciencia, se constituye en figura social”.

Por otro lado, Godelier (1974: 2904) ve con claridad en dónde se agotan las posibilidades demostrativas de Morgan: [Este no pudo] “demostrar auténticamente las relaciones internas y necesarias entre esas estructuras sociales, reconstruir el mecanismo de la causalidad recíproca de esas estructuras y, particularmente, de la causalidad de la economía” (1974: 204).

A este respecto, Opler (citado por Harding y Leacock 1964: 109). tiene razón cuando afirma que las invenciones únicamente significan, marcan o “se identifican con” etapas de desarrollo, frente a la posición sostenida por Fried y Leacock, quienes, según él: “Han tergiversado a Morgan al atribuirle la idea de que la tecnología y la estructura económica son determinantes primarios de la naturaleza de la integración cultural en una sociedad”.

El hecho de que Morgan reconozca que su hipótesis sobre el papel de las artes de subsistencia no puede ser comprobada por la carencia de suficiente información científica en ese momento, no es algo que permita darla por demostrada con retroactividad. Es cierto que Marx y Engels pudieron probar en su investigación la determinación de la base económica sobre la vida social, pero no por eso Morgan, quien no conoció sus trabajos, pudo usarla como elemento central en su obra. Ya vimos, por un lado, que no lo hizo y, por otro, la diferencia entre el concepto de artes de subsistencia y los de modo de producción, fuerzas productivas y base económica de la sociedad.

De ahí que carezcan de sentido los argumentos de Leacock (1964) para acusar a Opler de anacronismo por juzgar un acercamiento científico, que apenas comienza, con los criterios de cien años después, y de traer a cuento la seriedad de Morgan para, al no encontrar suficiente información para validar su hipótesis de la determinación de los períodos étnicos por las artes de subsistencia, tomar las invenciones solamente como criterios de progreso.

Terray ofrece una argumentación diferente, para concluir sobre una distinción entre determinación y dominación que se plantea, ya no en el nivel de los elementos constituyentes, sino en el de las esferas, como las denomina. Dice que las artes de subsistencia ejercen su determinación señalando cual ha de ser la esfera dominante, aquella en donde un problema debe ser resuelto. Los diferentes problemas están interconectados y no es posible separarlos ni encontrar la institución que resuelve cada uno de ellos (como hacen los funcionalistas). Están ligados por conexiones lógicas. Pero hay problemas principales y secundarios. En cuál esfera de la vida social se resuelve el problema principal, decide cuál de ellas es la dominante:
Durante este período [el salvajismo] el bien más precioso es por lo tanto el hombre; sobre todo él es la fuente de energía disponible. Por consiguiente, lo que gobierna la organización social es el proceso de la producción de los hombres tal como está determinado por las reglas del parentesco y del casamiento; en tales condiciones la esfera de la familia es la esfera dominante y su papel no se limita al dominio de la demografía: en ella se resuelven también los problemas de la organización social (Terray 1971: 64, subrayado mío).
Esta es, en fin de cuentas, una versión modificada del planteamiento de Engels mencionado más arriba. Con la diferencia de que este no excusa mostrar la determinación de la base económica de la sociedad a través del sistema de relaciones de producción, cosa que, ya lo hemos repetido, Morgan no puede hacer por carencia de suficiente información.

Además, enfocar la familia como la esfera dominante en la sociedad gentilicia es apartarse del pensamiento del propio Morgan, para quien la familia no puede ser la base de la sociedad puesto que ella misma está desgarrada, partida en dos, por la gens, pues esta coloca a los miembros de aquella en bandos opuestos, ya que la madre y sus hijos pertenecen a una gens y el padre a otra —en el caso de la gens arcaica o matrilineal—, o bien el padre y los hijos pertenecen a una y la madre a otra —cuando se trata de la gens organizada por línea masculina. Me referiré a este tema en una forma más extensa en el próximo capítulo.

En todo caso, no es la propiedad el aspecto que Morgan considera como determinante de la vida en la sociedad gentilicia, ni extrae las conclusiones que permitan desentrañar cómo opera su carácter de ser base de organización de la civilización moderna, aunque la propiedad territorial en un tipo de sociedad que se fundamenta en el territorio tiene que ser esencial. Pero sí es lo suficientemente claro en su planteamiento, como para considerar que el período de la civilización y, con ella, de la propiedad, no aparece “como el término último y soberano de la evolución humana, sino como una época transitoria” (Godelier 1974: 260).


 
 
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