Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
LEWIS HENRY MORGAN: CONFESIONES DE AMOR Y ODIO
 

XI: ¿INTEGRACIÓN O AUTONOMÍA?

La valoración de Morgan acerca de los indios no puede analizarse en abstracto ni tampoco con los criterios de hoy, so pena de caer en un flagrante anacronismo; debe juzgarse relacionándola con su época y con su sociedad. Hay que recordar que para él los Estados Unidos son la sociedad en donde la democracia ha alcanzado sus más brillantes logros:
La “igualdad de derechos” [...] fue la consigna en la batalla por la libertad Americana y ahora permanece como base de nuestra propia estructura política (1962: 136).

No obstante haber pasado varios millares de años sin el derrocamiento de las clases privilegiadas, excepto en los Estados Unidos, [la propiedad] no ha dejado de mostrar su carácter oneroso para la sociedad (1972: 468).
Su visión no deja de estar influida por corrientes que tienen gran peso en su momento. Lo está por el romanticismo, aquel que resalta Marx cuando ensalza el arte griego, valioso universalmente por encontrarse ubicado en la infancia de la humanidad civilizada y estar, por esa causa, pleno de ingenuidad: “¿Por qué la infancia histórica de la humanidad, en el momento de su pleno florecimiento, no habría de ejercer el encanto eterno del instante que no volverá jamás?” (Marx 1971b: 58).

Incidencia que se hace muy visible en su exaltación de los iroqueses a lo largo de toda su obra, como lo vimos en el capítulo anterior. Sin que, a la vez, tal exaltación le impida ubicarlos en su momento de desarrollo y por lo tanto ver los “defectos” y limitaciones de su vida y de sus instituciones.

Igualmente, su pensamiento está influido también por ciertos criterios etnocéntricos, que ubican ciertos hechos de la vida indígena en niveles de inferioridad o con connotaciones fuertemente negativas, como se observa en sus apreciaciones de La sociedad primitiva sobre la religión: “La religión se relaciona tanto con la naturaleza imaginativa y emotiva, y por consiguiente, con elementos tan inseguros de conocimiento, que todas las religiones primitivas son grotescas y hasta cierto punto ininteligibles” (Morgan 1972: 23, subrayado mío).

O cuando parte de criterios morales para juzgar malas, defectuosas y aun abominables, algunas prácticas e instituciones de los indios, como ciertas formas de familia, algunas normas de matrimonio y otras: “Pero desde que no iba más allá de esta abominación particular, retuvo un sistema conyugal casi igualmente censurable (Morgan 1970a: 54, subrayados míos).Y también: [La antropofagia constituye un] “siniestro recurso de la humanidad [...] el flagelo embrutecedor del salvajismo” (Morgan 1970a: 24, 460).

Pero las valoraciones a las que me refiero no son absolutas, tienen un carácter relativo. Esto concuerda con su concepción de grados de desenvolvimiento, de formas históricas, que hace extensiva a la moral:
La existencia de la moralidad, si bien de un tipo bajo, debe ser reconocida aun entre los salvajes, porque no puede haber habido nunca un momento en la experiencia humana en que el principio de la moralidad no haya existido (Morgan 1970a: 352-353).

[En el matrimonio punalúa], este cuadro de vida salvaje no debiera conmover el espíritu, porque para ellos era una forma de relación matrimonial y, por tanto, exenta de incorreción (Morgan 1970a: 51).
Este matizado etnocentrismo no le impide criticar y dejar sin base a quienes consideran a los indios como inferiores, casi como animales. O a quienes, como los cronistas españoles y los historiadores que los siguen, sólo son capaces de mirarlos con sus propios ojos, con los conceptos y nociones correspondientes a su propia sociedad, con lo cual deforman por completo la vida indígena y sus instituciones y crean completas invenciones —hijas de la fantasía— que impiden el conocimiento verdadero de los hechos de los indios:
Los aventureros españoles que se apoderaron del pueblo de México adoptaron la teoría errónea de que el gobierno azteca era una monarquía, análoga, en los puntos esenciales, a las existentes en Europa [...] Esta concepción errónea originó una terminología que no concuerda con sus instituciones y que, por consiguiente, vició la narración histórica casi tan completamente como si fuera una invención calculada (Morgan s.f.: 191).
Pero no se limita a constatar lo que ocurre; va más allá e identifica con claridad el fundamento básico de esos errores de interpretación. Lo encuentra en la mentalidad española, que corresponde a las instituciones feudales que existen en el Viejo Continente:
Lo poco que nos han dado los escritores españoles respecto a los jefes indios y a la tenencia de las tierras por las tribus, está viciado por el empleo de términos adaptados a las instituciones feudales, que no tenían existencia entre ellos (Morgan 1970a: 176-177).
En relación a la airada reacción de los misioneros, que arriban por primera vez a las islas Sandwich, ante la condición de vida de sus pobladores, expresa:
Las relaciones sexuales y sus costumbres matrimoniales produjeron en ellos un gran asombro. Se encontraron repentinamente ante una fase de la sociedad primitiva en la que la familia monógama era desconocida, en la que la familia sindiásmica era también desconocida; pero en lugar de éstas, y sin alcanzar a entender el organismo, encontraron la familia punalúa, sin la exclusión total de hermanos y hermanas propios, en la que los varones vivían en la poligamia y las mujeres en la poliandria. Les pareció que habían descubierto el nivel más bajo de la degradación humana, por no hablar de depravación. Pero los inocentes hawaianos, que no habían logrado salir del salvajismo, vivían sin duda de un modo decente y honesto para salvajes, con costumbres y usos que para ellos tenían la fuerza de leyes. Probablemente vivían en forma tan virtuosa en su fiel observancia como estos excelentes misioneros en la suya propia. El choque experimentado por estos a causa de sus descubrimientos muestra el enorme abismo que separa al civilizado del hombre salvaje. El alto sentido moral y las sensibilidades refinadas, producidas por los siglos, se enfrentaron con el débil sentido moral y las sensibilidades rudas del hombre salvaje de tantos períodos atrás. Como contraste, era total y completo (Morgan s.f.: 423, subrayado mío).
Difícilmente podrían hallarse, en otros autores de esa época, juicios que presenten de una manera tan nítida las resonancias del relativismo cultural que se impondría en los Estados Unidos, a partir de unas premisas teóricas por completo opuestas a las de Morgan, casi cien años después.

A finales del siglo XVIII, los Estados Unidos se independizan de Inglaterra, establecen la paz con las naciones indias, —la mayoría de las cuales permaneció aliada con los ingleses durante toda la guerra—, y fijan su dominio sobre ellas. En opinión de Morgan (1962: 29), esta circunstancia representa para la Liga de los Iroqueses: “El fin de su existencia política. La jurisdicción de los Estados Unidos se extendió sobre sus antiguos territorios y de ese momento en adelante se convirtieron en naciones dependientes.”

EL INTEGRACIONISMO

Morgan es hijo de su tiempo y no deja de haber ciertos criterios evolucionistas en su mente y en su obra:
Las corrientes de agua se tiñen del color del terreno que atraviesan, así también todas las obras del espíritu, incluso las más abstractas, llevan en sí las ideas dominantes de la época e incluso sus prejuicios (Johann Jakob Bachofen, citado por Díaz-Polanco 1983: 157).
Considera que la situación de dominación a la que están sometidos los indios es inevitable e irreversible y nunca se plantea que tengan derecho a recuperar su soberanía como naciones indias, a la par de la norteamericana; el derecho a la existencia autónoma de sociedades indias dentro de los Estados Unidos no está contemplado por él. La caída de estos pueblos es inevitable y fatal su desaparición, es un proceso de selección natural en el cual ellos fueron derrotados y condenados, entre otras causas, por su carencia de espíritu de progreso:
Sin embargo, había una fatal deficiencia en la sociedad india, la no existencia de un espíritu progresista. Diversiones, ocupaciones, guerras, cacerías y relaciones domésticas siempre semejantes continuaron cíclicamente de generación en generación. No hubo ningún progreso ni invención, ningún incremento de su visión política. Se preservaron las antiguas formas y la adhesión a las viejas costumbres. Aquello que se ganaba en un aspecto se perdía en otro, de modo que la siguiente generación quedaba poco más adelantada que la anterior (Morgan 1962: 142).
Para él, el progreso aparece como necesario y deseable (en el sentido técnico-científico), de la misma manera que ocurre con el evolucionismo de su tiempo. Pero, en los efectos prácticos de la obra de muchos evolucionistas, la noción de progreso es un sólido fundamento ideológico del proceso de expansión colonial (Díaz-Polanco 1977: 8); en la de Morgan, en cambio, no impide que este se coloque al lado de las luchas indias.

Morgan no plantea el problema como una cuestión de voluntad política, de buenas o malas intenciones, sino de necesidad histórica; es algo que debe ocurrir una vez que se ha producido el contacto con la civilización. Ambas formas de sociedad tienen características que determinan el resultado de su interacción, la línea de progreso de la humanidad actúa en favor de la sociedad más avanzada: necesariamente la civilización debe avasallar a los pueblos bárbaros y salvajes. Refiriéndose a la situación de los iroqueses en su época y a la de los indios en general, Morgan dice:
Sus fuegos de consejo, en la medida en que simbolizaban la jurisdicción civil, se han extinguido hace ya mucho, su dominio ha terminado, y las sombras del atardecer están cayendo ahora, espesamente, sobre los dispersos y extenuados restos de la otrora poderosa Liga. Pueblo fue sometido a pueblo, resultado inevitable del contacto de la civilización con la vida de cacería (1962: 145, subrayado mío).

El destino futuro de los Indios en este continente reviste un interés especial. Si el hecho de que no pueden mantenerse en su estado nativo requiere de alguna prueba después de la experiencia que nos ofrece el pasado, puede demostrarse a partir de la naturaleza de las cosas. Nuestros primitivos habitantes están cercados por la vida civilizada, cuya perniciosa y funesta influencia es totalmente irresistible una vez que ha entrado en contacto con la vida india. La civilización es agresiva a la vez que progresiva, es un estadio positivo de la sociedad que arrasa con cualquier obstáculo, aplasta toda entidad menos vigorosa y se infiltra y expande por cualquier resquicio que encuentra tanto en el mundo moral como en el material; mientras que la vida india se encuentra desarmada frente a ella, en un estadio negativo que carece de vitalidad intrínseca y de capacidad de resistencia. Las instituciones del hombre pielroja lo unen a la tierra de un modo frágil y precario; en tanto que aquellas del hombre civilizado, en su más alto grado de desarrollo, lo hacen capaz de apoderarse de ella con tal firmeza que desafía todo intento de desplazarlo. Desarraigar un pueblo que se encuentra en el cenit de su capacidad intelectual es, por consiguiente, imposible; pero la expulsión de uno, vecino suyo, en un estadio de primitiva rudeza, es comparativamente fácil, si no una fatal necesidad (1962: 444-445, subrayados míos).
Pero una cosa es plantear la inevitabilidad de la dominación norteamericana sobre las naciones indias y otra aceptar el exterminio de estas, como se da, principalmente por medio del despojo de sus territorios tradicionales, pues, también en el pensamiento de Morgan y en relación con aquellas naciones, “territorio es vida” (Vasco 1980, 1988a).

Pero, si el derecho y el deber moral civilizados de occidente, de conducir a las demás sociedades hasta el mismo estadio de progreso —la civilización— que han alcanzado los países capitalistas, constituyen el aporte ideológico del evolucionismo al capitalismo en expansión, aquel no ofrece los instrumentos prácticos de dominación, que serán dados más tarde por el funcionalismo (Díaz-Polanco 1983: 8).

Cabe recordar que en su momento, y aunque luego cambiaría de opinión, Marx sostiene opiniones semejantes sobre la labor “civilizadora” del colonialismo, en la medida en que destruye estados de cosas caracterizados, según él, por el estancamiento y contribuye al desarrollo de las bases materiales para futuros cambios favorables para el pueblo:
La intromisión inglesa [...] disolvió esas pequeñas comunidades semibárbaras y semicivilizadas al hacer saltar su base económica, produciendo así la más grande, y para decir la verdad, la única revolución social que jamás se ha visto en Asia (Marx 1966a: 334-335).

Todo cuanto se vea obligada a hacer en la India la burguesía inglesa no emancipará a las masas populares ni mejorará substancialmente su condición social, pues tanto la uno como lo otro no sólo dependen del desarrollo de las fuerzas productivas, sino de su apropiación por el pueblo. Pero lo que sí no dejará de hacer la burguesía es sentar las premisas materiales necesarias para la realización de ambas empresas. ¿Acaso la burguesía ha hecho nunca algo más? ¿Cuándo ha realizado algún progreso sin arrastrar a individuos aislados y a pueblos enteros por la sangre y el lodo, la miseria y la degradación (Marx 1966b: 340).
Morgan, en cambio, reivindica que se reconozca a los indios como sujetos de derechos en igualdad de condiciones con los demás ciudadanos norteamericanos, es decir, que se les conceda el derecho a la ciudadanía norteamericana y, con él, el derecho de poseer sus tierras. En aras de ese propósito, la actual población del estado de Nueva York:
Podría protegerlos en su actual indefensión, estimular sus esfuerzos por un mejoramiento social, alentar sus aspiraciones de una vida superior y, finalmente, cuando hayan avanzado lo suficiente en una vida fundada en la agricultura, elevarlos a la condición de ciudadanos del estado (Morgan 1962: 36, subrayado mío).
El espíritu de cacería

El papel preponderante que Morgan asigna a la agricultura como medio para integrar a los iroqueses a la sociedad norteamericana, se desprende de su consideración acerca de la causa de que hubieran permanecido estancados en esos ciclos de vida siempre repetidos. Llama espíritu de cacería al principio mental al que atribuye tal estancamiento:
La pasión del hombre pielroja por la vida de cacería mostró ser un principio demasiado profundamente arraigado como para ser controlado por esfuerzos de legislación. Su gobierno, si se trató de establecer alguno, debió estar conformado de acuerdo con esta irresistible tendencia de su mente, con este sentimiento que hacía parte de su propia naturaleza; de otra manera hubiera podido ser superado. Este poderoso principio tuvo el efecto de encadenar a las tribus de Norteamérica a su estado primitivo. Otra consecuencia, aún más negativa para su prosperidad política, se encuentra en la repetida subdivisión del tronco genérico que pobló el continente, la cual impidió toda gran acumulación de miembros y de poder en algún pueblo o nación [...] Esta es la verdadera causa por la cual el pueblo pielroja nunca superó ni puede superar su nivel actual (Morgan 1962: 57).
Principio que es profundamente estable y que obstaculiza por completo las tendencias progresivas derivadas del desenvolvimiento de otros elementos de la estructura social, manteniendo a los pueblos en una condición de reprodución simple de sus formas de vida “originarias”, repetida indefinidamente: “El estadio de cacería es el cero de la sociedad humana y mientras el hombre pielroja estuviese preso de su encanto no tenía ninguna esperanza de superación” (Morgan 1962: 143).

De ahí que toda posibilidad de un avance social de los indios descansa sobre la base de “desarraigar” ese principio. Esa tarea incumbe a la vida propia de los agricultores y a la educación.

Pero el principio que opera en este caso no es el de evolución sino el de substitución. Los iroqueses no podían acceder por sí mismos a la civilización, al menos durante un período sumamente prolongado de tiempo, porque para ello era necesaria una causa externa que avasallara sus estructuras de pensamiento, basadas en el espíritu de cazador. Solo así la civilización podría venir a substituir —como en verdad ocurrió— el tipo de sociedad iroquesa que existía entonces; substitución, no evolución, pese a que se acusa a Morgan de evolucionista.

La exaltación del indio

En una sociedad que niega a los indios el derecho a la vida, con el argumento de que son seres inferiores, indignos de la ciudadanía, la posición de Morgan desempeña un papel progresista. Por esto, para contrarrestar los criterios en boga, quiere exaltar a los indios mediante el recurso de mostrar la Liga en todo su esplendor, en su época de oro y florecimiento, para así proclamar su derecho y su capacidad para ser ciudadanos. De ahí que el texto sobre la Liga, que se nos pregona como ejemplo de trabajo etnográfico, presenta una etnografía bastante peculiar, pues la descripción, como ya he dicho más arriba, no se refiere a la época de Morgan —1850— sino a un período de cerca de 200 atrás; se trata de una reconstrucción basada en diversas fuentes, su crítica y su interrelación: etnografía, etnohistoria, arqueología, tradición oral, mitos, toponimia (geografía) y otras, además de la comparación con Grecia y Roma.

La descripción de los iroqueses del siglo pasado, reducidos a los corrales de las reservaciones, convertidos en restos dispersos y condenados a la miseria, mal habría podido suscitar el reconocimiento que Morgan buscaba para ellos, a lo sumo habría producido lástima y conmiseración.

Sin llegar a una posición romántica, que idealice por completo el pasado indígena a la manera del indigenismo mexicano, por ejemplo, y sin tener como objetivo el mero desarrollo del conocimiento, el progreso de la ciencia etnológica americana, Morgan busca mostrar que los iroqueses de mediados del siglo XIX son los mismos que crearon el sistema político que lo llena de admiración, pero que en ese momento encuentran negado por la dominación blanca su derecho a seguir siendo tales; y que aquella situación que viene del pasado, les da derecho a conservar en el presente sus últimos territorios frente a la voracidad de las grandes compañías gringas y a que se acepte que son capaces de desarrollo y de progreso, de ingresar a la vida plena de la sociedad norteamericana en calidad de ciudadanos de la Unión.

Esta posición es la misma en su principio básico, aunque divergente en su forma, que hoy sostiene la antropología comprometida con los indios, la etnografía comprometida con ellos: la de poner su trabajo al servicio de las sociedades o sectores sociales que constituyen su campo de estudio.

Pero, a la vez, su posición tiene limitaciones y aspectos negativos si se la mira a la luz de algunos criterios de hoy, pues se trata de un punto de vista netamente integracionista. Morgan concluye La Liga de los Ho-de’-no-sau-nee o Iroqueses con la más palpable demostración de su pensamiento en este campo. Pero, para evaluar su posición, es preciso contextualizarla históricamente y relacionarla con nuestra propia actualidad.

Propiedad privada contra propiedad colectiva

Frente a la propiedad privada y a lo que ella había llegado a representar para la sociedad de su tiempo, Morgan considera que las formas colectivas de propiedad de la tierra, dominantes entre los indios, representan obstáculos para su desarrollo y deben desaparecer, y propone el procedimiento, el camino a través del cual se debe llegar a esta situación, en una forma tal que permita, al mismo tiempo, que los iroqueses conserven su derecho a la tierra y no sean despojados de ella:
Las tierras de los iroqueses aún son poseídas en común, con el título en cabeza del pueblo. Su avance hacia una vida agrícola superior ha hecho de su antigua forma de tenencia una fuente de dificultades; aunque todavía no están preparados para su parcelación entre la gente. Cada individuo puede cultivar y cercar una parte de su dominio común y vender o conservar esa mejora, de la misma forma que ocurre con la propiedad personal; pero no tiene poder para transferir el título de la tierra a ningún otro indio o a un extraño. [...] Cuando los iroqueses alcancen una posición lo suficientemente estable como agricultores como para hacer segura la división de sus tierras entre las diferentes familias de cada nación, con poder para venderlas, esto les dará los estímulos y la ambición que los derechos de la propiedad individual producen necesariamente (Morgan 1962: 455-456).
Es decir, que la propiedad privada de la tierra tiene que ver con el “espíritu de la ganancia”, inexistente hasta entonces entre los indios y que es un importante factor para poder avanzar:
Esta gran pasión del hombre civilizado, en su uso y su abuso, su bendición y su condena, nunca despertó en la mente india. Esta fue sin duda alguna la gran razón de su permanencia en el estadio de cacería; no obstante, el deseo de ganancia es una de las más tempranas manifestaciones de una mentalidad progresiva y una de las más poderosas pasiones de las que la mente es susceptible. Ella derribó la selva, levantó las ciudades, construyó los buques mercantes —en una palabra, civilizó nuestro pueblo (Morgan 1962: 139).
Por tanto, concluye, se hace necesario que los indios conserven la tierra, pero como propiedad privada, pues ésta es la base sobre la cual podrá surgir el espíritu de la ganancia.

Sin embargo, no es posible que se pueda llegar a esta situación de una vez, pues la inestabilidad de las relaciones de los iroqueses con la tierra les haría perderla rápidamente y, una vez despojados, se precipitaría su desaparición. Se hace necesario, entonces, seguir un proceso gradual hacia la plena integración, cuya etapa intermedia sería la de permitir la existencia de propiedad privada al interior de cada nación india, entre sus miembros, pero sin que ésta se extienda al derecho de vender la tierra a los extraños:
El primer escalón hacia el mejoramiento de sus condiciones en este campo [el de la propiedad] podría ser el de la división de la tierra entre ellos mismos, con el poder de venderla a otro miembro de su sociedad bajo restricciones adecuadas a la situación. Esto podría preparar el camino para otros cambios, hasta llegar finalmente a la instauración, con seguridad para sí mismos, no sólo de la completa posesión de aquellos derechos de propiedad que nos son propios, sino también de los derechos y privilegios de ciudadanos del Estado. Cuando llegue este momento, cesarán de ser indios, excepto por el nombre (Morgan 1962: 456, subrayado mío).
Y propone una estrategia que deriva de un análisis de la experiencia pasada de reducción y civilización de los indios y que centra sobre tres eslabones claves, que deben estar relacionados. Uno de ellos es el ya mencionado desarrollo de la agricultura, otro es la educación generalizada, que debe comenzar desde la primera infancia, el tercero, indisolublemente ligado con el anterior, es la cristianización:
Las tareas agrícolas en las que poco a poco se han iniciado, han introducido nuevas formas de vida y despertado nuevas aspiraciones hasta producir un cambio, poco perceptible para el observador desprevenido, pero realmente muy grande. En la actualidad, su declinación no sólo se ha detenido, sino que se da un aumento de la población y una mejora de su condición social. La causa inmediata de esta situación generalizada se encuentra en sus esfuerzos en el trabajo agrícola; pero la causa mediata y verdadera puede ser descubierta en las escuelas de los misioneros [...] Hay dos medios para rescatar a los iroqueses de su inminente destino: la educación y la cristianización (Morgan 1962: 446-447).

Verdaderamente es una gran empresa la de trabajar por la erradicación del modo de ser de la mente india y por infundirle el de la raza blanca. Para que esto se consiga, es necesario comenzar desde la infancia y en las escuelas misioneras en donde la lengua india es substituida por la nuestra, la mitología india por nuestra religión y sus costumbres y hábitos de vida por los nuestros. Cuando esta tarea esté cumplida y sobre las mentes preparadas de esta forma haya arraigado la luz de un elevado conocimiento, se tendrá sin duda una firme certeza de que la naturaleza india ha sido vencida y disuelta en aquella superior creada por la civilización. En lo más profundo de la sociedad india hay un espíritu y un sentimiento de que sus mentes están en armonía con la naturaleza; y grande debe ser el poder y persistente la influencia que sean capaces de domeñar el uno o erradicar el otro (Morgan 1962: 450).
Sobre esta base pueden adquirir cada vez mayores conocimientos y plantearse otras aspiraciones no exclusivamente agrícolas; los jóvenes más avanzados pueden acceder a la escuela normal y más tarde a trabajos intelectuales, como los de maestros, médicos, mecánicos o granjeros. Este grupo incidirá ampliamente sobre el resto de sus comunidades, llevándolas más y más adelante por el camino de su mejoramiento:
Si el deseo de progreso que prevalece actualmente entre ellos se mantiene y recibe apoyo, se requerirán pocos años para iniciarlos en las artes de la vida civilizada y, eventualmente, para prepararlos para el ejercicio de aquellos derechos de propiedad y de ciudadanía que son corrientes para nosotros mismos (Morgan 1962: 452).
RECHAZO A LA PARCELACION DE LAS TIERRAS

Al final de su vida, las propuestas de Morgan retoman los principios evolucionistas de su concepción, pero han sufrido un cambio substancial: ahora ya no ve factible, al menos para un futuro cercano, que se pueda implantar la propiedad privada de la tierra entre los indios, al contrario, considera que ésta es un mecanismo negativo que permite arrebatarles la totalidad de sus territorios.

Se ha dado cuenta de que en la medida en que la integración de los indios debe darse por grados, avanzando poco a poco por el camino que la evolución ha marcado, no es posible pretender que los iroqueses pasen de una vez del estadio medio de la barbarie a la civilización moderna, saltando dos estadios —la barbarie superior y la civilización antigua. La experiencia de la relación con los indios en lo tocante con el problema de la tenencia de la tierra, le ha mostrado la validez de sus puntos de vista fundamentales, a la vez que lo ha obligado a modificar otros, todo lo cual le permite oponerse con firmeza a las políticas que quieren establecer la propiedad privada entre los indios. Lo cito en extenso:
Haré una breve disgresión para referirme a la reciente opinión del último Secretario del Interior, Hon. Carl Schurz, —la cual el Gobierno Nacional comparte en alguna medida—, y que se relaciona con la división de nuestras Reservas Indias en lotes o parcelas y su entrega a los indios en la forma de propiedad exclusiva, con poder para vender al hombre blanco luego de un corto período de unos veinticinco años. Espero que esta política no sea adoptada jamás por ninguna administración nacional pues es nociva como ninguna para las tribus indias. Los indios son, han sido y serán aún por muchos años, totalmente incapaces de competir con el blanco, sin perjuicio para sí mismos, en el campo de los negocios, y de resistir sus artimañas e incitaciones que pueden llegar a ser insoportables para ellos. El indio no logra asociar con claridad el valor de la propiedad de la tierra con la utilidad de la misma, ni entender cómo los más altos intereses suyos y de su familia dependen de la posesión permanente de su propiedad. El resultado de la propiedad individual en manos de los indios, asociada con el derecho de venderla, será, sin lugar a dudas y en muy poco tiempo, que se verán desposeídos completamente de la tierra y caerán en la miseria. El caso de la tribu Shawnee, en Kansas, ofrece una perfecta muestra de esta nociva política. Los shawnees fueron llevados a Kansas de acuerdo con la —así llamada— política de Jackson y allí ocuparon una espléndida reserva sobre el río Kansas, en donde creyeron que estaría su hogar para siempre. Pero, a los pocos años de una tranquila posesión, nuestra gente, por efectos de una expansión natural, llegó a Kansas y encontró a los shawnees en poder de la mayor parte de las mejores tierras del Estado. Los norteamericanos se propusieron conseguir estas tierras y desarraigar de ellas a los shawnees en aras de la civilización y del progreso, y alcanzaron este resultado de la manera más rápida y científica, mediante el uso de un mecanismo idéntico al propuesto por el señor Schurz. Primero, se indujo al gobierno a reapropiarse de una parte de la reserva con el argumento de que los indios tenían más tierra de la que necesitaban para sus cultivos; segundo, el gobierno indujo a los indios a tener la tierra restante dividida en granjas, adjudicadas a las cabezas de familia en propiedad privada y con el derecho de venderlas. En 1859, visité Kansas cuando se estaba aplicando este proyecto y encontré a los shawnees dedicados al cultivo y mejora de sus granjas, algunas de las cuales alcanzaban a tener una superficie de mil acres, de las cuales eran propietarios como los demás granjeros. Cuando volví a Kansas diez años después, se había obtenido el resultado que se quería: no había un solo shawnee en Kansas y los granjeros americanos estaban en posesión de todas estas tierras. La propiedad privada de la tierra con derecho de venderla produjo ese resultado.

En el manejo de los asuntos de nuestras tribus indias se debe aplicar un poco de sentido común para entender su condición. Se encuentran en el mismo estadio de crecimiento y desarrollo de sus concepciones en que se hallaban nuestros antepasados cuando aprendieron a domesticar los animales y pudieron contar con una subsistencia a base de carne y leche. La siguiente condición de progreso a la cual pueden alcanzar los indios de un modo natural es el pastoreo, la fundación de hatos y rebaños de animales domésticos. Los indios se ponen de acuerdo para criar manadas de caballos y algunas tribus crían ovejas y chivos; otras tienen reses. Si el gobierno los ayuda en este camino que han emprendido, pronto llegarán a ser ganaderos expertos y podrán hacer un uso apropiado tanto del área de praderas no ocupadas del interior del continente como de las reservas. De este modo, llegarán a ser prósperos y disponer de recursos abundantes (Morgan 1965: 80-82, subrayados míos).
Cabe resaltar la denuncia de cómo se utilizan la civilización y el progreso como justificación para la destruccción de los indios, pues su punto de vista contraría claramente la visión de los evolucionistas clásicos. En ese momento, Morgan no cree ya en la validez de la misión civilizadora de las sociedades blancas; ve claro que lo que hay tras de esos argumentos es el despojo de las tierras de los indios americanos. En cambio, considera que la forma de integración que plantea y el reconocimiento de los derechos indios por la sociedad norteamericana representan —para él y para su país— un problema de moralidad y de justicia:
Nacidos en esta tierra, no existe ningún principio que permita separar de su tierra natal a los descendientes de sus antiguos poseedores o excluirlos de cualquiera de la prerrogativas que nos corresponden. Puesto que son aptos para apreciar y disfrutar de los mismos privilegios que conciernen al conjunto de la población, no puede desconocerse el clamor de participación que su situación de silencio pone de presente (Morgan 1962: 455).
Con estos planteamientos, Morgan se adelantó en América a las posiciones que en los años cuarenta de este siglo vinieron a reemplazar el asimilacionismo, al aparecer en México y difundirse al resto de los países americanos el llamado “indigenismo”, forma específica que han revestido entre nosotros las posiciones y políticas integracionistas.

Resulta interesante constatar, frente al de Morgan, cuál es el proyecto de este indigenismo, al menos en México: integrar al indio por medio de la educación, para lo cual se crea todo el programa de educación indígena y se erigen los centros dedicados a esta tarea. En este caso no se habla de cristianización —desde la revolución, México se ha constituido como un estado laico, con estricta separación entre la iglesia y el estado—, pero se llama a Townsed y a su Instituto Lingüístico de Verano para que colaboren de un modo fundamental en tal tarea.

Asimismo en Colombia, desde fines del siglo XIX, la “reducción de los salvajes a la vida civilizada”, bajo el pretexto de educarlos, es puesta en manos de los misioneros católicos. La semejanza entre lo que ocurre en ambos países y el plan de Morgan es grande, con la diferencia de que ni en México ni en Colombia se reconocen los derechos de los indios.

Frente a la posición que plantea el exterminio, el punto de vista de Morgan es claro: los indios tienen derecho a la existencia. Su propuesta es la integración a muy largo plazo. Y es posible decidir sobre la forma cómo tal proceso debe ocurrir, sobre la moralidad del mismo, sobre la humanidad del camino que se siga para lograr integrarlos a la vida civilizada.

Por encima de todo, considera que se trata de un caso de justicia, no sólo frente a los indios, sino como base fundamental del sistema político de los Estados Unidos. Recordando a Cicerón, concluye su libro sobre los iroqueses (1962: 460-461) con esta sentencia: “Sine summa justitia Rempublicam regi non posse {Una república no puede ser gobernada sin la más alta justicia}”.


 
 
www.luguiva.net - 2010 ® contacto@luguiva.net
Bogotá - Colombia