Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
LEWIS HENRY MORGAN: CONFESIONES DE AMOR Y ODIO
 

X: LA LIGA DE LOS IROQUESES

Los iroqueses hacen parte de aquel tipo de sociedades que por razones diversas se encuentran en estado más puro, por lo cual sus instituciones aparecen a la observación y al análisis con más claridad y nitidez y presentan un mayor desarrollo; por eso son las más indicadas para construir sobre su estudio un modelo de análisis, para captar en ellas los fenómenos que se investigan y, por último, para ejemplificar con ellas esos hechos.

En dos de sus principales escritos (1962; 1965), Morgan hace una amplia descripción de la sociedad de las naciones iroquesas, pero no siguiendo los moldes de la etnografía tradicional, tomándolos como una sociedad aislada, comprensible en sí misma, sino refiriéndola a una historia universal.

Pero el esquema que emplea en estos textos no es todavía el de La sociedad primitiva, obra que presenta un modelo de desarrollo social general, universal, abstracto, válido para toda la humanidad, en el cual aparecen categorías específicas que permiten pensar la diferencia en el seno de la generalidad, como, por ejemplo, aquella de plan de gobierno gentilicio, basado en las relaciones personales de parentesco, y el concepto de clases matrimoniales con base en el sexo.

UN LUGAR PARA LOS INDIOS EN LA HISTORIA UNIVERSAL

Por el contrario, Morgan piensa a los iroqueses dentro de una visión incipiente de historia universal y, por ello, puestos en relación de comparación con griegos, romanos y, aun, con ingleses y norteamericanos, en términos del desarrollo de ideas e instituciones democráticas. Todavía no hay nuevos conceptos que expresen el proceso de pensar la especificidad de los indios; de ahí que las categorías que utiliza sean aquellas de los pensadores políticos occidentales clásicos: Aristóteles y Montesquieu, con preferencia por el primero de ellos a pesar de que está ubicado más lejos en el tiempo, pero cuyas concepciones, obviamente, son más cercanas y más adecuadas a las realidades de las sociedades griega y romana del período clásico de la instauración de la civilización.

Se trata de un cuerpo de categorías que se presentan como generales, como universalmente válidas: monarquía, aristocracia, democracia, con sus correspondientes derivadas por degeneración: tiranía, oligarquía y oclocracia. Morgan se sirve de la comparación y las toma como referencia, no para entender, para explicar el gobierno iroqués, sino para clasificarlo, para ubicarlo dentro de una de ellas. No se trata, entonces, de conceptos explicativos sino de categorías clasificatorias; en este caso, clasificar es entender.

No estamos en presencia de una antropología, sino de una etnología en su sentido más puro, cuyas categorías distan de tener el mismo nivel teórico de aquellas presentadas en La sociedad primitiva. Precisamente, etnología es el término que emplea Morgan para denominar su trabajo y el de otros como él que buscan comprender científicamente a los indios americanos.

El movimiento general de su método es el de subsumir la sociedad iroquesa en aquellas categorías europeizantes, identificarla con las sociedades de la europa clásica. Es, por cierto, una primera concepción de la universalidad de la historia, pero teñida aún de eurocentrismo. Aunque quizás este rasgo desempeñe un papel importante para conseguir su aceptación en la conciencia de sus contemporáneos.

Pese a estas limitaciones, otros elementos ya prefiguran la visión posterior que piensa y mantiene la especificidad detrás de lo general, pues Morgan no concibe estas categorías clasificatorias como situadas una al lado de la otra, sin mayor relación, definidas cada una por un conjunto de rasgos característicos correspondientes, la presencia de los cuales en una sociedad o institución particular permite ubicarla en esa categoría y, por ende, semejarla con sus iguales dentro de ella. Al contrario, ve en ellas una relación progresiva desde una situación más baja a una más alta, relación que es entendible por la presencia y desarrollo de un principio que las ilumina y estructura y les comunica un sentido: el principio de la organización y materialización del poder del pueblo, de la democracia. Cada categoría constituye un paso adelante respecto a la anterior en la medida en que da cuenta de una ampliación de la participación popular en el poder, desde el “poder de uno”, propio de la monarquía, pasando por el de “unos pocos”, peculiar de la aristocracia, hasta llegar al de “los muchos”, del pueblo, característico de la democracia (el pueblo en el poder, organizado en demos).

En estos términos, se hace necesario encontrar el grado de relativo adelanto de los iroqueses en relación con la serie misma, pero igualmente en relación con aquellas sociedades cuyas formas de gobierno se encuentran en la misma categoría que la suya. Para ello es necesario, y éste es su elemento más novedoso y positivo, ir a la realidad en búsqueda de los rasgos específicos, históricos, particulares, del gobierno iroqués, cosa que logra de modo fundamental con el trabajo de campo.

Es decir, que Morgan compara con dos objetivos distintos pero convergentes: por un lado, busca encontrar elementos comunes con sociedades ya conocidas y con categorías ya establecidas; por el otro, quiere constatar, establecer y explicar la diversidad de lo concreto.

El gobierno iroqués

Esto conduce a un resultado peculiar que, parcial pero substancialmente, transforma el contenido de las categorías que emplea y avanza hacia la creación de conceptualizaciones que recojan a la vez la generalidad y la especificidad. La conclusión de que el gobierno iroqués es una oligarquía liberal no es, pues, una conclusión final que se obtiene por medio del tipo de análisis creado por Morgan, sino su punto de partida. Todo el hilo metodológico conduce a mostrar que aquí, entre los iroqueses, a diferencia de lo que plantea Aristóteles y de lo que ocurrió en Europa, la oligarquía no es una forma degenerada de la aristocracia, pues no existen ni existieron entre los iroqueses los principios o rasgos de esta forma de gobierno, sino que, al contrario, se trata de una forma con el mismo nivel que las demás, no una forma derivada, subordinada y menor —en cuanto decadente—, sino una con validez y existencia propias

Una forma, además, que en la serie progresiva no se sitúa después de la monarquía de tipo europeo clásico, la del rey y sus súbditos, sino de aquella otra forma, típicamente americana, propia de una sociedad de cazadores y guerreros, la del jefe y sus seguidores.

Pero la peculiaridad principal se encuentra en el hecho, específico americano, de que se trata de una oligarquía democrática, es decir, una solución propia, particular de los iroqueses, que logran realizar el principio democrático a través de una forma que en el modelo clásico no le corresponde. ¿Cómo logran esta simbiosis? ¿Cuál es la originalidad de su solución? Originalidad, por cierto, que da la base para la posterior categorización específica de la realidad americana dentro de la teoría general de Morgan.

Lo novedoso de la estructura social iroquesa radica en que se trata de una combinación de los principios del régimen político de base territorial con aquellos de la organización basada en las relaciones personales de parentesco. Esto se logra con dos métodos: el uno es la organización en tribus y mitades (que se deben traducir como gentes y fratrías en la conceptualización de La sociedad primitiva), el otro es la manera de concebir el territorio y organizarlo en forma congruente con esta forma de pensar.

Las ocho tribus iroquesas: lobo, oso, castor, tortuga, ciervo, tijereta, garza, halcón, atraviesan la organización estructurada en naciones con localización territorial. Ninguna es exclusiva de una u otra nación, sino que están presentes en todas ellas. Los miembros de cada una de las ocho tribus están distribuidos entre las cinco naciones fundadoras (y más tarde, también entre los tuscaroras, pues cuando entran a hacer parte de la Liga, su población se reparte en las mismas ocho tribus). Los miembros de cada tribu se consideran como hermanos entre sí, con lo cual las divisiones verticales de las cinco naciones se ven atravesadas por lazos horizontales de fraternidad, —tan fuertes y reales como si todos los relacionados fueran hijos de la misma madre—, uniéndolas en una gran hermandad. Estas ocho tribus específicas se originan en el momento de la conformación de la Liga, cuando todos los miembros de las naciones fundadoras son repartidos entre ellas, aunque ya existen en el seno de las naciones integrantes, pero antes de estar organizadas en la forma descrita.

Del mismo modo, las ocho tribus se encuentran divididas y agrupadas en mitades exógamas: lobo, oso, castor y tortuga forman una mitad y se consideran hermanas entre sí, con prohibición del matrimonio entre sus miembros; otro tanto ocurre con ciervo, tijereta, garza y halcón, hermanas entre sí y con intermatrimonialidad no permitida. Estas dos mitades se consideran como primas entre sí y un miembro de cualquiera de las tribus de la primera mitad puede casarse con un miembro de cualquiera de las cuatro de la mitad opuesta. Es decir, que la relación de matrimonio preferencial entre primos, característica del sistema matrimonial iroqués, se hace extensiva a la división en tribus y mitades. Todo esto siguiendo la línea de descendencia femenina que predomina entre ellos.

El cumplimiento de esta regla explica que los miembros de la nación tuscarora, en el momento de su incoporación a la Liga, sean distribuidos y agrupados en las mismas ocho tribus. Hecho que, por otra parte, comprueba la visión de Morgan de que un sistema de consanguinidad no necesariamente corresponde a lazos de sangre reales.

Pero aún hay más. Las cinco naciones también están divididas en mitades que ostentan funciones especialmente ceremoniales (por ejemplo, en caso de la muerte de un sachem de una nación perteneciente a una de las mitades, las ceremonias de duelo corren a cargo de los sachems miembros de las naciones de la otra mitad). Mohawks, onondagas y sénecas conforman una mitad y se consideran hermanas entre sí; oneidas, cayugas y, posteriormente, tuscaroras conforman la otra mitad y se consideran igualmente como hermanas entre sí. Entre una y otra mitad, la relación se piensa como de descendencia: las naciones de la primera mitad se toman como padres de las de la segunda y éstas como hijas de las de la primera, sin que esto implique dependencia o desigualdad de derechos civiles entre ellas. Estas mitades son expresión de las antiguas relaciones genéticas entre las naciones iroquesas, pues su historia deja ver cómo de un tronco original se derivan dos tribus iniciales, que al subdividirse varias veces originan los segmentos que, mucho más tarde, se unificarán en mitades.

Todas estas relaciones, divisiones y agrupaciones crean en el seno de la Liga los lazos de una gran familia, que presenta en su interior y entre sus miembros las mismas relaciones que se dan en el sistema de parentesco. El que la Liga sea concebida como una gran familia, como un enorme cuerpo consanguíneo, es un hecho del pensamiento de los iroqueses, pero lo es también en la realidad y corresponde a ello.

El modo como Morgan expone el método mediante el cual la sociedad iroquesa alcanza una combinación de los dos planes de gobierno, el político y el de parentesco, deja sin pie afirmaciones como la de Balandier (1969: 61): “El orden del parentesco excluye teóricamente el político para numerosos autores. Según la fórmula de Morgan anteriormente citada, uno rige ya el estado de societas y el otro el de civitas [...] La dicotomía no puede ser más clara (subrayado mío).

Es claro que Balandier confunde, como ya he mostrado que sucede con tantos otros autores, dos niveles que Morgan diferencia rigurosamente: el de la teoría de la historia —en el cual es válida la dicotomía— y el de la realidad concreta de cada sociedad —en donde pueden presentarse reunidos los dos planes en una determinada condición social.

Los iroqueses moran en viviendas colectivas que albergan en su seno a un grupo de parientes: las casas largas. En su interior, las posiciones están jerarquizadas y un sector importante corresponde a los guardianes de la puerta. En su forma de asentamiento en el territorio, los iroqueses lo conciben como una gran casa larga, dentro de la cual los miembros de las cinco naciones se ubican de acuerdo con la misma distribución que se da en la casa de habitación, incluso con la designación de un grupo encargado de guardar la puerta de esta gran casa larga que constituye el territorio y que se ubica en el sitio que corresponde a la puerta de la vivienda, el oeste, lugar de contacto con tribus hostiles y por donde en cualquier momento puede llegar una invasión. También por morar en esta gran casa larga, el conjunto de la Liga se concibe como una gran familia consanguínea que la habita, de tal modo que las relaciones y actividades de la vida real se desarrollan de acuerdo con esta visión.

Es así como los iroqueses logran combinar y adecuar el principio territorial, propio de una organización política, con el principio de las relaciones de parentesco, personales, propio de una organización social, bajo la determinación de éstas últimas. Sobre tal base, también consiguen combinar la oligarquía con la democracia, de una manera completamente original.

GEOGRAFÍA IROQUESA

Resulta importante para la etnografía otro aspecto del análisis de Morgan sobre los iroqueses. Gracias al conocimiento profundo que tiene acerca de estos aborígenes, puede proponer una imagen novedosa acerca de la geografía, concebida no de una manera formal, como simple suma de recursos naturales, sino como espacio apropiado y transformado por el hombre, como territorio, aunque no llegue a presentar la formulación explícita de esta idea. Se trata de un enfoque que prefigura la orientación que hoy siguen la llamada geografía humana o antropogeografía y algunas escasas corrientes de la antropología, como aquellas que privilegian el punto de vista interno de las sociedades que estudian. A la luz de estos enfoques modernos, no resulta extraño que Morgan hable de geografía india, mapa indio, nombres indios de los lugares, pero, para su época, tal cosa constituye algo hasta entonces desacostumbrado, como lo es en mayor medida la intención que declara para su estudio: “Registrar los nombres originales de nuestros ríos, lagos y corrientes de agua, así como los de sus antiguos asentamientos, es un homenaje adecuado a nuestros predecesores indios” (Morgan 1962: 49).

El territorio no es algo dado, sino que se crea mediante un proceso histórico de construcción de relaciones de una sociedad con el área geográfica que ocupa y con las sociedades vecinas, por eso dicha historia queda plasmada en la geografía. Cuando se busca conocer la historia, enfocar el territorio de este modo es uno de los instrumentos principales que la revela:
Igualmente, estos nombres tienen sus significados y se refieren a rasgos descriptivos del territorio, al recuerdo de algunos hechos históricos o están entretejidos con alguna tradición. Por estas causas, su geografía se ha preservado entre ellos con notable exactitud (Morgan 1962: 413).

Hay muchas consideraciones interesantes relacionadas con las rutas de viaje seguidas por los aborígenes; y su estudio cuidadoso podría servir, por ejemplo, para indicar las líneas naturales de migración sugeridas por la topografía del territorio (Morgan 1962: 430).
Esto explica, por ejemplo, que un gran número de lugares tengan nombres distintos, con diferentes significados en los varios dialectos de los iroqueses, puesto que la experiencia histórica de cada una de las naciones es específica y, por consiguiente, también lo es el modo de concebir y de nombrar los sitios:
Hay una innovación geográfica en el método que los iroqueses adoptaron para designar las varias desembocaduras de los lagos que, unidas, forman el río Oswego. En su descenso desde el lago Séneca hasta Oswego, el río fue llamado Swa’-geh en toda su longitud. Pero ascendiendo desde Oswego, fue llamado río Onondaga, O-non-dä’-ga, hasta pasar la desembocadura del lago Onondaga. A partir de allí se le denominó río Cayuga, Gwä-u’-gweh, hasta cruzar la boca del Cayuga. Después de este sitio se le llamó río Séneca, Gä-nun-dä-sa’-ga, hasta llegar al lago Séneca (Morgan 1962: 424, nota 1).
En su conjunto, Morgan orienta el estudio de la geografía hacia aspectos tales como límites y fronteras, denominación de los sitios (toponimia), formas de poblamiento, estructuración interna del espacio, caminos y otras vías de comunicación, obstáculos y catalizadores para la interrelación social, utilización adecuada de los recursos y, finalmente, representación del espacio en la conciencia de los aborígenes.

Así pues, la geografía de los iroqueses es el estudio de las relaciones que estos establecen con su espacio físico a lo largo del tiempo y de los cambios que se presentan en ellas, un estudio de la territorialidad.

El uso que los iroqueses dan al espacio y sus recursos no es espontáneo o instintivo sino conciente, e implica su profundo conocimiento. De ahí que manifiesten orgullo por lo que significa la posición que ocupan en el continente, con ventajas militares, políticas, comerciales, culturales, etc.:
No fueron indiferentes a las ventajas políticas derivadas de su ubicación geográfica. Se ufanaban de ocupar la parte superior del continente. Situados en las cabeceras del Hudson, el Delaware, el Susquehanna, el Ohio y el San Lorenzo, que corrían en direcciones diferentes hacia el mar, tenían bajo su jurisdicción las puertas del país, como en verdad lo eran, y podían descender a través de ellas hasta alcanzar cualquier lugar. Al mismo tiempo, el lago Ontario y las montañas del norte y la cadena de las Alleganies hacia el sur, daban a su propio territorio un aislamiento que los protegía en gran medida contra la presión externa de bandas migratorias; en tanto que los lagos y ríos, que cruzaban en cantidad extraordinaria cada porción de la casa larga, —cuyas cabeceras solamente estaban separadas por pequeños espacios y cuyos continuos valles no estaban divididos por barreras montañosas—, ofrecían todas las facilidades para la más rápida intercomunicación. Ellos mismos declaraban que “su país poseía ventajas superiores a las de cualquiera otra parte de América” (Morgan 1962: 40-41).
Para tomar un ejemplo, la investigación relativa a los caminos (wä-ä-gwen’-ne-yuh) que cruzan el territorio iroqués de oriente a occidente y de norte a sur, muestra que son vías “naturales”, trazadas en una forma perfecta para garantizar la movilidad en completo acuerdo con las características del medio. No hay otras rutas mejores. No son una “simple” adaptación a las condiciones ambientales, sino la eficaz utilización de éstas gracias a su profundo conocimiento. Tanto es así que aún hoy estos antiguos caminos son vías principales de la región nororiental de los Estados Unidos y no han sido desplazados sino perfeccionados, pese al gran desarrollo de este país:
Esta ruta de viaje fue seleccionada de una forma tan inteligente que luego de que el territorio fue ocupado, los nuevos caminos se trazaron siguiendo la ruta de los indios con ligeras variaciones [...] Las necesidades del comercio y del desarrollo de los recursos del país en la época moderna, han mostrado que se trata de una de las grandes rutas naturales del continente. Ahora nos parece que está determinada por los rasgos geográficos naturales del territorio; pero fue preciso un extenso intercambio para que fuera descubierta (Morgan 1962: 47-48).
De modo diferente a lo que con gran frecuencia ocurre entre nosotros, los límites del territorio iroqués no están demarcados por los accidentes geográficos —cursos de ríos, orillas de lagos, crestas de montañas, costas y otros—sino por elementos que se establecen según criterios puramente sociales: líneas rectas determinadas por ellos mismos; así, su sistema de demarcación territorial es más avanzado, desde el punto de vista social, que el nuestro, cuya base es natural: “Los iroqueses desechaban todos los linderos naturales y los substituían por líneas rectas” (Morgan 1962: 41).

Estas rectas presentan algunas pequeñas desviaciones para incluir ciertas fuentes de agua o pasar por ciertos puntos claves, cuya importancia tampoco está determinada naturalmente. Son, por consiguiente, límites invisibles para nosotros, acostumbrados a verlos siempre marcados por algún factor natural.

LA GRAN CASA LARGA

Los iroqueses piensan el conjunto de su territorio como una gran casa larga, cuyos límites se definen por rectas que encierran un rectángulo; en su interior otras rectas menores, casi todas verticales y orientadas de norte-sur, marcan los espacios de cada una de las naciones, tal como aparece confirmado en los tratados celebrados con los colonizadores europeos y con los Estados Unidos, y como puede verse en el Mapa de HO-DE’-NO-SAU-NEE-GA o “Territorio del Pueblo de la Casa Larga”, en 1720 (Morgan 1962: fuera de texto). Los jefes tribales son los puntales que sostienen el techo y la Liga que la habita se define como una gran familia consanguínea, tal como hemos visto un poco más arriba:
Los iroqueses se llamaron a sí mismos los Ho-de’-no-sau-nee, que significa “el pueblo de la casa larga”. En toda circunstancia, asimilaban su confederación a una casa larga, con divisiones y fuegos separados, de acuerdo con su antiguo método para construir viviendas, dentro de la cual las varias naciones estaban cobijadas por un techo común. Jamás se dieron otro nombre entre ellos mismos (Morgan 1962: 51).
La distintas autodenominaciones que se dan las naciones están relacionada con las características del espacio que cada una de ellas ocupa. Los sénecas se llaman a sí mismos Nun-da-wä’-o-no, “la gente del cerro grande”; los cayugas se dan el nombre de Gue’-u-gweh-o-no, “la gente de la tierra pantanosa”; los onondagas se llaman O-nun-dä’-ga-o-no, “la gente de las colinas”; los oneidas se consideran O-na-yote’-kä-o-no, “la gente de la roca de granito”; los mohawks, por último, se ven como Gä-ne-ä’-ga-o-no, “la gente del pedernal” (Morgan 1962: 51-53).

Visto lo anterior, resulta de gran importancia resaltar que la visión de Morgan acerca de la geografía no es la de una simple adición de rasgos, puestos unos al lado de los otros para que de su sumatoria resulten el territorio o la geografía, sino que se trata de una concepción que los toma como una totalidad, cuyos elementos componentes están articulados en una unidad. La geografía “es un global”, una unidad de lo diverso.

¿Cual es el elemento que articula internamente todo el territorio hasta hacer de él una unidad real y no solamente pensada? Del texto de Morgan (1962: 47) se puede concluir que se trata de los caminos, que lo recorren en direcciones bien definidas, en particular aquella vía principal que lo atraviesa en su totalidad y que va de oriente a occidente, pero también los caminos menores, que lo cruzan perpendicularmente por distintos lugares y que se dirigen de norte a sur. Nos recuerda: “un camino central pasaba a través del estado, yendo de este a oeste, y era intersectado verticalmente en múltiples lugares por otros caminos”.

Es claro —así los presenta Morgan—, que se trata de caminos que tienen una orientación, una dirección, la cual se extiende también a la totalidad el territorio. Su entretejido (véase el mapa citado, 1962) configura la estructura esquemática del territorio en tanto que una casa larga.

Básicamente, cada una de estas casas se construye con postes anclados verticalmente sobre el piso, entre los cuales va una ajustada armazón de palos; los postes están unidos entre sí por vigas horizontales fuertemente amarradas con bejucos. Sobre esta estructura se eleva un techo de corte triangular o semicircular. Tanto las paredes como el techo están recubiertos con largas tiras de corteza de olmo, unidas con fibras o con astillas a la armazón de palos. El interior de cada casa se encuentra dividido en espacios de seis a ocho pies de ancho, abiertos por completo hacia el “pasadizo” de circulación, que va por el centro, atraviesa la casa en dirección oriente-occidente y establece el lazo de unión entre las dos puertas, colocadas una en cada extremo. En este corredor están emplazados los fuegos; los ocupantes de cada cuatro compartimientos, dos de cada lado, utilizan en conjunto uno de ellos (Morgan 1965: 126).

En los Gráficos Nos. 4 y 5 podemos apreciar algunas de las características esquemáticas de la vivienda que fundamentan la relación de la casa larga con la concepción territorial de los iroqueses.


Cada casa tiene unos veinte apartamentos, que ocupan familias relacionadas por lazos consanguíneos que se establecen por línea femenina. Uno de los espacios está destinado para el almacén, en donde se guardan en común las provisiones obtenidas por todos los habitantes de la casa, bien sea en los trabajos comunes, bien en aquellos de naturaleza individual; otro, en ocasiones, se reserva para el alojamiento de los visitantes. Las varias familias se distribuyen en el interior con una cierta diferenciación que no implica desigualdad: una se encarga de guardar o vigilar la puerta y las otras se agrupan alrededor de los distintos fuegos, siguiendo la dirección este-oeste (Morgan 1965: 126-127).


Esta misma clase de distribución de las familias en el interior de la casa se presenta también, como hemos visto, en el asentamiento de las naciones iroquesas dentro de su espacio territorial, en el noroeste de lo que hoy son los Estados Unidos:
Como los sénecas eran los hereditarios “Guardianes de la Puerta” de la casa larga, en la forma figurativa como se designaban unos a otros, les correspondía el primer fuego; y a los mohawks el quinto. Entre los cayugas y los onondagas, en donde estaba el tercer fuego, la línea limítrofe no estaba muy bien definida (Morgan 1962: 42).
Así como la Liga es la unión de cinco naciones, autónomas para todos los demás efectos, y su Consejo de sachems, cuando se reune alrededor de los fuegos, representa la autoridad que se ejerce sobre toda la población, unificándola, dando lugar a la Confederación, asimismo los caminos unen entre sí, en un solo gran territorio, las regiones habitadas por cada nación y por cada tribu; y recordemos que la unidad que Morgan llama tribu en su texto sobre la Liga de los Iroqueses es la misma gens de La sociedad primitiva.

De no ser así, estas zonas estarían dispersas, cerrada cada una sobre sí misma, separadas por límites infranqueables, carentes de unidad. El entramado de los caminos es lo que hace la unidad de los muy diferentes lugares, ambientes, recursos, accidentes, asentamientos y naciones, y da origen a una unidad territorial —y, por lo tanto, social— a partir de la diversidad física, geográfica.

Pero no son solo caminos inertes, que simplemente están ahí. Se trata de caminos que se recorren, que conducen de un sitio a todos los demás, que unen los lugares entre sí, como ensartándolos, que los tejen. “Durante siglos y siglos y por pueblo tras pueblo, estos antiguos y profundamente hollados caminos han sido recorridos por el hombre pielroja” (Morgan 1962: 48).

El propio sistema que Morgan sigue para presentarnos su exposición es el de efectuar un recorrido por tales caminos, en una dirección y en un orden. Los distintos lugares, los variados asentamientos, las diversas poblaciones y accidentes geográficos, los bosques, los lagos, toda la inmensa variedad de la gran casa larga iroquesa se ofrece a nuestros ojos siguiendo un ordenamiento dado por estos recorridos, “vemos” cada elemento como si miráramos al pasar por los caminos. Este recorrido, hecho de la mano de Morgan, construye para nosotros el territorio, del mismo modo que con el recorrer de sus caminos los iroqueses lo construyen para sí mismos, lo hacen una unidad real, lo organizan:
Puesto que el camino indio central pasaba por todo el centro de la casa larga, como también por la mayor parte de Nueva York, es preferible comenzar a seguir su ruta desde el Hudson y continuarla a través del estado. Este será el método más adecuado para presentar todos los sitios de parada, tal como están distinguidos con sus nombres apropiados en los dialectos de los iroqueses, así como las aldeas indias que bordean esta extensa ruta (Morgan 1962: 414-415).
Morgan muestra que los intercambios de los iroqueses se realizan por estos caminos, que por ellos circulan interminables caravanas de gentes que convergen hacia el lugar de los consejos o de los festivales, que por ellos se deslizan veloces las partidas de guerra que marchan a atacar al enemigo. Más adelante recalca que por ellos van raudos los corredores, mejor estaría decir los recorredores, que marchan en parejas y portan la palabra, pues su tarea es llevar los mensajes de un sitio a otros, a través de toda la inmensa vastedad del territorio. En los recorridos, la palabra organiza, articula, hace de la Liga una realidad, pese a lo diverso de su conformación, a lo apartado de los lugares, a la variedad de las lenguas.

Es importante hacer aquí un breve paréntesis para anotar que también entre nosotros los indios dicen que “organizar es recorrer”, y recorrer ha sido una actividad fundamental en los procesos de organización que se viven en las comunidades indígenas del Cauca y de Nariño. Así lo dice la cartilla del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) Cómo nos organizamos (1974: 7), al contar de qué manera creció la organización con los recorridos que realizaron sus primeros dirigentes por todas las parcialidades del oriente del Cauca. En Nariño, el impulso fundamental del movimiento se inició con un recorrido que comenzó en el resguardo de Males (Córdoba) y unió con los de Chiles, Panam, Cumbal, Muellamués. Después vino otro que siguió los límites establecidos en los títulos de los resguardos del gran Cumbal (Indígenas Pastos del Gran Cumbal 1982).

Este recorrer los linderos, tal como aparecen en los títulos y sobre todo en la memoria de los mayores, ha sido uno de los “trabajos” más notorios en la defensa de los resguardos del suroccidente del país, pues confieren una realidad palpable a los territorios por los cuales se lucha y constituyen una forma importante de apropiación de los mismos.

Morgan dice que el gran camino principal de los iroqueses está orientado, o mejor sería decir occidentalizado, de oriente a occidente; de este modo sigue el camino del sol y reproduce la dirección que configura el eje básico de la vivienda, de la casa larga. Esta direccionalidad es básica en el pensamiento de muchos indígenas en Colombia, los guambianos por ejemplo. Esta es la dirección del viento propio, el viento del páramo, que prevalece sobre el viento de lo caliente que trae las lluvias (Vasco, Dagua y Aranda 1990: 11; 1991: 10 y 14-16; 1993: 11).

Para tratar de captar la importancia que esta orientación puede llegar a tener en la vida de una sociedad, recordemos que una gran parte del conflicto ideológico chino-soviético de los años 60 giró en torno a la afirmación de Mao Tse-tung (citado por Renmin Ribao 1964: 39-40): “El viento del este prevalece sobre el viento del oeste”.

Así mismo dicen los guambianos y por eso, en las representaciones gráficas de su bandera, ésta ondea en la dirección este-oeste, al contrario de como se muestran las banderas occidentales. También en el trabajo de sus sabedores tradicionales tal sentido tiene un papel y produce resultados que son fundamentalmente distintos de aquellos que se alcanzan cuando se actúa en direcciones diferentes.

NACIÓN NORTEAMERICANA E IROQUESES

Toda el trabajo de análisis de los iroqueses que Morgan efectúa está estrechamente ligado con el destino de los Estados Unidos y no solamente con el de los indios; ello también lo justifica:
Hemos seguido las perdidas huellas de los iroqueses a través de sus territorios durante varios centenares de millas, y reconstruido algunos de los nombres que se empleaban durante la era de la ocupación india. Puede ser que hechos de esta naturaleza no tengan un interés general; pero finalmente encontrarán un lugar adecuado dentro de nuestra herencia aborigen. Los caminos de nuestros predecesores indios han sido realmente destruidos y la faz de la naturaleza ha sido transformada; pero no se puede dejar de lado tan fácilmente toda memoria de los días de la supremacía india. Algún día ella tendrá “un lugar en nuestra historia” (Morgan 1962: 440, subrayado mío).
Con esta última afirmación, Morgan (1962: 440-441) retoma las palabras que un jefe indio cayuga, Wä-o-wo-wa-no’-onk, pronunció en 1847:
El Empire State, como a ustedes les gusta llamarlo, estuvo una vez rodeado por nuestros caminos, que iban desde Albany hasta Buffalo, —caminos que hemos andado durante siglos, —caminos que se han hundido profundamente por las pisadas de los iroqueses, y que se han convertido en vuestras rutas de viaje del mismo modo como vuestras propiedades se han nutrido a costa de aquellas de mi pueblo. Vuestras carreteras atraviesan aún las mismas líneas de comunicación que unían una parte de la casa larga con la otra. ¿Acaso nosotros, los primeros poseedores de esta próspera región, no tendremos un lugar en vuestra historia? Vuestros padres se alegraron de haber llegado al umbral de la casa larga. Nuestros antepasados pudieron arrojarlos de allí a patadas y lanzarlos al mar, cuando los franceses atronaban en el lado opuesto para conseguir un paso a través de nuestra casa; cualquiera que hubiese sido la suerte de los otros indios, los iroqueses podrían ser aún una nación, y yo, en lugar de rogar aquí por el privilegio de vivir dentro de vuestras fronteras, yo, tendría fuerza por tener mi propio país.


 
 
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