Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
LEWIS HENRY MORGAN: CONFESIONES DE AMOR Y ODIO
 

VIII: FORMACIÓN DE LA HUMANIDAD

En el camino de establecer y conceptualizar la existencia de una historia universal y, con base en ella, elaborar una teoría general de la historia, cobran gran importancia las ideas de Morgan acerca de cómo transcurrió el proceso de humanización que dió origen a una humanidad única aunque diversa, es decir, que estableció las bases de la unidad esencial de todos los seres humanos. A su estudio dedicaré el presente capítulo.

CREACIONISMO, DEGRADACION HUMANA Y RACISMO

Las doctrinas creacionistas que colocaban el origen de la humanidad en manos de un dios creador, especialmente en las del dios católico, estaban en pleno vigor en la época de Morgan. Cosa semejante acontecía con aquellas que explicaban la existencia de sociedades, como las aborígenes americanas, diferentes de las europeas o de las originadas en Europa, con la idea de una degeneración de la forma de humanidad creada por dios, ocurrida como consecuencia de un castigo divino. Para Morgan (1970a: 12), estas ideas no presentaban ninguna validez:
La tesis de la degradación del género humano, para explicar la existencia de salvajes y bárbaros, ya no es sostenible. Apareció como corolario de la cosmogonía mosaica y fue admitida en razón de una supuesta necesidad que no existe ya. Como teoría no solamente es insuficiente para explicar la existencia de salvajes, sino que también carece de base en los hechos de la experiencia humana.
Según él, los descubrimientos científicos de ese entonces las refutaban sin dejar lugar a dudas, al mostrar que la aparición previa de ciertos elementos era condición necesaria para la aparición subsiguiente de otros:
No dejo de comprender que las opiniones aquí expuestas se oponen a un juicio que durante siglos ha tenido general aceptación. Me refiero a la hipótesis de la degradación del hombre como explicación de la existencia de bárbaros y salvajes, a los cuales se los encontró física y mentalmente en un nivel mucho más bajo del que se suponía debía ocupar el presunto hombre original. Jamás fue este un postulado científico apoyado en hechos. Es refutado por las series conexas de inventos y descubrimientos, por el desarrollo progresivo del sistema social y por las formas sucesivas de familia [...] Desafortunadamente para la hipótesis de la degradación, los inventos y descubrimientos se habrían sucedido unos a otros; el conocimiento de la cuerda debió preceder al arco y flecha, así como el conocimiento de la pólvora debió preceder al arma de fuego y el de la máquina de vapor al ferrocarril y al buque de vapor; asimismo, las artes de subsistencia se siguieron unas a otras con largos intervalos de tiempo, y las herramientas del hombre pasaron por ser hechas de pedernal y piedra antes de llegar a ser fabricadas de hierro. De la misma manera, las instituciones de gobierno son desenvolvimientos de un germen primitivo de pensamiento [...] La antigüedad del hombre sobre la tierra está ahora establecida sobre un cuerpo de evidencias suficiente para convencer a las mentalidades desprejuiciadas (Morgan s.f.: 513-515).
Además, Morgan (s.f.: 513-514) estaba firmemente convencido de que estas falsas teorías constituían la base ideológica en que se sustentaban el racismo y la discriminación contra los indios y otros pueblos no europeos, razón de más para combatirlas:
Esta hipótesis de la degradación conduce a otra conclusión necesaria, a saber, la de considerar a todos los pueblos de la humanidad no vinculados al ario o al semítico como pueblos anormales — pueblos que habrían decaído por degeneración a partir de su estado normal [...] Como estas mismas tribus [aria y semítica] provienen remotamente de antepasados bárbaros, y más remotamente aún, de ancestros salvajes, la distinción entre pueblos normales y pueblos anormales se derrumba.
A estas ideas sobre la degeneración de algunos sectores de la humanidad, Morgan contrapone una idea que comparte con los evolucionistas de su tiempo. Según Lowie, “los evolucionistas reiteraron con incesante empeño que la nota dominante en la historia de nuestra especie es el movimiento ascendente” (1981: 33).

Pero, una vez que ha logrado desechar tales hipótesis, le es necesario abordar el problema desde otro punto de vista, emprender un camino diverso para suministrar una explicación que sí responda a las nuevas necesidades surgidas del desarrollo de la ciencia. El evolucionismo lo provee de un marco conceptual y metodológico para este intento, con base en el cual postula la existencia de tres grandes períodos en la historia humana, en cuyo transcurso el ser humano se elevó desde la animalidad hasta la civilización.

“LA INFANCIA DE LA HUMANIDAD”

Como punto de partida de dichos períodos, el estadio inferior del salvajismo constituye el momento durante el cual se formaron los humanos, y adquirieron las potencialidades cuyo desenvolvimiento haría de ellos lo que han llegado a ser hoy y, por supuesto, lo que serán después. Este estadio “comenzó con la infancia del hombre”. Es el período de su constitución, pues durante su transcurso el ser humano no lo es aún, es el período de la transformación de los primates superiores en seres humanos y del comienzo de la palabra articulada, base esencial para la conformación del pensamiento, de los primeros conceptos. “No existe arte ni institución que pueda referirse a este período; y solamente una invención, la del lenguaje, se puede ligar con una época tan remota” (Morgan 1970a: 22-23).

Morgan propone la existencia de un estadio anterior al salvajismo inferior, en el cual no hay ni organización ni normas de ninguna naturaleza: el estado de promiscuidad —no la familia promiscua, como en forma errónea le atribuyen algunos autores—, que es anterior a la familia y aun a la horda y por lo tanto absolutamente prehumano. La horda es ya una forma de organización humana, determina la familia consanguínea y es incompatible con la promiscuidad.
[Cuando el ser humano apenas comienza a tener acceso al conocimiento y el uso del fuego] aparece, no solo como un niño en la escala de la humanidad, sino también como poseedor de un cerebro en el que no ha penetrado ni un solo destello o concepto traducido por estas instituciones, invenciones y descubrimientos; en una palabra, se halla al pie de la escala, pero, potencialmente, es todo lo que ha llegado a ser después. Con la producción de inventos y descubrimientos y con el desarrollo de instituciones, la mente humana necesariamente creció y se extendió; y debemos reconocer un gradual aumento de la masa encefálica misma, particularmente en su parte cerebral (Morgan s.f.: 36, subrayado mío).
CÓMO EL SER HUMANO APRENDIÓ A PENSAR

En la visión de Morgan, entonces, la humanización es el proceso de formación de los primeros conceptos en el cerebro de los primates superiores en camino de hacerse humanos y, con ellos, la conversión del cerebro de estos homínidos en cerebro humano, conceptos que necesariamente son sencillos y de carácter elemental, pero que constituyen ya los gérmenes de pensamiento que la humanidad, mediante su experiencia continuada, desenvolverá hasta alcanzar la civilización.

Por supuesto, no se trata de que estos conceptos aparezcan de la nada o sean impresos en la mente humana por alguna especie de revelación divina, al contrario, se originan mediante un proceso arduo, difícil, prolongado, pero, finalmente exitoso:
La lentitud de este crecimiento mental en el período del salvajismo era inevitable por la extrema dificultad de hacer surgir el invento más sencillo de la nada, o casi de la nada, para que auxiliara el esfuerzo mental; y de descubrir alguna substancia o fuerza natural aprovechable en tan ruda condición de vida [...] Las primeras invenciones y las primeras organizaciones sociales fueron indudablemente las más difíciles de adquirir y, por consiguiente, estaban separadas entre sí por los intervalos de tiempo más largos (Morgan s.f.: 36-37, subrayado mío).
Pero, nos dice Morgan, una vez que surgen las primeras bases materiales y conceptuales, el progreso avanza en “razón geométrica”, porque su ritmo es acumulativo. “Toda brizna de saber absoluto que se conquistó, se hizo factor de nuevas adquisiciones, hasta alcanzar la actual complejidad de los conocimientos” (1970a: 37-38).

Las primeras invenciones fundamentales son, pues, la recolección de plantas y pequeños animales, el lenguaje articulado y, para culminar este período, el descubrimiento del uso del fuego, que posibilita a los humanos una subsistencia a base de pescado y, con ella, el poder abandonar su morada restringida y extenderse por la tierra siguiendo el curso de los ríos.

En cuanto a las organizaciones sociales, las primeras, como la familia y la organización con base en categorías de sexo, no son invenciones de la misma naturaleza de aquellas de tipo material. Se trata, en cambio, de conceptos que encarnan en instituciones; pero estas no aparecen de la nada, existen ya en los remotos antepasados del ser humano, en los primates superiores de los cuales proviene.

Lo nuevo, lo específicamente humano, es el concepto, la adquisición de la capacidad de pensar sobre esas instituciones y, por consiguiente, de moldearlas, es decir, de hacer un reconocimiento social de aquellos elementos naturales de organización no humana, como ocurre, por ejemplo, con los sistemas de consanguinidad y afinidad. El ser humano no los inventa, solamente se limita a pensar sobre los lazos de sangre que ya existen entre los primates superiores para garantizar su reproducción y vida en común, proceso mediante el cual reconoce o acepta algunos y “desecha” o ignora los demás. Al hacerlo, los transforma en la institución humana del parentesco, al mismo tiempo que estructura su cerebro:
Un sistema de consanguinidad se fundamenta en una comunidad de sangre, pero constituye la expresión formal y el reconocimiento de estos lazos [...] Un ordenamiento formal de los más inmediatos parientes de sangre, la adopción de un método para distinguir un pariente de otro y para expresar el grado relativo de las relaciones debió ser uno de los más tempranos actos de inteligencia humana (Morgan 1970b: 10).
Nuestros antepasados no se humanizaron al adquirir una capacidad abstracta de pensar, para luego, recién formados, comenzar a utilizarla para reflexionar sobre el mundo que los rodeaba —o sobre sí mismos— como un modo de apropiárselo por la vía del pensamiento, sino que la capacidad de pensamiento apareció cuando la experiencia continuada y mil veces repetida de la humanidad en formación cristalizó en estructuras mentales, en conceptos específicos, en —como los denomina Morgan— gérmenes primarios de pensamiento, cuyo desenvolvimiento como resultado de la experiencia de la vida humana, habría de constituir la historia. Así pues, en términos de Morgan (s.f.: 40-41):
El salvajismo fue el período formativo del género humano. Comenzando en la nada respecto a saber y experiencia, carentes de fuego, de la palabra articulada y de artes, nuestros salvajes progenitores libraron la gran lucha, primero por su existencia y después por el progreso, hasta ponerse a salvo de los animales feroces y lograr una subsistencia permanente [...] La inferioridad del hombre salvaje en la escala mental y moral, sin desarrollo, sin experiencia, bajo el dominio de sus bajos apetitos y sus pasiones animales, aunque se la reconozca a regañadientes, se halla, sin embargo, demostrada substancialmente por los restos del arte antiguo elaborado en implementos de piedra y hueso, por su vida en cavernas en determinadas zonas y por sus restos osteológicos (subrayado mío).
Es decir, que en el salvajismo, especialmente en su estadio inferior, no existían todavía seres humanos propiamente hablando, lo cual concuerda con las apreciaciones actuales de la antropología y la biología que ubican al ser humano pleno, tal como lo caracterizamos hoy, solamente a partir del Homo Sapiens, es decir, desde hace unos 70 o 100 mil años. El trato promiscuo “expresa el estado de salvajismo más bajo que pueda concebirse; representa el pie de la escala. En esta condición el hombre se distinguía apenas de los animales sin lenguaje que lo rodeaban” (Morgan s.f.: 507).

Este es, también, el planteamiento de Marx (1971b: 49): “Los pueblos de cazadores y de pescadores no han llegado al punto en que comienza efectivamente la evolución”. Para Daniel (1981: 136), sin embargo, la teoría de Morgan en este aspecto es incompleta y adolece de varias imprecisiones. No dice, por ejemplo, el lugar de ubicación del habitat original y restringido en donde tuvo lugar todo este proceso.

El “idealismo” de Morgan

Con el fácil expediente de poner fuera de contexto ciertas afirmaciones de Morgan, algunos autores han afirmado que sus concepciones de la forma y las causas del proceso de humanización son completamente idealistas y se contradicen con aquellos de sus conceptos que son materialistas, haciendo ambigua su obra. Godelier (1974: 262) afirma que la idea del desarrollo a partir de unas pocas ideas originales, independientes de todo conocimiento y experiencia, choca con la idea del papel determinante de las relaciones económicas. Para extraer esta conclusión se fundamenta en la siguiente aseveración de Morgan (1970a: 57):
Las ideas originales, independientes en absoluto de experiencia y conocimientos previos, son necesariamente escasas en número. Si fuera posible reducir la suma de las ideas humanas a ideas originales no derivadas, espantaría el bajo número resultante.
A continuación veremos si realmente es esto lo que piensa Morgan. Me parece claro que no considera que las ideas humanas iniciales sean innatas o provenientes de algún ser supremo que las haya creado e infundido; al contrario, dice: “todas las principales instituciones de la humanidad se han desenvuelto a partir de unos pocos gérmenes de pensamiento concebidos en las edades primitivas” (s.f.: 59, subrayado mío).

Y al aclarar cómo funciona el cerebro en ese proceso, agrega (1970a: 57): “El desenvolvimiento de estos gérmenes de pensamiento ha sido dirigido por una lógica natural, que constituía un atributo esencial del mismo cerebro”. Pero, ¿cómo concibe los gérmenes primarios de pensamiento y en qué consiste la lógica natural del cerebro humano? Es necesario buscar las respuestas a estos interrogantes, pues, planteadas las cosas de tal manera, parecería que Godelier tuviera la razón.

Recordemos que, de acuerdo con las palabras de Morgan, en el salvajismo inferior la humanidad se encontraba en su infancia y ”procuraba la formación de un lenguaje articulado [...] poseedor de un cerebro en el que no había penetrado ni un solo destello o concepto traducido por estas instituciones, invenciones y descubrimientos (s.f.: 36, subrayado mío).

Por consiguiente, no se trata de que los conceptos preexistieran a los humanos, sino de la existencia de un momento en que estos no se diferenciaban aún del animal, en que su cerebro no tenía aún ningún concepto y era, por lo tanto, un cerebro animal, en que no existía el lenguaje articulado, aunque este se encontraba en proceso de “ensayo”, en plena “construcción” en relación estrecha con la aparición de las primeras ideas: “Era tan imposible que [...] el lenguaje se hubiese desarrollado con independencia de las ideas que representa y expresa” (Morgan 1972: 443-444).

Por otro lado, como se observa más arriba, las instituciones, invenciones y descubrimientos aparecieron en relación con los conceptos, traduciéndolos, es decir, constituyéndose en su manifestación y base material y permitiendo comprobar su surgimiento. Así, su existencia hizo posible darse cuenta de como, más adelante, aparecieron en la mente humana los primeros conceptos, que “tuvieron su comienzo definido muy temprano en el salvajismo” (Morgan, 1970a: 57, subrayado mío).

Ya vimos también cómo el crecimiento mismo del cerebro requería del auxilio de los inventos y descubrimientos; su nivel aumentaba con base en cada elemento que se adquiría. En esa época, el único patrimonio del salvaje, que era al mismo tiempo la esperanza y la posibilidad de su avance, descansaba “en el vigor de sus pasiones —pues parece haber sido siempre valeroso—, en la posesión de manos físicamente libres y en la aptitud de progreso de sus nacientes cualidades mentales y morales” (Morgan 1972: 423, subrayado mío).

Cabe resaltar aquí la importancia que Morgan concede, como más tarde haría Engels, a la liberación de la mano durante el proceso de humanización, teniendo en cuenta que esta circunstancia permite su utilización para el trabajo, acontecimiento que tiene la mayor importancia. Este es uno de los principales aspectos a través de los cuales Morgan plantea la influencia de la subsistencia sobre el avance de la vida mental humana:
El tercer hecho, el empleo de adobe y de piedra en la edificación de viviendas, permitió introducir un régimen mejorado de vida eminentemente apto para estimular las capacidades mentales y crear los hábitos del trabajo, la fuente fértil de los adelantos (Morgan s.f.: 42).

Los primeros conceptos de propiedad estuvieron íntimamente asociados con la obtención de la subsistencia, que era la necesidad primaria (Morgan 1972: 447).
Los conceptos primarios estaban basados, entonces, en la experiencia y en la actividad material, una parte importante de la cual radica en los procesos de creación de invenciones y descubrimientos novedosos: ”Pero los bienes de propiedad de los salvajes fueron de escasa importancia [...] La pasión por su posesión apenas si se había formado en sus mentes, porque los bienes mismos escasamente existían (Morgan s.f.: 537).

Cuando Morgan se refiere a ideas originales independientes de la experiencia y el conocimiento previos, se está refiriendo a aquellas del ser humano recién surgido del salvajismo inferior. Efectivamente, tales ideas están dadas en hombres y mujeres de esa época porque se han creado durante tal estadio. Cuando emergieron ya formados, al pie de la escala, listos para iniciar su ascenso, lo hicieron con esos pensamientos independientes de toda experiencia y conocimiento humanos, pues estos provenían de la experiencia de la humanidad en formación, de los homínidos y, mucho antes, de los primates superiores. Los humanos nacieron con esas “ideas originales” en sus cabezas. Su historia no es, desde este punto de vista, la historia del origen de esos gérmenes de pensamiento, pues ellos son originarios, sino la historia de su desenvolvimiento.

Lógica natural y gérmenes originarios

El cerebro humano es un producto que se formó durante los primeros tiempos del salvajismo con base en condiciones naturales de tamaño y conformación. La aparición en él de esos primeros gérmenes de pensamiento, lo estructuró, lo dotó de una peculiaridad humana, de una manera de operar, de pensar, de una lógica natural que lo hizo diferente de aquel de los animales. Es decir, que en el proceso de humanización el cerebro no adquirió simplemente la capacidad de pensar en general, en abstracto, sino la de pensar de determinada manera. Es así como las ideas originales se van desenvolviendo bajo la acción conjunta de la experiencia, que obra sobre ellas desarrollándolas de acuerdo con la lógica natural original. Esta lógica fue, pues, un resultado, pero, una vez constituida, se convirtió en un atributo del cerebro y se mantiene actuante en él hasta el presente.

Gérmenes de pensamiento y lógica natural se formaron a un tiempo y se hicieron inseparables. La lógica se formó en el momento de producirse los primeros conceptos, en el acto mismo de su producción. Una y otros son el cerebro mismo como cerebro humano, son sus atributos naturales como natural es el propio curso de la humanización, ocurrido al interior de la naturaleza como proceso mediante el cual esta se hizo autoconsciente. Una vez que el ser humano “aprendió a pensar”, ha continuado haciéndolo siempre de la misma manera. La experiencia permite el desenvolvimiento y el progreso de esa estructura básica, pero no puede cambiarla o, al menos, no lo ha hecho hasta hoy.

Pensamiento, inventos, instituciones aparecen estrecha e indistinguiblemente relacionados en el avance de la humanidad, pues son las herramientas, las armas con las cuales el ser humano libra la lucha por su existencia y crecimiento en contra de los obstáculos que la naturaleza le opone:
De estos esfuerzos [los del salvajismo inferior] surgieron, gradualmente, un lenguaje desarrollado y la ocupación de la superficie entera de la tierra. Pero la sociedad, dado su carácter rudimentario, estaba incapacitada todavía para una organización numerosa [...] Los primeros inventos debieron ser los más difíciles de lograr a causa de la debilidad de su poder de razonamiento abstracto. Cada logro substancial de conocimiento que se alcanzara daría la base para posteriores avances; pero esto debió mantenerse apenas perceptible durante siglos, equilibrándose casi los obstáculos al progreso con las energías desplegadas para vencerlos. Las conquistas del salvajismo no son particularmente descollantes en su carácter, pero representan una asombrosa cantidad de labor persistente con medios endebles, continuada a través de largos períodos de tiempo, antes de alcanzar un grado razonable de perfección (Morgan s.f.: 40-41, subrayados míos).
La base material: artes de subsistencia

Las artes de subsistencia han desempeñado un papel de gran importancia en los procesos de humanización y en los consiguientes de desenvolvimiento de los conceptos resultantes de los primeros, es decir, a lo largo de toda la historia humana:
Mediante la práctica de estas artes [de subsistencia] y por la experiencia cosechada por las instituciones sociales, el género humano ha avanzado bajo una ley necesaria de desarrollo, aunque su progreso puede haber sido substancialmente imperceptible durante siglos (Morgan s.f.: 58, subrayado mío).
Sin embargo, la idea de que Morgan consideraba la vida social como determinada por las artes de subsistencia es una hipótesis que queda por comprobar. Díaz-Polanco (1983: 189-190), asimilando los conceptos de experiencia y artes de subsistencia, sin bases suficientes a mi manera de ver, la formula de la siguiente manera: “El dominio del hombre sobre las artes de subsistencia le permite pasar de una etapa a otra. Es la idea de Engels de que el hombre se crea a sí mismo a través del dominio cada vez mayor sobre la naturaleza”.

Para probar su aseveración, este autor trae a cuento la afirmación de Morgan (1970a: 22): “el hecho importante de que el hombre comenzó al pie de la escala, y se elevó, está demostrado expresivamente por la sucesión de sus artes de subsistencia”. Texto que en mi opinión no permite comprobar tal hipótesis, pues solo se refiere a que el crecimiento humano está “demostrado” por las artes de subsistencia, pero nada afirma acerca de su determinación por las mismas. Y ello a pesar de que este desarrollo de las artes de subsistencia se fundamenta en nuevos inventos y descubrimientos.

Si pudiera demostrarse que ese es el pensamiento de Morgan, coincidiría con aquel que sustentaron Marx y Engels (1968: 31) al respecto: “Los hombres tienen historia porque se ven obligados a producir su vida y deben, además, producirla de un determinado modo: esta necesidad está impuesta por su organización física, y otro tanto ocurre con su conciencia”.

Pero sí es posible afirmar que Morgan considera el desarrollo de la experiencia material como base fundamental y necesaria para el desenvolvimiento de los conceptos. Esto está corroborado por los siguientes párrafos suyos (Morgan s.f.: 536), que cito en extenso;
[La humanidad] lenta, casi imperceptiblemente, avanzó a través del salvajismo, desde el lenguaje gesticulado y de sonidos imperfectos hasta la palabra articulada; desde el garrote, como arma primera, hasta el dardo con punta de pedernal, y, finalmente, hasta el arco y la flecha; desde el cuchillo y el cincel de pedernal al hacha y el percutor de piedra; desde el cesto de mimbre o cañas, hasta el cesto cubierto de arcilla que le proporcionó una vasija para cocer los alimentos al fuego, y, finalmente, hasta el arte de la alfarería, que suministró una vasija capaz de resistir el fuego. En cuanto a los medios de subsistencia, adelantó desde los frutos silvestres de una región limitada hasta los peces y mariscos de las costas del mar, y, por último, hasta las raíces comestibles y la caza. Corresponden al estadio del salvajismo, además de lo antes mencionado, la fabricación de cuerdas e hilos con filamentos de corteza de árbol, una especie de tela hecha con pulpa vegetal, la curtiembre de pieles para vestirse o para construir tiendas, y, finalmente, la vivienda hecha de troncos y con techo de corteza, o bien de tablas hechas de troncos hendidos por medio de cuñas de piedra. Entre los inventos menores pueden mencionarse el taladrado por medio del fuego, el mocasín y el calzado para la nieve.

Antes de terminar este período, la humanidad había aprendido a mantenerse unida en número suficiente, en comparación con los tiempos primitivos; se había propagado por la faz de la tierra y se había apropiado de todos los medios favorables para el progreso humano existentes en los continentes. En la organización social había progresado desde la horda consanguínea hasta la tribu organizada en gentes, adquiriendo así los gérmenes de las principales instituciones de gobierno.
Esta determinación del desenvolvimiento de los conceptos por la experiencia humana es explícita desde el primer párrafo de La sociedad primitiva:
Las más recientes investigaciones acerca de la condición primitiva de la raza humana, tienden a demostrar que la humanidad inició su carrera al pie de la escala y trabajó su ascenso, del salvajismo a la civilización, mediante las lentas acumulaciones de la ciencia experimental [...] En las páginas que siguen se tratará de presentar nuevas evidencias de lo rudimentario de la condición primitiva de la humanidad, de la gradual evolución de sus facultades mentales y morales a través de la experiencia y de su prolongada lucha con los obstáculos que se le opusieron mientras se habría camino hacia la civilización (Morgan s.f.: 3, subrayados míos).
Cuando se refiere a la propiedad, el planteamiento es igualmente inequívoco en relación con la experiencia:
La idea de la propiedad se formó lentamente en el pensamiento humano, permaneciendo naciente y débil durante períodos inmensos de tiempo. Después de aparecer en el salvajismo, se requirió toda la experiencia de este período y del subsiguiente de barbarie, para que se desarrollara su gérmen y el cerebro humano se preparara para la aceptación de su influencia de dominación (Morgan s.f.: 5-6, subrayado mío).
Pero es claro que nada nos permite afirmar que Morgan considerara experiencia y artes de subsistencia como conceptos idénticos.

FUNDAMENTOS DE LA UNIDAD HUMANA

El proceso de humanización ocurrió solo una vez, en un único lugar y, como resultado de ello, la especie humana es una y su cerebro ha sido el mismo durante toda su existencia:
Con un mismo principio de inteligencia y una misma forma física, en virtud de un origen común, los resultados de la experiencia humana han sido substancialmente los mismos en todos los tiempos y en todas las regiones de la misma condición étnica. El principio de inteligencia, aunque restringido en sus poderes dentro de estrechos límites de variación, busca indefectiblemente las mismas normas ideales. En consecuencia, sus procedimientos han sido uniformes a través de todas las etapas del progreso humano. No podría haber otro argumento acerca de la unidad de origen del hombre que, por su carácter, sea más satisfactorio que este. Un principio común de inteligencia está presente tanto en el salvaje como en el bárbaro y en el hombre civilizado (Morgan s.f.: 562).
El cerebro del ser humano actual es el mismo que el del pasado, con el agregado de los resultados de toda la evolución humana:
Poseemos el mismo cerebro, perpetuado por la reproducción, que funcionaba en el cráneo de bárbaros y salvajes de tiempos remotos; y lo hemos heredado cargado y saturado de los pensamientos, aspiraciones y pasiones que lo colmaban en los períodos intermedios. Es el mismo cerebro que ha crecido en edad y en tamaño con la experiencia de los siglos (Morgan s.f.: 59).
Esta uniformidad del cerebro produce una experiencia igualmente uniforme, dentro de ciertos límites y con variaciones que no son esenciales:
La mente humana, específicamente la misma en todos los individuos, tribus y naciones del género humano, limitada en el alcance de sus facultades, obra y debe obrar por los mismos cauces uniformes y dentro de estrechos límites de variación. Sus conquistas en regiones separadas en el espacio y en períodos ampliamente distantes en el tiempo, se articulan en una cadena, lógicamente entrelazada, de experiencias comunes. Todavía es posible distinguir, dentro del gran conjunto, los pocos gérmenes primarios de pensamiento que, al actuar sobre las necesidades primarias de la humanidad y a través del proceso natural de desenvolvimiento, produjeron tan vastos resultados (Morgan s.f.: 262, subrayado mío).
Si la hominización se hubiese dado en varias épocas y/o en varios lugares del mundo, sería posible que las ideas primarias y la lógica natural del cerebro fuera diversas en la humanidad, que hubiese distintos tipos de cerebros y de humanos, pero, hasta donde se conoce, y es lo que cree Morgan, la humanización se presentó una única vez, de ahí la uniformidad.

No existen, entonces, un pensamiento del primitivo y otro del civilizado, uno del salvaje y otro del ser humano moderno, uno prelógico y otro lógico (Lévy-Bruhl 1974), al contrario, se trata del mismo sistema de pensamiento para toda la humanidad. Así fue planteado por Morgan y así sería redescubierto por Lévi-Strauss (1964) casi un siglo después.

Antecedentes de esta idea acerca de la unidad humana de pensamiento venían dándose desde épocas anteriores a Morgan. Adarve (1990: 352) cita, por ejemplo, a Lafitau: “El fundamento de la religión de los salvajes de América es el mismo que el de los bárbaros que ocuparon Grecia y se extendieron por Asia y el mismo que sirvió luego de fundamento a toda la mitología pagana”.

La visión que desarrolla Morgan sobre el proceso de humanización lo llevó, finalmente, a plantear la unidad de la humanidad, cimiento conceptual fundamental para toda su estrategia metodológica. La unicidad del cerebro humano es la base esencial que confiere carácter unitario a la especie humana y permite, por lo tanto, una historia de la humanidad, una historia universal.

Pero el pensamiento no es una suma de ideas separadas, sino un sistema que permite y constituye la estructuración misma del cerebro:
El desenvolvimiento de estos gérmenes de pensamiento ha sido dirigido por una lógica natural que constituía un atributo esencial del mismo cerebro. Tan sin yerro ha ejecutado este principio sus funciones en todas las condiciones de la experiencia y en todos los períodos de tiempo, que sus resultados son uniformes, coherentes y de direcciones predecibles. Estos resultados, por sí solos, con el tiempo, darán pruebas convincentes de la unidad de origen de la humanidad. La historia mental del género humano, tal como la revelan instituciones, invenciones y descubrimientos, es presumiblemente la historia de una sola especie, perpetuada a través de individuos y desarrollada por la experiencia (Morgan s.f.: 59-60).
Pero la unidad del cerebro y de sus estructuras de pensamiento, su lógica natural, no es el único argumento que sirve a Morgan para plantear la unidad de la historia humana. Es cierto que la postula con base en que el cerebro humano es uno, salido de un único proceso de humanización, con una lógica que es la misma para todos los seres humanos y que opera a partir de unos gérmenes comunes de pensamiento, que surgieron —se imprimieron en el cerebro, dice él— durante el proceso de humanización. Empero, a esta base hay que agregar otra: la uniformidad de la experiencia:
Se puede observar, finalmente, que la experiencia del género humano ha transcurrido por cauces casi uniformes; que las necesidades humanas bajo condiciones similares han sido esencialmente las mismas, y que las operaciones del principio mental han sido uniformes en virtud de la identidad específica del cerebro en todos los pueblos de la humanidad. Esta, sin embargo, es solo una parte de la explicación de la uniformidad de los resultados (Morgan s.f.: 8, subrayados míos).
Morgan (1970a: 21) constata, además, que las artes, instituciones y modos de vida en un mismo estadio, son esencialmente idénticos en todos los continentes; además, considera que:
Los gérmenes de las instituciones principales y artes de la vida se desarrollaron mientras el hombre era aún un salvaje. En una medida muy grande, la experiencia de los períodos subsiguientes de barbarie y de civilización se ha invertido en el mayor desenvolvimiento de estas concepciones originales (s.f.: 8).
¿HAY UNA TELEOLOGÍA EN MORGAN?

En el campo de las discusiones sobre el origen y el desarrollo humanos, se debate otro tema que analizaré ahora en relación con Morgan. Es el problema de si se concibe que hay un finalismo en todo este proceso. A primera vista se podría creer que Morgan piensa que la meta de la civilización estaba decidida, marcada, desde el comienzo de la historia humana, que todo lo ocurrido a la humanidad a lo largo de su existencia ha tendido a un fin predeterminado desde el primer principio. Así parece en los siguientes textos:
[Cuando el hombre] hubo inventado el horno, y producido hierro a partir del mineral, los nueve décimos de la batalla por la civilización estaban ganados. Provista con herramientas de hierro capaces de conservar filo y punta, la humanidad tenía la seguridad de alcanzar la civilización (Morgan s.f.: 42-43, subrayados míos).

...las instituciones principales de la humanidad se han desarrollado sobre la base de unos pocos gérmenes primarios del pensamiento; y que el curso y manera de su desarrollo estaban predeterminados, como también restringidos dentro de límites estrechos de divergencia, por la lógica natural de la mente humana y las limitaciones necesarias de sus facultades (s.f.: 18, subrayado mío).
Mirando hacia el pasado

Pero no es como parece. Si recordamos cuál es la metodología propuesta por él para desarrollar el capítulo de La sociedad primitiva en donde se encuentran estas afirmaciones, nos damos cuenta de su verdadero punto de vista. Se trata de tomar el presente como punto de partida y luego avanzar hacia atrás, procedimiento posible y necesario debido al carácter de la historia humana:
Al reascender a través de las diversas líneas del progreso humano hacia las edades primitivas de la existencia del hombre y descartar, uno por uno, sus instituciones, invenciones y descubrimientos principales, en el orden en que han hecho su aparición, se comprenderá el adelanto realizado en cada período [...] Antes que el hombre pudiese alcanzar el estadio civilizado, le fue necesario adquirir todos los elementos de civilización [...] El desarrollo progresivo que la historia registra en el período de la civilización, no era menos cierto para el hombre en cada uno de los períodos anteriores (Morgan s.f.: 29).
Una vez que los griegos obtuvieron el estadio de la civilización, al mirar desde ese momento hacia el pasado:
Les era evidente que existía cierta secuencia en la serie de invenciones y descubrimientos, como también cierto orden en el desenvolvimiento de las instituciones, a través de los cuales la humanidad había avanzado desde el estado del salvajismo hasta la época de Homero (Morgan s.f.: 44).
La visión morganiana de la historia y del método para desentrañar en ella la relación del pasado con el presente, sigue el mismo lineamiento metodológico del Marx (1962: 65) que nos plantea que esto es así porque “el producto no es, después de todo, más que el resúmen de la actividad, de la producción”. Además:
La sociedad burguesa constituye la organización histórica de la producción más desarrollada y más diversificada. Las categorías que expresan las relaciones de esta sociedad y aseguran la comprensión de sus estructuras, nos permiten al mismo tiempo entender la estructura y las relaciones de producción de todas las sociedades pasadas [...] La anatomía del hombre da la clave de la anatomía del mono. Las virtualidades que anuncian una forma superior en las especies animales inferiores no pueden comprenderse sino cuando la forma superior misma es finalmente conocida. Así es como la economía burguesa nos da la clave de la economía antigua” (Marx, 1971b: 47, subrayado mío).
Esta visión retrospectiva de la historia hace posible saber cuál es el nivel alcanzado por ella hasta el presente y cuáles los elementos que condujeron a él, saber a dónde se ha llegado y qué fue preciso para ello. Pero no es posible intuir todo esto con antelación, ni la civilización está predeterminada para la humanidad desde sus comienzos. Nadie hubiera podido preverla en esas épocas remotas ni trabajar conscientemente para alcanzarla. En esos tiempos, la civilización no existía ni en la realidad ni en la mente. Solo con la perspectiva que da el mirar hacia atrás podemos saber hoy que una parte de la familia humana se encontraba, en las postrimerías del período de la barbarie, en los “umbrales de la civilización” y que, finalmente, unas cuantas de sus familias más adelantadas llegarían a ella (Morgan 1972: 57). Por eso, en lugar de que esté prefijado desde el primer principio el momento y lugar de su aparición:
La civilización debe considerarse como un accidente circunstancial. Seguramente se la lograría en algún momento; pero es un hecho extraordinario que se la conquistara cuando lo fue [...] Nos vemos obligados a reconocer que tanto ella como el momento en que se logró fueron el resultado de una serie de circunstancias fortuitas (Morgan s.f.: 563).
O sea, que Morgan considera que la civilización, dadas las condiciones que la antecedieron, era una necesidad, pero fueron las circunstancias “accidentales” del momento las que determinaron que se diera en ese instante, en ese lugar y con las características con que se dió.

Miembro de una humanidad que ha alcanzado la civilización moderna, Morgan despliega su mirada hacia el pasado, entonces puede conocer la significación que tuvieron el descubrimiento de la fundición del hierro y el de otros elementos para permitir lograrla, pero esto no quiere decir que haya habido algo en esa época de la barbarie que determinara fatalmente la civilización ni que permitiera predecirla.

Entonces, el avance de la historia es el resultado de la acción conjunta de causalidad y casualidad, tal como lo plantea también Engels (1961: 176):
El que la materia desarrolle de su seno el cerebro pensante del hombre, constituye, para él, un puro azar, a pesar de que, allí donde esto ocurre, se halla, paso a paso, condicionado por la necesidad. En realidad, es la naturaleza de la materia la que lleva consigo el progreso hacia el desarrollo de seres pensantes, razón por la cual sucede necesariamente siempre que se dan las condiciones necesarias para ello (las cuales no son, necesariamente, siempre y dondequiera, las mismas).
Sin embargo, agrega Engels (1961: 188), la incidencia de ambos elementos en la construcción de la historia no es la misma, se presentan a niveles distintos y con pesos diferentes: “En el desarrollo histórico, desempeña su papel la casualidad, que en el pensamiento dialéctico, lo mismo que en el desarrollo del embrión, se concentra en la necesidad”.

Morgan plantea la conjugación de dos diferentes niveles o causas del cambio, uno que implica la necesidad del mismo y que corresponde a sus causas internas, otro que está constituido por las circunstancias y el momento históricos concretos en que se presenta y que son casuales. Así debe entenderse también la consideración de Engels (1961: 184) acerca de la acción conjunta de ambas acciones, pese a que son, aparentemente, excluyentes.
Otra contraposición de que se ve cautiva la metafísica es la que media entre casualidad y necesidad. ¿Puede haber una contradicción más tajante que la que separa a estas dos determinaciones del pensamiento? ¿Cómo es posible que ambas sean idénticas, que lo casual sea necesario y lo necesario, al mismo tiempo, casual?.
Constitución del proceso histórico

Mario Dal Pra (1971: 161) plantea que el principio metodológico de investigar la historia siguiendo el camino contrario al de su desarrollo:
Abre una brecha que permite ver el pleno significado del proceso que, según Marx, constituye el núcleo del procedimiento científico [...] Esto define el desarrollo por su punto de llegada, no por su punto de partida [...] Es el punto de llegada del proceso lo que lo constituye y por lo tanto la última etapa del mismo proceso y el total desarrollo de sus momentos (subrayado mío).
Mirar la historia desde el vértice, desde el punto de llegada, es lo que le confiere una unidad, lo que la conforma como un único proceso, lo que permite verla como una sucesión. No se trata, en consecuencia, de una visión teleológica de la historia.
La concepción marxiana de la sociedad y de la historia no es ninguna fórmula abstracta que permite deducir de algunos principios generales la evolución ocurrida de la humanidad y construir a priori los acaecimientos venideros; es un método destinado a comprender y a configurar ulteriormente mediante la acción en su totalidad y en su movimiento la empiricidad histórica resultante del pasado y del presente, de la totalidad de las concretas acciones humanas [...] La tendencia evolutiva general de la historia en cuanto proceso unitario, internamente determinado, existe para Marx solo como determinación unilateral y resultado acumulativo de las transformaciones y las acciones históricas concretas, sucesivas, intrincadas unas en otras, y no se puede separar de estas sino en la abstracción mental (Màrkus 1974: 70, subrayado mío).
Visión indígena de la historia

Esta manera de enfocar el proceso histórico, seguida por Marx y por Morgan, y que es un rasgo importante de sus respectivas teorías, coincide con la visión histórica que existe en algunas sociedades aborígenes. En ellas, toda la concepción de la existencia está estructurada a partir del presente y de acuerdo con dos parámetros que incluyen las categorías temporal y espacial: el ahora y el aquí. Esto se refleja, entre otras cosas, en su lengua.

Entre los embera-chamí (Vasco 1985: 139), la palabra tea quiere decir, simultáneamente, “después en el tiempo” y “atrás en el espacio”; naa significa, a la vez, “antes en el tiempo” y “delante y acá en el espacio”. Incluso, plantean explícitamente que “el futuro viene de atrás” y “que el pasado está por delante”.

Los mismo sucede con el idioma páez (Rappaport 1982: 239): yetste se traduce por “enfrente en el espacio” y también por “casi lo mismo como antiguo”; e’ste es “por detrás en el espacio” y e’s significa “de aquí a un año, de aquí a unos días”.

En guambiano (Vasco 1988b: 54), wento se traduce como “lo que va a ser” y wentau por “lo que viene atrás”; merrap quiere decir “lo antiguo, lo que ya se terminó” y “adelante en el espacio”.

En el quechua acontece algo semejante (Earls y Silverblatt 1978: 301-302, citados por Rappaport 1982: 239): nawpa significa “anteriormente en el tiempo”, “antiguo” y también “frente a”, referido al espacio; qipa quiere decir “próximo en el tiempo” y “por detrás de en el espacio”.

En pueblos situados por fuera de América se presenta un fenómeno similar. Señalo el caso de los maoríes, entre quienes, con base en las circunstancias actuales, el pasado se recrea cada vez para colocarlo al servicio del presente, lo que origina la fluidez del mito, facilitada, además, por su carácter oral: “Es evidente que los maoríes son astutos mitólogos, capaces de seleccionar del rico conjunto de tradiciones las más adecuadas para satisfacer sus intereses del momento, como ellos los entienden” (Sahlins 1988b: 65).

Metge (1976: 70, citado por Sahlins 1988b: 65-66, nota 27) agrega que las concepciones de los maoríes acerca de la relación entre el tiempo y el espacio no corresponden a las nuestras:
Los maoríes... describen el pasado como nga ra o mua, “los días por delante”, y el futuro como kei muri, “detrás”... Avanzan hacia el futuro con sus ojos en el pasado. Al decidir cómo actuar en el presente, examinan el panorama de la historia desplegado ante sus ojos, y eligen el modelo que resulte más adecuado y útil entre los muchos que se presentan allí. Esto no significa vivir en el pasado, sino inspirarse en el pasado para orientarse, transportando el pasado al presente y al futuro.
Así, pues, contra lo que se considera en muchos casos, no hay un “eterno retorno” (Eliade 1982), una perpetua repetición de la historia siempre igual a como ocurrió en el primer principio y por lo tanto siempre idéntica a sí misma, es decir, una no-historia. Al contrario, el pasado se reelabora una y otra vez para ajustarlo al hoy, para hacerlo coincidir con lo que ocurre en el presente. La circularidad radica en que el pasado se piensa igual al hoy, pero, al mismo tiempo, esa imagen del pasado aparece de rebote como el fundamento y justificación de esta actualidad, la cual, de ese modo, resulta basándose a sí misma a través de la mediación del mito, del pasado reelaborado desde el hoy y cada vez.

Estas sociedades no viven, pues, de la misma inmodificable forma que en el pasado, reacias a todo proceso de cambio, sino que el pasado es repensado por ellas como invariablemente igual a un presente siempre en cambio y movimiento. O bien, el pasado, se convierte en un amplio repertorio de posibilidades que permite seleccionar aquellas que son más adecuadas a las necesidades de hoy. Con base en los puntos de vista de Earls y Silverblatt (1978: 302), Rappaport (1982: 239) lo entiende así:>
Podremos decir que en el mundo espacio temporal andino el “futuro” se ubica “detrás” del observador, mientras el “pasado” sigue “delante”. Desde esta perspectiva, la historia está estructurada desde el “aquí y ahora” hacia atrás. Esta es una visión muy relativista del universo.
Con este criterio teórico en mente, la misma autora realizó una investigación entre los paeces de Tierradentro; allí se encontró frente al mismo fenómeno en relación con la concepción de la historia:
Para los Paeces, alterar la historia de acuerdo con las necesidades y coyunturas contemporáneas significa actuar dentro de una visión indígena del tiempo y de la historia. Es decir, puesto que la historia (el pasado) está localizado por enfrente de uno —y de hecho, así es en la geografía histórica—, el conocimiento histórico no puede estar ni fijo ni permanente. El contenido de la historia puede ser reemplazado o cambiado, según las circunstancias. El tiempo y la historia están en frente del observador, no por detrás. Por lo tanto, no es falsificar, el cambiar la historia [...] Si es necesario alterar la historia para establecer una estrategia política nueva, no es problema hacerlo (Rappaport 1982: 240).
Este es el sentido que tienen los procesos de recuperación de la historia que han emprendido algunas sociedades indígenas en Colombia, especialmente guambianos y pastos del suroccidente. No se trata, como piensan algunos, de volver a vivir como lo hacían hace cientos de años, antes de la llegada de los conquistadores europeos. Pero sí buscan recuperar aquel repertorio de posibilidades venidas del pasado, entre las cuales se puedan seleccionar algunas que presenten una salida, una guía, una orientación para la solución de los problemas de hoy de un modo propio. Precisamente, esa búsqueda no se desarrolla en abstracto, sino, al contrario, basada en la situación de hoy y para resolver las dificultades presentes. No se busca cualquier cosa solo porque sea antigua, únicamente aquello que pueda tener vigencia en las actuales condiciones. Y lo que se recupera, es transformado, reelaborado, repensado a la luz del hoy y del acá.

Establecer las secuencias

Volviendo a Morgan, el método de ir del hoy hacia el pasado le permite encadenar las etapas o momentos del proceso, establecer su secuencia, es decir, conformar las series de desarrollo de la sociedad. Con esta guía fija el procedimiento que sigue en su investigación y que describe así:
En cuanto interesa a este estudio, no importa si alguno de los siete personajes conocidos como los reyes de Roma fue real o mitológico, o si la legislación atribuida a alguno de ellos fue fabulosa o verdadera, porque los hechos referentes a la constitución primitiva de la sociedad latina quedaron incorporados a las instituciones romanas y pasaron así al período histórico (Morgan s.f.: 311, subrayado mío).

No debemos suponer que estos tipos de familia están completamente separados unos de otros por límites bien definidos; por el contrario, el primero se funde en el segundo, este en el tercero y el tercero en el quinto por gradaciones insensibles (Morgan s.f.: 394, subrayado mío).
Al presentar la manera como el método marxista trata las diferentes secuencias que constituyen las series del desarrollo de la historia, Mario Dal Pra (1971: 162) afirma: “Todo momento sigue a un momento anterior no por azar, sino porque el primero está implícito en el segundo, y otro tanto debe decirse de los momentos subsiguientes”.

Si tenemos en cuenta los análisis de Morgan en relación con aspectos o elementos parciales de la historia humana, vemos que se presenta la misma manera de concebir la historia en su conjunto. Es el caso del avance de la familia. Su escalón más alto, la monogamia, tiene su germen en la pareja simple que existe ya en el matrimonio por grupos, dándose en este en forma solo ocasional. El desarrollo de este germen hasta alcanzar la monogamia constituye la historia toda del avance de la familia.

Así, pareciera que hay una predeterminación de la dirección que ha de seguir el progreso de la familia y de la meta a la cual debe llegar; que el matrimonio por grupos y las formas que lo siguen se dirigieran inexorablemente hacia la monogamia.

Pero esto es apenas una apariencia, una conclusión errónea que se obtiene si se toma el matrimonio por grupos como el punto de partida de la serie, si se arranca de los comienzos de la familia yendo hacia adelante en seguimiento de un orden cronológico. Lo que hace Morgan es todo lo contrario: parte de la monogamia, que es la forma última y más desarrollada de familia, para mirar hacia atrás, a los orígenes, y descubrir en ellos el elemento clave que le permite comprender el proceso o, mejor, constituirlo.

En la promiscuidad no hay nada determine que se vaya a alcanzar la monogamia, nada que establezca que las parejas simples ocasionales vayan a ser su germen. Solo la mirada retrospectiva, aquella que parte de conocer los resultados alcanzados por el ser humano través de la historia, puede mostrar y constatar cuál es el camino recorrido y cuál la línea de continuidad que enlaza la monogamia con el matrimonio por grupos.

Una vez que Morgan obtiene el conocimiento de que la familia monógama está constituida esencialmente por una pareja simple con cohabitación exclusiva (1972: 43, 342), puede discernir que en este elemento, presente en el matrimonio por grupos, está el germen cuyo desarrollo conducirá hasta llegar a aquella; además de establecer cómo las otras formas sucesivas de familia —consanguínea, punalúa, sindiásmica, patriarcal—, se constituyen en otros tantos escalones por intermedio de los cuales la existencia de ese germen se amplía gradualmente, se fortalece poco a poco hasta llegar a dominar, al mismo tiempo que el grupo que las conforma ve reducido su tamaño como un resultado del firme y constante aumento de las restricciones matrimoniales.

Hacia una arqueología de la historia

Las tribus del género humano pueden ser ordenadas, como las distintas formaciones geológicas, de acuerdo con sus condiciones relativas, en estratos sucesivos. Así ordenadas muestran, con cierto grado de certidumbre, todo el campo del progreso humano, desde el salvajismo hasta la civilización. El estudio detenido de cada estrato sucesivo sacará a luz lo que hubiese de especial en su cultura y características y ofrecerá una concepción definitiva del todo, en sus diferencias y relaciones. Cuando esto se realice, las sucesivas etapas del progreso humano se comprenderán definitivamente (Morgan 1972: 422-423).
Aquí puede captarse, sin mayor esfuerzo, de qué manera este ordenamiento, construido tomando como base de referencia la civilización y la monogamia, constituye el proceso de avance de la historia humana. Es una suerte de arqueología de la historia que va excavando uno a uno los estratos sucesivos, comenzando a partir del último de ellos, aquel que corresponde al presente y que no está aún completamente acabado, sino que se encuentra en proceso de conformación. Solo por este camino es posible entender “en sus relaciones las costumbres e instituciones que han contribuido al progreso de la familia a través de sus formas sucesivas” (Morgan 1972: 421).

Con base en este entendimiento, Morgan (1970b: 480-494; 1972: 421-428) construye su “serie de instituciones relacionadas con la familia”, conformada por diez y seis (o quince) instituciones conectadas en cinco etapas sucesivas, y muestra (1970a: 427) cómo ellas han conducido hasta la propiedad y la disposición de la herencia directa de los bienes por los hijos, que engendran la familia monógama, la cual, a su vez, engendra los sistemas ario, semítico y uraliano de consanguinidad y afinidad.

Duvignaud ha podido darse cuenta de esta orientación del análisis histórico de Morgan; y por ello recoge el concepto de arqueología de la historia, de arqueología de las sociedades antiguas. Así como la arqueología reconstruye el pasado a partir de sus vestigios incrustados en el presente, así Morgan reconstruye esas sociedades a partir de elementos del pasado, articulados en una sociedad más reciente, pero que llevan al estado anterior: “La arqueología de la vida social resulta de la compenetración en el sistema observable en el nivel bárbaro, de elementos ensamblados en la barbarie y que llevan a un estado anterior [...]: el de la sociedad en clases distribuidas según el sexo” (Duvignaud 1977: 64).

UNIVERSALIZACIÓN DE LA HISTORIA

Con sus planteamientos acerca de la unidad humana, Morgan contribuye a definir no solo lo que la antropología será después en cuanto estudio del hombre, sino toda una nueva área en el campo del pensamiento humano: la de la historia universal, la de la posibilidad de una historia única de la humanidad. Así lo ha comprendido Terray (1971: 47):
Esta unidad de la experiencia humana se apoya, en última instancia, sobre la unidad del espíritu humano [y] se trata del postulado fundamental de la Antropología Social, en la medida en que esta quiere ser una ciencia comparativa y se propone establecer leyes generales.
Esta idea no tiene, ni mucho menos, plena ni general aceptación en la época de Morgan; incluso, es arduamente rechazada por diversas corrientes de la antropología moderna, especialmente aquellas basadas en el particularismo histórico y en las posiciones sustentadas por Franz Boas (1964). Al contrario, y como cosa extraña, todavía hay autores que continúan planteando la necesidad de conseguir ese objetivo universalista, como Dittmer (1960: 24): “La conexión indisoluble entre los destinos históricos de todos los grupos humanos obliga, por así decir, a la etnología (en relación con la prehistoria) a elaborar una historia universal de la humanidad [...] una historia universal de la cultura”.

Por supuesto, la constitución de la historia universal no es una tarea exclusiva de Morgan, lo es de su tiempo y participan de ella muchos pensadores de la época, Marx entre ellos (Marx s.f.; Marx y Engels 1968).

El sistema capitalista se convierte —entre el siglo XVIII y el XIX— en un sistema mundial. El colonialismo, y con él la expansión universal del intercambio, relacionan todas las regiones del mundo, rompen con el aislamiento de muchos países, como los del oriente, hacen que cada sociedad y cada ser humano necesiten insertarse en el sistema del mercado mundial como única vía para poder satisfacer sus necesidades; de este modo, sientan las bases para que la humanidad comience a concebirse como una sola y a ver su historia como única, como historia universal:
Cuanto más vayan extendiéndose, en el curso de esta evolución, los círculos concretos que influyen los unos en los otros, cuanto más vaya viéndose el primitivo aislamiento de las diferentes nacionalidades destruido por el desarrollo del modo de producción, del intercambio y de la división del trabajo que ello hace surgir por vía natural entre las diversas naciones, tanto más va la historia convirtiéndose en historia universal (Marx y Engels 1968: 50).
Marx (s.f.) analiza esta situación histórica real y muestra cómo ella sienta los fundamentos para la universalización del ser humano y, sobre tal base, para que este se conciba a sí mismo en esa forma, como ser genérico humano. Morgan aporta en este campo con sus planteamientos sobre la unidad esencial de la humanidad y de su historia, fundamentos de su obra La sociedad primitiva. En ella, la historia humana se presenta como única, como resultado y a la vez como constituyente de la unidad genérica de la humanidad.

¿Bárbaros y salvajes también son “nosotros”?

Una de las operaciones imprescindibles en ese camino de construcción científica del concepto de unidad de la humanidad, tiene que ver con el lugar epistemológico ocupado por los salvajes y los bárbaros, —especialmente los del presente, sometidos a la dominación, a la explotación y hasta al exterminio por parte de los europeos y de las nuevas naciones surgidas de la colonización—, en las concepciones de mediados del siglo pasado. Para lograrlo, Morgan debe comenzar mostrando —o al menos afirmando— que los salvajes y los bárbaros, aquellos que habitan las regiones colonizadas, son gente, seres humanos, sociedades de la misma naturaleza humana nuestra. Y que entre ellos y nosotros hay lazos que nos unen en una historia común, que es posible encontrar regularidades, relaciones, leyes que nos atan en un solo haz de desenvolvimiento, el de la humanidad.

En sus primeras obras, el conjunto de la humanidad se reduce a sociedades civilizadas y no civilizadas o bárbaras; el concepto de salvajismo no aparece aún. Se trata, pues, de establecer los lazos entre bárbaros y civilizados. Cuando, en La sociedad primitiva, Morgan considera a los salvajes como una parte diferenciada de la humanidad y ubica en el estadio del salvajismo a algunas de las “sociedades históricas”, es decir, existentes en su época, el proceso de conexión se amplía hasta incluirlos. Pero el capitalismo trastoca radicalmente la continuidad de la historia, destruye el sistema de referencia antiguo, resquebraja las sociedades anteriores y sienta las bases para que pueda darse el concepto de modernidad.

Para avanzar en su tarea, Morgan desarrolla una concepción teórica, una especie de modelo que permite pensar a salvajes y bárbaros en relación de unidad diferenciada con las sociedades modernas, con la civilización. Como plantea Díaz-Polanco (1983: 7), es necesario que la antropología se dedique a:
Estudiar y situar en un esquema de racionalidad a esas sociedades no occidentales que debían ser integradas al sistema capitalista en expansión. Pero lo que se desea integrar se visualiza como distinto; y, aceptada la naturaleza extraña de estas sociedades, es preciso que la nueva ciencia defina el carácter de esa otredad.
Duvignaud (1977: 53) considera también la búsqueda de una racionalidad de los “primitivos”, que permita poderlos ligar con las sociedades “modernas”: “Un sistema de organización humano puede presentar la misma racionalidad que el nuestro sin que se puedan encontrar entre las dos estructuras otros lazos que los de una distribución sucesiva en el encadenamiento de los tipos de agrupamientos”.

En Europa se acepta en ese entonces la existencia de una historia europea, cuyo hilo conduce desde los griegos y los romanos hasta los pobladores civilizados del continente. Mas, llegar a esta visión no fue fácil ni ocurrió de repente, solamente con el comienzo de la era moderna se introduce poco a poco ese concepto. Veamos cómo plantea este proceso un historiador francés:
Ni el helenismo ni siquiera la latinidad tuvieron idea de una historia universal que abarcara en un conjunto único todos los tiempos y todos los espacios (Ariès 1988: 110).

La noción, otrora desconocida, de una continuidad de los tiempos aparece en el siglo XVIII [...] La Antigüedad deja de estar aislada. Se conectan, en cambio, las repúblicas antiguas con las instituciones modernas. Se pasa de las unas a las otras [...] El sentido de la continuidad surge bajo la forma tenaz e infantil del progreso (Ariès 1988: 229-230).
Pero, aun así, es necesario que se produzcan otros cambios antes de que esa noción prenda y eche raíces firmes. En Francia, por ejemplo, la idea de aceptar como sus antecesores a los galos y a los francos, especialmente a estos últimos que se miran como bárbaros, en lugar de a los griegos y a los romanos, creadores de la civilización y con los cuales se establece siempre un vínculo directo, constituye un largo proceso. Al mismo tiempo, la comparación entre ellos tiene la virtud de hacer visible el progreso y permite la conceptualización evolucionista:
La ideología de progreso no resulta sólo de la creencia de Condorcet o de d’Alembert en la identidad de la razón y de la civilización, de la acción de los revolucionarios o reformistas de 1789-1797, ella cobra fuerza en la certidumbre que afirma por todas partes la anterioridad de los griegos y los romanos y de un impulso dado in illo tempore por el espíritu humano a la civilización, adormecida durante la “Edad Media”, despertada en el ‘Renacimiento’. Esto no puede separarse del hecho de que los europeos ocupen el mismo suelo que los antiguos, de que los antiguos pueden convertirse pues en ancestros espirituales [...] El “nosotros europeo” incluye Roma y Grecia asimiladas a la “cultura moderna” por el supuesto derecho de paternidad que se les otorga (Duvignaud 1977: 54-55).

Mirando desde adentro

Esto contrasta con la situación que se vive en el continente norteamericano, escenario de la vida y el trabajo intelectual adelantado por Morgan y objeto de su atención y de su reflexión teórica básica:
La irreductible brecha entre los salvajes indios y los emigrados europeos no es solo anecdótica, y no solamente define el período de resistencia de la civilización india a la paz blanca, ella caracteriza una diferencia radical de donde van a partir el análisis y la reflexión del primer antropólogo científico cuya obra no será filosófica, histórica o jurídica. Esta diferencia es materializada por la oposición flagrante y concretamente observable del “salvaje” indio y del granjero “civilizado” (Duvignaud 1977: 53).
En las condiciones reinantes en los Estados Unidos, emprender la tarea de conocer a los indios ofrece una peculiaridad que distingue a Morgan de sus contemporáneos europeos y le representa una notable e importante “ventaja” frente a ellos: su estudio es el de alguien que, al mismo tiempo que conoce una realidad externa a la suya, produce un autoconocimiento interno sobre los norteamericanos y su territorio. En palabras de Duvignaud (1977: 52):
Con una lucidez, una autoridad y un rigor casi fulgurantes, inventará la ciencia de las sociedades diferentes actuales [...] Se verá aquí la diferencia entre las ciencias estadounidenses que progresan examinando un objeto situado en el interior de su propia civilización en expansión y las ciencias europeas que encuentran su objeto fuera del presente (historia) o fuera de su frontera cuando el imperialismo abra las regiones de investigación a la etnología.
En este aspecto, el concepto de antecesor juega un papel central en la obra de Morgan. Se trata aquí de un momento antropológico, pero de la antropología concebida históricamente o, mejor, de creación de la antropología como ciencia histórica. Y se establece una trascendental ruptura epistemológica.

En La Liga de los Ho-de’-no-sau-nee o Iroqueses piensa a los indios como objetos específicos de su propio trabajo científico. Y no lo hace como si se tratara de seres distantes y desconocidos sobre quienes ha oído o leído, sino que se refiere a ellos como a gentes con quienes él mismo ha compartido períodos amplios de su vida, que tienen intereses particulares y, sobre todo, fundamentos suficientemente válidos para reclamarlos, para luchar por ellos, para poder defenderlos. Por esto, los resultados de sus investigaciones deben desempeñar en esa lucha, —Morgan lo siente, lo plantea y lo quiere así—, un papel en favor de los indios.

Con su trabajo y con su vida, Morgan desempeña un papel decisivo en hacer de los “primitivos”, salvajes o bárbaros, objetos de investigación independiente, es decir, en definir el objeto de la antropología: “Los primeros en considerar las sociedades primitivas como temas interesantes por sí mismos fueron McLennan y Taylor en este país [Inglaterra], y Morgan en América” (Evans-Pritchard 1967: 43).

Morgan va mucho más lejos aún de lo que irán sus sucesores, aun los de hoy, en la valoración de quienes constituyen ese objeto. Su propósito es apreciarlos, estimarlos como sujetos de derechos, es decir, como seres humanos que tienen derecho a una existencia propia y a conservar sus territorios, con el objetivo de que la sociedad norteamericana de su tiempo lo haga también en esa forma. Incluso, dedicará a “Hä-sa-no-an’-da, (Ely S. Parker), un indio Séneca, este trabajo, cuyos materiales son el fruto de nuestras investigaciones conjuntas; escrito en cumplimiento de los deberes y en testimonio de la amistad del Autor” (Morgan 1962: vi, subrayado mío).

El reconocimiento de que un indio no es solamente un “objeto de estudio”, sino que ha sido copartícipe de la investigación, representa algo completamente nuevo en el pensamiento de sus contemporáneos, hasta el punto que la antropología de hoy no se atreve aún a dar ese paso por completo.

Pero va más allá. En tanto que objetos de ciencia, iguala a los indios con los griegos y los romanos. Afirma (1962: 137) que aquellos, lo mismo que estos, son nuestros antepasados e, incluso, que su sistema de gobierno, pese a ser del mismo tipo que el de los europeos de la época clásica, “fue más perfecto, sistemático y liberal en su estructura”. Esto, que constituye aparentemente un anacronismo, —utilizar las categorías de la ciencia política clásica europea, especialmente las de Montesquieu, para analizar el gobierno iroqués (Morgan 1962: 128-140)—, representa, por el contrario, la superación del pensamiento vigente y el establecimiento de una historia universal y de un lugar en ella para los indios.

Morgan concluye que los iroqueses son los antecesores de los norteamericanos sobre el continente, que ellos ejercieron primero su soberanía sobre esos territorios. Sobre esta base fundamenta la orientación de su obra:
Sus instituciones tienen un valor real, presente, por lo que fueron, con independencia de lo que han llegado a ser. Los iroqueses nos precedieron en soberanía. Nuestro país fue llamado por ellos, hace ya tiempos, su país, nuestros ríos y lagos fueron suyos, también lo fueron nuestras montañas y nuestros valles. Antes que nosotros, disfrutaron ellos del maravilloso escenario natural ubicado entre el Hudson y el Niágara, con su inmensa variedad que va desde lo simplemente placentero hasta lo sublime. Antes que a nosotros, nuestro clima vigorizó sus cuerpos y se sustentaron ellos con los frutos de la tierra, el bosque y el agua. El vínculo que nos une de este modo, nos impone el deber de hacer justicia a su recuerdo, preservando su nombre y sus hazañas, sus costumbres y sus instituciones, para que no desaparezcan de la memoria. No podemos pretender avanzar ignorantes por encima de aquellos extinguidos fuegos de consejo, cuya luz, en los días de la dominación india, fue visible sobre la mitad del continente [...] Sus fuegos de consejo, en la medida en que simbolizaban la jurisdicción civil, se han extinguido hace ya mucho, su dominio ha terminado y las sombras del atardecer están cayendo ahora, espesamente, sobre los dispersos y extenuados restos de la otrora poderosa Liga. Pueblo fue sometido a pueblo, resultado inevitable del contacto de la civilización con la vida de cacería. ¿Quién podrá relatar con qué pesar, con qué dolor tuvieron que entregar, de río a río, de lago a lago, el extenso y próspero territorio de sus antepasados? Como pueblo, los iroqueses pronto estarán perdidos en la noche de oscuridad impenetrable en la que tantas poblaciones indias se han visto amortajadas. Ya su país ha sido apropiado, talados sus bosques y cegados sus caminos. Los restos de esta arrogante y talentosa estirpe subsisten aún alrededor de sus antiguos asentamientos, pero están condenados a continuar decayendo hasta ser extinguidos, finalmente, como un tronco indio. Antes que esto ocurra, daremos una extensa mirada hacia el pasado de los iroqueses, hoy una estirpe privada de su existencia, para recordarlos como un pueblo cuyos sachems no tuvieron ciudades, cuya religión no tuvo templos, y cuyo gobierno no tuvo igual (1962: 143-146, subrayados míos).
Todo el texto se orienta, pues, a ubicar a los iroqueses como los predecesores directos de los norteamericanos, en tanto que ocupantes anteriores y soberanos del territorio, y como antepasados indirectos, por ser semejantes a los griegos y los romanos, que lo fueron directamente en su calidad de primeros eslabones de la cadena de progreso de la civilización occidental, de la cual hacen parte. Duvignaud (1977: 55) ve así la importancia de este replanteamiento:
Es el movimiento inverso del que condujo a la destrucción y a la integración de la cultura india: la antropología lleva el camino inverso al del ejército, de los tenderos, de los granujas “conquistadores” [...] Se concibe que este descubrimiento nos parezca más importante que las ideologías que lo rodean y que el enfrentamiento del salvaje estadounidense y del conocimiento científico haya provocado el nacimiento de una ciencia hasta ese momento desconocida: la antropología .
Mientras se masacra al indio con el argumento de su salvajismo e inferioridad irreductibles, Morgan postula la identidad humana común entre los salvajes indios y el emigrado europeo que conquista el Far West (Duvignaud 1977: 56). Pero, al mismo tiempo, no se niega a aceptar su diversidad, al contrario, se apoya en ella para conformar la antropología.

Estos dos elementos son claros constituyentes de su visión: por un lado, hay una racionalidad interna que plantea que la mente humana es específicamente la misma en todos los individuos, tribus y naciones del género humano y, aunque limitada en sus facultades, debe obrar y obra uniformemente y dentro de estrechos límites de variación, con una continuidad que se engendra a sí misma. Pero, a la vez, hay oposición flagrante entre el “salvaje” indio y el granjero “civilizado”; “de esta diferencia radical van a partir el análisis y la reflexión del primer antropólogo científico” (Duvignaud 1977: 53).
Salvajismo, barbarie y civilización son, pues, al mismo tiempo, tipos discontinuos, pues sin tal discontinuidad no habría antropología. Cuidémonos pues de ahogar a Morgan en las ideologías evolucionistas o funcionalistas [...] Una lectura de Morgan es [...] una revelación de lo que Morgan ha descubierto (Duvignaud 1977: 56).

LA CIENCIA DE LA DIVERSIDAD

La visión de una identidad esencial de la humanidad no ciega a Morgan frente a las diferencias, no lo lleva a desconocer la particularidad de los pueblos y de las épocas, al contrario, considera que son el objetivo del análisis histórico, que el trabajo debe partir de la unidad para dar cuenta de la especificidad, de la diversidad. Como dice Engels (1961: 182), “la verdadera identidad concreta lleva en sí misma la diferencia, el cambio”.

Por eso, la empresa de hacer una historia de la humanidad, en la que Morgan se empeña en el conjunto de su obra, tiene dos momentos claramente definidos, lo que no significa que se encuentren cronológica y estrictamente en sucesión. Considera, a diferencia de muchos de aquellos que se abocan a hacer historia universal en esa época, que es preciso poner atención a las condiciones concretas e históricas de las sociedades, los indios por ejemplo, a aquellos pueblos realmente existentes, a sus características, a sus formas de sociedad y de gobierno, a sus sistemas de parentesco, a sus lenguas, a su pensamiento, a su familia, a su arquitectura, etc. Es decir, se trata de un momento etnográfico que nos da mucho más que una imagen idealizada, lejana y poco específica de bárbaros y salvajes. Esto significa que se trata de enfocar la atención sobre una identidad concreta, como la que menciona Engels, y no sobre una identidad abstracta, metafísica, de poca o ninguna utilidad si de hacer una historia científica se trata. El otro momento es el de la historia humana, al cual ya nos hemos referido y que podemos llamar antropológico.

Si sus trabajos sobre los iroqueses son las obras más nítidas de aquel primer momento, el etnográfico, que sienta las bases metodológicas para la aparición de la antropología, La sociedad primitiva representa con más claridad el antropológico. Aunque hay que recordar que después de esta obra “cumbre”, cuando Morgan escribe Casas y vida doméstica de los aborígenes americanos (1965) regresa, aunque en una forma mucho más amplia que antes, al nivel de las sociedades específicas tal como existen en la realidad.

NO HAY UN FIN DE LA HISTORIA

Concebida como desenvolvimiento de los primitivos gérmenes de pensamiento, la historia humana no tiene fin, no tiene una etapa o nivel terminal, al menos mientras exista el ser humano. Morgan rompe, entonces, con aquellas concepciones netamente evolucionistas que ven en la civilización moderna, es decir, en el capitalismo, la cumbre del desarrollo de la sociedad, el fin de la historia, la culminación del proceso de desenvolvimiento, muy a la manera de Hegel. Aunque sí considera que el de su época es el nivel más alto alcanzado hasta entonces. Su idea es la de un crecimiento ininterrumpido. Se pregunta, por ejemplo, si la familia monógama será definitiva en el porvenir humano, para responder: “La única respuesta lógica que puede darse es la de que la familia debe progresar con el progreso de la sociedad y cambiar en la medida que ésta lo haga, tal como ocurrió en el pasado” (Morgan s.f.: 499).

Con la misma visión de desenvolvimiento continuo, considera que los gérmenes originarios de pensamiento: “Tuvieron su comienzo definido muy temprano en el salvajismo, y una progresión lógica, pero no podrán tener consumación final porque siguen progresando todavía y deben progresar continuamente (1970a: 57, subrayado mío).

En sus observaciones sobre la persistencia o no del tipo de sociedad que se funda sobre la propiedad, asegura:
El destino final de la humanidad no será una mera carrera hacia la propiedad, si el progreso ha de ser la ley del futuro como lo ha sido del pasado. El tiempo que ha transcurrido desde que se inició la civilización no es más que una porción de la duración pasada de la existencia del hombre y un fragmento de las edades del porvenir. La disolución social amenaza claramente con ser la terminación de una empresa de la cual la propiedad es el fin y la meta, pues dicha empresa contiene los elementos de su propia destrucción. La democracia en el gobierno, la fraternidad en la sociedad, la igualdad de derechos y privilegios y la educación universal, anticipan el próximo plano más elevado de la sociedad, al cual la experiencia, el intelecto y el saber tienden firmemente. Será una resurrección, en forma más elevada, de la libertad, igualdad y fraternidad de las antiguas gentes (1972: 469, subrayados míos).
Esta proclama de Morgan –según la cual el capitalismo, ordenamiento social basado en el dominio absoluto de la propiedad privada, también pasará, para dejar lugar a más altas formas de sociedad, de desenvolvimiento de los conceptos– está radicalmente alejada de las posiciones evolucionistas del momento, que eran firmes soportes del régimen de propiedad vigente, y tiene acentos netamente revolucionarios que lo acercan aún más a las posiciones de Marx. Se entiende, entonces, el porqué del ocultamiento y del ostracismo al que fueron sometidas sus teorías en el seno de la naciente antropología norteamericana.


 
 
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