Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
LEWIS HENRY MORGAN: CONFESIONES DE AMOR Y ODIO
 

VI: PAPEL DEL INDIVIDUO EN LA HISTORIA

Es preciso destacar de manera especial un aspecto de la concepción de Morgan acerca de la manera como ocurren los procesos de cambio en la sociedad, no solo si se tiene en cuenta el contexto de su época, sino también si se consideran los puntos de vista más corrientemente aceptados entre nosotros en la actualidad. Se trata de su planteamiento relativo al peso que individuos importantes tienen en momentos claves del desarrollo social, al “papel del individuo en la historia”, para retomar la afortunada expresión de Plejanov (1969: 30).

El que la sociedad acceda a un nuevo y determinado estadio de su desenvolvimiento no es algo que se produzca en forma repentina y espontánea ni sin que medie algún precedente. Al contrario, se trata de un proceso largo, gradual y complejo, en cuyo transcurso aparecen los distintos elementos que van a conformar el nuevo nivel de progreso social; estos crecen paso a paso como consecuencia del —así denominado por Morgan— desarrollo natural de la sociedad, es decir, como un resultado de las causas internas de cambio que existen y obran en el seno de esta. Al respecto, Morgan plantea /1972: 45):
Antes que el hombre pudiese alcanzar el estado civilizado, fue menester que hubiese hecho suyos los elementos de civilización [...] [El hombre bárbaro] había elaborado y poseía todos los elementos de civilización, excepto la escritura alfabética.
La aparición de los nuevos elementos es un requisito para ascender a un nivel social más alto, pero no es suficiente con su presencia en el interior del todo social para que este alcance el nuevo estado; para que pueda conformarse una nueva estructura se debe lograr la integración de tales elementos, hasta ese momento dispersos, sueltos, aislados entre sí. Sin embargo, esa integración no ocurre de manera espontánea, automática, con el solo transcurso del tiempo, como si una historia abstracta fuese el sujeto de la historia real. Por el contrario, el ser individual interviene decisivamente para conseguirlo. ¿Cómo se produce todo este proceso de cambio y cómo interviene el ser humano particular en él?.

HISTORIA: ¿CONCIENCIA O INCONSCIENTE?

A primera vista, la respuesta de Morgan sobre el problema de si el hombre elabora su quehacer en el nivel de la conciencia o, al contrario, lo hace en el pensamiento inconsciente, aparenta ser semejante a aquella de Claude Lévi-Strauss (1969a: 32):
Como los fonemas, los términos de parentesco son elementos de significación; como ellos, adquieren esta significación solo a condición de integrarse en sistemas; los “sistemas de parentesco”, como los “sistemas fonológicos”, son elaborados por el espíritu en el plano del pensamiento inconsciente... (subrayado mío).
Con planteamientos que siguen casi al pie de la letra las palabras del antropólogo francés, Morgan expresa:
La organización en clases con base en el sexo y la posterior y más alta organización en gentes con base en el parentesco, deben considerarse como resultantes de grandes movimientos sociales elaborados inconscientemente por selección natural” (s.f.: 48, subrayados míos).

Las instituciones de la humanidad aparecieron en una serie continuada y progresiva y cada una de ellas representa el resultado de movimientos de transformación inconscientes para liberar a la sociedad de algunos males existentes en ella (s.f.: 58, subrayado mío).
Esto parecería justificar entonces la deuda que el estructuralista francés reconoce tener con Morgan en este campo:
Un triple fin nos hizo dedicar nuestro trabajo a la memoria de Lewis H. Morgan: rendir homenaje al gran iniciador de un orden de investigaciones que luego retomamos con modestia; reverenciar, a través de él, a la escuela antropológica americana que fundó y que, durante cuatro años, nos asoció de manera fraternal con sus trabajos y sus discusiones; y también quizás intentar, en la medida de nuestras posibilidades, devolverle el servicio que le debemos, recordando que fue grande, sobre todo en una época en que el escrúpulo científico y la exactitud de la observación no le parecieron incompatibles con un pensamiento que se confesaba sin vergüenza como teórico y mostraba un audaz gusto filosófico (Lévi-Strauss 1969b: 15).
Se trataría en apariencia de un proceso meramente natural, producto de la mente humana que operaría en forma colectiva y por lo tanto inconsciente, que se erigiría en sujeto histórico por fuera y al margen de los individuos, haciéndolos entes pasivos, moldeados y modelados por la cultura; parecería como si la lógica natural del cerebro operara por sí misma, sin la intervención de la conciencia y la voluntad humanas, para producir resultados predeterminados desde siempre por las estructuras mentales primarias e invariables.

De ser de esta manera, el ser humano se vería reducido a ser solamente el soporte, el portador del cerebro, una especie de receptáculo del mismo, como ocurre en el antihumanismo lévi-straussiano, en cuya concepción el mito termina por pensarse a sí mismo, al margen y por encima de los seres humanos concretos.

Conciencia colectiva e individuo

Al mirar más de cerca, vemos que no es así. Al contrario, Morgan diferencia dos niveles que intervienen en correlación para producir el cambio sobre las bases creadas por la experiencia: la mente colectiva, social, y el pensamiento, la voluntad y las capacidades individuales. Esclarecer sus relaciones nos permitirá ubicar, al mismo tiempo, el peso del factor individual en los procesos de cambio.

Cuando se refiere a los desarrollos históricos que condujeron a que se estableciera la civilización en Grecia, Morgan (s.f.: 265) nos dice que el centro de la atención debe descansar sobre las épocas históricas y los acontecimientos claves de la misma y no sobre los individuos que se destacan sobre ese transfondo:
El primer intento de subvertir la organización gentilicia y constituir un nuevo sistema entre los atenienses se atribuye a Teseo y, por lo tanto, descansa en la tradición; pero existen ciertos hechos que tienen carácter de históricos y confirman, por lo menos en parte, su presunta legislación. Será suficiente considerar a Teseo como el representante de un período, o de una sucesión de acontecimientos (subrayado mío).
Agrega a lo anterior que el origen de los nuevos conceptos radica en el crecimiento natural de la sociedad a través de la actividad de sus integrantes como un todo, es decir, en su calidad de pueblo; los personajes notables toman de ella las nuevas ideas y las desarrollan con su genio, transformándolas en principios de una nueva legislación:
El nuevo régimen de Solón había comunicado un gran impulso a la comunidad ateniense; asimismo, debía transcurrir casi una centuria, acompañada de muchos desórdenes, antes que la idea del estado alcanzara pleno desarrollo en la mente ateniense. Nacido de la naucrarie, el concepto de municipalidad tomó finalmente forma como unidad de un sistema político; pero se requería un hombre del más alto genio, y también de gran influencia personal que, adueñándose de este concepto en su plenitud, le diera encarnación orgánica. Por último, con Clístenes apareció este hombre... (Morgan s.f.: 277, subrayado mío).

Por lo general se considera a Solón como el fundador de la democracia ateniense, mientras algunos autores atribuyen parte de la obra a Teseo y a Clístenes. Nos aproximaremos a la verdad si consideramos a Teseo, Solón y Clístenes como vinculados a tres grandes movimientos del pueblo ateniense, no para fundar una democracia, pues la democracia en Atenas era más antigua que cualquiera de ellos, sino para cambiar el plan de gobierno del régimen gentilicio a una organización política [...] Puede parecernos un problema sencillo; pero los atenienses debieron emplear al máximo su capacidad antes de que el concepto de municipio hallara expresión en una creación práctica. El genio de Clístenes la inspiró y permanece como la obra maestra de una mente superior (Morgan s.f.: 281, subrayados míos).
Al plantear la inevitabilidad de las transformaciones sociales sobre la base de un desarrollo logrado por la acción del pueblo, Morgan (s.f.: 250) continúa:
Tal como fue reorganizado por Clístenes, el gobierno, ofrecía un gran contraste con el anterior del tiempo de Solón. Pero la transición no era solamente natural sino inevitable si el pueblo llevaba sus ideas hasta sus resultados lógicos (subrayado mío).
En su análisis del camino que este proceso de civilización recorre en Roma, Morgan adopta puntos de vista semejantes a los que acabamos de presentar en relación con los griegos; pero va aún más allá en su indagación sobre la relación sociedad-individuo, pues plantea como causa de las ideas del individuo la determinación de la sociedad sobre este. Al evaluar el papel desempeñado por Servio Tulio, afirma:
El nuevo régimen político puede serle atribuido con la misma justicia con que a otros hombres se les atribuyen grandes medidas, aunque en ambos casos, el legislador haga poco más que formular lo que la experiencia le ha sugerido y ha fijado en su atención (1972: 297, subrayado mío).
Las grandes medidas, las legislaciones trascendentes, aquellos hechos que llevan a que una unidad social sufra cambios radicales en su ser, no se instituyen a partir del funcionamiento del cerebro de individuos excepcionales que crean en medio de un inmenso vacío social, al contrario, cuando el avance del pueblo por medio de su experiencia crea las condiciones y elementos que colocan la sociedad al borde de una nueva etapa, este mismo avance imprime en las mentes privilegiadas las bases sobre las cuales operarán para producir las cosas nuevas. Las condiciones históricas concretas son “las que generan y hacen posible la aparición de ciertas ‘ideas’ concatenadas, que tienden a organizarse en sistemas teóricos” (Díaz-Polanco 1977: 5).

En el momento de mirar hacia el pasado para buscar los gérmenes de la historia romana, Morgan se ve obligado a enfrentarse con un nuevo problema, el de los mitos de origen, tal como han sido narrados por los propios romanos. Se encuentra con que los historiadores se debaten en la disyuntiva entre considerar a Rómulo y a sus primeros sucesores como personajes que existieron realmente y realizaron los hechos que se les atribuyen o como seres mitológicos, producidos por la imaginación del pueblo romano como un mecanismo para conseguir establecer unos orígenes cuya memoria histórica se les escapa. Sus principios teóricos le permiten no dejarse atrapar en este falso dilema o, mejor aún, plantearlo sobre nuevas bases:
El empleo de la palabra Rómulo y de los nombres de sus sucesores no supone la adopción de las antiguas tradiciones romanas. Estos nombres personifican los grandes movimientos que tuvieron lugar en ese entonces y que nos interesan principalmente” (Morgan s.f.: 286, nota 1, subrayado mío).
De este modo, enfoca su atención sobre tales movimientos, en lugar de atascarse tratando de probar o negar la realidad de la existencia de Rómulo y de quienes lo sucedieron en el trono. Para rematar, plantea:
En lo que concierne a esta investigación, no interesa que alguno de los siete personajes conocidos como los reyes de Roma fuese real o mítico, ni que la legislación atribuida a alguno de ellos haya sido verdadera o fabulosa, porque los hechos que se refieren a la antigua constitución de la sociedad latina quedaron incorporados a las instituciones romanas y pasaron así al período histórico. Afortunadamente sucede que los acontecimientos del progreso humano toman cuerpo, independientemente de los individuos particulares, en un registro material que queda cristalizado en instituciones, usos y costumbres y se conservan a través de inventos y descubrimientos. Los historiadores, por una especie de necesidad, dan a los individuos gran trascendencia en la producción de los acontecimientos, colocando así a las personas, que son transitorias, en el lugar de los principios, que son perdurables. La labor de la sociedad en su totalidad, por medio de la cual se producen todos los progresos, se atribuye, en gran escala, a individuos, y en grado ínfimo a la inteligencia del común del pueblo. Debe reconocerse que, generalmente, la esencia de la historia humana está ligada al desarrollo de las ideas, que son elaboradas por el pueblo y expresadas en sus instituciones, costumbres, inventos y descubrimientos (Morgan s.f.: 311, subrayado mío).
ADIÓS AL SUBJETIVISMO HISTÓRICO

En el pensamiento de Morgan resulta clara la idea de que la sociedad es el sujeto que produce el gradual desenvolvimiento de los gérmenes de pensamiento, de los conceptos, a través de su actividad vital como pueblo y de la experiencia que nace de ella, creando de este modo los elementos correspondientes, aquellos que prefiguran nuevas formas de organización, nuevas instituciones, y que las constituirán más adelante. Se trata de la mente colectiva del pueblo, de la sociedad como sujeto de la historia. Su teoría se aparta, entonces, de las concepciones subjetivistas y voluntaristas que ven en la inspiración y el querer de los genios las causas de las transformaciones históricas de la sociedad.

Además, es importante llamar también la atención sobre la concepción de Morgan relativa a las instituciones, usos, costumbres, invenciones y descubrimientos como cristalizaciones materiales de los conceptos, como expresiones tangibles de los mismos; el estudio de tales elementos hace posible reconstituir esos principios, postulado que constituye la base metodológica que guía todo el trabajo realizado en La sociedad primitiva.

Hay momentos culminantes en los cuales este pensamiento colectivo tiene que cristalizar, tiene que cuajar, concretarse, —expresarse dice Morgan—, en ideas específicas, en acciones sociales materiales que reorienten toda la vida social en una nueva dirección. Y esto solo es posible a través de individuos que posean capacidades superiores suficientes para conseguirlo. La sociedad como un todo se “encarna” —la palabra es de Morgan— en ellos. Su pensamiento y su acción concentran el desarrollo colectivo, los elementos creados por la sociedad, y los integran en acción transformadora, en su calidad de condensaciones, de representantes —en ese sentido y solo en ese— de la misma. No son ellos los creadores de la historia, sus sujetos, son solamente los vehículos necesarios e imprescindibles a través de los cuales la sociedad se hace sujeto de su cambio y de su propia transformación social; los individuos descollantes son creados por la historia, cuando poseen las cualidades necesarias para ello, en lugar de ser sus creadores. En Roma, por ejemplo:
Fue desarrollándose una municipalidad de una magnitud desconocida en su experiencia anterior y que requería una organización especial para la dirección y manejo de sus asuntos locales. La necesidad de un cambio en el plan de gobierno debió dejarse sentir cada vez con mayor fuerza en el pensamiento de los hombres más capacitados (Morgan s.f.: 339, subrayado mío).
Incluso, su concepción es más amplia, pues considera que en las sociedades basadas en la consanguinidad, la individualidad no existe como categoría social, como encarnación de intereses particulares diferentes a los del conjunto de la sociedad:
Por toda la América aborígen la gens toma su nombre de algún animal o de algún objeto inanimado y nunca de una persona. En esta temprana condición de la sociedad, la individualidad de las personas se disolvía en la gens” (Morgan 1965: 8, subrayado mío).
Idea que reafirma los planteamientos que él mismo había expuesto anteriormente (1970a: 78).

Este punto de vista coincide claramente con los planteamientos de Marx (1971a: 436) sobre el mismo tema, cuando se refiere a la que denomina “comunidad primitiva”, que constituye “la substancia, de la cual los individuos son meros accidentes o con respecto a la cual solo constituyen componentes naturales”. Solamente el avance del proceso histórico, especialmente el desarrollo de la propiedad —privada—, va a dar como resultado la producción de seres individualizados que se destacan dentro del conjunto de la respectiva sociedad: “El hombre solo se individualiza mediante el proceso histórico. Originariamente aparece como un ser genérico, un ser tribal, el animal de una horda” (Marx 1967: 27).

El proceso de individualización humana culmina en la familia patriarcal. La autoridad individual es incompatible con las formas anteriores. Con ella, el ser humano se hace capaz de ser sujeto de propiedad individual.

En las décadas siguientes a Marx, el marxismo prestaría una atención relevante al problema de fijar el papel histórico de los individuos. Plejanov (1969: 82) expresa así sus ideas al respecto:
El gran hombre lo es no porque sus particularidades individuales imprimen una fisonomía individual a los grandes acontecimientos históricos, sino porque está dotado de particularidades que le hacen el individuo más capaz de servir a las grandes necesidades sociales de su época, surgidas bajo la influencia de causas generales y particulares [...] Resuelve los problemas científicos planteados por el curso anterior del desarrollo intelectual de la sociedad; señala las nuevas necesidades sociales, creadas por el anterior desarrollo de las relaciones sociales; toma la iniciativa de satisfacer estas necesidades. Es un héroe. No en el sentido de que puede detener o modificar el curso natural de las cosas, sino en el sentido de que su actividad constituye una expresión consciente y libre de ese curso necesario e inconsciente (subrayado mío).
El inconsciente social se hace conciencia en el individuo; y a través suyo y por su intermedio las elaboraciones sociales desarrolladas por el pensamiento colectivo prenden en los miembros de la sociedad para beneficio de la misma, constituyéndose en una gigantesca fuerza material para el cambio. Aquí resalta con amplitud el papel esencial que los individuos esclarecidos tienen en el proceso mediante el cual la sociedad adquiere conciencia de sí misma, papel que al mismo tiempo está determinado por el marco, por las condiciones históricas que la propia sociedad ha creado a lo largo del tiempo, en las cuales cada ser humano nace y vive y de las cuales se apropia y transforma mediante su acción. En el pensamiento de Morgan, entonces, la sociedad real no aparece como el objeto pasivo de una historia realizada por una sociedad existente en abstracto, por el inconsciente colectivo, sino como el sujeto consciente que la crea con la mediación de los personajes sobresalientes, brotados de ella y que guían al resto del pueblo hacia adelante. Marx y Engels han expuesto en La Ideología Alemana una posición semejante: “La conciencia, por tanto, es ya de antemano un producto social [...] Las circunstancias hacen al hombre en la misma medida en que este hace a las circunstancias” (1968: 31, 41).

En Italia, nos dice Morgan, las características de desarrollo de la sociedad crearon una situación especial que hizo necesario un determinado tipo de individuo para poder avanzar en las nuevas condiciones; la información presentada por Plutarco y Dionisio tiende a demostrar que:
El pueblo de Italia había llegado a ser demasiado numeroso para lo que corresponde a un pueblo bárbaro y que el descontento reinaba entre ellos, sin duda por la protección deficiente de los derechos personales, la existencia de la esclavitud doméstica y el temor a la violencia. Es indudable que en semejante estado de cosas, un hombre sagaz, con genio militar suficiente para manejar la clase de individuos reunida a su alrededor, sabría aprovechar la situación (Morgan s.f.: 319).
EL GENIO EN LA HISTORIA

El desarrollo colectivo, el progreso alcanzado por el pueblo en el desarrollo de las ideas crea la necesidad del genio, del individuo preclaro que las encarne y cristalice; y este aparece. La visión de Morgan es nítida: los sujetos de la historia no son los individuos sino los pueblos, pero estos precisan de líderes destacados en los momentos decisivos de su avance. Sin ellos, los nuevos hechos sociales no se concretan y, aunque las bases del cambio estén dadas mediante la creación de los elementos necesarios, este no se produce.

Los cambios sociales engendran los gérmenes de elementos nuevos, que suministran la base para la aparición de un nuevo tipo de sociedad, pero esta no se concreta hasta tanto se hayan conformado los conceptos correspondientes y se haya conseguido su aplicación a través de una legislación, cualquiera que sea la naturaleza de esta. Ninguno de los legisladores griegos o romanos creó nada nuevo, todos los elementos estaban ya presentes en la sociedad; fueron reestructurados en un nuevo plan, es decir, en una nueva estructura y unas nuevas funciones. No son los rasgos sino los contenidos —estructura y función— los que diferencian las sociedades.

En Grecia ya existían los elementos suficientes y necesarios para que se diera un régimen social que tuviera fundamento en el pueblo, pero la idea o concepto de pueblo no tenía existencia aún. Luego, los legisladores, especialmente Clístenes, con base en su aprehensión de los gérmenes nuevos que se habían desarrollado en el seno de su sociedad y con su capacidad de sistematizarlos, de sintetizarlos, desarrollaron el nuevo concepto y lo consagraron en una legislación novedosa. Esta se aplicó para dar origen y existencia material a un régimen democrático, basado en el poder popular. Existían los elementos del pueblo, pero no su concepto ni su existencia histórica; cuando el legislador creó el concepto de pueblo —demos— y reglamentó su papel en la sociedad, los elementos preexistentes se integraron, originando el pueblo real como instancia de poder político.

Es así como debe interpretarse la afirmación de Morgan sobre la existencia de conceptos anteriores a toda experiencia; existen antes de que puedan ser aplicados, pero lo hacen a partir de y con base en la realidad. No son los grandes dirigentes los que hacen época, son las grandes épocas las que hacen a los grandes dirigentes. Si no es un individuo, será otro, si no es en un momento, será más tarde, pero, dadas las condiciones de desarrollo social que lo precisan, el genio aparecerá y ocupará su lugar. Y cuando aparece, su espacio queda lleno y esta circunstancia excluye que pueda ocuparlo cualquier otro, según nos dice Plejanov (1969: 69):
Al desempeñar su papel de “buena espada” salvadora del orden social, Napoleón apartó con ello de dicho papel a todos los otros generales, algunos de los cuales quizá lo habrían desempeñado tan bien o casi tan bien como él. Una vez satisfecha la necesidad social de un gobernante militar enérgico, la organización social cerró el camino hacia el puesto de gobernante militar a todos los demás talentos militares.
Si se destaca un rival, otro aspirante, surgen los conflictos y enfrentamientos de cuyo recuerdo está llena la historia. Si, por el contrario, quien ocupa el cargo desaparece, otro lo llenará para cumplir su tarea. Morgan encuentra que así ocurre entre los azteca en el momento de la conquista española. Cuando Montezuma, el que habla, el Tlatoani, cae en manos de los españoles, estos creen haber apresado al jefe de los aztecas y piensan que teniéndolo como rehén inmovilizarán la resistencia de los aborígenes, pero descubren que solo han retenido a un individuo; el cargo queda libre y es llenado por otro, siguiendo las normas de transmisión matrilineal. Lo que cuenta es el cargo, por encima de la contingencia de quien lo ocupa. El cargo es la necesidad y es el poder. Y Montezuma es reemplazado por su hermano.

Morgan no explica, sin embargo, cuáles son las causas de aquella actitud de los historiadores mencionada por él, a qué se debe esa “especie de necesidad” que los induce a mostrar la historia como la obra de individuos geniales que ponen en práctica sus grandes ideas. Marx y Engels (1968: 53) sí lo hacen, explicándonos la aparición de la división entre el trabajo físico y el trabajo intelectual, que tiene lugar cuando la historia humana ha avanzado bastante —y cuando existen ya las clases sociales—, mediante dicha división: “Las ideas dominantes se desglosan de los individuos y, sobre todo, de las relaciones que brotan de una fase dada del modo de producción, lo que da como resultado que el factor dominante en la historia sean siempre las ideas”.

Todo esto conduce a los trabajadores intelectuales a forjarse la ilusión de que son ellos los sujetos productores de las ideas, con independencia total de los trabajadores manuales y del resto de la sociedad, y de que estas ideas suyas son las que determinan el curso de la historia.

En este ámbito, los historiadores, sin preocuparse en lo más mínimo por las condiciones históricas en las cuales se producen las ideas de una sociedad dada, ni por las circunstancias en que viven los productores de ellas, y llevados por el carácter cada vez más abstracto de esas ideas, piensan que, por ejemplo: “en la época en que dominó la aristocracia imperaron las ideas del honor, la lealtad, etc., mientras que la dominación de la burquesía representó el imperio de las ideas de la libertad, la igualdad, etc.” (Marx y Engels 1968: 52).

Así, se dejan arrastrar por las ilusiones de su época —la de la sociedad de clases—, que se cimenta, entre otras bases, sobre la mencionada división entre el trabajo manual y el intelectual.

De ahí que no sea decisivo para el análisis morganiano esclarecer la existencia real de los personajes famosos que aparecen en la historia de las distintas sociedades. Lo importante consiste en que ellos están vinculados con grandes movimientos histórico-sociales, sobre los cuales se centra la atención del investigador, y que en ellos cristaliza la mente colectiva.

MITO E HISTORIA

Por eso, refiriéndose a la Liga de los Iroqueses y al papel protagónico que el mito asigna a algunos de los sachems fundadores, Morgan (s.f.: 129-130) nos dice:
El origen del plan se atribuye a un personaje mitológico o por lo menos tradicional, Hä-yo-went’-hä, el Hiawatha del célebre poema de Longfellow, quien estuvo presente en el consejo y fue el personaje central de su dirección. En sus comunicaciones con el consejo utilizaba los servicios de un hombre sabio de los onondaga, Da-gä-no-we’-dä, como intérprete y orador para exponer la estructura y los principios de la confederación propuesta. La misma tradición declara que cuando terminó el trabajo, Hä-yo-went’-hä desapareció milagrosamente en una canoa blanca que se elevó con él por los aires y lo llevó hasta perderse de vista. Otros prodigios, según esta tradición, acompañan y señalan la formación de la confederación que todavía es conmemorada entre ellos como la obra maestra de la sabiduría india. [...] Es difícil determinar cuál de los dos personajes fue el fundador de la confederación. Es probable que el silencioso Hä-yo-went’-hä fuera un personaje real de origen iroqués; pero la tradición ha envuelto de tal manera su personalidad con lo sobrenatural, que pierde su lugar como uno de sus miembros. Si Hiawatha fue un personaje verdadero, Da-gä-no-we’-dä debe ocupar un puesto subordinado; pero si aquel fue un personaje mitológico, invocado para la ocasión, corresponde a este último el mérito de haber planeado la confederación.
En el estudio de los iroqueses, como en el de los romanos, no se hace metodológicamente necesario aclarar la existencia real de los fundadores; importa explicar los movimientos sociales que ellos encarnan, bien en la realidad, bien en el mito. El curso de la experiencia creó en la sociedad iroquesa un conjunto de gérmenes, de rasgos que estaban presentes en el momento en que se reunió el Consejo fundador que originó la Liga; crearla consistió en hacerlos conscientes, en desarrollarlos, en sistematizarlos en una legislación, logrando su integración, obra de los dos sachems cuya memoria recoge el mito.

El individuo sobresaliente, sobre la base de sus facultades y capacidades personales, mayores que las de los restantes miembros de la sociedad, es quien integra en una nueva estructura los elementos producidos por la experiencia del pueblo; con esto permite que su sociedad alcance un nuevo estadio. Este trabajo cristaliza los conceptos en tanto que categorías de pensamiento. Y esta categorización mental les da una consistencia real, una nueva forma de existencia, los materializa. Así se define también el papel del pensamiento en la historia.

Si se lo ubica en relación con su época, este planteamiento de Morgan reviste una gran importancia, pues representa una ruptura con la concepción idealista que dominaba completamente la visión de su tiempo acerca de la historia, considerándola como un imponente escenario en el que las grandes personalidades hacían y deshacían sociedades a su capricho y voluntad. Al asignar un papel determinante al hacer de los pueblos, colocándolos en el centro del quehacer histórico y reconociéndolos como los sujetos del devenir y del desarrollo social, Morgan sentó las bases de aquella concepción histórica que se conocería en el mundo por su expresión en las posiciones del marxismo, y que se ha abierto paso y consolidado cada vez más en nuestra época.


 
 
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