Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 
LEWIS HENRY MORGAN: CONFESIONES DE AMOR Y ODIO
 

III: ¿HISTORIA O TEORÍA DE LA HISTORIA? > El modelo teórico

El modelo creado y expuesto por Morgan está constituido básicamente por la caracterización y secuencia de los períodos étnicos de salvajismo, barbarie y civilización, sus relaciones, las causas de su progreso y de su cambio, sus vínculos con invenciones y descubrimientos, su ligazón con las “condiciones de la sociedad”, la concepción de su estructura interna, etc.

También hacen parte de él los desenvolvimientos de la idea de gobierno y la sucesión de planes de organización de la sociedad, el desarrollo de la contradicción entre democracia y aristocracia —con la tendencia al predominio final de la primera—, la secuencia de las formas de familia y parentesco y, finalmente, pero no por ello menos importante, el desarrollo del concepto de propiedad.

Este modelo, esta sucesión de períodos étnicos, planes de gobierno, formas de familia, sistemas de afinidad y consanguinidad, clases de propiedad, es válido únicamente si se toma en un cierto grado de abstracción, a nivel de la humanidad en su conjunto. El ser humano ha pasado del salvajismo inferior a la civilización moderna a lo largo de un proceso cuya duración cubre la totalidad de su existencia; así, nos dice Morgan:
Que esta sucesión ha sido históricamente verdadera en la totalidad de la familia humana hasta el estadio alcanzado por cada rama respectivamente, aparece como probable ante las condiciones bajo las cuales se produce todo progreso (Morgan 1972: 21, subrayado mío).

Todas las comprobaciones del saber y la experiencia humanas tienden a demostrar que la raza humana, como unidad, ha progresado firmemente desde una condición más baja a una más alta [...] bajo una ley necesaria de desarrollo (Morgan s.f.: 58, subrayado mío).
Esto no significa que tal secuencia sea necesaria en su totalidad para cada sociedad específica. Incluso, si esa línea de avance aparece como cierta cuando se deriva de una mirada retrospectiva lanzada desde el presente hacia la historia pasada del ser humano, la humanidad —o porciones considerables de ella— han tenido momentos de estancamiento, de retroceso, de decadencia en su desarrollo:
Puede admitirse que existieron casos de retroceso mental y físico en tribus y naciones, por razones conocidas, pero ellos jamás interrumpieron el progreso general de la humanidad (Morgan 1972: 70).

Se ha comprobado que el progreso es substancialmente del mismo tipo en tribus y naciones habitantes de continentes diferentes y aun separados, mientras se hallan en un mismo estadio, con desviaciones de la uniformidad en casos particulares, producidas por causas especiales (Morgan 1972: 34).
Es decir, que ni siquiera a nivel global hay una linealidad absoluta en el avance de la humanidad. La sucesión de formas, la serie orgánica de ellas es válida al nivel de la teoría y para el conjunto de la historia humana, pero no necesariamente para el devenir de cada sociedad. Cada vez que plantea la generalidad del desarrollo, el propio Morgan (s.f.: 9) la presenta como probable, presumible, posible, como algo que parece ser, nunca como algo que pueda afirmarse en forma rotunda: Es probable que las sucesivas artes de subsistencia, surgidas con largos intervalos, hayan ejercido una gran influencia sobre la condición del hombre” (subrayado mío).
De igual forma parece que estas tres condiciones diferentes se entrelazan debido a una sucesión tan natural como imprescindible de progreso [...] Se presume que los antepasados remotos de las naciones arias pasaron por una experiencia semejante a la de las tribus bárbaras o salvajes del tiempo actual” (Morgan 1970a: 9, 12, subrayados míos).
Harris (1978: 147) entiende que Morgan no creía en un camino exclusivo ni en que no pudieran saltarse etapas. Por eso lo cita cuando plantea que los canales por donde ha discurrido la existencia humana han sido “casi uniformes” y que las necesidades han sido “esencialmente las mismas”, además de aceptar que hay excepciones en los períodos étnicos.

El hombre nació de la experiencia

Morgan (s.f.: 3, subrayados míos) nos dice que la causa del ascenso del ser humano a través de su existir hay que buscarla en la experiencia, ya que el hombre va
labrando su ascenso, del salvajismo a la civilización, mediante los lentos acopios de la ciencia experimental, [al mismo tiempo que va obteniendo] la gradual evolución de sus facultades morales y mentales, mediante la experiencia y su prolongada lucha con los obstáculos que le impedían el paso por el camino de la civilización.
La experiencia cristaliza en dos campos que se constituyen en dos áreas de investigación y conocimiento, postuladas inicialmente como si no tuvieran vinculación entre sí, aunque más tarde encontrará su nexo en relación con la propiedad privada: “Dos líneas independientes de investigación atraen pues nuestra atención. La una conduce a través de los inventos y descubrimientos, y la otra a través de las instituciones primarias” (Morgan s.f.: 4).

Cada uno de estos dos tipos de elementos de la historia humana tiene su propia dinámica de progreso: [Los inventos y descubrimientos] “mantienen entre sí un vínculo progresivo”, [las instituciones tienen] “una relación de desenvolvimiento”. [Los primeros] “han estado unidos en una forma más o menos directa, las instituciones se han desarrollado sobre el fundamento de unos pocos gérmenes primarios del pensamiento” (Morgan ibid.).

Continuidad y discontinuidad históricas

Pese a que se proclama su independencia, estas dos vertientes están ligadas en relación con los períodos étnicos —concepto que fundamenta todo el modelo histórico construido por Morgan— que están conformados y caracterizados principalmente por las instituciones, cuyas formas se suceden entre sí por un desenvolvimiento que tiene como punto de partida unos pocos principios originales de pensamiento; por este motivo, el progreso de las instituciones es fluido, y se desarrollan unas a partir de otras mediante cambios graduales, paulatinos, la mayor parte de las veces casi imperceptibles. Es decir, que entre sus diversas etapas no es posible establecer límites claros, no se pueden establecer fronteras nítidas.

La historia de las instituciones humanas aparece, entonces, como un continuo, cuyo devenir no está cortado por rupturas que posibiliten diferenciar sus distintos momentos; por supuesto, a largo plazo es posible constatar, si se comparan las varias condiciones sociales, las transformaciones ocurridas, pero esto no constituye solución al problema de poder delimitar los períodos étnicos y los estadios correspondientes como lo exige el modelo en construcción.

Para superar la dificultad, Morgan encuentra que los inventos y descubrimientos, aunque son progresivos y acumulativos, muestran mejor las diferencias y son distinguibles con más facilidad que las instituciones, precisamente por su carácter material; además porque no necesariamente vienen unos de otros, aunque la aparición de cada uno de ellos requiere del descubrimiento previo de algunos anteriores. Así pues, apela a ellos para establecer los momentos claves a partir de los cuales es posible considerar que la sociedad ha alcanzado una etapa nueva en su desarrollo, diferente de las anteriores.

Podría haber recurrido a otro elemento material de la vida humana: las formas de producción —artes de subsistencia, como él las llama—, pero el conocimiento del que dispone no es, a su juicio, suficiente; por eso, inventos y descubrimientos suministran una alternativa viable:
Es probable que las sucesivas artes de subsistencia, que surgieron con largos intervalos, a causa de la gran influencia que deben haber ejercido sobre la condición del hombre, sean las que, en última instancia, ofrezcan las bases más satisfactorias para esas divisiones. Pero la investigación no ha avanzado todavía lo suficiente en esta dirección para proporcionar la información necesaria. Con nuestros conocimientos actuales, el resultado principal puede obtenerse mediante la selección de invenciones o descubrimientos que sean capaces de suministrar suficientes comprobaciones de progreso como para caracterizar el comienzo de sucesivos períodos étnicos (Morgan s.f.: 9).
Pero es necesario precisar que los inventos y descubrimientos no producen los períodos étnicos, no son sus causas, únicamente los revelan, permiten constatar los avances ocurridos, suministran suficientes evidencias de progreso: “El empleo de la escritura o su equivalente en jeroglíficos sobre piedra, nos proporciona una prueba terminante del comienzo de la civilización” (Morgan 1970a: 32-33, subrayado mío).
Mi propósito es presentar algunas pruebas del progreso humano a lo largo de estas diversas líneas y a través de períodos étnicos sucesivos, según se halla revelado por invenciones y descubrimientos y por el crecimiento de las ideas de gobierno, familia y propiedad (Morgan s.f.: 6, subrayados míos).
Childe (1964: 29) recalca el papel de la escritura en la vida social, cosa que justifica tomarla como criterio tecnológico pese a que podría resultar un tanto extraño hacerlo, al menos si no se realiza un mayor análisis; se trata de una “herramienta intelectual”, necesaria para las ciencias exactas —astronomía calendárica, aritmética predictiva y geometría— que revolucionaron la tecnología y condujeron a la aparición de las primeras sociedades civilizadas del Viejo y Nuevo Mundo; por lo tanto, su presencia permite reconocer este cambio revolucionario.

Basado en los anteriores conceptos, Morgan (s.f.: 8) adelanta una crítica de las periodizaciones anteriores, que son excluyentes y toman como definitorios y determinantes —causales— los descubrimientos y los inventos:
Los términos “Edad de Piedra”, “de Bronce” y “de Hierro” introducidos por arqueólogos daneses, han sido sumamente útiles para ciertos propósitos y seguirán siéndolo para la clasificación de objetos de arte antiguo; pero el progreso del saber ha impuesto la necesidad de otras subdivisiones diferentes. Los instrumentos de piedra no fueron dejados de lado completamente con la introducción de herramientas de hierro, ni con las de bronce [...] El período de los implementos de piedra se prolonga sobre aquellos del bronce y del hierro, y desde que el del bronce se prolonga también sobre el del hierro, no son susceptibles de una circunscripción que pudiera delimitar a cada uno en una forma independiente y distintiva.
Se trata de inventos y descubrimientos seleccionados de manera “arbitraria” y que permiten comprobar que la sociedad ha alcanzado determinado período étnico; aunque no son los mismos en todas partes, por intermedio de ellos se puede captar el nivel alcanzado por la sociedad. Sin embargo, no es posible que su desarrollo sea tan “independiente” del de las instituciones, como parece creer Morgan, pues en tal caso no podrían desempeñar el papel que éste les confiere en relación con el adelanto social. De su carácter relativamente arbitrario se desprende que no se trata de “señales” absolutas y que pueden darse excepciones en sociedades, épocas o regiones específicas.

Según su exposición (1970a: 17), el estadio inferior del salvajismo termina con el uso del fuego, que permite colocar una dieta de pescado como base de la alimentación; la invencion del arco y la flecha da término al salvajismo medio, mientras el descubrimiento de la alfarería marca el paso del salvajismo superior al estadio inferior de la barbarie; en el hemisferio oriental, la barbarie media se inicia con la domesticación de animales, en tanto que en el occidental, el cultivo de maíz y de otros productos mediante el uso de riego y el empleo de piedra y adobe en la construcción de casas son los elementos que la señalan; el procedimiento para fundir el hierro revela el comienzo de la barbarie superior, mientras que la invención del alfabeto fonético y de la escritura señalan su término y el paso a la civilización. No aparece un elemento que indique el límite entre los estadios antiguo y moderno de éste último período étnico.

Las variaciones que se presentan entre los dos hemisferios son consecuencia de su desigual dotación de recursos, por lo cual no ofrecen condiciones materiales similares que posibiliten las mismas invenciones en uno y otro. El problema “puede solucionarse, entretanto, mediante el empleo de equivalentes (Morgan 1970a: 15, subrayado mío). Esta “arbitrariedad” obliga a Morgan a justificar las razones para escoger la alfarería, que puede cumplir su papel porque “una sucesión de invenciones de gran necesidad y adaptadas a una condición más baja” llevaron a hacer sentir su necesidad y cuyo descubrimiento permitió hervir alimentos, “originando una nueva época en el progreso humano” (s.f.: 13-14).

Con ella comienza la barbarie, pese a que es menos significativa que otros elementos como el uso del hierro, los animales domésticos o el alfabeto fonético. Resulta claro que la definición del comienzo y el fin de los períodos étnicos mediante invenciones y descubrimientos, es únicamente un recurso metodológico que permite “ver” el adelanto de la sociedad, y no una exposición de las causas que lo producen.

Por eso, Childe (1964: 13-14) considera que los períodos étnicos “revelaban un auténtico proceso histórico desarrollado en el tiempo [y que] podría ser reconstruido mediante métodos comparativos”. La idea de Morgan no es, como algunos han querido interpretarla, la de que existe una serie necesaria de invenciones y descubrimientos que coincide con el desarrollo de la sociedad y lo determina. Al contrario, este último es el esencial, él determina y produce los inventos y hallazgos, los cuales, a su vez, permiten comprobar con su presencia la existencia de los períodos étnicos y marcar las discontinuidades entre ellos.

Entonces, carece de fundamento la objeción de Bohannan (1965: xx) en el sentido de que no hay una serie necesaria en los inventos, puesto que la escritura bien puede o no ser anterior a la cerámica y el arco y la flecha a la metalurgia, es decir, que no puede existir una escala evolutiva entre ellos; de donde concluye que la escala de estadios planteada por Morgan y basada, según él, en invenciones tecnológicas, no es adecuada.

Lo anterior confiere a la arqueología una importancia considerable en los estudios históricos, sobre todo en aquellos que tienen que ver con el esclarecimiento de los perídos étnicos; esta disciplina debe una buena parte de su desarrollo a las inferencias que logra obtener con base en el análisis de los restos materiales de las sociedades del pasado, especialmente los instrumentos de trabajo directo, pero también aquellos que son esenciales para la producción aunque no intervengan en forma directa entre la mano humana y la naturaleza, como ocurre con los recipientes de cerámica.

Marx (1964: 132) se refiere también a la importancia de los instrumentos materiales, especialmente aquellos vinculados con los procesos de trabajo, de la siguiente forma:
Y así como la estructura y armazón de los restos de huesos tienen una gran importancia para reconstituir la organización de especies animales desaparecidas, los vestigios de instrumentos de trabajo nos sirven para apreciar antiguas formaciones económicas de la sociedad ya sepultadas. Lo que distingue a las épocas económicas unas de otras no es lo que se hace, sino el cómo se hace, con qué instrumentos de trabajo se hace. Los instrumentos de trabajo no son solamente el barómetro del desarrollo de la fuerza de trabajo del hombre, sino también el exponente de las condiciones sociales en que se trabaja.
Esto, principalmente, porque el avance de la sociedad depende en parte del resultado del “balance” entre la cantidad de energía que el hombre consume en la producción de los bienes que necesita para subsistir y el volumen que logra tomar de la naturaleza mediante su trabajo, balance cuya medida es la productividad del trabajo, y ésta depende en alto grado del desarrollo de dichos instrumentos.
Podemos, por tanto, establecer de manera definitiva que el sistema de instrumentos de trabajo social, o sea la tecnología de una sociedad, es un índice material preciso de la relación entre la sociedad y la naturaleza. Las fuerzas materiales productivas de la sociedad y la productividad del trabajo social encontrarán su expresión en esta técnica (Bujarin 1972: 127).
De ahí lo revolucionario que resulta en su tiempo el que Morgan haya adoptado criterios tomados de la tecnología para establecer la existencia de su periodización, con lo que “terminó con el subjetivismo de la escuela británica” (Childe 1964: 14).

Pero entre inventos y hallazgos, por una parte, y períodos étnicos correspondientes, por la otra, sí hay una asociación, aunque no se trata de una relación de causa a efecto; los primeros son la base de partida para que el hombre desarrolle nuevas artes de subsistencia y con estas vaya mejorando su vida. En palabras del propio Morgan (1972: 30), “la alfarería presupone vida de pueblo, y un progreso considerable en las artes sencillas”; así mismo:
Posiblemente [la alfarería] es la prueba más efectiva y concluyente que puede elegirse para fijar una línea de demarcación, necesariamente arbitraria, entre el salvajismo y la barbarie. Desde tiempo atrás se ha reconocido la distinción entre las dos condiciones, pero hasta ahora no se ha propuesto ningún criterio de progreso que señale el paso de la primera a la segunda (Morgan s.f.: 10, subrayados míos).

De su ingenio en este sentido [el de las artes de subsistencia], dependía la totalidad del problema de la supremacía del hombre sobre la tierra. El hombre es el único ser de quien se puede decir que ha logrado el dominio absoluto de la produción de alimentos que, al comienzo, no era más suya que de otros animales (ibid.: 19).
El ascenso del ser humano se da en medio de una fuerte lucha contra los obstáculos que la naturaleza le opone para lograr la satisfacción de sus necesidades y resolver los problemas que se le plantean; el desarrollo de los instrumentos de producción lo coloca cada vez en mejor situación para vencer, dando lugar no sólo al progreso de la tecnología y de los hábitos de trabajo, sino a un creciente avance mental y moral. Como se trata de un proceso acumulativo, cada vez es menos difícil lograr esos descubrimientos e invenciones y el ritmo de desarrollo histórico se acelera, pero el peso de los hallazgos dentro de su respectiva época, decrece. Cada período contiene en sí mismo los aportes de los anteriores, lo que proyecta una imagen de continuidad de la historia.

Períodos étnicos y realidad

Los períodos étnicos de salvajismo, barbarie y civilización, en la forma como Morgan los caracteriza, constituyen categorías teóricas de su modelo de historia universal que no se dan en la vida práctica de las sociedades concretas. Que Morgan no los considera como existentes en la realidad sino como conceptos útiles para “dilucidar las diversas categorías de hechos”, se aprecia con claridad en la afirmación de que no importa que existan o no para que valga la pena que sean utilizados: “Aun cuando sean aceptados solamente como probables, estos períodos serán convenientes y útiles” (Morgan 1970a: 13).

No afirma la necesidad de su existencia histórica, sino su validez epistemológica para dar cuenta de los hechos de la realidad. Dicho sea de paso, Morgan utiliza esta metodología para comprender otros hechos de la vida social, así, por ejemplo, el sistema clasificatorio de consanguinidad y afinidad:
Habiendo reunido los hechos que establecen la existencia del sistema clasificatorio de consanguinidad, me aventuré a agregar a los cuadros una hipótesis explicativa de su origen. No puede dudarse de que las hipótesis son útiles y muchas veces indispensables para el logro la verdad. La validez de la solución propuesta en dicha obra [Sistemas de consanguinidad y afinidad de la familia humana], y repetida en la presente, dependerá de su suficiencia para explicar todos los hechos del caso. Mientras no sea reemplazada por otra que tenga un mejor derecho para ser aceptada en este campo, su presencia en mi obra es legítima y está de acuerdo con los métodos de investigación científica (Morgan s.f.: 516, subrayados míos).
Y, también, la gran serie de las diez y seis (o quince) instituciones sociales relacionadas con la familia:
La serie anterior puede requerir modificaciones y aun cambios esenciales en algunos de sus miembros; pero ofrece una explicación racional y satisfactoria de los hechos de la experiencia humana, hasta el punto en que son conocidos, y del curso del progreso humano en el desarrollo de las ideas de familia y de gobierno en las tribus de la humanidad (Morgan s.f.: 515, subrayados míos).
Entonces, los períodos étnicos como tales no tienen una existencia histórica concreta, no existen el salvajismo, la barbarie y la civilización, solo sociedades con una condición social de salvajes, bárbaras o civilizadas; ninguna de ellas presenta esta condición en forma pura, por completo coincidente con la categoría, únicamente se dan sociedades históricas cuyas condiciones sociales en un momento dado de su desarrollo, y solo durante éste, pueden considerarse como correspondientes en lo esencial a tal o cual período.

Eso es lo que explica que no sea posible encontrar una definición positiva de los estadios en la obra de Morgan; sólo la totalidad del texto da una idea clara de ellos. Su caracterización abstracta únicamente puede ser hecha a partir de las diferentes condiciones —concretas— de las sociedades, de su comparación y ordenamiento. Parafraseando el esquema levistraussiano de interpretación del mito, tal como lo presenta Edmund Leach (1985: 36-37), podemos leer la teoría histórica global de Morgan en la siguiente forma:

a) En la historia, los acontecimientos se suceden unos tras otros entrelazados en una cadena lineal, sin que sea perceptible una discontinuidad.

b) El análisis de Morgan encuentra que puede segmentar esa cadena en períodos étnicos y, más todavía, que es posible fragmentar cada uno de estos períodos (los episodios que llama Lévi-Strauss). Al hacerlo, la historia humana resulta compuesta por los momentos (o episodios) de salvajismo, barbarie y civilización y sus subperíodos correspondientes.

c) Cada uno de estos períodos y subperíodos es visto como una transformación parcial de los otros, mediante un desenvolvimiento que opera a través de formas de transición, aunque, a causa de su concepción histórica, Morgan no los concibe como simultáneos. Su sumatoria tiene como resultado la historia, pero ahora no como simple sucesión de segmentos, sino como una totalidad de y con sentido.

d) Comparados con los detalles de las condiciones sociales históricas originales, los períodos étnicos son abstractos; aquellas constituyen variaciones y transformaciones concretas de éstos.

e) La unidad resultante es una secuencia estructural “que puede representarse mejor como una ecuación algebraica de la que cada uno de los episodios originales era una manifestación imperfecta” (Leach ibid.). Esta “ecuación” sería el contenido conceptual de los períodos y daría el esqueleto abstracto de cada condición social.

f) En cada momento histórico de toda sociedad, las formas de existencia de cada elemento de la ecuación son “imperfectas” en el sentido de que ninguna de ellas representa el contenido total del concepto —que existe solo en la sucesión histórica de las formas—, pero también porque hay un avance, un adelanto social y, por consiguiente, un perfeccionamiento.

Las obvias diferencias están dadas por la historicidad de la visión de Morgan, que ubica la sucesión de los momentos en una serie temporal en lugar de en una simultaneidad, pero también en una serie estructural, lógica —como hace el estructuralismo—, mostrando, al mismo tiempo, cuál es la conexión entre ambas maneras de relacionarse dichos momentos.

El tiempo y la lógica histórica no coinciden

En La Liga de los Ho-de’-no-sau-nee, Morgan hace referencia a una secuencia general de formas de gobierno, —monarquía, aristocracia, democracia, con sus respetivas formas de “degeneración”: tiranía, oligarquía y oclocracia—, representada cada una por una forma típica concreta que sirve de base para la comparación. Al referir a esta secuencia el gobierno iroqués, es posible concluir caracterizándolo como una oligarquía liberal de tipo democrático que, además, no es una degeneración de la aristocracia y por lo tanto es más avanzada que la de los griegos, pese a que corresponde a un estadio anterior a aquel en que estos se encontraban y a que presenta en su base gentilicia una forma arcaica —hacia 1700— que es varios siglos posterior a la existencia de la forma más moderna entre los griegos (Morgan 1962: 127-138).

La misma no congruencia entre el orden lógico y el cronológico existe en otros ordenamientos. El de gens-tribu-fratría-confederación es un ordenamiento teórico, abstracto, no histórico-concreto; se trata de una serie lógica que no puede tomarse como una sucesión general de formas históricas que se desenvuelven a través del tiempo en ese orden establecido. Como la exogamia es una de las características esenciales de la gens, para que ésta exista deben presentarse por lo menos dos gentes relacionadas por intercambio matrimonial, y esto constituye ya una tribu. La gens, como primera etapa de la serie o como unidad básica de la misma, es una abstracción; en la realidad no puede existir una gens única, sólo la reunión de por lo menos dos de ellas en una tribu. La gens, dondequiera que se halle, es idéntica en su estructura orgánica y en su acción funcional, que constituyen su contenido, pero sus formas son muy diversas y en su sucesión conforman una lógica histórica.

Estas transformaciones constituyen el desenvolvimiento histórico de la categoría, cuya existencia solo es posible a través de ellas. El hecho de que la gens ocupe el primer lugar en la serie orgánica citada, significa que es la unidad sobre la cual descansan el desarrollo y la constitución de la serie, pero en ningún caso que sea el primer término histórico de la misma.

En La sociedad primitiva, la exposición está de acuerdo con la sucesión teórica, o más bien con el orden lógico de las categorías, y no con el orden cronológico, temporal, pues en la visión de Morgan estos dos órdenes se invierten. En otros autores es posible encontrar esta idea de la diferencia entre sucesión lógica y serie histórico-concreta. Me limito a presentar aquí dos ejemplos de ella; en su orden, Agnes Heller y Carlos Marx.
Sucede solo muy raras veces, y solo en determinadas condiciones, que la organización siga exactamente la sucesión temporal de las culturas particulares (Heller 1989: 191).

Se cometería un error si se estableciera la sucesión de las categorías económicas según el orden de su influencia histórica. Su orden, por el contrario, es determinado por sus relaciones en el seno de la sociedad burguesa moderna. Se obtiene entonces exactamente lo inverso de su orden natural o del orden de su desarrollo histórico (Marx 1971b: 50).
Más adelante me detendré en el planteamiento de Morgan, según el cual las distintas sociedades ni siquiera avanzan de manera sincronizada y uniforme en el tiempo, al mismo ritmo, sino que, por el contrario, se presenta una desigualdad en su dinámica de desarrollo.

Teoría y realidad no son idénticas

Morgan diferencia claramente el modelo teórico y el proceso histórico; en el primero se establece la definición o caracterización de las categorías que marcan los momentos globales del desarrollo humano, en el segundo, la dinámica de las categorías y su entrecruzamiento en la realidad. Así, cuando habla del plan de gobierno basado en la gens (societas), se refiere a su caracterización esencial fundada en el parentesco, pero en la existencia concreta de las sociedades que se organizan con base en él, el territorio —elemento definitorio del otro gran plan de gobierno (civitas)— juega también un papel importante, sobre todo en los períodos de transición, aunque no se trate del papel esencial o central.

De ahí que la inconsistencia de algunas de sus afirmaciones específicas en el campo del análisis histórico de algunas sociedades, no invalide la verdad de su método y del modelo teórico que lo sustenta, como lo han pretendido algunos de sus críticos. A causa de lo abstracto de su carácter, las categorías de Morgan no concuerdan exactamente, ni podrían hacerlo, con ninguna sociedad real concreta, y resultan falsas si se las toma como categorías empíricas. Pero concebirlas de esta forma no es un problema de Morgan sino de sus críticos.

Es lo que ocurre con algunos antrópologos. Su visión empirista no les permite percibir la diferencia de niveles en los planteamientos de Morgan, y los descalifican cuando descubren que sus conceptos más abstractos no muestran una coincidencia absoluta con la realidad tal como ella aparece ante la observación directa; al hacerlo, confieren el estatus de categorías positivas, descriptivas y clasificatorias, a tales conceptos, sin ver que están entrelazados en una serie de progreso mediante un encadenamiento lógico y abstracto —cuya contrapartida histórica está representada por los períodos de transición—, peculiaridad que no sólo les permite clasificar, agrupar y diferenciar, como los de la antropología, sino explicar.

Sin embargo, no es esta una posición generalizada. Algunos autores lo han comprendido de un modo acertado; así ocurre con los norteamericanos Beals y Hoijer (1969: 706) y con el francés Terray (1971: 31):
Este esquema [de los evolucionistas] no pretende explicar la historia de culturas o pueblos determinados, sino sólo resumir la evolución de la cultura en cuanto tal. Es la evolución de la cultura lo que hay que compendiar y no la historia de una cultura o de un pueblo.

Lo que Morgan estudia no es el gobierno, la familia y la propiedad en su existencia empírica, en sus manifestaciones históricas, sino el crecimiento orgánico de “ideas” que pasan por muchas “formas” sucesivas cuya serie constituye una “secuencia” de progreso.
Igualmente Gordon Childe (1964: 12), para quien el objetivo de Morgan es la evolución social como un todo y no la de las instituciones individuales aisladas de su contexto.

Esto coincide con las modernas tendencias evolucionistas que aceptan una evolución universal o general en lugar de una específica, que buscan una secuencia de formas abstractas y no históricas y específicas, es decir, que están de acuerdo en que hay “una tendencia general al crecimiento cultural o el desarrollo hacia formas más complejas o heterogéneas” (Lisón Tolosana 1980: 62).

Períodos étnicos y condición social

Cuando aplica y desarrolla la anterior diferenciación entre teoría y realidad, Morgan establece los conceptos interrelacionados de período étnico y condición social. Cada período étnico tiene una condición social correspondiente que Morgan (s.f.: 12-13) denomina estadio, y que “posee una cultura distinta y exhibe un modo de vida propio más o menos especial y peculiar” (subrayado mío).

Una cultura y un modo de vida identifican un período étnico, pero ninguno de ellos se presenta nunca en estado puro, sino en combinaciones de elementos correspondientes a varias de estas culturas y modos de vida, aunque necesariamente los que pertenecen a uno de los períodos ocupan la posición central y son los que caracterizan a esa sociedad. Estas combinaciones tienen un carácter específico, histórico, y constituyen el objeto de la investigación; lo que interesa clarificar es su conformación, no solo mediante el procedimiento de establecer los períodos étnicos a los que corresponden sus diferentes componentes, sino también descubriendo la manera cómo estos están estructurados para cumplir sus papeles, sus funciones, en relación con las necesidades de la vida de las respectivas sociedades. Los estadios están dados, entonces, por la condición de la sociedad en un período étnico. El ser humano en su sociedad no vive en un estadio sino en la condición correspondiente.

Para Duvignaud (1977: 62), esta orientacion implica la incidencia de la historia en la estructura, de la duración en lo sincrónico, de lo antiguo en lo nuevo, que son temas del más reciente análisis moderno:
Ellas constituyen el objeto de una delimitación de las formas que, al destacar combinaciones diferentes entre ellas, se encuentran, unas alteradas por el tiempo corrosivo de la evolución, otras exaltadas por la actualidad de la experiencia donde ellas se insertan [...] La preocupación de Morgan es la de describir todos estos vínculos, sin duda porque estas tribus indias efectivamente observadas e interrogadas, presentaban a los ojos del primero de los antropólogos estas contradicciones, estas coincidencias, estas imbricaciones que, al componer enteramente la trama de la vida colectiva actual, no se refieren al mismo principio de combinación.
Tres son los conceptos históricos que Morgan diferencia: período, estadio y condición. La historia es una unidad en cuyo interior los períodos étnicos hacen posible distinguir una diversidad; cada segmento de aquella unidad puede ser estudiado en sí mismo como un estadio. Así, si metodológicamente se miran aislados de la serie orgánica, del todo al que pertenecen, los estadios tienen un carácter abstracto y sólo pueden ser comprendidos cabalmente cuando, luego de investigados en sí mismos, se los restituye a la unidad dentro de la serie y se los analiza en sus relaciones lógicas con los demás.

Los estadios son momentos del progreso social, pero un momento es siempre una abstracción pues no hay sociedades detenidas en el tiempo, siempre están en proceso de cambio. Además, cada estadio de la serie general es una transición entre el anterior y el que le sigue. Incluso, en la visión de Morgan, el conjunto de la historia no es otra cosa que una gran transición entre el salvajismo inferior y la civilización moderna.

Los estadios mismos no son definidos de entrada y a priori en forma abstracta, sino que lo son a partir del análisis de las condiciones de las sociedades que se encuentran en ellos; se abstraen del estudio de sociedades específicas. Así surgen las caracterizaciones de los estadios y los períodos étnicos, categorías que permiten agrupar, diferenciar, relacionar las sociedades, comparándolas entre sí para hacer aparecer con claridad su diferente condición social —o la semejanza de la misma— y su grado de relativo adelanto.

Si los períodos étnicos, como modelos teóricos que son, presentan unas características que corresponden a cada uno y que constituyen su contenido “invariable”, esencial, expuesto en el texto de una manera abstracta, las condiciones sociales, en cambio, son múltiples y cada sociedad ostenta la suya propia, determinada por las condiciones de su existencia; por esta razón, solamente es posible su estudio concreto.

De esta manera, Morgan establece una relación clara entre la unidad y la diversidad, con cuya base puede entonces dar cuenta de la cultura y de su peso en la sociedad y en el análisis histórico. La cultura no aparece como el objeto en sí de la investigación histórica ni como el nivel que suministra la explicación de los fenómenos, sino como una forma de existencia histórica, múltiple y variada, de las categorías más amplias y que únicamente puede explicarse con referencia a ellas.

De ahí que no presente mucha validez la similitud que Augé pretende establecer entre Morgan y Taylor al respecto. Ya he mostrado cómo resuelve Morgan el problema de la relación de oposición y, al mismo tiempo, de expresión o existencia entre la universalidad y la peculiaridad, las cuales “operan” en niveles distintos; esto invalida la forma como Augé (1987: 47, 49-50) plantea la relación entre ellas como si “ocurriesen” en el mismo plano:
Taylor se enfrenta a la misma dificultad que Morgan: ¿cómo conciliar un análisis en términos de evolución con uno basado en términos de la especificidad cultural?.

Como para Taylor y Morgan las contradicciones que se presentan en el eje evolución-cultura no son conciliables, la cultura no se define como un modelo de integración; su análisis se apoya más, en definitiva, en el símbolo que en la función, pero los símbolos solo son, para ellos, significantes vacíos que únicamente obtienen su sentido de la relación parcial y estadística con significantes del mismo tipo: el “estadio” o el “nivel” de desarrollo tienen un valor de indicio respecto de un modelo de desarrollo del cual la sociedad victoriana constituye el apogeo, sin definir ninguna significación sociológica.
Morgan no concibe la cultura como “modelo de integración”, en cuyo caso sería básicamente un culturalista, pero sí como el lugar más concreto de ejercicio de la integración entre los elementos o rasgos correspondientes a los diferentes períodos étnicos, como la materialización histórica de la condición de la sociedad. Con la solución que da a este problema deja atrás el evolucionismo clásico de ese momento y, por consiguiente, también las posiciones de Taylor, pero ello como consecuencia del procedimiento de jerarquizar los diferentes rasgos y hacer de uno de ellos, los inventos y descubrimientos, la comprobación del desenvolvimiento social, y no por el expediente de convertir cada rasgo en índice de evolución, como parece entender Augé (1987: 68):
Para Morgan, ante todo se trata de comprender la evolución general de la sociedad y las combinaciones específicas de rasgos que componen las culturas; cree conseguirlo al convertir cada “rasgo” en un índice de evolución y al interesarse en el aparato simbólico de las sociedades únicamente en función de su valor indicativo en términos de evolución; relativiza la polaridad del eje evolución-cultura gracias a un tratamiento particular de la relación símbolo-evolución.
Los períodos étnicos tienen el papel de introducir una gradación escalonada en una historia que aparece ante nuestros ojos como un continuo, pero que en la concepción de Morgan se piensa como una correlación de continuidades y discontinuidades que los conocimientos de la época no permitían hacer notar; los períodos étnicos son los encargados de hacerlas aparecer. Son, pues, categorías hipotéticas que hacen visibles los límites y relaciones entre las diferentes condiciones sociales. Pero ellos mismos no se encuentran como tales en la historia real, excepto en el entrelazamiento de sus elementos en las condiciones de existencia de las sociedades. Según Leclerc (1973: 31), esta es la visión de los evolucionistas, para quienes “las sociedades están alineadas según un continuo homogéneo y único, jalonado por cortes pertinentes: ‘los estadios de avance’”.

La autora marxista húngara Agnes Séller (1989: 133), en su estudio de los principios constitutivos del hacer de la historia, presenta un punto de vista semejante:
Cada teoría corta diferentes presentes de la cadena ininterrumpida de acontecimientos, lo que hace aparecer esos “cortes” como unos actos arbitrarios. Pero la teoría tiene que convencernos de que es exactamente lo contrario; debe demostrarnos la importancia de la prolongación en cuestión. El carácter evocativo de la obra historiográfica induce al lector a considerar el corte como evidente. Utilizo la palabra “demostrar” en vez de “argumentar”, porque el historiador puede recurrir a argumentos para efectuar su “corte”, pero ello no es una precondición para justificar la existencia de una obra historiográfica. El “corte” nos puede parecer tan evidente sin necesidad de ser argumentado. Lo que yo llamo “corte”, que es, en otras palabras, comprender la discontinuidad en la continuidad, es el principio organizativo de toda obra historiográfica y, por tanto, una idea universalmente constitutiva de la historiografía.
Establecer la secuencia global de la historia humana tiene un objetivo metodológico, que analizaré a continuación. Como historia general contiene todas las historias concretas y permite comprenderlas, pero no puede ser considerada como historia concreta de tal o cual sociedad. No deben confundirse ambos niveles.


 
 
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