Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 

LUCHA INDÍGENA EN EL CAUCA Y MAPAS PARLANTES

LOS SOLIDARIOS CON LAS LUCHAS INDÍGENAS

Alrededor de las actividades del CRIC se fue nucleando la acción solidaria de sectores de la sociedad colombiana, como obreros, campesinos, intelectuales, estudiantes, pobladores barriales, organizaciones de mujeres, etc., algunos de los cuales conformaron Comités de Solidaridad con las Luchas Indígenas, incluyendo las de Nariño pues, entretanto, también se habían levantado en lucha los indígenas de los resguardos de este departamento. Se hablaba de una solidaridad de “doble vía”, que implicaba no sólo el respaldo de los colombianos a los indios, sino también de estos a las luchas de los sectores populares de la sociedad colombiana, pues se consideraba que ambos tipos de luchas estaban enlazadas en el seno del pueblo y se reforzaban mutuamente. Con el crecimiento de las luchas indígenas, estos grupos solidarios se fueron coordinando entre sí y desempeñando tareas a escala nacional, como fue el apoyo político y logístico a la Marcha de Gobernadores Indígenas del Suroccidente, que recorrió ocho departamentos del país, desde el Putumayo hasta Bogotá.

Entre esos sectores solidarios se hace necesario mencionar varios intelectuales críticos del papel que desempeñaban las ciencias sociales en nuestro país, decididamente al lado de los poderosos; de este grupo, que se planteó actuar directamente con las comunidades, hacía parte Víctor Daniel Bonilla, quien había trabajado con los indígenas de Valle de Sibundoy y la Sierra Nevada de Santa Marta, y amplió su trabajo a los resguardos del norte del Cauca, quien se constituyó, por su experiencia y relaciones, en el eje alrededor del cual giraba el movimiento de solidaridad.

Así, pues, en un momento de la lucha de clases en el país, intelectuales y jóvenes estudiantes de las universidades vieron confrontados sus propias prácticas y discursos y, en este proceso, generaron lazos de la academia con la lucha popular. Otro tanto ocurrió con otros sectores de la población, como obreros y campesinos y sus organizaciones.

Precisamente, el origen de los mapas parlantes está en el mandato que los mayores del resguardo de Jambaló dieron al solidario Víctor Daniel Bonilla para hacer una cartilla que permitiera a los jóvenes entender la violencia que sufrían en ese momento. En criterio de aquellos mayores, esa violencia era la misma de la conquista, prolongada a través de la colonia y de toda la república; es decir, en conclusión, que la conquista no había terminado todavía.


La creación de esta forma de trabajo acompañante constituyó un momento clave en los procesos de recuperación histórica entre los indígenas del Cauca, en especial entre los paeces, aunque posteriormente fueron retomados por los guambianos. Bonilla y Findji (1986: 15, 20) explicitan los fundamentos sobre los cuales se crearon y operan estos mapas:

“Lo histórico del pasado se asume como lo vivo del pasado aún actuante. Así, su estado actual de miseria, discriminación o dominación es la Conquista o la Colonia, vivas todavía hoy; es “la misma violencia”, como dicen [...] No es que se parezca, sino que es la misma que llega a nuestros días [...] Este método nos ha llevado más allá de una concepción de la recuperación histórica como simple hagiografía: historia de santos y de mártires, de héroes puestos como “ejemplos” a las masas para movilizarlas. Los Mapas Parlantes permiten ubicar a los actores indígenas en el mismo movimiento social del cual son partícipes. :
Al indígena de hoy no le interesa reconstituir en sí el período colonial (que, por lo demás, no distingue del republicano), sino reconocer en su propia situación condiciones coloniales sobre las cuales busca actuar hoy y por lo tanto necesita analizar mejor”.

Esta investigación confrontó resultados de la consulta en archivos coloniales con historias propias de los mayores y con informaciones de la época (segunda mitad del siglo XX). En la sociedades indígenas del Cauca la tradición oral, aquella que va de boca en boca de generación en generación, implica una constante confrontación de la memoria en función del presente y de los problemas actuales, y no es una simple repetición mecánica de palabras siempre iguales, “sagradas”, sino que va incorporando las cosas de hoy, muchas de ellas venidas de la dominación y la imposición. Lo que se cuenta, la forma y el lugar para hacerlo están determinados por una regla muy clara y simple: para quién y para qué se cuenta, cuál es el papel que la narración debe cumplir en un momento dado y en unas condiciones específicas.

El resultado inicial fue una cartilla escrita en castellano y titulada “Historia Política de los Paeces”. En el momento de su aparición, para no hablar de su contenido, el mero título fue como una bomba que estremeció los medios intelectuales relacionados con el movimiento indígena y a los historiadores de la academia, pero también a los dirigentes del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). En ese entonces no se aceptaba que los indios tuvieran una historia propia; si acaso, una “historia fría”, como repetían algunos antropólogos. Y mucho menos que tuvieran una política, ni que la hubieran tenido en el pasado. Incluso, durante un buen tiempo, los dirigentes del CRIC y sus colaboradores afirmaron que el movimiento indígena era de carácter gremial y por lo tanto sus reivindicaciones eran también gremiales.

De ahí que hablar de historia política para referirse a las sociedades indias era poco menos que una blasfemia, tanto que, por haberla presentado en el IV Congreso del CRIC, realizado en Coconuco en 1978, su autor fue retirado de tal Congreso, pese a las protestas de un buen número de los participantes indígenas, en especial de los paeces de Jambaló y de los guambianos.

Esto hizo claro que el movimiento del proceso de conocimiento indígena, al contrario de como ocurre mayoritariamente entre nosotros, en especial en los medios académicos donde reina poderosa la división social entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, entre la contemplación del objeto y su transformación, “no sólo tiene una dimensión mental (es un pensamiento), sino la de un actuar social” (Bonilla y Findji, 1986: 15).

La cartilla se imprimió en un buen número de ejemplares, el número 4 de una serie de documentos vinculados con la lucha; y se entregó a los mayores paeces de Jambaló que la habían solicitado para su trabajo:


Para ubicar territorialmente las acciones de los antepasados de los paeces, la cartilla incluyó dos mapas, que se imprimieron detrás de la carátula y en la contraportada, llamados: “Las guerras de liberación indígena” y “El país paez”. El primero contiene las principales acciones militares de los indígenas de la región en contra de los españoles, con la intención de expulsarlos de sus tierras. En el segundo, se ven los territorios comprendidos en el “Título de los 5 pueblos” que el cacique Juan Tama, alrededor de 1700, obtuvo de los gobernantes españoles, buscando una protección legal de las tierras que comprendían los cinco cacicazgos principales de los paeces.

Es decir, que ambos mapas están fundados en un principio básico de la concepción de los paeces y guambianos del Cauca: que la historia está contenida, impresa en el territorio o, más claro todavía, que el territorio contiene y muestra el proceso histórico mediante el cual la sociedad se relacionó y se relaciona con él, constituyéndolo y comunicándole, a la vez, su historicidad. De ahí que para ellos el territorio no existe sin la gente que lo hizo y lo habita; en nuestros términos, que no se puede pensar el territorio sin sus pobladores. Tanto es así que Herinaldy Gómez y Carlos Ariel Ruiz, profesores de la Universidad del Cauca, han podido referirse a los paeces como gente-territorio. El mapa de las “guerras” comprendía el amplio período entre 1538 – 1623:


Uno de los principios básicos de la pedagogía de los mapas es el reconocimiento. De ahí que en “el país paez”, las diversas poblaciones se mostraron de acuerdo con la conformación de la plaza principal de cada una, la cual, en muchos casos, se había conservado con pocos cambios desde la colonia, lo cual facilitaba a aquellos que trabajaban con él el proceso de ubicarse en el mapa.


Estos mapas jugaron un papel importante en el proceso tendiente a que los miembros de las comunidades alcanzaran o reforzaran su conciencia del territorio indígena, paez en este caso. Recordemos que la lucha principal del movimiento indígena en el Cauca era por la recuperación de la tierra, aunque siempre se refería a las tierras de los resguardos que les habían sido arrebatadas. Además, la relación de los solidarios no indígenas con los comuneros había mostrado que un gran número de estos consideraba como territorio simplemente su chagra, el pequeño globo de tierra en donde estaban su casa y sus cultivos; unos cuantos iban más allá y consideraban como tal la vereda en donde vivían; solamente unos pocos dirigentes lo concebían como el global del resguardo.

Igualmente, los dos mapas constituían novedades importantes para las concepciones que se tenían sobre los indígenas en esa época. En primer lugar, porque las luchas de los aborígenes contra los conquistadores españoles siempre habían sido calificadas como luchas de resistencia, por lo cual el concepto de guerras de liberación tenía una implicación clave pues mostraba, objetivos, estrategias e iniciativas indígenas y no únicamente respuestas suyas a la acción de los españoles.

Semejante resonancia política tenía la caracterización de las tierras de los paeces comprendidas en el título de los cinco cacicazgos principales como “el país de los paeces”, en relación con el país colonial. Por primera vez se iba más allá de las tierras de resguardo, abarcando unidades políticas mucho más amplias, los cinco pueblos, y también la visión de los paeces como una sociedad global en ese territorio, mucho más allá de la existencia de las comunidades, a veces dispersas o, al menos, la mayor parte de ellas desconectadas entre sí.

Poco más de un año después, los mayores de Jambaló regresaron donde Víctor Daniel para solicitar nuevos ejemplares de los dos mapas, pidiendo que fueran más grandes y estuvieran protegidos contra la humedad y el polvo, pues, según contaron, era lo único que habían utilizado de la cartilla, pues el resto consistía en el texto escrito en castellano y la enorme mayoría de los paeces era analfabeta, por lo cual no tenían acceso a él. Con esos mapas, los dirigentes habían motivado y fortalecido la conciencia de su gente acerca de su capacidad de lucha y acerca de su propiedad sobre las tierras que estaban recuperando y, a la vez, habían encontrado y planteado acciones tendientes a su solución; por último, los habían empleado para probar dicha propiedad ante las autoridades que acudían a desalojarlos, como jueces y policías, que en ocasiones optaban por retirarse ante la simple vista de los mapas.

 
 
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