Luis Guillermo Vasco   Luis Guillermo Vasco
 

SEMBRAR Y VIVIR EN NUESTRA TIERRA

II. CICLO DIARIO

El camino del sol en su recorrido sobre la tierra marca el orden y la sucesión de los trabajos agrícolas y domésticos, que se alternan con descansos y comidas para constituir el ciclo diariamente repetido. Con sus cantos, las aves ayudan a indicarnos el fin de las jornadas.

Además, este camino solar relaciona la vida diaria con el ciclo anual, enlazados ambos con la vivienda tradicional, que ya sólo existe y se conserva en la memoria de los mayores.

Otras señales pregonan la oportunidad de los trabajos, pero hoy ya no se siguen y muy pocos mayores las recuerdan.

Los mayores de más edad cuentan que la casa de los antiguos era el reloj de hace seiscientos y más años. Su planta se conformaba como un círculo y su techo, cónico, se recubría de paja entretejida. En la punta del cono, un pequeño agujero redondo era el punto a partir del cual el techo se prolongaba hacia arriba en una breve estructura de cono invertido, empajándose aquel por fuera, por dentro esta, y quedando los varejones al descubierto. Este hueco se llamaba turyumosik, la coronilla de la cabeza de la casa.

Estas casas eran llamadas pinitsiya, tsusaikya y litsiya según la forma del empajado, y tenían ventanas orientadas hacia el sol, una mirando al naciente, otra enfrentada al poniente, llamadas nosik latratrik, los ojos de la casa.
Ventanas y coronilla marcaban el tiempo. En las mañanas, el primer rayo del sol pegaba sobre los bancos de madera en que se sentaba la gente, dispuestos en círculo alrededor del fuego. Al avanzar la mañana, el ascenso del sol sobre el horizonte señalaba un camino sobre los bancos y las tulpas labradas en piedra que sostenían las ollas e indicaba el momento de empezar a cocinar, comer el desayuno o el almuerzo, salir para el trabajo hacia la ellmarikyu, la huerta o sitio en donde está sembrado algo, o al kualiyu, el trabajadero.

Entre unas horas antes y unas horas después de alcanzar su punto más alto en el cielo, el sol penetraba a través del hueco del techo, deslizándose con sigilo por los estantillos hasta que, al mediodía, golpeaba a plomo sobre el fogón, para ascender luego por el otro lado.

Cuando caía la tarde, al entrar por la ventana opuesta, los rayos del sol desandaban el camino, yendo de las tulpas a los bancos del otro lado. Cuando daban en un lugar determinado, las mujeres se decían: es la hora de poner la olla al fogón para cocinar. Los últimos rayos anunciaban la llegada próxima de los demás moradores de la casa, de regreso del trabajo, para consumir la cena.

Los mayores dicen que el sol, al moverse dentro de la casa durante el año, recorría un círculo que se materializaba por una piedra circular con marcas que señalaban el transcurso del año. Este era el almanaque propio, el calendario guambiano.

Con sus caminos dentro de la casa, el sol daba, pues, una doble señal: la hora del día y la época del año.

Al desaparecer este tipo de vivienda para dar paso al actual, ya no un gran salón en donde se desarrollaba la totalidad de la vida doméstica, sino un conjunto de espacios diferenciados y separados físicamente por paredes, las ventanas orientadas pasaron a la cocina y se convirtieron en el "reloj de la mujer", aunque el hombre también podía leer en él en la mañana y en la tarde. Esto ocurrió hace ciento cincuenta o doscientos años.

Por la mañana, al pegar sobre la pared, el rayo primero del sol invitaba al desayuno, luego descendía hasta alcanzar el suelo, mientras daba la señal para el almuerzo y, una vez se consumía éste, la de salir para el trabajo.

Al regresar para la cena, los trabajadores sorprendían el último rayo mientras iluminaba la pared opuesta de la cocina. Para la mujer, el paso del sol de la tarde del suelo a la pared mostraba el momento de comenzar a preparar la última comida del día.

En la actualidad, muchos ya no observan el camino del sol en la vivienda, no tienen en cuenta la orientación al construir la casa y olvidan dejar las ventanas en los muros de la cocina. Han obtenido el reloj del blanco que ha hecho abandonar casi toda nuestra ciencia; así, la tecnología no ha ayudado a avanzar sino a perder, a ir hacia atrás.

Las mujeres miraban la hora en la sombra de las goteras de la casa proyectada por el sol sobre las paredes o sobre los telares en que trabajan los tejidos.

Para ellas, la luna era como una luz de acompañamiento de estar hilando lana de oveja para nuestros vestidos. Las abuelas dejaban a las nietas afuera de la casa, en la noche, hilando lana, para que fueran activas y aprendieran a controlar el sueño.

También los abuelos trabajaban de noche. Así el sol y la luna daban un círculo completo sobre la tierra.

En la noche, la luna llena hace un recorrido igual al del sol. Indica las horas en los mismos sitios que recorre el sol.

La coca era el "reloj del hombre". Al llegar al trabajadero se echaba dos medidas en la boca y comenzaba a mascar; cuando se enfriaba, se echaba otras dos medidas y, al enfriarse de nuevo, era ya la hora del descanso y de comer el entredía. Al volver a trabajar, sus mandíbulas mascaban otra vez la coca y, al enfriarse ésta, se preparaba para el regreso. Antes de salir, se echaba una medida pequeña que le alcanzara para el camino. Al llegar, sacaba la bola, la ponía en un rincón a la izquierda de la casa y entraba a cenar a la cocina.

El sentido de los más ancianos es otro aviso del momento del descanso y de la finalización de la jornada, pues sienten que ya no tienen más fuerzas para seguir en el trabajo.

En cada parcela, los trabajadores siempre conocen la posición del sol en relación con ciertas montañas, árboles o piedras grandes; ésta va indicando la hora según la época del año, pues los guambianos conocemos del desplazamiento del sol hacia el norte entre marzo y junio, y hacia el sur entre septiembre y diciembre, y lo tenemos en cuenta.

Por ejemplo, en la vereda Anistrapu, Alto de Batea, en uno de los lotes, el sol se desplaza de norte a sur entre 600 y 800 metros; al norte entre marzo y junio, al sur entre septiembre y diciembre.

Si el sol está visible, se fabrica un reloj con las manos: se coloca la derecha en ángulo recto con la izquierda, ambas bien abiertas, la base del dedo meñique derecho descansando sobre la punta del dedo medio izquierdo (que sobresale entre los otros) y recostada sobre el dedo índice del mismo lado. La sombra que lanza la mano derecha sobre las coyunturas del dedo índice izquierdo o sobre el correspondiente dedo pulgar bien erguido, da la hora.

Es importante conocer si el día siguiente va a ser seco o lluvioso con el fin de programar el quehacer de la jornada; diferentes acontecimientos permiten saberlo.

Cuando tanto las nubes del occidente como las más altas del oriente enrojecen al atardecer, el próximo día será de verano. Estos reflejos altos del sol, que ya ha desaparecido tras las montañas, son llamados pilmosr, el sol de la noche.

Los pájaros y sus cantos

Ciertos pájaros cantan siempre a horas definidas, pues también ellos saben ver el sol. La gente los escucha y sigue su mensaje. También cuando señalan la lluvia, el páramo o el verano.

El usro illi, gorrión, reza al amanecer, entre cinco y media y seis de la mañana. Si canta por la noche con cantos especiales está alertando que alguien va a ir al kansro. Si varios cantan en conjunto durante un aguacero es porque va a mejorar el día y va a escampar.

El poñik o chiguaco no falla en cantar a las tres de la tarde; a las cuatro chilla de nuevo, pero ahora con un tono triste que pide suspender el trabajo y salir para la casa.

Los chiñí, azulejos de color azul oscuro, chillan una vez a las tres de la tarde; a las tres y media chillan por dos veces. Cuando son las cuatro, chillan tres veces. Si no se les hace caso y se sigue trabajando, su llamado se escucha por cuatro o cinco ocasiones y hay que apurarse porque ya va a anochecer.

El ta, pájaro paletón, se deja oír para anunciar que va a salir el páramo algunas horas más tarde o al día siguiente.

El utsolek es un ave pasajera que sube entre junio y agosto avisando que va a caer el páramo.

Otro pájaro, el alatsi, pájaro brujo, de color vino tinto, grande y de cola larga, chilla cuando va a llover o a gritar el trueno, aunque también puede tratarse de que alguien va a irse al otro mundo, como ocurre si canta el ponik.

El wirop illi, pájaro silbador, silba cuando va a llover, va a hacer páramo o a uno le va a pasar algo malo.

De igual modo, el tsatso, esmeralda o colibrí, señala la lluvia.

Si el mawintsatso, que es pequeño como mariposas, vuela en bandadas hacia arriba, es porque van a salir el viento y el páramo. Es mejor no cogerlo porque el que lo hace se vuelve un toma-agua y se mantiene con sed a toda hora. Es pasajero o migratorio.

El vuelo rasante y alborotado de las sre illi, golondrinas, ocurre ante la proximidad del aguacero.

Si el águila negra, usá, vuela sobre el río Piendamu u otras quebradas, indica un verano muy largo; si es en verano, señala el aguacero y mucha lluvia.

Las utselek, tijeretas, vienen con el páramo; llegan de abajo en grandes bandadas y lo hacen enojar. Como no son de aquí, no aguantan, se emparaman y mueren. Ahora vienen menos y hay años en que no aparecen.

La cigarra chilla durante el día entre cinco y media y seis de la mañana. A veces chilla en la noche cerca a la casa avisando que están haciendo una maldad y hay que hacer refresco.

Si la poñinkau, mariposa nocturna, entra a volar a las casas, es señal de que va a caer páramo. Si el lol, cucarrón, entra, es señal de páramo en verano, o de aguacero si es en invierno. También la pirompu kushi, lombriz de tierra, anuncia aguacero cuando entra en las viviendas.

El kuchi, cerdo, a veces se pone a bailar alrededor de la estaca a la que está amarrado; es porque va a llover.

La hormiga de clima frío, ayan, recorre los caminos cuando va a haber un invierno muy largo. Si su presencia ocurre dentro de la casa, alguien va a morir o la vivienda va a quedar abandonada.

Si las pequeñas ranas tuk-tuk se desaforan gritando todas juntas sin parar, llaman para que haga páramo o aguacero al día siguiente.

Si el sol se mira rodeado de un círculo negro, lloverá fuerte al otro día. Lo contrario ocurrirá si aparece un arco iris alrededor del sol, kosrompoto pishi, señal de un verano imprevisto, pero también de enfermedades nuevas y de heladas. También un arco iris que brilla con colores rojizos alrededor de la luna indica verano.

Cuando el invierno se acerca, muchos árboles se marchitan, se ponen grises y las hojas se caen. Si el sol sale rojizo al amanecer, es sol de verano.

Muchos de nosotros creemos que si comienza a llover un domingo es porque va a seguir lloviendo toda la semana. Además, el aguacero tiene horas para caer; a la hora que cae ese domingo va a caer el resto de la semana.
 
 
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